LOS PELIGROS DE LA FALSA GLOBALIZACIÓN

 Juan Marchena F.

Universidad P. Olavide.

Sevilla

 La noticia de estos días es que la gran fiesta prevista para celebrar el triunfo de la globalización no va a tener lugar hoy; ni siquiera parece que se vaya a celebrar mañana. El caos bursátil y financiero ha puesto las cosas en su sitio. Como señalaba el pasado 18 de octubre Denis Jeambar desde las páginas del L=EXPRESS en París, los paraísos ideológicos, los destinos cómodos, son hoy una ilusión.

 Y ello después de una década posmodernista donde se nos ha querido convencer de que las cosas suceden porque sí; para unos bien y para otros mal; un devenir cuyas causas apenas conocemos y ante el que poco podemos hacer. En lo arbitrario, en lo inevitable, hemos sido insignificantes, por lo que entregarnos al dulce fatalismo de la pasividad, retirarnos al placer, y olvidarnos de quehaceres comunes que son perversos, inútiles e irrelevantes, han formado parte de nuestro ideario y nuestra cotidianidad como vivientes.

 El orden social y sus actores han aparecido como totalitarios y disfuncionales. El mercado y sus leyes han sido los protagonistas exclusivos de los acontecimientos. La contemporaneidad es la globalización, es decir, la mundialización; solo somos mercado; por tanto, inmersos en él, démonos por globalizados y sentémonos a esperar los resultados.

 La globalización nos aparece, nos presentan, como consecuencia imparable la evolución de la realidad socieconómica. Y, dicen, es una mundialización feliz; debemos darnos por satisfechos porque, al final del milenio, lejos de la guerra fría y de las tensiones bloquistas, amparados en un pensamiento único de aldea global, muerta la historia, inmersos en la comunicación universal, con un acceso formidable e impensable a la información mundial, crecemos cada vez más. Y las cifras, las macrocifras globales, así lo indican:

- En 20 años la renta per cápita mundial se ha triplicado.

-El PIB se ha multiplicado por 6, y todavía se duplicará en los próximos 25 años.

Pocos, en estos años aparentemente felices, nos hemos detenido a pensar que, en realidad, la globalización es la consecuencia de la interacción de la lógica tecnológica con la opción económica financiera -no productiva- de los grandes capitales internacionales. Una conjunción perseguida y obtenida por las grandes compañías transnacionales para llegar exactamente a donde se ha llegado: a crecer (ellas) extraordinariamente, a sumergirnos por entero a todos en el invento, a comprar el resultado como un logro irrenunciable de la humanidad, y a convencernos de que ese y no otro es el camino del progreso y del S.XXI.

 Sin embargo, en los últimos meses hemos asistido al desplome tan escandaloso como ruidoso, imparable e inocultable, de un sistema económico que se ha revelado como puramente cosmético, de andamiajes provisionales, de implantaciones e injertos industriales basados en el corto plazo y guiados por intereses exclusivamente financieros.

 Como indica el mismo Director General de la UNESCO en un recientísimo libro sobre los retos de la globalización, viene a demostrarse una vez más, después de casi veinte años de marchar en sentido opuesto, que sólo el desarrollo endógeno, bien enraizado, soportado por acuerdos transnacionales suficientes, y con una visión de futuro, teniendo en cuenta los esenciales aspectos sociales y culturales, puede resistir las turbulencias de una mundialización asimétrica; puede soportar los altísimos precios pagados por esta globalización miope que no ha podido ni sobrevivirse a así misma.

 Sin duda que el análisis de los resultados de la globalización, tal como se ha llevado a cabo, no ofrece sino datos calificables en el mejor de los casos como catastrofistas. En el nuevo orden mundial que se nos cae encima, frente a una pretendida globalización, es la polarización, en cambio, uno de los resultados más evidentes y terríficos.

 La crisis actual es el resultado de la muda de capitales especulativos desde países emergentes a países con mayor calidad, valga decir con mayor seguridad. En América Latina, la hegemonía del mercado ha roto y sigue rompiendo los lazos de solidaridad, y haciendo trizas el tejido social comunitario y familiar. En las nuevas democracias, por aquello de la seguridad, el derecho de propiedad se ha transformando en el único derecho.

El propio Amartya Sen, Premio Nobel de Economía de este a˝o, afirma que la economía ya no es lo que era, porque está dominada por los especuladores. El peso del capital financiero sobre el capital productivo, sobre la producción industrial, está completamente desbalanceado. La especulación es ahora uno de los principales rasgos que caracterizan la economía de mercado, concluye.

