MATRIMONIO. a) Sacramento: El matrimonio es un sacramento en el cual -contraído
según las leyes de la Iglesia- por el mutuo consentimiento de los contrayentes , expresado
legítimamente con libertad y sinceridad, se les concede la gracia para santificar su unión
conyugal y para cumplir bien los deberes matrimoniales, como son: la armonía conyugal, la
fidelidad del corazón, el control de la concupiscencia, el dominio de carácter, ayuda y consuelo
mutuos, la educación de los hijos, el sostenimiento del hogar, etc. . La gracia no realizará de
ordinario milagros, cuando las condiciones para un amor serio y auténtico han fallado en su
base; pero puede evidentemente potenciar y robustecer el amor humano para que supere sus
propias debilidades y deficiencias .
El matrimonio, más que un frío contrato, es una alianza, una comunidad de vida y amor, una
convivencia en la que la procreación, siendo algo muy importante, no tiene finalidad
primordial. El amor y la mutua ayuda no pueden relegarse a segundo plano.
«El matrimonio constituye una íntima comunidad de vida y de amor conyugal».
El amor entre el hombre y la mujer es algo natural. Llega un momento en que un hombre y una
mujer se aman, deciden entrar en una comunión estable de vida y amor, para llegar a formar una
familia. A esta comunión de vida y amor se le llama matrimonio. En el matrimonio los esposos
entran libremente, pero ninguno de los dos, ni por separado ni de común acuerdo, pueden
romperlo.
El Divorcio: alguno aspectos
Que el divorcio lo pagan los hijos es una verdad que pone de manifiesto el estudio realizado
por Martin Richards que dirige el Centro de Investigación de la Familia de la Universidad de
Cambridge, que ha realizado un ambicioso estudio sobre el desarrollo psico-social de
diecisiete mil niños británicos. La conclusión es demoledora: a los hijos de los divorciados les
va mucho peor en la vida .
Una estadística publicada por el Tribunal de Menores de Chicago afirma que el 80% de los
menores que comparecen ante este Tribunal, son hijos de divorciados .
Según un reportaje del semanario «Newsweek» del 11-II-80, en Estados Unidos hay doce
millones de menores de dieciocho años hijos de divorciados, y según el «Uniform Crime
Report»(1976) de los menores procesados por delitos comunes en Estados Unidos, el 82% son
hijos de divorciados .
Los hijos son las terribles víctimas del divorcio. Quedan con el corazón destrozado, la idea de
la familia equivocada, y siempre con una educación fracasada. «Los hijos de los divorciados
son huérfanos de padres vivos»(Dr. Carnot ).
Los hijos de los divorciados son más huérfanos que los verdaderos huérfanos; pues éstos, al
menos, pueden vivir de un recuerdo y guardar a sus padres difuntos todo su respeto y todo su
amor.
Armonía matrimonial: Los casados deberían examinarse con humildad y lealtad para ver
si deben corregirse de algún defecto que obstaculice la armonía matrimonial.
Pocos matrimonios habrá en los que alguna vez siquiera no haya habido un disgusto serio.
A veces los disgustos son frecuentes. Las causas pueden ser muchas: orgullo, egoísmo,
frivolidad, obstinarse en querer tener siempre la razón, sensualidad desenfrenada,
sensibilidad exagerada, palabras imprudentes, celos enfermizos, desorden negligente, etc.
Rara vez la culpa será de uno solo. Un silencio cariñoso, el saber ceder con prudencia,
el explicarse con calma, el olvidar cristianamente, etc., ayudan a pasar por encima de
muchas dificultades. Los pequeños disgustos, al prolongarse, pueden terminar en algo
grave. Lo mejor es acabar con ellos cuanto antes, con un poco de humor, espíritu de
conciliación y capacidad de olvido.
Al cabo del tiempo puede que un día aparezca la decepción del cónyuge.
Evitar toda palabra descalificadora: Eres inaguantable . No se puede vivir a tu lado . Ya
no te aguanto más . No te soporto . Que sea la última vez . Tu actitud es inadmisible .
