Este texto corresponde a la introducción que los Jóvenes Comunistas del PSUC organizaron tras la muerte del poeta José Agustín Goytisolo. El acto, celebrado en el local central del PSUC-Viu en Barcelona, fue seguido por más de cien personas. Se leyeron poemas de Cernuda, Blas de Otero, Angela Figuera, Gabriel Celaya, Jaime Gil de Biedma y, naturalmente, del propio Goytisolo. A continuación, se escucharon algunos poemas en la versión cantada de Paco Ibáñez. Hemos acompañado el texto de uno de los poemas que se leyeron en el acto y, tal vez, el que más difusión ha tenido: "Palabras para Julia", a través de la versión musicada de Paco Ibáñez.
CON JOSE AGUSTIN Y CON OTROS
Cuando se produjo la muerte de José Agustín Goytisolo, consideré oportuno, en mi calidad de responsable de formación y cultura del PSUC-Viu, hacer un acto con los jóvenes comunistas. Un acto que no sólo se refiriera a la figura de Goytisolo, a su obra, a su compromiso estético y moral, sino que permitiera establecer un contacto colectivo con una serie de poetas que fueron importantes para nosotros, los mayores, y que tal vez lo sean también para los más jóvenes.
Es decir, se trataba de realizar un homenaje en el mejor de los sentidos que pueda aún tener el término, si es que es posible que la palabra homenaje disponga aún de algún sentido positivo, después de que por ella se haya entendido la procacidad exhibicionista de lisonjas y elogios siempre a los desaparecidos, que contrastan con el peso del silencio que rodeó su existencia. O, tal vez lo que más molesta, lo que más molestaría a quienes sufren el homenaje póstumo, sean las bendiciones otorgadas desde unas atalayas de poder literario que los ausentes homenajeados solían despreciar. Yo creo que aquí vamos a hacer algo menos pretencioso. Y, por consiguiente, más auténtico. Más sencillo, si por sencillez se entiende la simple lealtad del lector a su propia experiencia.
Antes de seguir, quiero señalar algo que me parece obvio, pero que tal vez convenga aclarar ahora mismo. No realizamos un acto oportunista. Ni podemos ni queremos cometer la bajeza moral y la estupidez estética de apropiarnos de unos autores. Para decirlo con mayor exactitud, lo que deseamos es delatar una apropiación previa. Dar fe, buena fe, de hasta qué punto sus palabras forman parte de nuestra peripecia personal.
Para los mayores, las conmemoraciones tienen el gusto algo amargo y solemne de los aniversarios, del paso del tiempo, como una de esas resacas con sabor a pérdida. Es algo inevitable. Porque algunos vamos a tener que recordar las urgencias de un tiempo y de una edad que ya no nos pertenece, o a los que ya no pertenecemos, no sé en qué terminos están puestas las cosas. Aunque actos como éste tengan la extraordinaria ventaja de poder expresarlo a quienes tienen ahora la edad con que nosotros recibimos una cierta forma de entender la literatura. Una cierta forma de entender la vida.
Buena parte de la poesía que hoy vamos a escuchar se ha llamado "poesía social". Y ha sido, es aún, una poesía denostada. Progresivas generaciones de autores, a veces incluso quienes habían escrito poemas "sociales" -y no de los mejores-, se dedicaron a rechazar esta poesía, a deformar su aliento, a teorizar su escasa calidad, creyendo que sólo se había justificado por las necesidades de una cultura panfletaria, poco exigente con los mecanismos de la construcción poética y demasiado proclive a sacrificar su rigor formal en los altares impíos de la demagogia.
Nunca he creído que fuera así. El compromiso del intelectual con el mundo que le rodea -o con las ganas de cambiarlo- viene de muy antiguo. La obra de Dickens, o la de Zola, o las descripciones que hace Flaubert de la revolución de 1848 en su portentosa Educación sentimental no sufren menoscabo estético al compararse con cierta novela de folletín amoroso. De la misma forma que la poesía directamente política nunca se justifica por ella misma. Sólo hace falta recordar los versos de José María Pemán en su deleznable Poema de la bestia y el ángel y compararlos con lo peor que hayan escrito Miguel Hernández o Rafael Alberti para entenderlo.
La obra literaria tiene siempre un valor por sí mismo. )Por qué, entonces, debe suponerse que la poesía llamada "social" o "industrial", como la llamó José Hierro refiriéndose al grupo de Barcelona de los cincuenta, tiene que ser, precisamente por los temas que aborda, mala? )Digamos que "poco poética"?
Cuando se habla de poesía social se está hablando de una poesía que expresa, de formas muy diversas, la conciencia cotidiana de vivir. Vivir es convivir y, por tanto, un hecho social. Comunicar un acto íntimo se convierte también en un suceso colectivo, porque la literatura es, al mismo tiempo, conocimiento y comunicación. Las palabras nos sirven para organizar nuestra relación con la realidad, para personalizarla. Conocemos en la medida en que nombramos. Pero, al nombrar en un idioma concreto, aceptamos también un código de comunicación que permite convertir un acto individual en una experiencia literaria y, en función de eso, compartible.
