Alejandro Andreassi Cieri
La aparición de las tesis sindicalistas revolucionarias en el movimiento obrero francés a comienzos de siglo y su difusión a otros países europeos y americanos como alternativa a las corrientes tradicionales anarquistas y socialdemócratas es presentado habitualmente por la historiografía como un fenómeno transitorio, de carácter ideológico, una interferencia momentánea y novedosa en la disputa entre aquellas dos tendencias y en competencia con ellas, que se presentaba como un corpus doctrinal cerrado, y surgía especialmente como una consecuencia del rechazo de la orientación estrechamente política de las organizaciones socialistas o como el complemento de la deficitaria concepción de la acción sindical de los enfoques anarquistas. Incluso aun cuando se intenta vincular su aparición a factores coyunturales de transformación de las estructuras de producción o al cambio en la procedencia social y cultural de los asalariados, se ha favorecido el estudio de sus dimensiones ideológicas y doctrinarias, para iluminar diversos aspectos del debate surgido en el movimiento obrero de comienzos de siglo sobre las relaciones que debían existir entre partidos obreros y sindicatos, entre acción política y reivindicativa y sobre la factibilidad de la huelga general, sin desvelar completamente las condiciones de su aparición. Por ejemplo, todavía se otorga un carácter decisivo a la resolución adoptada en el congreso de Londres de la Segunda Internacional, en 1896, al decidir la exclusión de "... aquellas 'organizaciones meramente corporativas'; que no acepten 'la necesidad de la acción legislativa y parlamentaria' ", dirigida a impedir la participación de los grupos anarquistas, como si el sindicalismo revolucionario hubiese consistido en una mera reacción defensiva frente a las decisiones de la Segunda Internacional.1 El perfil doctrinario del sindicalismo revolucionario se consolida indudablemente al vincular su existencia a la de un grupo de publicistas franceses, miembros de las Bolsas de Trabajo y de la CGT que desarrollan sus principios básicos, pero las razones de su afianzamiento en Francia y expansión internacional hay que buscarlas en la traumática transformación de las condiciones de trabajo, y también de las características de la vida cotidiana de la clase obrera en numerosos países industrializados o en vías de industrialización de Europa y América.2
Por ello el propósito de este artículo es el de reflexionar sobre el significado de la nueva corriente que implicó a numerosos militantes, incluso socialistas y anarquistas, en el medio sindical sin que estos abandonaran necesariamente las organizaciones a las que pertenecían. La hipótesis es que abarcaría un campo más amplio que lo que la etiqueta doctrinaria sugiere ya que, aunque rupturista, comparte ciertos aspectos con la tradición procedente de la Primera Internacional, especialmente por el papel otorgado a la huelga en sustitución de las viejas formas insurreccionales, manteniendo importantes continuidades con una tradición corporativa o tradeunionista surgida de la propia experiencia de las sociedades de resistencia, que busca la reafirmación de la autonomía obrera y que encuentra su síntesis en la frase más célebre de la declaración del preámbulo de sus estatutos de 1864: "...la emancipación de los trabajadores debe ser obra de ellos mismos".3
Lo que quiero especificar con ello es que el sindicalismo revolucionario se caracterizó, más que por un conjunto de elementos doctrinarios específicamente estructurado, por la práctica y preocupación por la acción directa, como dice Jacques Julliard, 4 por la afirmación del autonomismo obrero frente a los profundos cambios que se estaban produciendo como consecuencia de la segunda revolución industrial en la reorganización de la producción, y especialmente en la constitución de nuevas relaciones laborales que abarcarían desde la sustitución del predominio secular de los oficios tradicionales a la aparición de nuevas especialidades laborales y la organización científica del trabajo preconizada por Frederick Winslow Taylor, incluyendo la incorporación en la producción en masa de trabajadores no cualificados y operarios que ya no trabajarían a las órdenes de los artesanos tradicionales, sino bajo la autoridad de capataces, supervisores e ingenieros del staff directivo de las empresas. Sería un movimiento que crecería, desde el cambio de siglo al calor de la oleada huelguística que con fluctuaciones alcanzaría sus picos más altos en el ámbito internacional en 1900-1907 y 1917-21, alcanzando su máximo crecimiento durante la Primera Guerra Mundial y en la inmediata posguerra.