Etc.,etc.
Nunca expresar a tu pareja tus sentimientos de agresividad. Para desahogarte podrías
escribirle una carta manifestándole todos tus sentimientos. Pero una vez escrita, la
rompes. No se la entregues. Ya te has desahogado.
El amor matrimonial no excluye los conflictos. Pero hay que solucionarlos. Aclarar las
cosas sin herir. Más que buscar culpables, hay que buscar soluciones.
En esos momentos es muy importante la comunicación mutua. Quizás preguntarle: En qué te
he decepcionado? . El amor, como las plantas, hay que regarlo para que florezca. Si no lo
cuidas, terminará por secarse.
A veces puede surgir el deseo de buscar fuera del matrimonio una compensación, que puede
ser desde una santa ocupación hasta el adulterio. Ni siquiera la atención a los hijos
puede justificar la desatención a la pareja. Aunque puede ser perfectamente compatible
con la armonía conyugal una actividad en servicio de los demás.
Hay que procurar siempre, con prudente habilidad, que las disensiones -a veces
inevitables- no se prolonguen. Si no se pone a tiempo remedio se producen heridas muy
profundas. El desacuerdo serio y continuado en el matrimonio es una de las mayores cruces
de la vida terrena.
Conviene saber llevar la cruz del matrimonio sobrellevando mutuamente las deficiencias de
carácter, defectos, etc. En el matrimonio no todo es disfrutar. Está hecho también de
comprensión y renuncia: conocerse y animarse, comprenderse y perdonarse.
Conviene no olvidar que el hombre es muy distinto de la mujer.
El hombre y la mujer son iguales ante la ley por tener la misma dignidad personal, pero
son distintos corporal y psíquicamente, para poder complementarse. Por eso la mujer que
no tiene feminidad es un marimacho, y el hombre sin masculinidad, una damisela.
Las diferencias fisiológicas entre el hombre y la mujer llegan hasta el cerebro .
Eso de que las diferencias de modo de ser entre hombre y mujer sean consecuencia de la
educación recibida, no es cierto. Es verdad que la educación influye en el modo de ser,
pero hay una base en la naturaleza. Lo mismo que fisiológicamente el hombre no puede dar
a luz un hijo, psicológicamente la mujer está dotada de unas cualidades propias de la
maternidad, que el hombre no tiene. La ternura femenina para con el niño es algo muy
distinto de lo que el hombre es capaz de dar.
La mayoría de los hombres es capaz de tener una vida sexual sin amor; en cambio la mayor
parte de las mujeres sólo son capaces de entregarse a un hombre cuando lo aman.
El hombre es más carnal, la mujer más tierna; el hombre debe saber que ella no encuentra
placer en el amor físico, sino a través del amor psíquico.
La mujer es más detallista, el hombre mira las cosas en síntesis. Al hombre le gusta
conquistar, a la mujer ser conquistada; a la mujer no le importa ser dominada por la
fuerza, el hombre prefiere ser dominado por el cariño. La mujer ha nacido para amar y el
hombre para luchar.
No exclusivamente, pero sí preferentemente.
El hombre se manifiesta, sobre todo, por su carácter activo, emprendedor, creativo; la
mujer, más bien, por su carácter acogedor, receptivo. Hasta la constitución física, de
alguna manera, está moldeada para expresar esta diversa manera de estar en el mundo .
El hombre razona, la mujer intuye. El hombre es más cerebral, la mujer más cordial, más
sentimental: incluso puede dejar que los sentimientos influyan en su razón. El hombre se
preocupa más de las cosas, la mujer de las personas. El hombre tiene tendencia a lo
universal, la mujer a lo concreto. El hombre se interesa más por las ideas, la mujer por
los afectos. El hombre quiere que lo valoren, la mujer que la amen. El hombre vence por la
fuerza, la mujer por la lágrimas.
La mujer se deja dominar por los sentimientos mucho más que el hombre.