Cuando los autores de esta "poesía social" se burlaron de otros -por ejemplo, el propio Goytisolo en "Los celestiales"-, lo hicieron desde el desprecio por la poesía cortesana, por los artilugios poco honestos ya no con la sociedad, sino con el acto literario mismo. Se reían de los congeladores de la palabra, de los que la colocaban en los frigoríficos de los sonetos renacentistas o de los que construían un artificio deliberadamente incomprensible, para alejar aquella joya sin significado de las manos sucias de la inmensa mayoría.
La poesía social no tiene por qué ser necesariamente triste. El descubrimiento de que uno vive también a través de los demás, de que uno es, a fin de cuentas, el rastro que deja en los otros, puede tener una alegría de extraordinaria corpulencia, porque indica la multiplicación de las posibilidades individuales de ser feliz.
Aunque, claro está, lo que expresa esta poesía es el malestar de un mundo en donde se podría ser feliz, pero donde la mayoría no lo es, o no lo es la mayor parte del escaso tiempo que tenemos los humanos. Esta poesía expresa la molesta contradicción entre la belleza íntima de la vida y la crueldad, el abandono, la humillación en que la convierte quien organiza la sociedad. Por ello, la poesía es jubilosa en el descubrimiento de la vida, pero ácida con quienes la estropean, con quienes la envilecen, con quienes la ordenan de acuerdo con los intereses de unos cuantos y de acuerdo con la opresión de los más.
Esta poesía no es, por tanto, triste, sino insumisa. Y todo acto de insumisión implica una cierta carga de amargura, por los mismos motivos por los que exige lucidez. No es política, en el sentido de que aporte una alternativa programática de partido, sino social, humanista. Sus autores fueron, a veces, militantes de carnet, pero siempre prefirieron asumir el papel -con una curiosa mezcla de resignación y de entusiasmo- de compañeros de viaje, expresión que llegó a servirle de título a Gil de Biedma para uno de sus libros. Ellos se limitaron a contar ciertas evidencias, cuando lo "correcto" era silenciarlas, disfrazarlas bajo los sarpullidos retóricos del régimen. Y ese sentido común, o su contraste con el grotesco maquillaje del franquismo, los convirtió en enemigos del sistema. Más tarde, los dejó en una perpetua insatisfacción por los sueños incumplidos, por las ilusiones maltratadas. Y siguieron explicando lo que les ocurría, aunque el público fuera raleando, y la espesura de aquella fronda de antifranquistas fuera perdiendo densidad con el paso del tiempo, aunque el tiempo no sea el responsable.
La poesía social es, además, una poesía que expresa la intimidad. Siempre me ha sorprendido la capacidad de los críticos para distinguir entre poesía social y poesía íntima. Porque lo que se expresa, lo que se comunica, es siempre una intimidad: es decir, la forma personal, pero en este caso, transferible, de vivir. Y solamente vivimos las cosas de uno en uno. A veces, con mucha suerte y extraordinaria comprensión, de dos en dos. Luis Cernuda, maestro de la generación de los cincuenta, escribió Los placeres prohibidos en un tono y un momento que puede hacerse paralelo a El poeta en la calle de Alberti, a Viento del pueblo, de Hernández, a España en el corazón, de Neruda, a España, aparta de mí este cáliz, de Vallejo. )O es que la protesta de Cernuda por el insulto y la marginación del amor homosexual, por su degradación en labios del machismo estrecho, es menos social y menos rebelde que todo aquello que pudieran cantar estos reconocidos autores de la "poesía social" durante la guerra civil?
En fin, ahora estamos aquí, entre amigos, entre camaradas, entre compañeros de viaje, para pasar un buen rato leyendo poesía. Para eso sirve, a fin de cuentas. Para sufrirla y para disfrutarla, porque el contacto con la belleza implica siempre una cierta impresión de pérdida, de no captarlo todo, de que algo se nos escapa. Pero sobre todo, para disfrutarla. Porque eso pretendían los autores: construir algo hermoso, que nos alcanzara, que nos obligara a refrenar el paso y a meditar. Lo que deseaban, desde luego, era algo más obvio: que nos gustara, que nos diera placer, que nos salpicara con alguna parte de la experiencia que les exigió su escritura.
Y para disfrutarla en compañía. Aún estamos aquellos que venimos desde otra generación, y que escuchamos por primera vez los poemas de Otero, de Celaya, de Goytisolo, pero también de Góngora, de Quevedo, del Arcipreste de Hita, en la aspereza indignada y tierna de Paco Ibáñez. Paco Ibáñez fue importante porque nos permitió llegar con mayor facilidad no sólo a la lectura individual, sino a la audición colectiva. Pudimos cantarla juntos, en aquellos años triunfales, cargados de madrugones fríos de pintadas y octavillas, de asambleas que nos multiplicaban en multitudes de jóvenes airados, de manifestaciones que nos permitían pisar el asfalto con el aire impune de los seres libres, con el viento restallando en las pancartas y las grandes consignas repercutiendo en el aire. Durante la larga noche a través del franquismo, cuando hacíamos todos juntos la cuenta atrás de lo que le quedaba al dictador y a su régimen para ser sólo historia, para ser el peor lado de nuestra propia memoria. Cuando aullábamos el famoso A galopar, pero también cuando entonábamos las estremecedoras Palabras para Julia, demostrando ese equilibrio entre el grito de guerra y el grito de intimidad que posee la verdadera poesía, sea cual sea el apellido que quiera dársele.