Esa aceptación de la acción directa refleja como entendían la mayoría de los trabajadores la transición que se estaba produciendo en sus empleos, desde una organización industrial caracterizada por el "parasitismo" patronal5 hacia otra donde los patronos se transformaban en los gestores "necesarios e imprescindibles" de sus condiciones de trabajo, y por lo tanto la reproducción de sus condiciones de vida.6 Cuando el sindicalismo revolucionario propone que la tarea central del movimiento obrero debía ser la organización de la acción de los trabajadores en el centro de trabajo para alcanzar su emancipación y que la condición obrera era el punto de partida de la reorganización revolucionaria de la sociedad una vez derrocado el poder de la burguesía; está reconociendo como el peso del capitalismo, en la fase correspondiente a la segunda revolución industrial, comienza a moldear la totalidad social, afectando las condiciones de vida de las clases subalternas en todos los órdenes -laborales y extralaborales-, a partir de la fuerza que le otorga el control total del sistema productivo, de lo que concluye que el esfuerzo principal debía realizarse contra el núcleo central de la organización capitalista de la sociedad: el proceso y el espacio de producción de plusvalía.7
Hasta la década de 1890 gran parte de la sociabilidad de las clases subalternas, e incluso ciertas actividades necesarias para reproducir la fuerza de trabajo, se hallaban fuera del control de la explotación capitalista de la economía. Los ejemplos de esta situación de control parcial de las actividades sociales son abundantes.8 Basta con recordar la formación de una comunidad minera en Carmaux a mediados del siglo pasado y la sorda y prolongada lucha mantenida durante varias décadas entre los directivos de la compañía que querían colocar bajo control total a esa fuerza de trabajo para que respondiera a las necesidades de explotación de la empresa y esos campesinos devenidos mineros para aumentar los ingresos de lo que durante mucho tiempo continuaría siendo su actividad principal, para desesperación de los ingenieros de las poderosas compañías, que no podían, mientras sus trabajadores mantuvieran fuentes de ingreso alternativas ni disciplinarlos ni obligarlos a que sus condiciones de vida dependieran en su totalidad del trabajo en las minas.9
Para los empresarios el control total sobre el trabajo se transformó en el objetivo clave para superar la crisis finisecular del capitalismo de libre competencia en ambos lados del Atlántico. Las regulaciones impuestas por artesanos y obreros especializados, antigüedad y experiencia y las restricciones impuestas a la producción (el soldiering al que Taylor hacía referencia como uno de los principales problemas que debía superar la industria moderna) eran los obstáculos a vencer por medio de la mecanización, el fraccionamiento y simplificación de tareas, la utilización de operarios en tareas planificadas y cronometradas, la sustitución del jornal por tiempo por el salario a destajo así como la generalización de reglamentos que establecían rígidas medidas disciplinarias.
De todas estas medidas fueron las más importantes aquellas que afectaron reglamentariamente el papel de los artesanos en los centros de trabajo, la rápida coordinación patronal en réplica a las federaciones obreras de ramos y sectores así como el apoyo estatal en la represión o el arbitraje de los conflictos laborales. Según David Montgomery el progreso tecnológico no produjo sistemáticamente un aumento de la productividad, por lo que los empresarios debieron recurrir a otros métodos para subordinar a sus trabajadores y estas medidas adquirieron en muchos casos la forma de ofensivas antisindicales (la táctica de los "open shops" en Estados Unidos, por ejemplo, para impedir el control sindical del empleo)o el establecimiento de reglamentos y prohibiciones para limitar la autonomía obrera.10 A nivel local también podemos observar ejemplos elocuentes como éste que muestran como la innovación tecnológica y la reorganización del trabajo no fueron suficientes para someter a los trabajadores, y fue la coerción incluso legaliforme el recurso de los patronos para lograrlo: las bases de contrato propuestas por los patronos maestros carpinteros de ribera de Palma de Mallorca ante el Consejo de Conciliación en noviembre de 1912, establecían en su punto 6 :
"La Maestranza, Sociedad de operarios carpinteros y calafates, ni ninguno de sus socios de por sí, podrán, ni colectiva ni particularmente, emprender trabajos por su cuenta, sin el previo asentimiento de la Sección de maestros. Les está también terminantemente prohibido a los operarios que forman parte de la Sociedad La Maestranza dedicarse a trabajos de su oficio por cuenta propia, después de terminada la jornada que por orden de sus respectivos patronos hayan realizado".