Mientras ella manifiesta sus sentimientos fácilmente, el hombre suele sentir pudor en
manifestarlos: por eso es frecuente que los oculte. La mujer ama y sufre con más
intensidad que el hombre. Por eso cuando odia es temible: su maldad, su espíritu de
venganza y su ingenio para hacer daño son terribles .
La lógica en el hombre es reflexiva, en la mujer intuitiva. El hombre que tropieza con lo
imprevisto, se desorienta y tiene que estudiar de nuevo el asunto. La mujer, en un caso
similar, emplea la lógica de la adaptación o mutación. Este discrepancia matrimonial
parece que les aleje al uno del otro. El hombre debe imponer su criterio razonadamente,
sin humillar a su mujer; la mujer, con intuición, debe ayudar a su marido procurando
aunar opiniones. La felicidad matrimonial se consigue no mandando ni el uno ni el otro,
sino obedeciendo los dos.
La imaginación y sensibilidad es más acusada en la mujer. En el arreglo del hogar lo
demuestra. Su gran sensibilidad hace que lo nimio la haga feliz o la haga llorar. Cosas al
parecer insignificantes para el hombre, a la mujer le producen gran disgusto.
La mujer es fácilmente feliz con ilusiones pequeñitas, detalles, delicadezas, etc. El
hombre generalmente le da menos importancia a todo esto, y vive más las grandes ideas de
la fe, de la política, de los negocios, etc.
La imaginación masculina es de ideas y, por lo tanto, es intelectiva; menos expuesta a
error por apoyarse en la realidad y no en el sentimiento, que es lo propio de la mujer.
Esta discrepancia a veces produce disgustos. El hombre debe comprender a la mujer y
apreciar sus sentimientos.
El juicio de la mujer es más rápido, y juzga según odie o ame; en cambio, el hombre
juzga después de madura reflexión. Esta divergencia puede conducir a que la mujer
considere al marido demasiado calculador, y él a su mujer ligera y alocada. Sin embargo,
no debe el marido despreciar el juicio de su mujer, pues ella capta detalles que el hombre
desprecia y pueden conducir al fracaso. Estas discrepancias las impone la diferenciación
sexual; y el milagro del matrimonio presidido por el amor hace que se adivinen los
pensamientos. La mujer aceptando lo que el hombre dice. El hombre comprendiendo lo que la
mujer quiere decir. Ella es dichosa si el marido adivina sus deseos.
La diplomacia con que Dios ha dotado a la mujer puede emplearla siendo el ángel tutelar
de su marido, pero sin que se resienta su orgullo de varón. La propia estimación del
hombre es lícita, pero con exageración caería en un salvaje egoísmo; cualidad ésta
que usada ponderadamente hace que la mujer se sienta protegida con sensación de paz y
seguridad. La mujer es feliz si lo son los que ella ama. El deseo de agradar es innato en
la mujer. Ella va a la conquista del hombre. En esta actitud debe continuar toda su vida
matrimonial. Ello será un medio para que el marido conserve su castidad. El amor conyugal
es mixto, con tres factores: primero, amor sensible; segundo, amor espiritual y, tercero,
amor sobrenatural. El sensible es el que acerca los dos sexos y cumple la función sexual
del débito matrimonial. El espiritual valora las cualidades anímicas y desea para el ser
amado el mayor bien, entregándose a él en cuerpo y alma. El sobrenatural ofrece nuestro
amor para la propia santificación y hace la continuación de nuestra propia vida en
nuestra descendencia con miras a la eternidad.
La felicidad matrimonial no se logra aturdiéndose con fiestas y riquezas, sino con el
hogar ordenado, el cariño de los hijos y la paz en el alma de ambos cónyuges, dejando
las adversidades y alegrías en manos de Dios .
El hombre es estable, la mujer voluble.Ya lo dijo Virgilio en la Eneida (IV,559) la mujer
es variable y tornadiza . Y también Verdi en su famosa ópera Riggolletto (Acto IV,4 ) :
la donna `e mobile : la mujer es variable. Tan mudable que muchas veces ni ella misma se
entiende. Como está hecha para la maternidad su psicología está afectada por los
cambios fisiológicos del ciclo reproductor. La pérdida periódica de sangre la
debilitan. Psíquicamente busca el apoyo del hombre.
