Capítulo 1
EL CONCEPTO DE RACIONALIDAD
La Constelación Racional
Nuestra discusión
será adecuada, si tiene tanta claridad como la materia lo
permita, porque la exactitud no debe perseguirse en todas las
discusiones, como no se persigue en todos los productos de las
artes
Aristóteles
1.0 Racionalidad: Facultad o Método, Sistema o Comunidad
La racionalidad es uno de esos términos imposibles de
definir sin dejar fuera de la definición un mundo de
significados, la racionalidad es una especie de "factum" sobre el
cual la mitología, la ideología, la ciencia y la
conciencia, han tratado de justificar y legitimar su
fundamentación particular. La noción de racionalidad
envuelve tal multitud de usos y acepciones que sufre lo que
podríamos llamar una saturación polisémica, lo
cual hace que cualquier concepto de racionalidad, tarde o temprano,
se encuentre frente al espejo paradójico de la
autorreferencia: porque siempre tendremos que dar razones para
justificar la racionalidad, o se diluya en el caldo de la
complejidad, debido a una tradición fecunda en mitos y
valores.
Algunos filósofos consideran la racionalidad, desde un
punto de vista platónico, como la característica
fundamental que distingue al ser humano del resto de los seres vivos,
y suponen como axioma antropológico de su discurso que el ser
humano posee una facultad especial que lo distingue del resto de los
animales y seres vivos; y llaman a esa facultad "racionalidad", pero
con una salvedad: que esta facultad es parcial, en el sentido de que
el ser humano no es un ser racional acabado, sino más bien un
ser que trata de ser racional y bajo el umbral de esta
hipótesis protohumana lanzan un hilo de Ariadna a
través de este laberinto de espejos, ya que todos vivimos en
este mundo de reflejos (¿reflexivo?), como seres potencialmente
racionales que somos, al querer justificar como racional tanto la
creencia que expresamos, como la acción que ejecutamos. Toda
comunicación con nuestros congéneres depende de que
cada interlocutor suponga como premisa fundamental la racionalidad de
los otros.
La caracterización antropológica es un primitivo
punto de partida para empezar a delimitar el concepto de
racionalidad. El próximo movimiento será empezar a
desentrañar en qué consiste esta capacidad del ser
humano, y si en realidad tiene sentido definir la racionalidad como
una facultad del ser humano. Para Jon Elster, la racionalidad
específicamente humana se caracteriza por la capacidad de
relacionarse con el futuro, en comparación con el miope y
gradual ascenso de la selección natural (Elster, 1989: 7).
Una respuesta dada por los antropólogos es que la
racionalidad es la capacidad de aplicar la razón a la
realización de tareas o de aprender a partir de la
experiencia: Según esta concepción la racionalidad
consiste en la idea de que el hombre es el animal que aprende de la
experiencia, y aprende como aprender de la experiencia, y hace ambas
cosas en un grado mucho mayor que cualquiera de sus vecinos en el
árbol de la evolución (Jarvie, 1980: 21).
Como vemos, existe cierta circularidad en este tipo de
definición, entre racionalidad y aplicación de la
razón, aprender a aprender, pero de cualquier forma el
concepto de racionalidad siempre estará estrechamente ligado
al concepto de orden, al ordenamiento de nuestro mundo interior a
partir del punto de acumulación de nuestra conciencia, y al
ordenamiento del mundo exterior junto a las demás conciencias,
al tratar de construir entre todos un mundo consistente con nuestros
deseos y creencias.
La racionalidad, al igual que el lenguaje, es un fenómeno
colectivo, social, del dominio público, ya que sería
imposible una racionalidad privada, como una racionalidad reflexiva
de un ser aislado, por las mismas consideraciones que esgrime
Wittgenstein (1968) en su argumentación contra la posibilidad
de un lenguaje privado. Un Robinson Crusoe sería capaz de
hacer juicios pero jamás alcanzaría la racionalidad, de
la misma forma que nuestro amigo Robinson podría patear muy
bien una pelota y correr tras ella, pero jamás
podríamos decir que juega al fútbol. De aquí se
desprende que la racionalidad es un predicado aplicable en el
contexto social, pues sólo es posible ante el contraste ajeno.
Otros filósofos prefieren definir la racionalidad como un
método, y critican la carencia de significado de una
concepción facultativa de la racionalidad como premisa
antropológica. Así, Mosterín (1978) nos
señala: La racionalidad &emdash;en el significado que
aquí la entendemos&emdash; no es una facultad sino un
método. Pero ninguna facultad garantiza que se aplique el
método racional. Y si bien sólo tiene sentido calificar
de racional o irracional la conducta de seres inteligentes,
según que utilicen su inteligencia conforme a las normas del
método racional, es preciso reconocer que la más aguda
de las inteligencias es perfectamente compatible con una crasa
irracionalidad (p. 17).
El racionalismo crítico de Popper considera la
racionalidad, en un sentido amplio, como una actitud que procura
resolver la mayor cantidad posible de problemas recurriendo a la
razón, es decir, al pensar claro y a la experiencia, mas que a
las emociones y pasiones....una actitud en la que predomina la
disposición a escuchar los argumentos críticos y a
aprender de la experiencia. (1984: 392). Para Popper la racionalidad
no se puede justificar a sí misma, la racionalidad no puede
ser omnicomprensiva. El ser racional, el actuar racionalmente,
requiere en última instancia de un acto de fe en la
razón. Quien adopta una posición racional
también adopta, consciente o inconscientemente, un
propósito, una decisión, una creencia o un
comporatmiento.
Para Peter Winch: La racionalidad no es solamente un concepto en
un lenguaje, es ésto y más, porque como cualquier
concepto debe estar circunscrito por un uso establecido: un uso que
es establecido en el lenguaje. Pero pienso que la racionalidad no es
un concepto que un lenguaje, en concreto, pueda o no pueda tener,
como por ejemplo el concepto de "amabilidad". Este es un concepto
necesario para la existencia de cualquier lenguaje: decir que una
sociedad posee un lenguaje es decir también, que posee un
concepto de racionalidad. (1970: 99-100)
Para Habermas y Apel, la razón conlleva una
disposición hacia la racionalidad que es inherente al uso del
lenguaje, la racionalidad tiene menos que ver con el conocimiento o
con la adquisición de conocimiento que con la forma en que los
sujetos capaces de lenguaje y de acción hacen uso del
conocimiento (Habermas, 1989: 24). La racionalidad comunicativa o
discursiva traslada la comunicación desde el nivel de la
acción al del discurso, donde las pretensiones de validez
(veracidad, verdad y rectitud o corrección) de nuestras
expresiones pueden ser problematizadas y sometidas a
argumentación, para, consecuentemente, desembocar en un
consenso alcanzado argumentativamente, siempre que el discurso
satisfaga las condiciones de una hipotética
«situación ideal de habla», para Habermas, o de una
«comunidad ideal de comunicación» para Apel.
Toulmin considera que la racionalidad no es un sistema formal o
empírico, sino una empresa humana. Debemos comenzar por
reconocer, pues, que la racionalidad no es un atributo de los
sistemas conceptuales en cuanto tales, sino de las actividades o
empresas humanas de las cuales son cortes temporarios los conjuntos
particulares de conceptos: específicamente, de los
procedimientos por los cuales se critican y cambian los conceptos,
juicios y sistemas formales corrientemente aceptados en esas empresas
(1977: 144).
Después de este rápido sondeo por algunas de las
concepciones más comunes sobre la racionalidad, e
independientemente de que consideremos a la racionalidad como una
facultad humana o un método, un sistema, una comunidad o una
empresa, creemos oportuno recordar junto con Nagel que: El fracaso de
los hombres para vivir razonablemente es, en gran medida, una
consecuencia del hecho que, aunque el hombre es un animal racional
por naturaleza, el ejercicio eficiente de los poderes racionales no
es una bendición natural, sino algo que se logra muy
difícilmente (1966: 293).
1.1 Racionalidad Teórica y Racionalidad Práctica
A pesar de que los conceptos no son palabras, una forma de empezar
a explorar un concepto es observar como se usa la palabra asociada a
ese concepto, en este caso tenemos la palabra racionalidad, o, para
ser más exactos, tenemos una familia de palabras como
razón, racional, razonamiento, razonable y racionalidad. Esta
familia de palabras esta relacionada generalmente con otras palabras
y conceptos como: memoria, organización, inteligencia,
planificación, cálculo, comunicación,
solución de problemas, lógica, lenguaje, etc.