 Queda claro que el entorno económico, social y cultural de los pueblos es uno de los factores que más influyen en la desigualdad. El desarrollo económico no es crecimiento de la renta per cápita. El desarrollo es un proceso de expansión de la libertad humana. La falsedad de la globalización de la información, no tanto por su volumen sino por la calidad de la misma, por su sesgo, por la mediatización a la que está sujeta, la invalidan como logro a escala humana, y es menos aceptable por todos y para todos.

 Los efectos devastadores de esta falsa mundialización no dejan de ser mayúsculos y, además, no dejan de constituir una hipoteca que difícilmente podemos saldar. Frente a ese espectacular crecimiento del PIB mundial, no podemos dejar de tener en cuenta que el porcentaje que les corresponderá, a los países pobres no llegará al 0.31; que el 80% de ese PIB está en manos tan sólo del 20% de la población del planeta, o que 258 millonarios gozan de una renta anual superior a la renta conjunta del 45% de los habitantes del mundo.

 Si en 1970 los países pobres poseían el 4.9 % de la riqueza mundial, en 1998 tienen el 3.5%. Sobre una situación ya de por, sí terrible, injusta y desequilibrada, en estos años de globalizaci6n han perdido un 1.4% de la riqueza mundial. La globalización feliz, por tanto, lo ha sido sólo para unos pocos, y muy triste -tan triste como la muerte masiva de millones de personas- para muchos otros.

 El último informe del PNUD, de hace dos semanas, señala que en los años 90, 1000 millones de personas han sido condenadas a la miseria. En Brasil, por ejemplo, en esta década de recuperación financiera, que no económica, la mortalidad infantil ha pasado del 46 al 68 por mil, y el presupuesto federal para educación ha disminuido del 6 al 2.7 %.  

El aumento espectacular de la criminalidad, como salida económica y social para cada vez más amplios sectores de la población, ha extendido por todas las ciudades de América Latina un hálito de inhabitabilidad, hasta hacerlas, en opinión de un sector del vecindario perteneciente a las cada vez más minoritarias clases acomodadas, verdaderamente invivibles. Se han transformado en ghetos no ya los barrios marginales, sino los lugares de habitabilidad individual y común de estos sectores pudientes, cada vez más recluidos en su minoría y su autoexclusión. Han surgido nuevos actores y líderes sociales en el seno de los sectores populares urbanos, y en torno a ellos nuevos movimientos de difícil identificación con el reciente pasado político de América Latina; lo que conlleva desajustes y crea interrogantes de cara al futuro de estas sociedades que apenas son respondidos por la politología clásica latinoamericana.

 En países como Colombia, por ejemplo, donde se calcula que uno de cada cinco varones en edad activa vive de la violencia (bien en la guerrilla, en los paramilitares, en el ejército, en el narcotráfico, en las bandas urbanas, en la delincuencia organizada, en la policía o en la seguridad privada), no es de extra˝ar que, social y políticamente, el futuro de acciones concretas para atenuar y erradicar la violencia se muestre sumamente complejo y de difícil previsión.

 En general, las condiciones de desigualdad entre los países pobres y ricos no han hecho sino crecer espectacularmente en los últimos diez a5os de mundializaci6n económica. Según datos de la OMS, s6lo en 1997 seis millones de personas contrajeron SIDA. De ellos, más del 80 % vive en países en vías de desarrollo, y sólo el 10% tiene acceso a asistencia sanitaria.

 Según el último informe demográfico de Naciones Unidas, en países como Botsuana y Zimbabwe, una cuarta parte de la población está afectada por esta enfermedad. Y su progresión ha llevado a rebajar la esperanza de vida en 20 años en Africa Subsahariana. Ello ha afectado de tal manera a la población mundial que en el mismo informe, Naciones Unidas se ha visto forzada a revisar a la baja sus previsiones de crecimiento de la población mundial, para mediados del siglo que viene, en 500 millones de personas. Africa tiende a estabilizar su demografía por la peor de las razones: una tasa de mortalidad disparada y disparatada.

 De los 4.400 millones de personas que viven en los países en desarrollo, las tres quintas partes, el 60 %, carecen de asistencia sanitaria básica. En Africa al sur del Sahara, el 34 k de la población no alcanzará 40 años. En América Latina es aún el 15%.