La época de nosotros, los de entonces, la época de los que ya no somos los mismos, estuvo atestada de una indignación por el mundo que nos había tocado y de las esperanza por las obvias posibilidades de cambiarlo. Nuestra alegría de vivir se verificaba a través de nuestra impresión de que la revolución era no sólo necesaria, sino también posible. (Pero si todo el mundo lo decía! Nos lo decían nuestros compañeros de clase, antiguos radicales convertidos en funcionarios enmoquetados. Nos lo decían en los aquelarres revolucionarios los iracundos agitadores del cóctel Molotov, que ahora sólo agitan la aceituna aterida de las recepciones. Nos lo decían los vociferantes del Yankis, go home, que ahora babean ante el vuelo radiante de los misiles de la OTAN.
Y ahora, nos hemos quedado a solas, extrañados, estancados en nuestra insana fidelidad a las ideas de nuestra juventud. No porque no aceptemos envejecer, como nos dicen con sorna los amigos instalados en los pasillos del poder, sino porque no creemos que se envejezca mejor escupiendo sobre algo tan precioso y tan precario como la lealtad a nuestros cimientos, a nuestro afecto profundo por la especie humana y a nuestro rencor intransigente contra quienes causan su desdicha.
Pero están aquí los jóvenes, también. Y nuestra presencia mutua cancela el esfuerzo de separar esa continuidad entre dos generaciones, de romper una tradición, de separarnos en dos esferas de tiempo que hablen lenguajes distintos, incomprensibles. Estamos todos juntos, en estos pésimos tiempos para la lírica, demostrando el poder de las palabras, su victoria sobre la muerte concreta de los hombres y de las mujeres. Las palabras nos convocan a los jóvenes y a los mayores. No porque los de una edad más abundante les cedamos testigo alguno, sino porque la magia de la palabra viva nos permite compartir el mismo tiempo, el mismo espacio sentimental.
No venimos a hablar de Goytisolo, sino a leerlo. No venimos a mitificarlo, sino a gustar su poesía. Con la de otros, cuya materia mortal ya no está entre nosotros, pero que nos van a acompañar siempre, a nosotros y a los que sigan después de nosotros, con la eficacia de su voz. Venimos a indicar que la muerte siempre fracasa. Porque, como lo decía otra escritora "social", Wislawa Szymborska
No existe vida
que, aun por un instante,
no sea inmortal.
La muerte
siempre llega con ese instante de retraso.
En vano golpea con la aldaba
en la puerta invisible.
Lo ya vivido
no se lo puede llevar.
Junto a Goytisolo, traemos a sus compañeros de ese vagabundeo emotivo por la España del franquismo y el postfranquismo. A Jaime Gil de Biedma, muerto a manos de una enfermedad que, para mucha gente de orden, contiene el improperio moral, el signo de Caín sobre la frente. A Gabriel Celaya, al que una administración regida por tantos ex-jóvenes cantores de su poesía dejó morir en la indigencia. A Blas de Otero, de quien aún se dice que era un mal poeta, un cantor de circunstancias.
Cada uno de nosotros sabe lo que sintió al escuchar por vez primera Palabras para Julia. O cómo reconstruyó su propia peripecia sentimental en Pandémica y celeste, de Gil de Biedma, que creo que es uno de los más bellos poemas de amor escritos en la posguerra.
Detrás de cada poema está el hombre o la mujer que escribe. Y está el hombre y la mujer que lee. Es como una experiencia de amor, con su juego de seducción previa, con su apetencia profunda, con su penetración y con la impaciencia constante del recuerdo.
Pero lo importante es el poema. Como decía el propio Goytisolo:
Prefiero que recuerden algunos de mis versos
y que olviden mi nombre. Los poemas son mi orgullo.
Barcelona, 29 de marzo de 1999
Ferran Gallego
Secretaría de Formación, Debate
y Cultura del PSUC-Viu.
PALABRAS PARA JULIA
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante un muro ciego.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de un que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Un hombre solo una mujer
así tomados de uno en uno
son como polvo no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
(Nota: se ha respetado la decisión de J.A. Goytisolo de no poner puntuación a sus poemas, a partir del libro Bajo tolerancia (1973). Según lo indica la especialista Carme Riera, el uso exclusivo del punto y coma y del punto y aparte se debió que Goytisolo consideraba el empobrecimiento y artificialidad que puede provocar en este género literario la aplicación rigurosa del sistema de puntuación, que puede ser útil en el idioma escrito, pero poco adecuado para la vocación de lectura hablada de la poesía.)