Así mismo, el informe del Gobernado civil de Valladolid realizado como consecuencia de su mediación en una huelga metalúrgica de la ciudad (mayo a julio de 1914), indicaba que el rechazo patronal a las propuestas de la sociedad obrera se debía "... más que a perjuicios económicos, a motivos de no tolerar imposiciones de dicha Sociedad".11 Es reconocible un primer factor común que afectaría a la clase obrera de ciertos países, más allá de los específicos contextos nacionales. En la fase transicional hacia la "organización científica del trabajo" y la producción fordista que atravesaba la organización industrial las condiciones de la producción todavía conservaban aquellas características que permitían a los obreros concebir al patrono y al gerente como elementos superfluos para el proceso industrial, que en sus aspectos más complejos todavía era controlado por equipos de obreros relativamente autosuficientes, incluso en Francia y en otros países industrialmente avanzados, como los Estados Unidos, y que facilitaban esa acogida de las propuestas sindicalistas.12 Bastaría con ello recordar que uno de los principios planteados por F.W. Taylor al fundamentar su doctrina en la necesidad de que los empresarios y directivos se apropiaran de las destrezas y conocimientos que poseían los obreros cualificados como paso imprescindible para hacerse con el control no sólo formal sino real de la producción, eliminando lo que Bill Haywood denominaba "the manager’s brain under the workman’s cap".13 Era esa suficiencia, que estaban a punto de perder, la que confería a la propuesta de la huelga general gran parte de su fuerza, siempre y cuando fuera llevada a cabo sin dilación, aprovechando la confluencia de antiguos y nuevos trabajadores, especialistas de oficios tradicionales o de nuevas ramas de la economía, como los transportistas y trabajadores de los servicios urbanos.14
El segundo carácter común en diversas escenarios nacionales son las condiciones políticas. En general estas influían cuando suponían la marginación de las clases subalternas, incluso si la adopción de decisiones en el ámbito institucional se hacía a través de mecanismos parlamentarios. En países como Estados Unidos, donde existía en teoría el sufragio universal, la gran proporción de inmigrantes en la composición de la clase obrera limitaba en los hechos la intervención y el interés obrero en la participación política. En Francia, Italia, España y Argentina, el planteamiento patronal para superar la depresión no fue sólo la exigencia de un mayor proteccionismo exterior, sino también interior exigiendo al estado apoyo logístico en su enfrentamiento con las sociedades de resistencia. Es la etapa donde se redobla la persecución del movimiento obrero, que en algunos países como España se plasmará en leyes para la represión del anarquismo y en otros, como Argentina, en leyes de residencia que penalizaban doblemente la condición de obrero y extranjero, para garantizar la tranquilidad de un capitalismo que veía al siglo veinte como el de la realización de su apoteosis. La recuperación económica generalizada que se materializó en los primeros a os del nuevo siglo condujo a la mejora de las condiciones en las que los trabajadores podían plantear sus reivindicaciones, entre ellas la reducción del desempleo motivado por el despegue económico interno de cada país y la reanudación de la migración transoceánica, dando lugar a una primera oleada internacional de huelgas que se prolongaría durante casi toda la primera década del siglo, aunque con clímax variables en cada país. Pero las coincidencias no dejan de ser llamativas. En Gran Bretaña donde el sindicalismo revolucionario no tuvo ningún arraigo, entre 1895 y 1910 el movimiento huelguístico tuvo un marcado declive, para recuperar su pulso en vísperas de la Primera Guerra Mundial. El gobierno, en aras de proteger el más amplio consenso alrededor de la monarquía estaba dispuesto a actuar como agente de conciliación en los conflictos laborales, a lo que debe