 La falsa globalizaci6n ni siquiera ha servido para aumentar o equilibrar los consumos básicos. La proporción de consumo de pescado entre países ricos y países pobres es de 7 a 1; la de carne, de 11 a 1; la de energía de 17 a 1; la de teléfonos de 49 a 1; la de papel de 77 a 1. En resumen, 2000 millones de personas en el mundo no tienen acceso a los alimentos y servicios básicos. 1200 millones viven con menos de un dólar al día.

Y los efectos han sido, son y serán, especialmente devastadores con la población más carenciada; el sector económicamente más frágil: ni˝os y mujeres.

Según el PNUD, en cifras de su informe ya citado de hace menos de un mes ante la opinión pública internacional y que, en la información globalizada apenas si ha ocupado en total el espacio de un día del caso Lewinsky, en América Latina los niños y adolescentes suman la mitad de la población total; y la mitad de esa mitad vive en la miseria.

Cada año nacen en el mundo 90 millones de ni˝os, pero solo el 10% de ellos tiene la suerte de hacerlo en los países ricos.

El 30 % de los ni˝os menores de 5 años que vive en América Latina sufre malnutrición. Porque son doce millones los niños que mueren en el continente al año por causas evitables. La mitad, 6 millones, por desnutrición. Estamos hablando de cien ni˝os muertos por hora en América Latina hoy, sin huracán Mitch y sin que se organicen campañas urgentes en las televisiones, en los bancos en los clubes de fútbol. Cien niños muertos cada hora por enfermedades evitables o producto de la desnutrición.

Pero, además, hay cada vez más niños en la calle. Según UNICEF, en 1995 en América Latina había 8 millones de ni˝os abandonados- y en las Calles. Y más habrá. Porque niños son la mayoría de los pobres, pobres son la mayoría de los niños. Y de estos rehenes del sistema ellos son los que peor lo pasan, los más frágiles, los más inermes, los más desvalidos. Niños de la calle a quienes la sociedad exprime, vigila, castiga, finalmente mata, no sólo de hambre o enfermedad, sino físicamente, planificadamente, porque muchos de esos niños de la calle son vistos como peligro público, de conducta potencialmente antisocial. Según Human Rights Watch, entre 1993 y 1996, "escuadrones incontrolados mataron seis ni˝os por día en Colombia y cuatro por día en Brasil.

Niños que, sí trabajan, son esclavitos de la economía familiar, del gran sector informal de la economía globalizada, donde ocupan el escalón más bajo de la población activa al servicio del mercado mundial. Un escalón que empieza en los basurales de las grandes ciudades. 0 en la prostituci6n infantil: sólo en Brasil, medio millón de niñas venden su cuerpo en beneficio de los adultos que las explotan.

Según la Organización Mundial del Trabajo, la cuarta parte de los niños del mundo trabaja. Se trata de 250 millones de niños en edades comprendidas entre los 5 y los 14 años; y el 80 % de estos ni˝os, en el Tercer Mundo. Es así que puede deducirse que el problema del trabajo infantil no se resolverá hasta que los países pobres sean menos pobres. Y si la siguiente generación no está yendo hoy a la escuela, las perspectivas de futuro son muy malas.

Y sigue el informe: las mujeres son las peor alimentadas del mundo. Peor que los niños. El 66 1 en Asia; el 50 % en Africa; el 17 % en América Latina, sufren anemia por la deficiente alimentación. Y eso que las mujeres elaboran el 80 % de los alimentos básicos. Pero el 38 % de las mujeres adultas son analfabetas. Más de una de cada tres mujeres del planeta no tendrá posibilidades de incorporarse ni siquiera a la mundializaci6n informativa. Ni siquiera tendrá posibilidades de mejorar su estatus económico o social. En el mejor de los casos, intentará sobrevivir.

Por ir resumiendo esta sucesión catastrófica de cifras, la globalización de los flujos financieros, que durante los últimos diez años favoreció una evolución exuberante de los mercados latinoamericanos, se ha convertido ahora en una trampa mortal que compromete las perspectivas de crecimiento de sus economías. El rescate bancario de 1994 y 1995 exigió recursos de un 12 a un 15 % del PIB en México, de un 18 % en Venezuela, de más de un 25 % en Argentina.

