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De la ciencia considerada como una de las bellas artes: Cronopaisaje

por Pedro Jorge Romero

La reedición de una obra magistral es siempre motivo de alegría. Ahora que nuevos lectores pueden disfutar con facilidad de esta novela, quizás sea interesante, bajo este pretensioso título, reflexionar sobre lo que esta obra contiene y sobre lo que en torno a ella podría decirse.
Cronopaisaje se abre en la primavera de 1998. La escena no podría ser más cotidiana: una familia toma el desayuno. El padre está nerviosos, se ve que tiene una reunión importante ese día. Pero desde ese mismo momento hay un hecho curioso: el padre —el científico Renfrew— se siente a veces un extraño en su propia cocina. Siempre he pensado que ese es uno de los aspectos centrales de la novela, uno de esos detalles que ayudan a configurar aquello sobre lo que una obra literaria quiere hablar. Porque Cronopaisaje es en cierta forma una novela sobre la comunicación o sobre la imposibilidad de la comunicación. Esa extrañeza que siente Renfrew es la misma que sienten todos los demás personajes al enfrentarse a otras formas de ver la vida.
A medida que avanza el capítulo vamos descubriendo más sobre el personaje. Toma su bicicleta y se dirige al laboratorio para continuar un experimento. Aparece entonces Peterson, un burócrata que debe evaluar la naturaleza del mismo;
un golpe de suerte, porque así el lector tiene la oportunidad de ser informado. Resulta que el mundo del futuro está inmerso en un desastre ecológico de escala planetaria y Renfrew pretende enviar un mensaje al pasado —utilizando taquiones, quiméricas partículas que de existir viajarían a velocidades superiores a la de la luz— para advertir de los efectos del desastres ecológicos.
La acción de la novela cambian entonces rápidamente. El capítulo tres se sitúa en el otoño de 1963 en California (curioso el cambio de estaciones entre las dos líneas temporales del libro). Otro físico —Gordon— sale de su casa, sube al coche y se dirige al laboratorio. Es curioso ver lo mucho que se parecen Gordon y Renfrew. Ambos están obsesionados por sendos experimentos. Renfrew intenta enviar un mensaje al pasado, y Gordon ha construido, sin saberlo, un receptor para esos mensajes. Ambos nada más entrar en el laboratorio sienten antipatía por alguien: Renfrew detesta casi autormáticamente a Peterson, al que identifica con un miembro de la clase superior, y Gordon se da cuenta de que no puede soportar a Cooper, el estudiante graduado con el que trabaja. Ambos se sienten fuera de su mundo: Renfrew se siente desplazado en su propia cocina mientras que Gordon es un judio de Nueva York que se siente extraño en California. Ambos tienen relaciones con mujeres muy distintas a ellos. Marjorie, la esposa de Renfrew, es una humanista que intenta mantener una comedia de orden doméstico en un mundo que se desmorona, mientras que Penny —la novia de Gordon— es una sana chica estudiante de literatura sin complejos muy poco interesada en la ciencia. Prácticamente toda la novela es un intento de ver como estos dos personajes en circunstancias muy distintas resuelven sus problemas y tratan estas situaciones. A lo largo del libro seguimos a cada uno, en su correspondiente línea temporal, mientras se desarrolla el experimento.
De hecho, el experimento que se realiza en la novela es un intento de comunicación entre dos universos: el mundo de 1998 intenta hablar al mundo de 1962. Pero esta posible comunicación debe tener en cuenta una insoslayable paradojas. Si el experimento tiene exito y el desequilibrio ecológico no se produce no habrá necesidad de enviar el mensaje, y por tanto, no se habrá enviado por lo que se producirá el desastre ecológico. El problema toca algunos aspectos fundamentales y filosóficos de la física —como sería la interpretación de los muchos mundos de la mecánica cuántica—, pero lo interesante de la novela es que acerca estas consideraciones a la dimensión humana. El resultado del experimento podría alterar la vida de todos los habitantes del planeta. Por esa razón, la vida intima de los personajes está relacionada con el experimentos en sí, y lo que sucede a los personajes no es sino a escala humana lo mismo que le sucede al universo.
La física no sabe porque existe el presente pero si sabe que es lo único que podemos experimentar (el pasado ya fue mientras que el futuro está por venir). Intentar enviar un mensaje al pasado es suponer que presente y futuro son entidades que existen
en una especie de cronopaisaje, la imagen de un tiempo estático que se extiende del remoto pasado al inconcebible futuro. De esa forma, la vida humana en el presente es una negación de esa realidad, es luchar contra algo mucho mayor que nosotros. Así, todos los personajes de Cronopaisaje deben lidiar con cosa mayores que ellos, deben comunicarse entre ellos y tratar de llegar a una imagen del mundo tal y como es.
Algunos fracasan y otros tienen éxito. Renfrew consigue finalmente entender que el experimento no es lo más importante de su vida, que el sistema de referencia de la razón puede equivocarse, que el estante puede estar realmente torcido y la pared recta. Cuando ya ha transmitido todos los mensajes de advertencia no puede evitar contar algo de su vida y de su mundo para luego volver a su casa. Gregory Markham —el físico que mejor entiende los taquiones y el alter ego de Gregory Benford en la novela— poco antes de morir consigue alcanzar lo que más desea: la comprensión. Peterson y Gordon, sin embargo, se encierran aun más en sus respectivos mundos. Gordon acepta finalmente el punto de vista de su madre y se resigna a no intentar cambiar más. Cada personaje tiene un universo personal donde habita, y la comunicación entre ellos es como los intentos de comunicación entre 1998 y 1963: una empresa con éxitos y fracasos pero inevitable.