agregarse el lento pero firme afianzamiento de la representación obrera, primero a través del ILP y en 1906 con la fundación del Partido Laborista, orientando al sindicalismo hacia la aceptación del parlamentarismo.15 Una situación similar se observa en Alemania antes de la Primera Guerra Mundial, aunque bajo condiciones distintas, con una conflictividad laboral sólo creciente poco antes de 1914, mientras el Partido Socialdemócrata logra un ascenso electoral que parece irrefrenable, posponiendo la acción directa.16 En cambio en Italia y España se producen oleadas huelguistas entre 1902 y 1904, repitiéndose en el primero una gran agitación social en 1907-08 y en el segundo en 1909-10, en Francia se produce una gran agitación huelguista entre 1900 y 1905, al igual que en los Estados Unidos, y en Buenos Aires se realizan cuatro huelgas generales entre 1902 y 1907 con un fracaso en 1908. Fracasos y éxitos marcan un ritmo que no oculta que la huelga general o por lo menos, generalizante, está en el orden del día. Al mismo tiempo se verifica el desarrollo organizativo de esta corriente, ya que la mayoría de las federaciones obreras que respaldan la propuesta autonomista se constituyen entre 1905 y 1914, con la excepción de la CGT francesa (1895) y la Nationaal Arbeids Secretariaat holandesa (1893): Industrial Workers of the World (EE.UU., 1905), UGT (Argentina, 1906), CNT (España, 1910), Unione Sindacale Italiana (1912), Casa del Obrero Mundial (México, 1914).17
En todo el período el sindicalismo revolucionario no será un conjunto ideológico cerrado, sino expresión de la situación específica y coyuntural de las clases obreras de varios países, donde el elemento coincidente y persistente en el comportamiento obrero en los diferentes escenarios nacionales es la lucha por preservar o recuperar su autonomía. Ni siquiera la huelga general, emblema de esa resistencia, quedaba a salvo sí las circunstancias aconsejaban una táctica distinta para conseguir aquel objetivo. En Francia, fracasa la convocatoria de la huelga general de 1906 y la aprobación de la Carta de Amiens -considerada el acta fundamental del sindicalismo revolucionario- revaloriza la importancia de ¡la huelga parcial!, denostada como fútil por anarcosindicalistas como Pelloutier a fines de siglo. En Argentina será a partir de 1910 cuando la UGT iniciará el camino que la conducirá a la FORA del IX Congreso en 1915, caracterizada por un sindicalismo proclive a la negociación con el estado y las organizaciones patronales. En Estados Unidos no será la IWW quien detente el patrimonio exclusivo de la acción directa, que será compartido en numerosas acciones con sectores afiliados a la AFL.18
Cabe también hacer alguna consideración de los factores macroeconómicos como elementos contextuales en el surgimiento de esta tendencia obrera, por lo menos como tributo a una larga tradición en la historia social que intenta vincular los avatares del sindicalismo como del conflicto de clases a las coyunturas económicas. En este sentido el ciclo económico explica parcialmente el auge huelguista de la década de 1900 en los países donde se asentó el sindicalismo revolucionario. No tanto porque en esa época se verifica una fase ascendente que alcanza su clímax antes de la crisis internacional de 1907, sino porque esta sucede a una de las recesiones más profundas sufrida por la economía internacional, que iniciada en 1890, se agravó en el momento del cambio de siglo.19 Esta última fue la fase más grave para el deterioro de las condiciones de trabajo al culminar una década como la de 1890 en la que los empresarios trataron de introducir un control sin precedentes en los procesos de producción, acompañado por la intensificación de la acción represiva estatal (como se constató con la represión violenta de la huelga e insurrección popular de Milán en mayo de 1898 por el gobierno Pelloux o las masacres en Martinica y Chalons-sur-Saône en febrero y junio de 1900, bajo el gobierno Waldeck-Rousseau con participación socialista).20 