Amartya Sen, ya citado, analiza con crudeza la sítuaci6n: la acumulación excesiva de riesgos en estas economías financieras especulativas tenderá inevitablemente a presentarse con mayor crudeza en mercados en formación como los latinoamericanos. Ciertamente, la eliminación de controles administrativos en favor de las leyes y principios del mercado, vendidos como dogma de modernidad y progreso, favoreció que un entorno de, desorden y corrupción, en muchos casos, se adueñara de la escena financiera. Muchos bancos se lanzaron a una agresiva política de acrecentar su cartera de créditos. La consecuencia fue, obviamente, que los mercados de crédito crecieron desmedidamente en casi todos los países de la región desde inicios de la década de los noventa. En México, por ejemplo, la expansi6n de los flujos crediticios casi decuplicó la del conjunto de la economía entre 1990 y 1993. En una situación como ésta no es de extrañar que los controles sobre la calidad de las carteras se relajaran, que se asumieran riesgos excesivos y absurdos, y que el sesgo hacia la financiación del consumo o de inversiones insensatas se hiciera más visible; que aumentara, en definitiva, la fragilidad financiera en la región. El fantasma de la crisis no podía tardar en presentarse.

Pero también hay argumentos para explicar lo terrífico de las cifras desde la acción de los países ricos en pro de su desarrollo y su inacción ante la catástrofe ajena.

Muchas veces se olvida en los foros internacionales, que vivir en condiciones dignas es un derecho humano. El PNUD afirma con rotundidad que la lucha contra la miseria debe ser el principal objetivo del desarrollo en estos países. Y que este objetivo está por encima de todos los demás, como mínimo para garantizar los mínimos derechos recogidos en las constituciones.

Los años de globalización también nos han enseñado que acabar con la pobreza -o crearla- es en nuestros días una cuestión de voluntad política. El hambre no se debe a la falta de productos alimenticios, sino al mal reparto de oportunidades.

De hecho, la producción de alimentos ha crecido en los últimos treinta años más que la población. Por eso la causa del hambre no es la falta de comida sino su injusto reparto y la pobreza. Lester Brown, del World Watch Institute de Washington, señala que el hambre hoy no es una plaga sino un arma. Las grandes potencias económicas y las multinacionales controlan el mercado alimentario y pueden jugar con precios y excedentes para manejar o doblegar a, los países pobres. Esos países dependen de quienes manejan las reservas de grano. En 1960 los países pobres importaban el 2% del consumo de cereales. Hoy llegan al 10%.

El hambre mata selectivamente: mujeres y niños primero. Luego, todos los demás.

No hay que engañarse: es posible acabar con la pobreza; porque es el resultado de cómo se organiza la distribución de bienes y oportunidades. El hambre es consecuencia de políticas económicas equivocadas, trazadas con mayor o menos maldad a escala regional, nacional o internacional. Hay que dejar menos asuntos en manos de las transnacionales y más en los que apuestan por la cooperación al desarrollo y la democracia. Es una afirmación del Nobel de economía de este año.

Pero este paisaje desolador es producto también y en buena medida del recorte de la ayuda humanitaria y de la cooperación al desarrollo que impone la competitividad en esta falsa mundializaci6n.

En 1997 los países del Tercer Mundo recibieron el 26% menos de ayudas publicas y privadas que en 1996. En 1996 los países de la OCDE redujeron al 0.22 de su PNB el volumen de la ayuda, que antes era del 0.33. Frente a la petición de Naciones Unidas de llegar al 0.7, Estados Unidos, que estaba en el 0.12, ha bajado al 0.08.

El PNUD advierte que las ayudas al desarrollo han caldo a mínimos históricos. Los países del G-7 sólo aportan el 0.19 %.

Ahora llega el huracán Mitch y el Primer Mundo lava caras y manos aprestándose al socorro humanitario. A los treinta mil muertos y desaparecidos en Centroamérica no los mató el viento y el agua. Los mató la miseria, la pobreza, el desinterés, la mala planificación, la falta de eficacia. Murieron por pobres. No le echemos tanta culpa a la naturaleza. Quizás a nuestra naturaleza humana que nos lleva a ser tan injustos como implacables, o a estar tan ciegos como para no vernos en el espejo.

Todas estas cifras de la catástrofe no sólo son terríficas en sus montos continentales. Si tomamos los datos de uno de los países donde la globalización y los procesos de integración regional se vendieron como la panacea del desarrollo, y un modelo seguramente a seguir por todos los demás, como es el caso de Brasil, las consecuencias de todo ello debe llevarnos a reflexionar sobre los logros de la mundialización.