La protección del hombre le da seguridad. Le gusta el hombre fuerte, varonil. No sólo
físicamente, sino también espiritualmente.
Muchos matrimonios fracasan porque se han contraído con ligereza y frivolidad; sin
conocerse y sin amarse. Por sólo apetito sexual. Y esto no basta para hacer feliz un
matrimonio. Otros fracasan por inmadurez. Se casan sin estar preparados para la unidad
matrimonial, sin haberla siquiera entendido. Siguen dentro del matrimonio viviendo su
individualidad, y los casados deben vivirlo todo «con y para» el otro.
Para que un matrimonio vaya bien, hace falta la colaboración de los dos; pero para
hundirlo, basta con uno.
El matrimonio no es un contrato de servicios sino una comunidad de vida y amor, como dice
el Concilio Vaticano II.
La huida de todo sacrificio quita al amor el sello de su autenticidad. Cuando vaya pasando
el tiempo de tu matrimonio, encontrarás en tu cónyuge defectos de carácter que no
advertiste en el noviazgo. No se los eches en cara de una manera desagradable. Eso sería
contraproducente. Tampoco los consideres como de gran importancia. Es preferible que
atiendas las virtudes que te movieron a elegir esa persona para unirte en matrimonio, y
que sirven de contrapeso. En este mundo nadie es perfecto, y hemos de resignarnos a
sobrellevar los defectos de nuestros prójimos. Procura portarte como si fuera tal como
tú deseas. Esto le ayudará a que llegue, a la larga, a ser como tú deseas.
Durante el noviazgo sólo se ven las buenas cualidades de la persona a quien se ama. Con
los defectos hay mucha indulgencia. En cambio de casados ocurre al contrario: hay cierta
tendencia a olvidar las buenas cualidades y a aumentar los defectos.
El orgullo desempeña un papel muy importante en las disputas matrimoniales. El remedio es
la humildad, reconocer los errores y dar explicaciones aprovechando un rato de calma. Y si
se domina el buen humor es un modo magnífico de terminar muchas disputas. Las
dificultades conyugales son menos graves de lo que parecen, y pueden superarse con buena
voluntad.
Supongamos dos esposos que después de algunos años de convivencia se encuentran en plena
discordia, pero de tal modo exasperados y furiosos que quieren separarse lo antes posible
y a costa de lo que sea. Al principio estaban muy contentos, se consideraban felices;
ahora, en cambio, maldicen el día en que se casaron. Cómo ha sido eso? Los dos tienen
defectos, pasiones, errores, pero, quién no los tiene? Cuántos tienen los mismos
defectos que ellos, o acaso más, y sin embargo viven en paz! Qué es lo que les ha
conducido a la infidelidad y a la ruina?
El esposo, algún tiempo después del matrimonio, ha comenzado a darse cuenta de las
lagunas y defectos de su esposa, y esto le ha disgustado y le ha irritado. Bondadosamente,
le ha hecho notar estas cosas, pensando que su mujer se enmendaría pronto de sus
defectos. Le parecía tan sencillo y tan fácil! Pero ella no se ha corregido... Entonces
la atención del marido se ha centrado más y más sobre las faltas y errores de ella, con
lo que su desagrado, y luego su mal humor, han ido en aumento. Parecíale que ella no
tenía buena voluntad y no le amaba, pues nada cambiaba su conducta, ni su modo de hacer;
lo cual cada vez le disgustaba, irritaba y hería más vivamente.
Pero también el marido tenía lagunas, defectos, errores; y la mujer en ese mismo tiempo
ha fijado su atención en ellos, y se ha desarrollado en su alma un drama igual al que se
producía en el ánimo del marido. Pensaba que él pretendía mucho de ella y no se
preocupaba de cambiar ciertas maneras suyas que la ofendían y amargaban. Hubiera costado
tan poco!... Y así llegaron a donde llegaron.