Por ejemplo, en los Estados Unidos, donde la recuperación económica comenzó antes que en Europa Occidental, la oleada huelguista fue más precoz, lo que revela la imperiosa necesidad de recuperar el terreno perdido en la década anterior mediante la propagación de conflictos antes que intentar negociaciones con las corporaciones empresariales, ya que el índice de huelgas motivadas por disputas sobre el control del trabajo -entre 1901 y 1905- fue el más elevado y sólo superado por los índices correspondientes al período de la Primera Guerra Mundial.21 En Argentina las coyunturas de crisis de 1902 y 1907 fueron acompañadas por huelgas generales, mientras que en la fase de recuperación económica se multiplicaron las huelgas parciales. En Francia la huelga general estalló durante la coyuntura crítica de 1908, mientras que las huelgas parciales fueron las protagonistas de la fase de prosperidad previa. En Italia también la oleada huelguista acompañada de importantes movilizaciones campesinas se produjo durante la fase recesiva de 1907-08. Por todo ello parece desprenderse que el ciclo económico tuvo alguna influencia en la predisposición obrera a apoyar un tipo u otro de huelgas, tanto si se trataba de sindicatos radicales o moderados: las parciales durante las fases de prosperidad, y las generales durante las crisis coyunturales.
En el período caracterizado por la aparición del sindicalismo revolucionario en Europa y América se produjo una reivindicación de la autonomía obrera que alcanzó el ámbito político, que impactó en el estado y promovió un intenso debate en el seno de los partidos socialistas respectivos.22 Fue una respuesta del movimiento obrero a la más intensa ofensiva contra la organización tradicional del trabajo emprendida por las empresas, con el apoyo frecuente del aparato de estatal en la medida en que éste se había implicado en el desarrollo y mantenimiento de infraestructuras y servicios necesarios por la complejidad adquirida por el capitalismo durante esa transformación finisecular. En el último cuarto del siglo XIX los transportes y el sistema de comercio internacional había dejado de ser exclusivamente una inversión rentable para el capital privado para pasar a ser recursos necesarios para la integración nacional y la presencia exterior de los países industriales más desarrollados. Por lo tanto el estado, a través de su capacidad normativa y coercitiva también intervenía en las relaciones laborales que estaban siendo reorganizadas y transformadas en un proceso que culminaría, en vísperas de la Primera Guerra Mundial con la introducción de la "organización científica del trabajo", y que se aceleraría con las necesidades creadas a las potencias beligerantes por la gran conflagración internacional.
Las tesis socialistas y libertarias ya habían considerado que la especificidad de la opresión que sufría los trabajadores en el capitalismo consistía en que se producía en el proceso de explotación de su fuerza de trabajo. En este rasgo esencial se basaban los sindicalistas revolucionarios para definir el ámbito de la producción antes que en el parlamentario político general como el escenario idóneo para defender la autonomía de la clase trabajadora, ya que aunque los obreros de la época pudieran sufrir restricciones en otros ámbitos de la vida ciudadana, estas derivaban de su condición de "grupo social especial" aunque mayoritario y objeto de la explotación por un sistema que pretendía sustituir el poder de producir de trabajadores cualificados capaces de cualquier tarea específica con herramientas universales, por herramientas específicas atendidas por trabajadores polivalentes en tanto no cualificados. Además, recogía otro rasgo constitutivo de esta reestructuración capitalista: la posibilidad de un consumo de masas. El sindicalismo consideraba a los obreros no sólo objetos de la producción sino también sujetos de los que dependía ese consumo de masas, que era el momento en que se realizaban los beneficios del grueso de sus explotadores.