En un país de 164 millones de habitantes, y manejando datos de 1998, casi uno de cada tres brasileños y brasileñas, el 28.7 de la población, se ve obligada a vivir con menos de un dólar diario. Durante la última campaña electoral, el presidente Fernando Henrique Cardoso ha repetido como lema de la misma: sí a la globalización pero no a la marginación. Dos conceptos antitéticos que, en Brasil y otras muchas regiones del planeta, la mundializaci6n ha concatenado. Cardoso incrementó los gastos sociales, pero si lo comparamos con el crecimiento del PIB, están estancados a nivel de 1994, y el presupuesto para educación disminuy6 un 20%.

Los excluidos en Brasil son actualmente 63.6 millones de los cuales hay 15 millones de pobres, 24 millones de desposeídos y 25 millones de miserables.

Brasil tiene 25 millones de miserables, es decir, 3 Suecias, más de media España o todo el Perú. Un nuevo concepto: miserables; ni siquiera excluidos, que eran hasta ahora el último escal6n social. Son 25 millones, que se encuentran en una categoría inferior: no tienen ninguna perspectiva de ascenso económico; son los excluidos de los excluidos.

En la región del Noreste, el 39 % de sus habitantes son miserables. En el estado de Ceará son el 47 %. En Sao Paulo, son el 12 % (2.6 millones). De estos 25 millones, el 83 % son analfabetos. No tienen ni tendrán: acceso a la tierra; acceso a la educación; acceso al mercado de trabajo y a una renta monetaria; ni acceso a los servicios sociales: salud, seguridad social y alojamiento.

En esta situación y como consecuencia de la crisis, el gobierno de Brasil anunció a fines de octubre un plan de ajuste por un total de 3.32 billones de pesetas (más de 20.000 millones de d6lares), en el trienio 1999-2001, para volver a atraer a los inversores internacionales y dar satisfacción al FMI a fin de conseguir nuevos créditos del mismo. Deben obtenerse reduciendo el gasto público, las inversiones de las empresas estatales (más desempleo), disminuyendo o eliminando pensiones, la seguridad social, y aumentando las cotizaciones sociales. Es de prever que la subida impositiva hará subir los precios, provocará recesión, y agrandará las ya abultadísimas desigualdades.

Mientras, los países y empresas del Primer Mundo, europeas y norteamericanas, apenas si se ven afectadas por esta atroz avalancha de números rojos. En la crisis ajena no han hecho sino crecer. Valgan las empresas españolas como ejemplo. Según una encuesta realizada por el diario EL PAIS, en el tercer trimestre de este año el 78% de las empresas ha aumentado sus ventas, y el 16,2 1 las ha mantenido. Y para 1999, el 76 015 piensa facturar más. Finanzas y Seguros son los que encabezan los aumentos de facturación (89,4%), seguido de construcción y servicios (88,9%). Las empresas más grandes son las que más esperan aumentar su facturación en el 99. En cuanto a los beneficios, el 71,9% señala que los aumentó, el 18.4 que los mantuvo y sólo el 9.71 que los vio disminuir. Su previsión para 1999 es la que sigue: aumento el 82.9 %, mantenimíento el 11.6, y baja el 5.5 %.

En Estados Unidos, del mismo modo, la economía se ha revitalizado en el último trimestre y ha crecido el 3.3 %. Su tasa de inflación ha sido la mas baja de los últimos 35 años. Como se observa ni siquiera las crisis son globales.

Frente a estos descalabros inocultables ya para la mayoría de la población mundial, cifras que vuelven verdaderamente obsceno el panorama económico y social, destronando a la mundialización como objetivo universal, se hace necesario la búsqueda y formulación de un nuevo orden económico internacional, trazado por autores diferentes, en el que se involucren verdaderamente todos los actores con todas sus características; aunque sea simplemente para salvar al planeta y a su poblaci6n del holocausto.

Y ello en primer lugar afecta a los autores y actores progresistas o de izquierda, para los cuales la formulación de un nuevo pensamiento económico y social se hace a más de urgente e impostergable, de verdadera significación para la supervivencia de la identidad de la izquierda. Blair, Prodi, Clinton, la socialdemoracia alemana desde Die Neue Mitte, el nuevo centro, han lanzado ideas consideradas dentro, de lo que se ha venido en llamar La Tercera Vía. El Primer Ministro francés, Jospin, ha convocado a la reflexión sobre lo que significa hoy ser socialista, ser izquierdista, en este mundo deshecho por los resultados de una globalización mal planteada y peor ejecutada.