También usamos los adjetivos racional y razonable para
calificar sustantivos como acción, creencia, conducta,
actitud, persona, preferencia, decisión, y obtenemos
acción racional, creencia racional, persona racional, conducta
razonable, y así sucesivamente.
En el lenguaje cotidiano decimos que creemos algo racionalmente, o
que nuestra creencia es racional, cuando podemos esgrimir razones
para sustentar dicha creencia. Por lo general, estas razones
están basadas en la evidencia que es relevante para nuestra
creencia. Por ejemplo, para sustentar la creencia de que "el sol gira
alrededor de la Tierra" podríamos basarnos en la evidencia
dada por nuestros sentidos: al verlo salir todas las mañanas
por el horizonte, pero esta evidencia podría cambiar ante la
recolección de nueva información, lo cual podría
llevarnos a cambiar nuestra creencia. De esta forma, la salida del
sol por las mañanas podría ser reinterpretado como
causa de la rotación del planeta, hecho éste registrado
por un satélite artificial, y esta nueva evidencia de la
rotación del planeta nos podría llevar a aceptar la
creencia de que "el sol no gira alrededor de la Tierra".
Muchas veces la creencia racional de la persona esta supeditada al
seguimiento de unas reglas específicas, pero también se
espera que una persona racional pueda sustentar racionalmente una
opinión, juicio o evaluación, para conseguir un fin
determinado. En este caso tenemos que dar una opinión o juicio
de una situación de acuerdo a la información que
poseemos. Por ejemplo el juicio o la opinión profesional dada
por una abogado sobre determinado caso jurídico o la sentencia
de una jugada de béisbol dada por el "umpire", donde,
además de leyes y reglas, se depende en definitiva de
apreciaciones e interpretaciones basadas en la competencia (juicio
experto) y la experiencia del evaluador.
Pero como señalamos anteriormente, no sólo usamos el
término racional para hechos cognitivos o del pensamiento,
sino también para referirnos a la acción y la conducta
humana, así decimos que una persona es racional o actúa
racionalmente cuando esta persona al enfrentar una situación
con varias alternativas, selecciona los mejores medios a su
disposición para lograr un fin determinado. De esta forma
vemos que el uso del término racionalidad en el lenguaje
cotidiano establece aparentemente dos dominios principales de
aplicación del término racionalidad, por un lado
tenemos creencias y juicios de carácter cognoscitivo y
evaluativo, respectivamente, y por otro lado tenemos acciones y
conductas. En el primer caso decimos que se trata de racionalidad
Teórica o Teorética y en el segundo caso de
racionalidad Práctica o Pragmática. Es decir, en el
primer caso tenemos el dominio teórico del mundo mental e
intelectual y en el segundo caso el dominio práctico de la
acción donde interviene la voluntad. Esta diferencia entre
razón teórica y razón práctica se remonta
a Kant con su distinción de la razón pura, que aunque
es una sola, tiene dos usos diferenciados: Un uso teórico
donde las ideas de la razón sirven para «regular» el
conocimiento sensible. Y un uso práctico donde se
«constituye» la facultad específica a la que se
refieren: la voluntad (Bilbeny, 1991: 92).
Un ejemplo de como se aplica esta distinción en nuestros
días nos lo ofrece Mosterín: La racionalidad se predica
de nuestras creencias y opiniones, por un lado, y de nuestras
decisiones, acciones y conducta, por otro. Llamemos racionalidad
creencial (teórica) a la que se predica de creencias y
opiniones, y racionalidad práctica, a la que se predica de
decisiones, acciones y conducta (Mosterín, 1978: 18).
La racionalidad teórica se enfrenta a la pregunta:
¿cuál es el caso? ¿cuándo una creencia es
racional? Cuándo debemos aceptar una creencia como racional en
base a la evidencia e información que poseemos y, por lo
tanto, cómo podemos justificar racionalmente dicha creencia .
La razón teórica ha sido históricamente la
encargada de desentrañar las conexiones entre los diferentes
hechos y creencias, está muy relacionada con el concepto de
verdad y los tipos de razonamiento que validan nuestras creencias.
Hume expresa en el Tratado del Entendimiento Humano (Libro III, Parte
I, Sección I): La razón es el descubrimiento de la
verdad y la falsedad. Si una inferencia válida demuestra una
conclusión, entonces las premisas de ésta inferencia
son razones para justificar la conclusión. Por ejemplo, en el
razonamiento deductivo, si suponemos que las premisas son verdaderas
y la inferencia válida, entonces podemos garantizar
deductivamente que las premisas implican la conclusión.
También podemos considerar otros tipos de razonamiento como la
inducción, por ejemplo. Tanto en la deducción como la
inducción las premisas y la conclusión son
proposiciones, es decir, respuestas a la pregunta ¿cuál
es el caso?. En general la racionalidad teórica tiene mucho
que ver con lo que podríamos llamar el modelo
lógico-matemático o axiomático de razonamiento,
el cual tiene su origen el Los Elementos de Euclides y cuyo
desarrollo ha sido fundamental para la racionalidad
científica.
Por su parte la racionalidad práctica responde a la
pregunta ¿qué debo hacer? ¿Cuándo una
acción, o conducta, es racional? A diferencia de Hume, quien
sustentaba la idea de que las acciones no estaban relacionadas
lógicamente, o que era imposible la construcción de una
lógica de acciones, ya que ninguna acción podría
ser la conclusión de un argumento deductivo o inductivo,
condensado en la popular doctrina del "deber" no puede ser deducido
del "ser", conocida como la falacia naturalista; muchos
filósofos han tratado de construir una lógica
práctica de la acción a la manera de la lógica
proposicional. Por ejemplo, Aristóteles considera que pueden
existir silogismos prácticos cuyas conclusiones son acciones
(Ética a Nicomaco, 1147a), y San Agustín construye una
lógica ética, donde a partir de unos cuantos axiomas
acerca de la existencia humana infiere toda una teoría de la
conducta humana. También Kant y Wittgenstein consideraron la
posibilidad de inferencias prácticas (Edgley, 1969: 28) y
más recientemente muchos filósofos aceptan esta
posibilidad: Esta más allá de cualquier duda que
además del razonamiento teórico existe el razonamiento
práctico. Usamos la lógica no solo para establecer cual
es el caso sino también para establecer qué debemos
hacer. En el razonamiento teórico como en el práctico
pasamos de las premisas a la conclusión...las conclusiones son
acciones o planes de acción (Kenny, en Raz, 1978: 63).
Pero la pregunta: ¿Pueden las acciones y no simplemente las
cosas que pueden ser dichas acerca de las acciones, ser inferidas
como conclusiones a partir de las premisas de un razonamiento
deductivo o inductivo? también tiene respuestas negativas:
Cualesquiera que sean las implicaciones lógicas del juicio
"Debes cerrar la puerta" o la orden "Cierra la puerta", la
acción de cerrar la puerta no puede ser una de ellas;
ésta no puede ser consecuencia o ser inferida o deducida a
partir de estas premisas o cualesquiera otras inferidas a partir de
ellas (Edgley, 1969: 29). Y esto parece un argumento incuestionable.
De cualquier forma es bueno señalar que ha habido
esfuerzos, tanto en reducir la razón práctica a la
teórica, y de esta forma salvar la lógica, como de
reducir la razón teórica a la práctica, buscando
una solución más sustantiva, por medio de una
teoría de la argumentación o una pragmática
universal, en este caso la razón teórica se considera
el límite de la razón práctica. Suppes (1984)
señala que la diferencia entre el razonamiento teórico
y el práctico es una cuestión de grado, cuantitativo y
no cualitativo: En casi todos los casos de razonamiento
práctico es difícil proceder axiomáticamente,
pero en general también este es el caso en ciencia (p. 201).
Otros filósofos consideran que la diferencia sigue estando en
la diferenciación de significados entre creencia y
acción. Lo importante es remarcar que no existe una clara
diferenciación entre el contexto teórico y
práctico de la racionalidad.