La gran transformación no se estaba por tanto produciendo en el ámbito de los derechos políticos sino de los laborales, cuya ausencia mantenía la división de la sociedad en clases antagónicas en permanente conflicto, aun cuando se hubiera logrado una igualdad nominal en los primeros en algunos países. Por lo tanto las armas para enfrentar esa opresión debían consistir en aquellas que surgían de la propia condición obrera, las huelgas practicadas espontáneamente durante gran parte del siglo XIX y que debían intensificarse hasta coincidir en una huelga general revolucionaria que derribaría el poder de la burguesía, apoyadas con la innovación del boicot que consideraba la perspectiva del obrero consumidor: el mito de la huelga general venía a sustituir así las insurrecciones armadas decimonónicas, ya que aquella golpea el propio núcleo donde surgen las relaciones de dominación fundamentales, la fábrica era la nueva Bastilla, La Libertad guiando al pueblo reemplazada por Il Quarto Stato; y el propio boicot no era sino una forma de redirigir, por lo menos en algunos países, la antigua lucha contra los impuestos sobre consumos, considerados contrarios a los derechos consuetudinarios populares, contra los empresarios que eran quienes comenzaban a afectar directamente la capacidad de consumo y con ello las condiciones de la vida obrera.
Notas
1. Un enfoque de este tipo es el que puede verse en Madeleine Rebérioux, "El socialismo francés de 1870 a 1914", en J. Droz (dir.), Historia General del Socialismo. De 1875 a 1918, Barcelona, Ediciones Destino, 1985, vol. 2, p.237. La visión de que el sindicalismo revolucionario es más el producto de un esfuerzo ideológico de dirigentes del movimiento obrero francés que el de la respuesta a las preocupaciones y experiencias de los obreros de la época se encuentra en la obra de Peter N. Stearns, Revolutionary Syndicalism and French Labor, a Cause without Rebels, London, Rutgers University Press, 1971.
2. Este último aspecto permitiría explicar por que en Alemania el sindicalismo revolucionario no logró arraigar más que en la inmediata posguerra y no antes de 1914 - habría que considerar también el peso del estado prusiano y el parlamentarismo imperfecto del II Reich en el desarrollo de una corriente socialista que considera como tarea prioritaria del movimiento obrero apoderarse del estado para desde sus estructuras iniciar la transformación social, y por lo tanto cuanto del pensamiento de Lasalle ha persistido en el que llamamos marxismo ortodoxo de la socialdemocracia alemana- cuando el crecimiento electoral del SPD alimentó en la clase obrera alemana las expectativas de incidir en la política del Reich a través de sus representantes parlamentarios.
3. Es lo que J. Julliard define como uno de los núcleos del sindicalismo revolucionario, que comparte frecuentemente con otras expresiones obreristas: la concepción del socialismo como la apropiación por los trabajadores de los instrumentos para el ejercicio de su oficio y no la instauración de un control revolucionario sobre la sociedad, Autonomie Ouvri re. Études sur le syndicalisme d’action directe, Paris, Gallimard-Le Seuil, 1988, p. 37. Para el papel de las huelgas en el desarrollo de la Primera Internacional ver, Knud Knudsen, "The Strike History of the First International", en F. Van Holthoon, Marcel Van Der Linden (eds.), Internationalism in the Labour Movement, 1830-1940, Leiden, E.J. Brill, 1988, pp. 304-322.
4. Para este autor la huelga expresa simultáneamente la voluntad de identidad y la autonomía obrera en acción, lo que explica que para los sindicalistas revolucionarios la huelga general representa el clímax de esa aspiración, J. Julliard, Autonomie Ouvri re. Etuds sur le syndicalisme d’action directe, p. 30.