Algún juez imparcial dirá inmediatamente que la conducta de los dos ha sido estúpida, y
ambos han sido los autores de su desdicha. Si cada uno de ellos, en lugar de atender a los
defectos y agravios del otro, en lugar de emperrarse en la pretensión de que el otro se
corrigiera, hubiese observado sus propios defectos y se hubiera esforzado en quitar de sí
lo que disgustaba al otro, habrían vivido en paz y la buena armonía se habría
consolidado cada vez más. Ésta era la única conducta práctica razonable; era también
la única cosa que cada uno podría hacer, ya que no tenía ningún poder sobre la
voluntad del otro. Pero no han hecho lo que podían; han pretendido cada uno que fuese el
otro el que lo hiciese, y así han llegado a ser desgraciados .
En este proceso de mutua "domesticación" que tiene que sufrir todo matrimonio,
es esencial, por una parte, la constancia y, por otra, la mutua delicadeza. Nada de
impaciencia con los defectos del otro; mucho tacto y, sobre todo, no restregárselo con
dureza, ironías o ridículos.
Las moscas no se cazan con vinagre. Tampoco tratéis de rehacer el otro a vuestra imagen y
semejanza. Por parte de cada uno de vosotros, el esfuerzo debe ser contrario: no tratar
tanto de rehacer al otro, cuanto de adaptarme al otro .
La mayor parte de los conflictos en el matrimonio son causados por falta de mutua
adaptación. Para que el matrimonio progrese los dos deben remar en la misma dirección.
Si cada uno rema en sentido contrario, la barca girará sobre sí misma. Quien no esté
dispuesto a adaptarse al otro, más vale que no se case. Sin esfuerzo de mutua
adaptación, el matrimonio no hay quien lo aguante. El continuo choque de opiniones,
deseos, planes, gustos, etc., convierte al matrimonio en un infierno.
Es posible que no coincidáis en gustos, planes, deseos, etc. Pero si quieres a la
persona, de buena gana aceptarás lo que ella prefiera. Cuando los dos quieren dominar, el
choque es inevitable.
Cuando los dos quieren adaptarse, la armonía es maravillosa. El Dr. Vallejo-Nájera dijo
por Televisión Española que la raíz de muchos matrimonios desgraciados es porque
esperan demasiado del otro y quedan defraudados .
Exigir del otro que se adapte, que procure mejorar su personalidad, querer que luche
contra sus defectos y consolide sus cualidades, bien está. Pero exigir que eso se realice
enseguida, y que la transformación sea inmediata, sería nefasto. Se obligaría entonces
al cónyuge a contentarse con cambiar las apariencias, se le conduciría a adoptar unas
actitudes que serían forzosamente superficiales; el resultado no tardaría en
manifestarse con un retorno a las costumbres antiguas y un mutuo desengaño. Si hay algo
que debe evitarse es eso.
Más vale proceder gradualmente, contar con el tiempo y obtener resultados ciertos. Esta
paciencia será sin discusión, una de las formas superiores del amor y un testimonio
irrecusable de desinterés. Saber esperar a que el cónyuge logre superar sus defectos,
animándole sin hostigarle, ayudándole sin desquiciarle, éste es uno de los primeros
pasos en el camino del acuerdo de las personalidades. Este acuerdo se efectuará con tanta
mayor seguridad cuanto con más calma se proceda. Excitarse no servirá de nada; lo más
que se conseguirá es exasperarse uno mismo y exasperar al otro. En tal ambiente, el
acuerdo, en vez de progresar, retrocedería multiplicando los roces y exacerbando los
choques. Todo esto no quiere decir que se encierre uno en la pasividad esperando que el
cónyuge se decida de una vez, a realizar un esfuerzo para adaptarse, sino que significa
que al exigir de él unas manifestaciones de buena voluntad, se impondrá uno a sí mismo
una paciencia a toda prueba, respetando el curso del tiempo y contando con la lentitud
normal de toda evolución humana.
Saber repetir una corrección. Repetirla sin dejar traslucir que está uno harto y a punto
de estallar.
Repetirla, por el contrario, con incansable afabilidad, con una pizca de buen humor, pero
nunca fuera de tiempo.