Quizás sea importante señalar que el método
deductivo-axiomático no fue el único método de
razonamiento utilizado por los griegos. El razonamiento que
podríamos llamar dialéctico y que se basaba en el
método socrático, también gozó de
popularidad y relevancia epistemológica entre los
filósofos griegos. Este método de razonamiento, creado
por Sócrates y desarrollado por Platón, se basa en el
dialogo entre dos participantes que buscan el entendimiento, y
consiste en una serie de preguntas y respuestas. El punto de partida
es el cuerpo de opiniones del participante cuestionado, pero estas
opiniones a diferencia del método axiomático no son
consideradas como verdaderas, como axiomas o premisas, sino
más bien como los objetos de estudio a ser examinados, los
cuales pueden ser rebatidos. El punto clave del método
socrático o dialéctico, y que lo diferencia del
deductivo, consiste en que el diálogo obliga a la
interacción con otra persona, y es necesario el acuerdo entre
los participantes con respecto a determinado punto para que el
diálogo pueda seguir adelante.
Otra diferenciación estriba en que el estilo deductivo es
lineal, es decir, una vez que establecemos que las creencias que
forman nuestras premisas son ciertas, entonces las conclusiones que
inferimos a partir de éstas son también ciertas y,
además, son consistentes entre ellas y con la totalidad de las
premisas iniciales. De esta forma podemos decir que nuestro
razonamiento va progresando de una forma acumulativa y lineal,
mientras que el razonamiento dialéctico es más bien
circular o cíclico, en el sentido de que una vez que
alcanzamos un nuevo punto de vista o interpretación en nuestro
objeto de estudio, debemos dar marcha atrás y reconsiderar los
puntos anteriores, la idea general de este proceso es incorporar el
mayor número de vistas e interpretaciones en nuestra
discusión, de tal forma que podamos reconsiderar las
diferentes interpretaciones y las diferentes etapas de
interpretación a medida que vamos logrando la mejor
versión del problema en discusión.
Este tipo de razonamiento, que hemos llamado dialéctico, se
presta más al razonamiento práctico en el sentido que
envuelve un elemento social como la conversación que
transforma el pensamiento en una actividad social y a su vez en un
elemento moral, Platon expresa en la Séptima Epístola
(344 b) que sólo cuando los participantes preguntan y
responden con espíritu benevolente y sin envidia se llega al
descubrimiento filosófico (Seeskin, 1987: 23-24).
Esta diferenciación entre racionalidad teórica y
práctica se puede establecer más formalmente, como
hace, por ejemplo, Jesús Mosterín al definir la
racionalidad que se predica de nuestras creencias y opiniones, la
racionalidad teórica o creencial, en los siguientes
términos: x cree racionalmente que j (donde j es una idea
cualquiera ) si y sólo si (1) x cree que j y (2) x
está justificado en creer que j , es decir, j es
analítico, o x puede comprobar directamente que j , o j es
deducible a partir de otras ideas b1.b2.....bn y x está
justificado en creer que b1.b2.....bn (esta cláusula convierte
a esta definición en recursiva) y, además (3) x no es
consciente de que j esté en contradicción con ninguna
otra de sus creencias (Mosterín, 1978: 23)
Mosterín llama racionalidad, sin más calificativo, a
lo que nosotros hemos llamado racionalidad práctica, ya que
Mosterín considera que la racionalidad práctica
presupone la racionalidad teórica, en el sentido de que no
podemos actuar racionalmente dentro de un campo determinado si no
somos racionales en nuestras creencias referentes a dicho campo:Quien
no pretenda ser racional en sus creencias no puede ser sincero al
pretender ser racional en algún dominio de la praxis (1978:
31). Por lo tanto Mosterín define la racionalidad
(práctica) de la acción y la conducta humana de la
siguiente manera:
Diremos que un individuo x es racional en su conducta si (1) x
tiene clara conciencia de sus fines, (2) x conoce (en la medida de lo
posible) los medios necesarios para conseguir esos fines, (3) en la
medida en que puede, x pone en obra los medios adecuados para
conseguir los fines perseguidos, (4) en caso de conflicto entre fines
de la misma linea y de diverso grado de proximidad, X da preferencia
a los fines posteriores y (5) los fines últimos de son
compatibles entre sí (1978: 30).
Cuando nos limitamos a la concepción dada al término
de racionalidad por una disciplina en particular, observamos que
ésta esta parcializada por los mismos intereses cognoscitivos
particulares que caracterizan a dicha disciplina, así
observamos que para la lógica y la matemática la
racionalidad se reduce casi exclusivamente a la consistencia, o
mejor, a la erradicación de la inconsistencia, para el
economista representa la eficiencia y la optimización de una
función de utilidad, para algunos sociólogos la
racionalidad es un proceso de integración social, para algunos
filósofos y científicos la realidad es racional, para
otros, la racionalidad es un problema probabilístico. En
general podríamos decir que la racionalidad teórica
está más relacionada con la lógica, la
matemática, la epistemología, la filosofía de la
ciencia, y las ciencias naturales; mientras que la racionalidad
práctica ha sido más estudiada por la filosofía
política y moral, la ética, la economía, la
teoría de decisiones, la historia y las ciencias sociales.
También podríamos decir que tanto la racionalidad
práctica como la teórica son estudiadas, en general,
por disciplinas como la psicología, la filosofía y la
inteligencia artificial.
1.2 Racionalidad Instrumental y Racionalidad Sustantiva
Como hemos visto, la racionalidad es un concepto complejo, muy
difícil de reducir a la teoría particular de una
disciplina. Ya Weber señalaba que: Existe, por ejemplo, una
racionalización de la contemplación
mística...tanto como existe una racionalización de la
vida económica, de la técnica, de la
investigación científica, de la instrucción
militar, de la ley y la administración. Más aún,
cada uno de estos campos podrían ser racionalizados desde muy
diferentes puntos de vista y dirigidos hacia muy diferentes fines
últimos, y lo que es racional desde un punto de vista
podría muy bien ser irracional desde otro. De aquí que
han existido racionalizaciones de los tipos más variados en
los diferentes departamentos de la vida en todas las civilizaciones
(Weber, 1958 ).
A pesar de que Weber llegó a presentar más de 16
diferentes significados de racionalidad, (e.g. sistemática,
calculable, impersonal, gobernada por reglas, eficiente,
instrumental, exacta, cuantitativa, cualitativa, escrupulosa, etc.),
nosotros nos conformaremos con discutir las dos connotaciones
más significativas del concepto de racionalidad, ya que sin
agotar las posibles clasificaciones, la mayoría de los
análisis de este término se reducen a uno de estos dos
conceptos, que aunque diferentes, están de alguna forma
relacionados: por un lado tenemos el concepto de racionalidad que
llamaremos Instrumental y por el otro el concepto de racionalidad
Sustantiva. Max Weber introduce las expresiones
Zweckrationalität racionalidad de los fines, fines que son
medios para otros fines y Wertrationälitat racionalidad del
valor. Ferrater Mora (1985) llama a la primera racionalidad relativa
y a la segunda racionalidad absoluta. Por su parte Javier Muguerza
(1977) llama a la primera racionalidad técnica y a la segunda
praxis: la técnica atiende únicamente a fines que son
medios para la consecución de otros fines, en tanto que la
praxis ha de habérselas con fines últimos.(p. 166)
No existe unanimidad en torno a un modelo único de
razón. La sociología alemana ha advertido la disputa
principal que se suscita, en el terreno de la praxis, entre el
clásico tipo universalista, sustantivo e integrador de la
Razón Ilustrada y los nuevos tipos de racionalidad de los
«medios» (Simmel), de los «fines» (Weber),
«instrumental» (Horkheimer), «funcional»
(Mannheim) y «estratégica» (Habermas y Apel) que ha
ido incorporando el llamado racionalismo occidental (Bilbeny, 1991:
93)
Bertrand Russell expresa en su libro "Human Society in Ethics and
Politics": La "razón" tiene un preciso y completamente claro
significado. Significa la elección del medio correcto para
realizar un fin deseado. La razón no tiene nada que ver con la
elección de los fines.... Deseos, emociones, pasiones,... son
las únicas causas posibles de la acción. La
razón no es una causa de la acción, es tan solo un
regulador (p. 8-9). Esta sería la concepción formal o
instrumental de racionalidad.