5. Para los obreros de la época la democracia y el socialismo es una proyección de su propia autosuficiencia colectiva, asegurada por la cooperación entre obreros que comparten los mismos conocimientos y destreza, por lo tanto iguales, lo que no suprime la individualidad del trabajador sin que la reafirma ("la libertad de todos es la condición de la libertad de cada uno"). Es el "individualismo solidario" del que habla Luis Castells cuando analiza las actitudes de los artesanos de Éibar a finales del siglo pasado, Los trabajadores en el País Vasco (1876-1923), Madrid, Siglo XXI, 1993. Escribía un destacado militante socialista argentino a finales de siglo que: "No hace muchos a os los peque os talleres de grabados sobre metales eran atendidos por individuos obreros que á la vez también eran patrones, los oficiales se reducían á unos pocos y algunos aprendices. Hoy ocurre precisamente lo contrario, tenemos grandes talleres, casas que ocupan relativamente una regular cantidad de obreros, cuyos patrones jamás han pensado ser grabadores. Así se vé monopolizado el arte por unos cuantos individuos que tienen dinero, pero no capacidad para poder apreciar el trabajo de un obrero hábil. Se han establecido talleres de grabados, como quien explota una chanchería ó negocio similar. Sus dueños no teniendo noción del tiempo que un oficial emplea para ejecutar un trabajo, ni la diferencia que existe entre uno y otro procedimiento, han empezado á hacerse una competencia tal, que obligan al personal á trabajar sin tregua mermando cada día más los salarios", Adrián Patroni, Los Trabajadores en la Argentina, Buenos Aires, 1897, pp. 100-101.
6. Hay un componente ideológico y político, en la medida en que se intentaba no sólo obligar sino convencer a los trabajadores a abandonar sus viejos hábitos de autonomía, en este proceso de reorganización de las relaciones laborales, en la medida en que los patronos y los técnicos en gestión pretendían que la necesidad de una estructura jerárquica no derivaba sólo de los derechos de la propiedad privada sino de la imprescindible dirección de procesos de producción cuya complejidad era inalcanzable para el obrero más cualificado: "Taylor afirmaba rotundamente que ni siquiera «un mecánico de primera» podía llegar a «comprender alguna vez en toda su complejidad la ciencia de hacer su trabajo», citado por David Montgomey, El control obrero en Estados Unidos, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1985, p. 45.
7. M. Van der Linden y W. Thorpe, "Auge y decadencia del sindicalismo revolucionario", Historia Social, n 12, 1992.
8. Por ejemplo la costumbre de practicar el San Lunes que se registra hasta bien entrada la década de 1880 en el proletariado del norte de España y hasta comienzos de este siglo entre trabajadores catalanes; ver Jorge Uría, "Cultura popular tradicional y disciplinas de trabajo industrial. Asturias, 1880-1914", pp. 50-51 y Alejandro Andreassi, "La conflictividad laboral en Cataluña a comienzos del siglo XX: sus causas", p. 38, Historia Social, Valencia, n 23, 1995 y n 29, 1997.
9. Para un análisis brillante de este caso ver Rolande Trempé, Les mineurs de Carmaux, 1848-1914, Paris, Les Édicions Ouvrières, 1971.
10. David Montgomey, El control obrero en Estados Unidos, p. 124
11. Instituto de Reformas Sociales, Estadística de las huelgas (1913), Madrid, 1915, pp. 37-38 y p. 56.
12. Según Juillard los obreros de las industrias tradicionales concebían el socialismo como la apropiación por los trabajadores de sus instrumentos para ejercer sus oficios en forma autónoma, en lugar de intentar establecer un poder revolucionario sobre la sociedad. Esta idea puede iluminar un aspecto de la condición real de, al menos, una parte de los trabajadores industriales que les permitía pensar que era efectivamente posible recuperar sus instrumentos o sea el control del proceso de trabajo y el predominio de sus conocimientos si este no estaba demasiado alterado por el avance tecnológico u organizativo -como sucedía por ejemplo en la construcción o la metalurgia-, lo que obliga a conectar el lectura "culturalista" del comportamiento obrero con los enfoques que tengan en cuenta la perspectiva estructural y el funcionamiento industrial de la época, que, como he afirmado, conservaba todavía bastantes espacios de autonomía laboral, aunque amenazados por la aplicación incipiente del taylorismo y la nueva tecnología.