Como indica Félix Ovejero, hasta ahora la izquierda ha hilvanado ideas Sobre la modernidad y la eficacia. Pero todavía no ha desarrollado ni configurado un conjunto de valores previos que dé sentido a un proyecto concreto; al menos fijar una posición desde la que Se parte y un objetivo preciso al que llegar.

Mientras, parece limitarse a una acomodación al curso, de los procesos. Recogiendo los valores de centro y de centro izquierda -porque ahí se encuentra la mayor parte del electorado- pretende poder, pero con esa identidad móvil y prestada se acaba por converger en lo que siempre ha sido el centro; es decir, una derecha descafeinada en la que la falta de ideales y los vaivenes acomodaticios a un nivel de vida al que cree tiene derecho per se, son sus características más relevantes; o sea, un sector grande en número, y conservador ideológicamente, al que no puede arrastrar hacia posiciones más avanzadas. En esa mezcla de circunstancias, en esa democracia que antes parece competitiva que democrática, se malean los conceptos, se vician las ideas. La izquierda acaba como Ulises, corriendo detrás de un mar al que nunca alcanzará; la teoría detrás de la práctica.

Por ello es necesario la formulación de un nuevo pensamiento. En particular en América latina, donde la tradición de la mejor ciencia social se ha mantenido, pese a tantos avatares particulares y globales. Son muchos lo que están comenzando el lento despegue en la búsqueda de una nueva identidad. Algo así como la identidad perdida; o rescatada; la identidad revisitada. Un pensamiento al servicio del hombre y de su futuro.

Con ojos nuevos y miradas nuevas; pero también con todo el bagaje y el dolor y las cifras de los últimos años, conformando el equipaje en ese destierro de nuestra propia tierra, de nuestra propia realidad. Ciertamente las cifras son catastrofistas. Pero han de servirnos para armarnos en la convicción de que podemos construir un futuro mejor, pese a estar marcada la transición hacia lo nuevo por el caos y la incertidumbre. Es urgente y es necesario. Como decía Mayor Zaragoza, a ese fatalismo sólo se le podrá hacer frente con la serenidad, resolución y visión a largo plazo que confieren los principios universales: ideales democráticos de justicia, de libertad, de igualdad, de equidad y de solidaridad. Comenzando por gobernar los restos de esta globalización elaborando una política radical y drástica de inclusión. Ya.

Como señala Francisco López Segrera, construyendo una cultura de paz. Es necesario efectuar un análisis que cuestione la complacencia ideológica del pensamiento único, que rescate y realce los valores del desarrollo con progreso, de lo utópico y de la naturaleza cultural de nuestras sociedades. Dando cobijo a la mayoría social frente a la minoría excluyente. Para algunos, el proyecto rayará en la desmesura o en el quijotismo, pero parece no sólo de salvación sino la última oportunidad de autoconstruir el futuro.

Hacen falta nuevas iniciativas, y que, saliendo del marco de la academia, del pensamiento, alcancen a la clase política, y ellos la lleven a la práctica y empiecen a convencer.

Ahora el G-7, en su reunión en Londres del 30 de octubre, antes de ayer, anunciaba un acuerdo para vigilar los movimientos de los capitales especulativos, reclamando el establecimiento de procedimientos de vigilancia del sistema financiero internacional. Una nueva arquitectura financiera, para que los mercados adopten normas aceptadas internacionalmente y no corran desbocados por la pista del hipódromo.

Si ellos reconocen sus errores, es de suponer que nosotros debemos reconocer los nuestros, por acción u omisión. La tarea es apasionante y, como siempre, de urgencia coronaria. El paciente se nos ha muerto. Hay que reanimarlo con todas nuestra fuerzas. Mientras, en la espera, Roque Dalton, el poeta salvadoreño, lo dej6 escrito:

Los muertos están cada día más indóciles

Antes era fácil con ellos:

les dábamos un cuello duro, una flor

loábamos sus nombres en una larga lista:

que los recintos de la patria

que las sombras notables

que el mármol monstruoso

 

El cadáver firmaba en pos de la memoria

iba de nuevo a filas

y marchaba al compás de nuestra vieja música

 

Pero qué va

los muertos

son otros desde entonces

 

Hoy se ponen irónicos

preguntan

 

Me parece que caen en la cuenta

de ser cada vez más la mayoría!.