Domeñar esta impaciencia, esta precipitación, e imponerse contar con el tiempo. Esperar
que poco a poco se efectúe la evolución requerida.
El tiempo destruye siempre lo que se hace sin él.
En toda observación evitar las palabras agrias; en toda crítica, evitar las palabras
ultrajantes; en todo reproche, evitar la aspereza;
tales son las condiciones que se requieren previamente para el acuerdo conyugal. Éste no
puede realizarse más que en un clima en que el afán de comprensión recíproca sea
evidente. Este ambiente se creará si de una parte y de otra se emplea la destreza
necesaria para hablarse con provecho. La preocupación por proceder con tacto conducirá a
no hablar nunca bajo el efecto de la emoción violenta que acompaña habitualmente a la
primera reacción. Le sucede a nuestro espíritu lo que al agua: cuando ésta se enturbia
ya no se puede ver nada en ella; hay que dejarla reposar para que recobre su limpidez .
La crítica mutua en el matrimonio es buena y ayuda a mejorar. Pero debe ser una crítica
que nace del amor y se hace con amor. No una crítica-reproche que molesta al otro. Éstas
son inútiles y perjudiciales, porque deterioran la convivencia. Una crítica que es un
desahogo de la agresividad, produce agresividad en el otro. La finalidad de la crítica
debe ser ayudar al otro a ser mejor. Por eso, no pedir imposibles; ni hablar con
vaguedades que no concretan lo que debe cambiar; ni en plan exigente, sino sugiriendo. Y
en el momento oportuno. Una crítica a destiempo es perjudicial, o, por lo menos, inútil.
Es necesario, a todo precio, vencer el mal humor y, para conseguirlo, cultivar el arte del
perdón recíproco. Que no se tema ir demasiado lejos en este sentido, porque si es
peligroso perdonar demasiado, mucho más peligroso es no perdonar lo suficiente. De tener
que elegir entre los dos excesos habría que optar sin titubeo por el primero; porque un
exceso de bondad sólo pude servir al amor, mientras que, por el contrario, éste no
podría sobrevivir a una negativa del perdón. En la vida conyugal es donde tiene más
aplicación la respuesta de Cristo: hay que perdonar setenta veces siete . Es decir,
siempre! Solamente en la medida en que el uno y el otro hagan de esta ley cristiana norma
de su vida cotidiana florecerá la comprensión en la vida común. Cualquier otra
orientación sólo puede acarrear endurecimientos y choques que acabarán por destruir la
felicidad.
Para que la vida en común sea bella, para que sea armoniosa y reine en ella la alegría,
para que el amor sea fácil, es preciso que marido y mujer se traten con toda caridad,
concediéndose recíprocamente un perdón renovado sin cesar.
Cuando tengas que reprender a tu cónyuge, no lo hagas con reproches duros, que suelen
motivar reacciones violentas. Es preferible una suave sugerencia que facilite la disculpa,
el acuerdo, la avenencia. Con mucha frecuencia en el origen del enojo está el orgullo.
Algunas torpezas inconscientes y repetidas traen como consecuencia que la mujer ofendida
se refugie en una protesta silenciosa. Se encierra en sí misma, negándose a avanzar por
el camino de la comprensión. No admite el perdón.
Pensando que ha iniciado ella demasiadas veces los pasos de la reconciliación, se
repliega ahora a la defensiva y manifiesta su protesta con una terquedad irreductible.
No posee ella, sin embargo, el monopolio del malhumor. Hay que reconocer que el hombre, a
su vez, lo utiliza con frecuencia, impulsado también por el orgullo. En él también,
puede triunfar la fobia a dar el primer paso. Ésa es la manera mejor de hacer la vida
común insostenible. El triunfo de la terquedad, del orgullo, y malhumor, actúa sobre el
amor como un cáncer. Muchos de los fracasos matrimoniales se deben a la falta de
comunicación. Porque la mujer no encuentra en el marido atención a lo que ella necesita
comunicar.
