UNA CALLE PARA ROSA

El año 98 fue un escenario absorto en las conmemoraciones. Una cifra redonda que refugiaba los centenarios de nacimientos, defunciones, publicación de obras imperecederas, hundimiento de flotas y derrotas imperiales, ceñudas generaciones de intelectuales afligidos por la decadencia de occidente. A su lado, este año nuestro que tartamudea en su última cifra, como si le diera miedo abandonar el siglo, es una cosecha algo mustia, un prudente susurro del recuerdo frente a la megafonía de la memoria heroica del 98. )A cuánto se cotizan Balzac o Hemingway en la bolsa arbitraria de los valores estéticos? )Cuántas Eugenias Grandet habrán de ponerse en el platillo para equilibrar a Alice Liddell en el ambiguo paraíso de Lewis Carroll? )Qué cantidad de marineros viejos pescando en una soledad desesperada podrá competir con el aullido esperanzador del Manifiesto Comunista? )Cuántas velas serbias y kosovares pondremos en el pastel de cumpleaños de la OTAN, después de los cirios pascuales que hundimos en las migajas de nuestra flota sumergida en el Caribe?

En Alemania, en esa Alemania ejemplar, rojiverde y reunificada, esa Alemania que se protege bajo la alargada sombra del Bundesbank y la fortaleza de un idioma casi inexpugnable, se celebrarán los festejos del 250 aniversario del nacimiento de Goethe en la ciudad de Weimar. Justamente, en el año que también conmemorará el 80 aniversario de aquella república que falleció a manos del cáncer intratable del nazismo, y que quiso aprobar su Constitución en la ciudad del maestro, a salvo de un Berlín extenuado por la revolución y la contrarrevolución, de un Berlín emparedado entre el clavel de los espartaquistas y la espada de los Freikorps.

No es muy probable que los actuales gobernantes de la República Federal se acuerden de Rosa Luxemburg, la víctima más evidente del sonido y la furia de los fascistas berlineses y de la penosa desorientación de un ministro del interior socialdemócrata, en enero de 1919. Ni siquiera la recordarán los Verdes, esos canosos trajeados que miran hacia atrás con la ira de quienes se avergüenzan más de su juventud que de su envejecimiento. Rosa era judía, polaca, marxista y mujer: cuatro factores que debían hacerla especialmente odiosa para los conservadores alemanes de la primera gran posguerra. Era un microscopio revelador de la carne transgénica de las burocracias: una cualidad que los vigilantes de la memoria selectiva de la izquierda institucional ha convertido en defecto y en silencio. A Rosa Luxemburg la canceló una muerte prematura y violenta, ordenada desde la penumbra de la mala conciencia de sus ex-compañeros de partido. Y la silencia este olvido disfrazado de anestesia para sufrir sin dolor la amputación de la memoria.

Ninguna calle de Barcelona lleva el nombre de esta mujer. Tal vez nuestros actuales candidatos a la alcaldía podrían proponerlo en su programa. )O no lo merece quien dijo: "Hay que cambiar el mundo, pero cualquier lágrima derramada cuando podía haber sido enjugada es una acusación." ? Y lo expresó en tiempos difíciles para la ternura y la compasión. Esas virtudes sin las que un revolucionario puede convertirse en un simple verdugo.

Ferran Gallego

(Publicado en El Mundo)