Por su parte, el filósofo Nicholas Rescher en su obra
"Rationality" (1988), trata de englobar en su concepción tanto
el aspecto formal e instrumental como el substantivo de la
racionalidad al expresar: La racionalidad consiste en la
búsqueda inteligente de los fines apropiados. Se basa en el
uso de la razón, el instrumento crucial de la raza humana,
para el mejor manejo de nuestros asuntos. Los tres principales
contextos de la racionalidad son el cognitivo, el práctico, y
el evaluativo. Estos tres se unen en la tarea común de
implementar las 'mejores razones', razones para creencias, acciones y
evaluaciones, respectivamente. En cada caso, la racionalidad requiere
del uso de la inteligencia para optimizar, es decir para pensar la
mejor solución de acuerdo a las circunstancias. Las buenas
razones deben ser tanto convincentes en ellas mismas como,
comparativamente, las mejores a nuestra disposición,
refiriéndose a los intereses reales del agente más bien
que a simples deseos (p. 1).
La racionalidad Formal o Instrumental, caracterizada en la cita de
Russell, se refiere a la optimización de los fines buscados,
cualesquiera que sean estos fines, es decir, bajo este punto de
vista, la racionalidad no requiere de objetivos o fines sustantivos
propios, simplemente se refiere a que la toma de decisión o
elección que realiza un agente racional debe escoger siempre
el resultado que maximice la utilidad esperada. Esta
concepción está muy relacionada con los enfoques
utilitarista y bayesiano de racionalidad.
Por su lado Rescher trata de expresar, sin olvidar el
carácter instrumental, una concepción más
sustantiva de racionalidad; la concepción de racionalidad
sustantiva se remonta a la tradición griega y a
Aristóteles en particular, quien es el responsable de su
formulación original. Este punto de vista alternativo nos dice
que ciertos fines, valores o creencias, son esenciales o substantivos
para la racionalidad. Según este enfoque, un agente es
racional si actúa de acuerdo a 'buenas razones', y son estas
buenas razones por si mismas las que determinan los fines, siempre
que el agente proceda de una manera sensible e inteligente. Y la
cuestión de motivación es un aspecto crucial de la
racionalidad; como en el caso de la moralidad, es una cuestión
de hacer las cosas correctas por las razones correctas (Rescher,
1984: 4).
Jon Elster (1988) diferencia estas dos connotaciones de
racionalidad a través de lo que él denomina, siguiendo
los pasos de Rawls (1971), teoría estricta de la racionalidad,
para referirse a la racionalidad formal , estricta (thin), en el
sentido que deja sin examinar las creencias y los deseos que forman
las razones para la acción cuya racionalidad estamos
examinando, con la excepción de que estipula que no son
lógicamente inconsistentes. En realidad, la consistencia es
aquello de lo que trata específicamnete la racionalidad cuando
se la considera en un sentido estricto (formal) (p. 9-10). Por otro
lado define la teoría de la racionalidad sustantiva como la
teoría amplia de la racionalidad, la cual va más
allá de estas exigencias formales. La racionalidad implica
aquí algo más que actuar consistentemente según
creencias y deseos también consistentes: también
requerimos que las creencias y los deseos sean racionales en un
sentido más substantivo... Creencias sustantivamente
racionales son aquellas que están fundadas en pruebas
disponibles: están estrechamente vinculadas a la noción
de juicio. Más difícil resulta definir la noción
correspondiente de deseo substancialmente racional. Una manera de
atacatr el problema es afirmando que la 'autonomía' es para
los deseos lo que el juicio es para la creencia (p. 10).
La noción de racionalidad también puede ser
extendida desde el individuo al caso colectivo. En el nivel de la
racionalidad estricta o instrumental, la racionalidad puede referirse
a una toma de decisiones colectiva (como en la teoría de la
elección social) o a la suma o agregado que forman las
decisiones individuales. En ambos casos los deseos y preferencias
individuales son considerados como si fueran dados, y la racionaldiad
definida principalmente como una relación entre las
preferencias y el resultado social. Una teoría más
amplia y sustantiva acerca de la racionalidad colectiva
también habrá de observar la capacidad del sistema
social o del mecanismo de decisión colectiva para alinear las
preferencias individuales junto con la noción amplia de
racionalidad individual. En este sentido, un dispositivo racional
colectivo es aquel que promueve o fomenta apetencias
autónomas, o bien aquel dispositivo capaz de discriminar y
filtrar las apetencias que no son autónomas (1988: 9-10).
Pero en ambos casos, según Elster, se siguen manteniendo
las dos categorías connotativas, la formal o estricta y la
sustantiva o amplia. La distinción entre racionalidad
individual y racionalidad colectiva no se debe a razones
biológicas o sociales, sino más bien a consideraciones
funcionales. Cualquier persona o un grupo de personas, como una
organización, que tenga intereses y motivaciones comunes, que
puedan ser considerados en forma unitaria para la toma de decisiones,
constituye un individuo en la teoría de decisiones, mientras
que una colección de tales individuos que posean intereses
conflictivos los cuales deban ser resueltos a la hora de una
decisión constituyen un grupo o colectivo.
Desde el punto de vista de la racionalidad práctica, uno de
los modelos más frecuentes que utilizamos al evaluar una
conducta racional se basa en lo que podríamos llamar el modelo
teleológico o modelo medios-fines, es decir, en elegir el
mejor medio para lograr un fin determinado. Este modelo conlleva,
además del concepto normativo de racionalidad, ya que siempre
pensamos en qué deberíamos hacer para lograr un fin
determinado, un uso positivo, no normativo, para predecir, explicar y
aún describir la conducta racional, en el sentido de que si
suponemos que una persona actúa racionalmente, entonces
podemos explicar o predecir un vasto número de hechos bastante
complicados acerca de sus acciones en términos de un
pequeño número de simples hipótesis acerca de
sus creencias y objetivos finales. (Harsanyi, en Moser, 1990: 272)
Por ejemplo si un historiador escribe que Simón
Bolívar actuó racionalmente en determinada
campaña de la guerra de Independencia, generalmente quiere
decir que, en cierta forma, podemos explicar muchas de las acciones
de Bolívar en función de sus creencias y objetivos
políticos y militares, por supuesto que siempre se pueden
incluir algunos argumentos psicológicos, pero en general
observamos la búsqueda de una explicación racional por
parte del historiador. Aún más, podríamos decir
que a nivel descriptivo una narración histórica
estaría incompleta si no se incluye una discusión de
las razones (racionalidad) o la falta de razones (irracionalidad) que
influyeron en la toma de determinada decisión política
o militar.
La teoría de la elección racional representa uno de
los campos de estudio más prolíficos de la conducta
racional. La teoría de la elección racional considera
la acción racional (individual) como la elección
óptima bajo ciertas condiciones específicas. Estas
condiciones son :
(1) Un conjunto de acciones alternativas posibles para el agente
que va a hacer la elección.
(2) El grado de certidumbre que posee el agente sobre el resultado
de cada una de las acciones del conjunto (1).
(3) Una medida de escala ordinal asignada por el agente a cada uno
de los miembros de (1) de acuerdo a (2).
Estas condiciones son esenciales para la elección racional
y definen la situación de la elección. De acuerdo con
esto, una elección racional consiste en la elección del
mejor miembro del conjunto de acciones posibles. La medida de escala
ordinal que asigna el agente a las acciones posibles depende en
última instancia de las preferencias y deseos del agente. Un
conocido resultado de la teoría económica nos dice que
si las preferencias del agente satisfacen ciertas condiciones de
consistencia y completitud, entonces estas preferencias pueden ser
caracterizadas por una función (bien definida y continua) de
utilidad. Por lo tanto, la conducta racional de tal agente
estará determinada por la maximización de la
función de utilidad. Llamaremos a este modelo instrumental de
conducta racional modelo de maximización de la utilidad.
Este modelo de maximización de la utilidad tiene su origen
en la teoría económica de finales del siglo XIX, debido
a la necesidad de ampliar el modelo de medios-fines, ya que este
modelo restringía la conducta racional a la elección de
un medio entre varios posibles para el logro de un determinado fin y
excluía la posibilidad de elegir racionalmente entre
diferentes fines. De esta forma se desarrolla el modelo
económico que define la conducta racional en base a un
conjunto dado de preferencias y a un conjunto dado de oportunidades.