Hay muchos otros elementos en esta novela que la hacen interesante, y por mucho que escriba no podría agotarlos todos. Pero un aspecto que me atrae es el retrato que hace de la vida de los científicos. Es común a la ciencia ficción mostrar a los científicos como seres sin emociones dedicados a investigar sobre todas la cosas, no así en esta novela. El retrato de los científicos y de la labor científica en Cronopaisaje es bastante más realista y como tal, bastante más complejo (¿o quizás sea más complicado?). Por ejemplo, los científicos de 1998 están dedicados por entero a intentar salvar el mundo, mientras que el burócrata que los dirige sólo está interesado en conseguir el mayor número posible de mujeres. Otro cuarto de lo mismo sucede en 1962, donde el joven científico que detecta la emisión de taquiones debe enfrentarse a los burócratas científicos para que se le tome en serio. Lejos de ser un juego lineal donde yo descubro y tu aceptas, la ciencia es en ocasiones un complicado juego político.
Un detalle que Benford consigue transmitir con fuerza es la pasión de la realización científica, la experiencia casi religiosa que se tiene cuando se resuelve un problema. Gregory Markham muere en un accidente de aviación, pero casi no se da cuenta porque justo en ese momento había conseguido explicar la existencia de varios universos. Ese momento de felicidad, ese ensimismamiento en la obra es lo que tienen en común los artistas y los científicos. No es cierto que los científicos no sean capaz de apreciar la belleza artística y las emociones. Eso es lo que Renfrew comprende finalmente.
Lo que nos lleva a otras consideraciones: la importancia de la novela como obra de arte. En el original, Cronopaisaje es una obra magníficamente escrita; posiblemente una de las novelas mejor escritas de toda la ciencia ficción (algo que por desgracia el lector español no podrá apreciar en todo su esplendor), pero a la vez es una novela sobre la realidad del mundo científico. Pero la imagen usual es que tal cosa debe ser imposible. En el cosmos de la ciencia ficción parece que las buenas obras literarias no deben hablar de ciencia mientras que las obras conscientes de la ciencia no deben aspirar a la literatura.
Nunca he dudado de la veracidad de la hipótesis de C. P. Snow —que el lector interesado podrá encontrar en el libro Las dos culturas y un segundo enfoque — que habla de la existencia de dos culturas contrapuesta: la científica y la humanista, que se miran algo recelosas y desconfiando una de la otra, y que la existencia de esas dos culturas pone en peligro la salud intelectual de Occidente. Pero también doy por seguro que si bien esas dos culturas existen, el fiel de la balanza se inclina más hacia el lado de los humanista. Es decir: a lo largo de mi vida he conocido a más científicos interesados en las humanidades que a humanistas interesados en la ciencia (si una experiencia personal puede tener algún valor). De hecho, no es raro encontrar a algún intelectual que desprecia cualquier tipo de actividad científico-técnica. Nunca entendí por tanto como Huxley podía acusar a Snow de "blando cientifismo" , cuando sus propias experiencias le debían haber indicado todo lo contrario.
Pero si necesitase pruebas en esta lucha, me alegra saber que tengo al menos una novela de ciencia ficción para esgrimir. Si la ciencia y la literatura han estado alguna vez juntas, quizás nunca lo hayan estado tanto como en Cronopaisaje, de Gregory Benford. Si embargo, es una novela que encuentra en ocasiones fuerte oposición . Déjenme proponer una razón. Si Susan Sontag puede decir que la literatura pornográfica ha sido mal leída , yo me atrevería a afirmar, sin intentar compararme a tal excelsa dama, que Cronopaisaje ha sido mal leída. Si se la lee como novela de personajes es interesante; los caracteres son perfectamente humanos y han sido creados muy bien, pero no muestran ninguna tendencia a contarles sus penas directamente al lector ni a construir grandes visiones de la realidad dentro de sus cabezas. Como una novela de ciencia ficción dura no es nada del otro mundo: no tiene grandes construcciones, la trama no implica —directamente— la destrucción del universo y la ciencia es en realidad bastante básica pero con muchas implicaciones de interpretación de algunos problemas científicos , por no hablar de todas las líneas argumentales que incluyen exclusivamente a los personajes y no a las ideas. No, no, hay que leer ambas cosas a la vez. Hay que leer una novela de personas enfrentadas a un universo vasto y extraño, donde algunas se salvan de desastres ecológicos —sin saberlo— y otras no podrán jamás ser salvadas. Hay que leer una novela sobre científicos que no son héroes, sino grises y humanos, pero aun así tratan de entender el mundo, pero ese mundo sólo tiene sentido desde un punto de vista científico. Ese cuadro de un mundo mayor que cualquier ser humanos y que ningún ser humano podrá dominar aparece en este párrafo de la novela:

Vio a la multitud, y pensó en las olas que se movían a través de ella, rompiéndose en una blanca espuma que la tragaba completamente. Las pequeñas figuras captaban débilmente los bordes de las olas como paradojas, enigmas, y oían el tictaquear del tiempo sin saber lo que sentían, y se aferraban a sus ilusiones lineales de pasado y futuro, de progresión, desde la apertura de sus nacimientos hasta la inevitabilidad de sus muertes. (Cronopaisaje p. 496)

Benford lo que ha hecho es símplemente cumplir su programa. En "Pascal's Terror" pedía que la ciencia ficción mostrase realmente la grandeza del universo en lugar de aspirar a domesticarlo:

Así que lo que más me interesa es ciencia ficción que no subvierta el infinito. Como lo alienígena, el infinito es un tema que es mejor ir sugiriendo. Debe plantearse indirectamente, dejando en la narración la idea de la no centralidad de los mismos seres humanos, la esperanza de que el espacio y el tiempo ilimitados prometen más que nuestros intentos condenados al fracaso de apresarlos y domesticarlos. ("Pascal's Terror", p. 20)

Pero hay una paradoja, porque la ciencia y la visión del mundo que esta dá son construcciones humanas. Ese mundo vasto e inefable no puede ser separado de sus creadores humanos. Por esa razón Cronopaisaje está escrita como está escrita: con mucha ciencia y con muchas personas.
¿Y por qué —en mi opinión— ha sido mal leída? Creo tener una respuesta: la ciencia no se considera como una actividad humana digna de ser convertida en arte (a veces ni se la considera una actividad humana). Se considera que la violación, el asesinato, la lujuria, el sexo, la destrucción, la muerte son materias más apropiadas para escribir una novela, o cualquier otra obra literaria , que la ciencia o la imaginación científica. Si una novela trata sobre la ciencia es probable que se la considere automáticamente —en nuestro género— como Hard SF y por definición no artística. Pero de hecho, incluso una novela de ciencia ficción dura como Huevo del dragón de Robert L. Forward —que nadie pondría como ejemplo de buena escritura— crea sus propios efectos literarios, muy diferentes a los de una novela que no fuese de ciencia ficción dura . Lo que hace Huevo de dragón es introducir al lector en una realidad que existe en la superficie de una estrella de neutrones, y tal realidad se presenta como posible (a este efecto lo llama John J. Pierce cognitive engagement). Crea un mundo que tiene sentido e interes por la posibilidad de su existencia real, no es función de la carga simbólica o metafórica que lleve, y donde suceden cosas que nos importan realmente. Y ese también es uno de los triunfos de Cronopaisaje: presentarnos un mundo posible (y debería recalcar la palabra posible) donde el significado de la vida humana queda radicalmente alterado.
Cronopaisaje es por tanto una novela que vive a caballo de dos mundos de la ciencia ficción, sin que, en general, ninguno quiera aceptarla o sepa aceptarla por completo . Pero es una de esas pocas obras maestras que ha dado la ciencia ficción, tanto como por ficción como por ciencia.

Otros enlaces
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