13. Neville Kirk,
Labour and Society in Britain and the USA. Volume 2: Challenge and Accommodation,
1850-1939, Aldershot, Scholar Press, 1994, pp. 21-31. David Montgomery,
The fall of the house of labor. The workplace, the state, and American
labor activism, 1865-1925, Cambridge, Cambridge University Press, 1987,
pp. 45 y 216-217.
14. F. Tarrida del
Mármol, escribía a comienzos de siglo: "La organización
de la huelga general no debe considerarse como una aspiración secundaria
del proletariado, sino como una necesidad urgente [...] Y es que son dos
los factores principales que han de contribuir á dar la victoria
á los proletarios: el número de ellos, y la imposibilidad
absoluta en que se halla la sociedad de prescindir de su precioso concurso.
Pues bien, los progresos constantes de la ciencia aplicada á las
industrias [...] tienden diariamente á reducir la importancia de
ambos factores. El desarrollo de la maquinaria hace disminuir el número
de los productores [...] En la época en que las máquinas
no existían, cuando cada obrero industrial era un artista y cada
agricultor una máquina de carne y hueso, los parásitos religiosos,
autoritarios y capitalistas hubieran quedado sin defensa ante el primer
paro general organizado por los que todo lo producen con su exclusivo esfuerzo
artístico y muscular. El Estado no hubiera podido, como ya lo hace
ahora, como lo hará más tarde en mayor escala, mandar soldados
á trabajar en el puesto abandonado por los huelguistas, pues si
seis horas bastan á veces para enseñar á medias el
manejo de una máquina, son insuficientes seis meses para formar
un artista industrial [...] cada nueva invención, en vez de ser
un auxiliar para el obrero, se transforma en rival peligroso, en instrumento
de miseria. Esto ya es lamentable. Más al fin y al cabo, la cosa
no está aún del todo perdida, pues los combustibles tienen
que ser arrancados de la tierra por los mineros y tienen que ser fabricados
por mecánicos los grandes instrumentos de trabajo. Pero y mañana?';
"Urgencia de la huelga general", La Protesta Humana, Buenos Aires,
23 de febrero de 1901.
15. N. Kirk, Labour and Society in Britain and the USA, p. 41.
16. Según David Blackbourn, es la férrea oposición de los empresarios de las principales industrias de escala, la que fuerza a los trabajadores a depositar las expectativas de renegociación del pacto social mediante una mayoría parlamentaria que desde el estado inicie las transformaciones pertinentes. Ello también insinúa, a título de hipótesis, que las condiciones de la lucha política y social en Alemania favorecieron una supervivencia de las ideas de Lassalle en aquello que habitualmente denominamos como marxismo ortodoxo del SPD de la época, D. Blackbourn y G. Eley, The Peculiarities of German History. Bourgeois Society and Politics in Nineteenth-Century Germany, Oxford, Oxford University Press, 1984.
17. M. Van der Linden y W. Thorpe, "Auge y decadencia del sindicalismo revolucionario", p. 10.
18. D. Montgomery, El control obrero en Estados Unidos, pp. 115-116; J. Julliard, pp. 35-36, A. Andreassi "Del socialismo al sindicalismo revolucionario. La UGT argentina, 1903-1906", Boletín Americanista, Universidad de Barcelona, Año XXXVIII, nº 48, Barcelona, 1998, pp. 7-28.
19. W.C. Mitchell, Business Cycles. The problem and its settings, New York, National Bureau of Economic Research, 161966 (1 ed. 1927).
20. Un detallado análisis de la huelga de Milán en Louise Tilly, Politics and Class in Milan, 1881-1901, New York, Oxford University Press, 1992.
21. D. Montgomery, El control obrero en Estados Unidos, p. 123, y también P.K. Edwards, Las huelgas en Estados Unidos, 1881-1974, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1987. J. Julliard, p. 64.
22. Sobre la discusión del papel de la huelga general en el movimiento socialista en general y la socialdemocracia alemana en particular, ver F. Peter Wagner, Rudolf Hilferding. Theory and Politics of Democratic Socialism, New Jersey, Humanities Press, 1996.
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