Si voy a elegir un fin determinado tengo que dar varios fines
alternativos, de tal forma que haya elección, el acto de
eliminar de mi elección estos fines alternativos constituye el
costo de la oportunidad (opportunity cost) de perseguir ese fin
determinado. Bajo este modelo, la conducta racional consiste en
elegir un fin específico después de estudiar
cuidadosamente los costos de esta elección. Este modelo nos
explica por qué un individuo cambia sus fines sin haber
cambiado sus preferencias básicas, la explicación se
debe al cambio de los costos de oportunidad de los fines posibles, o
al cambio de información que sobre éstos tiene el
individuo. (Harsanyi, en Moser, 1990: 275).
El modelo de maximización de la utilidad nos ofrece una
buena caracterización de la conducta racional en el caso de
certidumbre, es decir, en el caso en que cada acción nos
conduce invariablemente a un resultado específico, en este
caso el agente tiene certeza sobre el resultado específico de
sus acciones, con lo cual el agente sólo tiene que elegir la
acción que dentro de sus preferencias sea la de mayor
utilidad. Hasta hace poco la mayoría de las teorías
formales de disciplinas como la economía, la psicología
y las ciencias de la administración, estudiaban este tipo de
problemas de decisión, donde las principales herramientas
matemáticas utilizadas eran el cálculo de
máximos y mínimos de funciones, el cálculo de
variaciones, y teorías de optimización y
programación matemática. En general, se trata de
resolver el siguiente problema : Sea x la acción
genérica de un conjunto X de acciones factibles y sea f (x) la
función de utilidad (función objetivo) asociada con x,
entonces debemos encontrar x* en X, tal que f (x*) es el valor
máximo (o mínimo) de los valores f (x) para todo x en
X.
Pero muchos de los problemas que atañen a la conducta
racional ocurren bajo condiciones de riesgo e incertidumbre, es
decir, en situaciones en que no podemos establecer univocamente los
resultados de la acción. En el caso de riesgo se conocen las
probabilidades objetivas asociadas a cada uno de los resultados de
las posibles acciones, es decir, tenemos un conocimiento
probabilístico de la situación de decisión a
diferencia del caso determinístico de certidumbre y del caso
de incertidumbre donde desconocemos (o son indefinidas) las
probabilidades de los resultados de las posibles acciones. Podemos
suponer entonces, y de aquí la importancia práctica de
este tipo de problemas, que generalmente nos encontramos en
situaciones de decisión bajo riesgo e incertidumbre, ya que el
futuro carece de certidumbre.
Los problemas de elección bajo condiciones de riesgo e
incertidumbre fueron estudiados principalmente por la teoría
de juegos. Para atacar estos problemas se desarrolló el modelo
de maximización de la utilidad esperada, según el cual,
en el caso de riesgo, maximizamos (o minimizamos) el valor esperado
de la función de utilidad, definido de acuerdo a las
probabilidades objetivas asignadas y conocidas por el agente; y en el
caso de incertidumbre, la utilidad esperada debe ser definida de
acuerdo a las probabilidades subjetivas asignadas por el agente de
acuerdo a sus creencias en los casos en que se desconozcan las
probabilidades objetivas. Este modelo nos conduce a la
concepción bayesiana de conducta racional, la cual propone
definir la conducta racional, en todos los casos, como
maximización de la utilidad esperada. En el caso de riesgo, la
teoría bayesiana es ampliamente aceptada, pero en el caso de
incertidumbre la situación es más
polémica.(Harsanyi, en Moses, 1990: 277).
Independientemente del éxito de los diferentes modelos de
la teoría de la elección racional, todavía el
concepto de conducta racional, esgrimido por estos modelos, es
inadecuado para lidiar con el caso mas general de conducta racional,
tal y como se presenta en las situaciones de juego, en situaciones
donde el resultado depende de la conducta de dos o más
individuos (jugadores) racionales, quienes por lo general tienen
intereses parcial o totalmente divergentes. Las situaciones de juego
se pueden considerar como casos de incertidumbre, ya que por lo
general los jugadores no puede predecir los resultados del juego,
así como tampoco las posibles probabilidades asignadas a
dichos resultados. Esto se debe principalmente a la incertidumbre
generada por la impredictibilidad de las estrategias de juego de los
jugadores.
Como la teoría de juegos discrimina entre diferentes
conceptos de conducta racional de acuerdo a las diferentes clases de
juegos, la mejor forma de aproximarnos a este concepto de
racionalidad es jugando un juego. Este juego, en particular, que nos
va a ayudar a polemizar sobre el concepto de racionalidad se llama
"El dilema del prisionero" y fue planteado por primera vez alrededor
de 1950 por Merrill M. Flood y Melvin Dresher, y más tarde fue
formalizado por Albert W. Tucker, uno de los más importantes
investigadores de la Teoría de Juegos. Uno de los aspectos
más interesantes de utilizar el ejemplo del "dilema del
prisionero" como paradigma de la conducta racional en la
teoría de juegos es que nos va a permitir adentrarnos de una
forma bastante pragmática en ciertos problemas de
carácter paradójico que conlleva el concepto de
racionalidad.
A continuación veamos en que consiste el dilema del
prisionero: Supongamos que A y B son prisioneros, acusados de haber
cometido un delito. Están recluidos en celdas incomunicadas
entre si mientras esperan el juicio. El abogado acusador necesita
más evidencia en contra de A y B para poder culparlos del
delito, así que ofrece a cada uno de los prisioneros el
siguiente pacto:"Si confiesas haber cometido el delito y me ayudas a
culpar a tu compañero, recibirás solo un año de
prisión mientras que tu compañero será
sentenciado a cinco años. Si ninguno confiesa cada uno
será sentenciado por un delito menor a dos años de
prisión. Y si ambos confiesan entonces cada un recibirá
una sentencia de tres años. Además debes saber que esta
misma oferta se la voy a hacer a tu compañero."
Esta situación puede resumirse en la siguiente matriz,
donde C representa confesar y N no confesar:
Prisionero B
C
N
C (3,3)
(1,5)
Prisionero A
N (5,1)
(2,2)
El par ordenado ( x,y ) significa que el prisionero A obtiene una
sentencia de x años y el Prisionero B y años.
El principal objetivo de ambos prisioneros es pasar el menor
tiempo posible en la cárcel, por lo tanto si consideramos el
destino de ambos prisioneros, es decir, la suma de los años
que ambos pasarán en la cárcel, la mejor estrategia
conjunta sería que ninguno confesara, ya que de esta forma
entre ambos sólo obtendrían en total cuatro (4)
años contra los seis (6) años que supone cualquiera de
las otras alternativas. Pero si suponemos que a ninguno de los
prisioneros le importa lo que le sucede al otro, y debido a que
están en celdas separadas e incomunicados, no pueden llegar a
ningún acuerdo cooperativo. Por lo tanto podemos suponer que
cada uno de los prisioneros va a tratar de reducir su pena lo
más que pueda sin importarle el destino del otro prisionero.
Además cada prisionero sabe que el otro esta exactamente en la
misma situación, lo cual le agrega un grado de incertidumbre a
la toma de decisión que debe realizar cada uno de los
prisioneros con el objetivo de minimizar su condena.
Una vez planteado el problema, o mejor dicho, el dilema del
prisionero, cabe preguntarnos si existe alguna solución
racional que pueda orientar la decisión de cada uno de los
prisioneros. Para tratar de resolver este dilema vamos a analizar un
poco más la situación planteada. Si el prisionero A
confiesa no hay nada que él pueda hacer para prevenir que el
prisionero B también confiese, y viceversa, por lo tanto
ninguno de los prisioneros puede garantizar la mejor estrategia
individual, es decir, la resultante de que uno sólo de los
prisioneros confiese. La siguiente mejor solución individual ,
es la mejor solución colectiva para ambos que ya discutimos
anteriormente, pero para ello se requiere cierta cooperación
para garantizar que ninguno de los prisioneros confiese. Y esta
opción es mejor que la opción restante, la cual es no
cooperativa y el resultado de que ambos prisioneros confiesen, dos
años contra tres años de condena en favor de la
solución cooperativa. Sin embargo, la estrategia no
cooperativa también puede ser defendida racionalmente si
consideramos que cada uno de los prisioneros tiene dos alternativas,
confesar o no confesar; si A confiesa, la mejor opción para B
será también confesar, ya que si A confiesa y B no
confiesa, B recibe una condena de cinco (5) años mientras que
si B también confiesa sólo recibe una condena de tres
(3) años. Por otra parte, si A no confiesa entonces la mejor
opción para B es nuevamente confesar, ya que si A no confiesa
y B confiesa entonces B recibe una condena de un (1) año
contra la alternativa de dos (2) años si decide no confesar. Y
como la situación es simétrica para ambos prisioneros,
esto parece sugerir que la mejor opción individual para cada
uno de los prisioneros es confesar. Pero si ambos prisioneros siguen
esta opción, la cual ha sido aparentemente argumentada
racionalmente, cada uno de ellos obtendrá una condena de tres
(3) años y este resultado es peor que si ambos no confesaran,
en cuyo caso cada uno obtendría una condena de dos
años, por lo tanto pareciera ser más racional la
estrategia de cooperar y no confesar. He aquí el dilema del
prisionero: ¿Confesar o no confesar? ¿Cooperar o no
cooperar? ¿Cuál es la opción racional, confesar o
no confesar? O se puede decir que la racionalidad es una
cuestión de grado, es decir: ¿Cuál es la
opción más racional, confesar o no confesar?
Además del carácter de duda hamletiana a la que es
sometido el personaje del prisionero, este dilema nos permite
observar que ningún curso de acción es racional o
irracional per se, ya que siempre puede resultar, como en el caso del
dilema del prisionero, una situación donde una acción
"no racional ", en el sentido de no ser la aconsejada racionalmente,
es la "menos mala", la que representa en el caso de los prisioneros
la condena más corta.
El dilema del prisionero reviste una gran importancia ya que
encierra el problema central de la cooperación en la
interacción estratégica, es decir: ¿Bajo
qué condiciones los habitantes de un mundo de egoistas, sin
autoridad central, estarían dispuestos a cooperar? Este
problema ha sido debatido en diferentes areas del conocimiento: En
filosofía política, Hobbes consideraba el estado
natural equivalente a lo que hoy en día llamamos el dilema del
prisionero para dos personas, lo cual llevó a Hobbes a
concluir sobre la imposibilidad de la cooperación en esta
situación. En política internacional, las naciones
interactúan sin una autoridad central, y problemas como el de
seguridad, alianzas, desarme, etc., pueden ser modelados como el
dilema del prisionero. En economía y sociología son
numerosos los intercambios e interacciones que se realizan sin ser
impuestas por una autoridad central. Y sólo el conocimiento de
futuros intercambios parece promover la cooperación y una
ética de los negocios. También en economía
internacional, debido a los diferentes impuestos de los
países, se puede considerar que el país importador y el
país exportador están sometidos a un juego muy similar
al dilema del prisionero para dos personas.
Todas estas disciplinas coinciden en considerar que, en primer
lugar el dilema del prisionero sirve de modelo al problema de la
interacción estratégica. En segundo lugar, están
de acuerdo en que la emergencia de la cooperación surge cuando
existe la posibilidad de la continuidad de la interacción. Y
en tercer lugar, las herramientas utilizadas para analizar el
problema han sido similares, constituyendo la teoría de juegos
la principal de estas herramientas.
1.3 Racionalidad Estratégica y Racionalidad Comunicativa
Según Karl-Otto Apel, la dominación del hombre por
el hombre ha sido legitimada en Occidente por el discurso
empírico-técnico, donde el discurso humanista no
tendría punto de comparación con el citado. Apel
desarrolla, en Estudios Éticos, una teoría sobre los
tipos de racionalidad a partir de la pregunta: ¿Existe una
racionalidad especial de la interacción social que no puede
ser reducida a la racionalidad medio-fin del actuar de los sujetos
particulares? (1986: 27).
Apel considera que el discurso tiene una función
«estratégica» o una función
«pragmático-transcendental», si se conduce por los
ideales de comunicación presupuestos en el habla cotidiana.
La función estratégica sirve al equilibrio de intereses
en conflicto para su mejor supervivencia. La función
pragmático-transcendental se orienta, mediante el mismo
discurso, a la obtención de un consenso entre los hablantes.
No cabe sino añadir, pues, que una abre una racionalidad
estratégica y otra una racionalidad ética (1986: 27).
Esta distinción se parece a la división weberiana entre
una racionalidad de «fines» y otra de «valores».
Para Apel el discurso ético es imparcial ante los intereses y
el discurso estratégico es neutral ante los valores.
Apel se pregunta: ¿En qué consiste la racionalidad
estratégica de la interacción? &emdash;y
contesta&emdash; Dicho simplificadamente, ella consiste en que los
actores, en tanto sujetos de la racionalidad teleológica
aplican su pensamiento medio-fin a objetos acerca de los cuales ellos
saben que, en tanto sujetos de la racionalidad teleológica,
hacen lo mismo con respecto a ellos mismos. En esta reciprocidad
reflexionada de la instrumentalización consiste
manifiestamente la peculiar estructura de la interacción
estratégica. En el juego estratégico, los sujetos del
cálculo de beneficios en el sentido de la teoría de la
decisión tiene también que tomar en cuenta los
cálculos de beneficios de otros jugadores como condiciones y
como medios de los propios cálculos de beneficios (1986:
34-35).
La ética tiene su anclaje en la racionalidad discursiva, es
decir, en y por el lenguaje: pero en aquel tipo de discurso en el que
se imponen sus supuestos de consenso por encima de su mera
utilización al servicio de intereses, siempre ajenos al
discurso mismo. De suceder lo contrario, la interacción o
cooperación humanas serían simplemente
estratégicas. De ellas no se podría esperar un valor
ético, ni menos un fundamento para la cooperación
comunitaria . (Bilbeny, 1991: 94)
Para Apel la racionalidad discursiva se basa en la
pragmática del lenguaje y en el presupuesto, a priori, de una
comunidad de comunicación ideal (idealen
Kommunikationsgemeinschaft) entre los hablantes. La norma fundamental
de la ética es el respeto de una comunidad de
comunicación ideal como valor regulador de la acción
(1986: 78). La norma está implícita en el lenguaje, no
en el sujeto o en alguna de sus facultades categoriales, como
suponían Aristóteles y Kant.
Siguiendo un desarrollo parecido al de Apel, Habermas opone al
concepto de racionalidad teleológica (instrumental o
estratégica) orientada al éxito, el concepto de
racionalidad comunicativa orientada al entendimiento un concepto de
racionalidad más amplio que enlaza con la vieja idea de logos
(1989: 27). Habermas considera la racionalidad estratégica y
la racionalidad comunicativa como dos tipos de racionalidad que,
desde la perspectiva del propio actor, representan una alternativa;
los paticipantes en la interacción deben elegir, aunque
intuitivamente, entre una racionalidad orientada al éxito y
una racionalidad orientada a la comprensión o entendimiento.
La racionalidad teleológica, (acción racional con
arreglo a fines), parte de que el actor se orienta exclusivamente por
la consecución de un objetivo global suficientemente precisado
confrome a fines concretos y somete a cálculo todas las
demás consecuencias de la acción como condiciones
secundarias del éxito a que aspira. El éxito viene
definido por la ocurrencia de un estado en el mundo, que en una
situación dada puede ser causalmente producido mediante
acción u omisión intencionadas. Una acción
orientada al éxito la llamamos instrumental cuando la
consideramos bajo el aspecto de observancia de reglas
técnicas de acción y evaluamos el grado de eficacia de
la intervención en un estado físico (Habermas, 1989b:
384-5).
Esta racionalidad instrumental la extiende Habermas a racionalidad
estratégica cuando al calcular el actor su éxito, puede
incluir por lo menos a otro actor racional, también orientado
hacia un fin. Esta racionalidad es interpretada generalmente de forma
utilitaria, es decir, se da por supuesto que el actor elige y calcula
los medios y fines en función de la máxima utilidad
(modelo maximizador) o por la máxima utilidad esperada, como
discutimos anteriormente.
En la racionalidad comunicativa, las acciones de los actores
participantes no quedan coordinadas a través de
cálculos egocéntricos de intereses sino a través
del entendimiento (Verständigung). En la acción
comunicativa los agentes no se orientan primariamente por o a su
propio éxito, sino por o al entendimiento (Habermas. 1989b:
385).
Habermas parte del hecho de que tanto a nivel de las acciones
extralingüísticas y sus referencias al mundo, como a
nivel de los actos lingüísticos, hay que suponer tres
dimensiones de la racionalidad y de la posible racionalización
que pueden ser distinguidas ideal-típicamente:
(1) la dimensión de la racionalidad medio-fin del actuar
orientado hacia el éxito, cuya posible eficiencia
técnica, en última instancia, se basa en la verdad del
conocimiento de las ciencias naturales, en el sentido de la
referencia al mundo de la relación sujeto-objeto;
(2) la dimensión de la corrección normativa del
actuar social, en el sentido de la referencia, al mundo, por
así decirlo, de la relación sujeto-cosujeto, cuya
legitimación racional, en última instancia, se basa en
la moral;
(3) la dimensión de la adecuada autopresentación en
el llamado actuar dramatúrgico cuyo criterio de racionalidad
reside, por una parte, en la veracidad y, por otra, en la
estéticamente relevante autenticidad de la
autoexpresión.
Para Habermas, las acciones comunicativas deben cumplir las
pretensiones de validez entabladas en la crítica discursiva.
El lenguaje contiene las especificaciones por medio de las cuales
podemos señalar el mundo particular al que se refieren dichas
pretensiones de validez y en forma correspondiente el tipo de
discurso que amerita la disputa de dicha pretensión. Esto nos
determina las dimensiones de la racionalidad.
La teoría de la acción comunicativa de Habermas
escoge una racionalidad comunicativa de la intersubjetividad sobre
una racionalidad subjetiva centrada en una conciencia individual. Las
pretensiones de validez de la racionalidad comunicativa de Habermas
estan relacionadas nnnnnnn con el logro de un acuerdo razonado, donde
las pretensiones de validez pueden ser rechazadas, criticadas y
defendidas. El método argumentativo, de dar razones en pro y
en contra, es fundamental para cualquier concepción de
racionalidad y la experiencia de alcanzar el entendimiento mutuo en
una discusión libre de coacción es la idea central de
la razón comunicativa de Habermas.
Habermas y Apel consideran que la racionaldiad práctica no
puede reducirse a una racionalidad medio-fin o teleológica (en
general vamos a llamarla estratégica). Tanto para Apel como
para Habermas la razón debe pasar, pues, de su inicial
definición monológica a una formulación
finalmente dialógica, considerando el discurso de los
hablantes.
1.4 La Constelación Racional
Este recorrido por las diferentes concepciones de racionalidad ha
tenido la finalidad, además de darnos una panorámica
general de sus variados sentidos, remarcar la dificultad de
circunscribir la noción de racionalidad a una horma
única y dogmática, con pretensiones absolutistas, sin
destruir en el intento la posibilidad de un concepto de racionalidad
más amplio y complejo, capaz de intentar una
aproximación más modesta y por lo tanto más
realista y fructífera a la estructura compleja que conforma la
racionalidad humana.
¿Cómo podemos estructurar o complementar todas estas
concepciones de racionalidad? ¿En qué forma todos estos
conceptos de racionalidad, o todas estas racionalidades, interactuan
y se relacionan entre sí?
Por ejemplo, Mario Bunge considera siete conceptos de
racionalidad: sistémicamente relacionadas por medio de una
relación de presuposición que ordena parcialmente (²)
los siete tipos de racionalidad
1) conceptual: minimizar la borrosidad (vaguedad o
imprecisión);
2) lógica: bregar por la coherencia (evitar la
contradicción);
3) metodológica: cuestionar (dudar y criticar) y justificar
(exigir demostración o datos, favorables o desfavorables);
4) gnoseológica: valorar el apoyo empírico y evitar
conjeturas incompatibles con el grueso del conocimiento
científico y tecnológico;
5) ontológica: adoptar una concepción del mundo
coherente y compatible con el grueso de la ciencia y de la
tecnología del día;
6) evaluativa: bregar por metas que, además de ser
alcanzables, vale la pena alcanzar;
7) práctica: adoptar medios que puedan ayudar a alcanzar
las metas propuestas.(Bunge, 1985, p. 14)
Estos siete tipos de racionalidad no son independientes entre
sí, sino que están sistémicamente relacionadas
por medio de una relación de presuposición que ordena
parcialmente ( ² ) estos siete conceptos de racionalidad en el orden
que están enumerados, es decir:
1) ² 2) ² 3) ² 4) ² 5) ² 6) ² 7)
La racionalidad lógica presupone la concepual, la
metodológica presupone la lógica, la
gnoseólogica la metodológica y así sucesivamente
hasta llegar a la racionalidad práctica que presupone a todas
las demás.
En general, podemos considerar que los cinco primeros tipos de
racionalidad constituyen el concepto más general de
racionalidad teórica, y los dos últimos el de
racionalidad práctica. Esta conclusión tiene
importancia práctica, por enseñarnos que la
racionalidad práctica (compuesta por los dos últimos
miembros de nuestra lista) presupone la racionalidad teórica
(constituida por las cinco primeras) (Bunge, 1985: 17). El modelo que
nos presenta Bunge corresponde, estructuralmente, a un conjunto
parcialmente ordenado, con un primer elemento: la racionalidad
conceptual, y un último elemento que contiene a todos los
demás: la racionalidad práctica. Este es uno de los
sistemás conceptuales más simples.y por lo cual
podríamos llamarlo modelo unidimensional de la racionalidad.
Para Habermas, por su parte, la racionalidad comunicativa es un
plexo de pretensiones de validez: Voy a defender la tesis de que hay
a lo menos cuatro clases de pretensiones de validez, que son
cooriginarias, y que esas cuatro clases, a saber: inteligibilidad,
verdad, rectitud y veracidad, constituyen un plexo al que podemos
llamar racionalidad (Habermas, 1989b: 121).
Habermas parte del hecho de que tanto a nivel de las acciones
extralingüísticas y sus referencias al mundo, como a
nivel de los actos lingüísticos, hay que suponer tres
dimensiones de la racionalidad y de la posible racionalización
que pueden ser distinguidas ideal-típicamente:
(1) la dimensión de la racionalidad medio-fin, del actuar
orientado hacia el éxito, cuya posible eficiencia
técnica, en última instancia, se basa en la verdad del
conocimiento de las ciencias naturales, en el sentido de la
referencia al mundo de la relación sujeto-objeto;
(2) la dimensión de la racionalidad normativa, la
corrección normativa del actuar social, en el sentido de la
referencia, al mundo, por así decirlo, de la relación
sujeto-cosujeto, cuya legitimación racional, en última
instancia, se basa en la moral;
(3) la dimensión la racionalidad dramatúrgica, de la
adecuada autopresentación en el llamado actuar
dramatúrgico cuyo criterio de racionalidad reside, por una
parte, en la veracidad y, por otra, en la estéticamente
relevante autenticidad de la autoexpresión.
Todas estas racionalidades son coordinadas y relacionadas, en
cierta forma, por la racionalidad comunicativa: Por eso pienso que el
concepto de racionalidad comunicativa, que hace referencia a una
conexión sistémica, hasta hoy todavía no
aclarada, de pretensiones universales de validez, tiene que ser
adecuadamente desarrollado por medio de una teoría de la
argumentación" (Habermas, 1989: 36)
Para Rescher (1988) la racionalidad es el tejido resultante de una
trama formada por tres hilos: la creencia racional, la
evaluación, y la acción. Rescher se basa para el hilado
de estos parámetros en la tradición kantiana, ya que
estos tres hilos representan los tres contextos de la elección
como dominios de la deliberación racional (p. 3):
1.-Racionalidad Cognitiva: Responde a la pregunta ¿Qué
creer o aceptar? y está constituido por las creencias.
2.-Racionalidad Práctica: Responde a la pregunta
¿Qué hacer o realizar? y está constituido por las
acciones.
3.-Racionalidad Evaluativa: Responde a la pregunta
¿Qué preferir o valorar? y está constituido por
las evaluaciones y preferencias.
Todas las aplicaciones o usos de la palabra "racional", en general
pueden reducirse a estas tres categorías, considerando los
demás usos como derivativos de estos.
Para Rescher, la razón es una unidad orgánica, un
todo indivisible. El tramado de la racionalidad no tiene costuras,
los hilos racionales: el cognitivo, el práctico y el
evaluativo, están fina e inseparablemente entretejidos. La
racionalidad consiste en la búsqueda inteligente de fines
apropiados. Aquí, 'inteligencia' indica conocimiento,
'búsqueda' indica acción, y 'fines apropiados'
presupone una evaluación. Todos los sectores de la
razón deben ser invocados y coordinados en cualquier
fórmula que trate de caracterizar adecuadamente la naturaleza
global de la racionalidad (p. 126).
1.-La racionalidad práctica requiere tanto de la
racionalidad cognitiva como de la racionalidad evaluativa. El
razonamiento práctico acerca de acciones particulares requiere
tanto de consideraciones cognitivas así como evaluativas. La
racionalidad práctica requiere de la racionalidad cognitiva,
ya que la acción racional es un asunto de hacer aquello para
lo cual creemos tener buenas razones, efectivas en base a la
información disponible. Si no tenemos idea de cómo
funcionan las cosas en el mundo, somos impotentes para actuar
inteligentemente en la búsqueda efectiva de nuestros fines (p.
121). Lo mismo sucede en el contexto de los valores. Si nuestras
decisiones prácticas están dirigidas a fines
inapropiados, entonces no estamos manejando apropiadamente nuestro
razonamiento práctico.
2.-La razón cognitiva posee tanto dimensiones
prácticas como evaluativas. La racionalidad cognitiva requiere
de la racionalidad práctica: porque la creencia racional
acerca de este mundo sólo puede emerger a partir de una
metodología efectiva de investigación &emdash;desde un
proceso apropiado para recoger la información. También
la investigación es una actividad, que propiamente conducida,
debe ser gobernada por las reglas básicas de la racionalidad
práctica (p. 121-2).
También la razón cognitiva requiere de la
razón práctica en otro aspecto crucial: si la
experiencia no puede validar nuestra información factual
acerca del mundo, entonces nada puede (p. 122).
Aceptar una tesis es hacer algo &emdash;aun la acción
mental es en sí misma una clase de acción, y la
formación de creencias una clase de praxis (p. 124).
La razón cognitiva también requiere del contexto
evaluativo: cuando poseemos ciertos hechos a nuestra
disposición se puede, desde luego, proceder a derivar otros a
partir de ellos por medio de la inferencia lógica (p. 125)
La aceptación de los hechos debe ser guiada por un proceso
evaluativo.
3.-La razón evaluativa posee dimensiones prácticas y
cognitivas.
Sólo sobre la base de hechos podemos implementar nuestros
valores. En la ausencia de información factual, la
generalización de nuestros valores no es más que una
abstracción sin contenido (p. 126).
Además la racionalidad evaluativa requiere de la
racionalidad práctica, ya que toda evaluación require
superar prácticamente la diferencia entre la evidencia
subjetiva y las conclusiones objetivas.
El modelo de inteacción de las diferentes racionalidades
presentado por Rescher, asemeja un tramado, una mezcla, donde cada
una de las diferentes racionalidades presupone a las otras dos. A
este modelo podríamos llamarlo modelo multidimensional de la
racionalidad, ya que toda creencia o acción racional participa
de las tres dimensiones de racionalidad: cognitiva, práctica y
evaluativa. Rescher llama a esta concepción la "Unidad
Sistémica de la Razón".
No ganamos nada con buscar una completa y absoluta unidad
racional, ideal y nunca alcanzable; debemos hacer lo mejor posible
con lo mejor que tengamos a nuestro alcance, esta modestia
epistemológica de ninguna forma nos transforma en seres no
racionales, todo lo contrario, esto nos sugiere que el riesgo, la
pluralidad y la incompletitud siempre serán parte fundamental
de toda empresa humana.
Hemos observado en el desarrollo de este capítulo ciertas
características comunes relacionadas de diversas formas con la
noción de racionalidad. Hablamos principalmente de creencias,
opiniones, juicios, evaluaciones, acciones y preferencias que se
calificaban como racionales cuando estaban sustentadas por razones,
además hablamos de individuos y colectivos que se comportaban
como agentes racionales cuando sustentaban sus creencias, acciones,
evaluaciones, etc., en razones. Al hablar de estos términos
observamos ciertas formas más o menos parecidas de diferenciar
y clasificar los dominios de aplicación del término
racionalidad, un domino teórico que se refería a
creencias, opiniones, juicios y valores y otro práctico, de
acciones y conductas. Dos usos principales, uno normativo, como
guía de nuestras acciones y valores y otro positivo o
cognitivo, como descripción, explicación y
predicción de nuestras creencias y acciones. Además de
dos connotaciones básicas del concepto de racionalidad, una
formal o instrumental y otra sustantiva. Estas clasificaciones y
categorías nos sugieren una primera forma de agrupar los
diferentes dimensiones o sistemas de nuestra constelación o
modelo multidimensional. Como primer paso podemos recurrir a la
tradición filosófica y hacer uso de los tres contextos
básicos de la epistemología kantiana, como dominios o
esferas iniciales de aplicación de este modelo de
racionalidad. Así tenemos el contexto cognitivo, que trata de
responder la pregunta ¿Qué puedo creer o aceptar?, el
cual esta representado por nuestras creencias; el práctico que
trata de responder la pregunta ¿Qué debo hacer? y que
está formado por las acciones; y el evaluativo que responde a
la pregunta ¿Qué debo valorar o preferir? formado por
valores y preferencias. De esta forma, obtenemos tres coordenadas
sobre las cuales podemos dimensionar el concepto de racionalidad,
tres hilos que traman el tejido de la racionalidad El dominio cuyos
objetos de deliberación son las creencias, lo llamaremos
racionalidad cognitiva, al dominio de las acciones, lo llamaremos
racionalidad práctica, y por último, el dominio de los
fines y valores que conforman la racionalidad evaluativa.
Podemos llamar a este modelo de racionalidad, modelo
multidimensional de racionalidad, aunque también
podríamos llamarlo modelo sistémico de racionalidad, y
de esta forma hacer más explícita la vaguedad o
concepción abierta de nuestro modelo, ya que, siempre existe
un punto de vista desde el cual cualquier cosa puede ser considerada
un sistema. Pero lo que en realidad queremos destacar con este modelo
es el hecho de considerar la racionalidad como el tramado o la
constelación de diferentes sistemas, dimensiones o
teorías. En este sentido vamos a concebir la racionalidad como
la siempre inacabada resultante de la interacción de
diferentes nociones de racionalidad o de múltiples
racionalidades. Así enfatizamos la idea principal que hemos
querido destacar con la discusión de este capítulo, es
decir, que la racionalidad no puede ser completamente descrita,
entendida o explicada, por medio de un solo modelo, teoría o
metáfora.
En vez de una unidad sistémica vamos a optar por una mezcla
o constelación. A pesar de que consideramos el enfoque
sistémico quizás como el mejor intento para estudiar
nociones tan complejas como la racionalidad, siempre corremos el
peligro de ser atrapados en su misma complejidad, es decir, el
sistema se va haciendo tan complejo, sistemas de sistemas,
metasistemas, que perdemos el rumbo original de nuestro discurso
dentro del laberinto sistémico de la complejidad. Por otro
lado, aún más peligroso, es el tipo de infalibilidad
que adquieren las teorías que se escudan en la complejidad. La
complejidad crea tal confusión teórica que la hace
impenetrable a la crítica. También una
pretensión de unidad sistémica nos hace caer en la
tentación de crear jerarquías y bases fundacionales con
el fin de reducir y unificar bajo un mismo común denominador
una multiplicidad de teorías. Por lo tanto vamos a optar por
un modelo amplio y con el menor número de restricciones que
podamos mantener sin perder un sentido mínimo de racionalidad.
Este modelo pretendido quizás sea mejor definido por el
término de "constelación", tal como ha sido usada por
Benjamin-Adorno-Bernstein, como una yuxtaposición más
bien que un conglomerado integrado de elementos cambiantes que
resisten la reducción a un común denominador,
corazón esencial, o primer principio generativo. (Bernstein,
1991: 201)