Muy cercana al malhumor está la taciturnidad. Es un estado de espíritu en el cual no se
encuentra nada que decir. Este defecto es, la mayoría de las veces, patrimonio del
hombre. Aun no siendo siempre consecuencias de mala voluntad, no por ello debe dejar de
ser corregido. Hay maridos que no comprenden que imponen así a su mujer un verdadero
suplicio. A lo largo de todo el día, ella no tiene nadie con quien hablar. Cuando llega
el marido, siente una necesidad muy comprensible de comunicarse con él. Pero éste
cansado y rendido, no se encuentra con ganas de conversar. Se atrinchera tras el
periódico o se dedica a la televisión. Cuando esto se repite con regularidad llegan a
ser extraños entre sí. Están al borde del fracaso. El marido debe hacer un esfuerzo
para salir de sí mismo y dedicar a su esposa una atención parecida a cuando era su
novia. Hay que conseguir que en el hogar brille la alegría. Es la mejor salvaguardia del
amor .
En el matrimonio no basta coexistir , hay que convivir. Y esto no es posible si no tienen
nada en común. Hay que compartir gustos, ideas, valores. No basta que los cuerpos estén
juntos, si las almas están separadas . Para la armonía matrimonial es fundamental la
comunicación. El hablar aclara las cosas. El silencio enreda cosas que no debían haber
sido problema. Un día, una esposa ve pasar a su marido en su coche con una joven al lado.
Es una compañera de trabajo, y la lleva al médico. Pero su mujer se imagina lo peor.
Cuando él llega a casa, con toda naturalidad, y como siempre, va a besar a su esposa.
Ella con la idea que tiene en la cabeza lo recibe displicentemente. Él se extraña, pero
calla. Ella también calla. Al día siguiente él se acerca a darle el beso de costumbre,
y nota en ella la misma reacción.
Al tercer día, se va directamente a su habitación sin besarla. Ella saca su conclusión:
no hay duda que se ha liado con la otra . Ya tenemos una tragedia que se hubiera evitado
sin el silencio de los dos.
Hay mujeres que se quejan de que sus maridos no hablan; pero no caen en la cuenta de que
ellas no dejan hablar, pues son interminables narrando sus cosas. Otras interrumpen
continuamente lo que a ellos les parece interesante contar, con multitud de cositas :
cómo te has hecho esa mancha?, está buena la sopa?, ten cuidado con la ceniza!, etc.
Así dan a entender a su marido que lo que él les cuenta no tiene para ellas ningún
interés, y al marido se le quitan las ganas de hablar.
Muchos disgustos matrimoniales se deben a falta de comunicación. A uno de los dos le ha
molestado algo del otro, o sospecha algo. En lugar de decírselo y aclarar las cosas,
guarda silencio y pone cara larga. El otro no sabe lo que pasa, y se molesta a su vez. La
tirantez va en aumento, y puede llegar a un rompimiento. Esto no hubiera ocurrido hablando
con sinceridad. Diálogo no es la yuxtaposición de dos monólogos, sino que ambos
procuran ver con los ojos del otro.
Para remediar las desavenencias en el matrimonio te recomiendo este libro excelente:
«Felicidad conyugal: sus obstáculos; su éxito»(964).
Además de ser un libro provechosísimo para los casados, también lo es para los que se
acercan al matrimonio; para que sepan, desde el principio, evitar todos los pasos que les
aparten de la felicidad conyugal.
El matrimonio, como todas las cosas, tiene su lado negro; y es necesario soportarlo. El
sufrimiento es en esta vida inevitable, y hay que aceptarlo.
Nunca deberemos olvidar que incluso en un matrimonio en el que reine un verdadero amor,
siempre habrá lugar para el sacrificio. A veces puede ser necesaria una autodisciplina,
tan recomendada por la ascética cristiana, para el control sexual de los esposos. Incluso
en la formación integral prematrimonial, siempre deberá promocionarse el sacrificio como
elemento indispensable del matrimonio cristiano.
La felicidad de un matrimonio no se hunde porque en alguna ocasión pueda haber un
disgusto.
Son consecuencia de la fragilidad humana. Pero siempre sale el sol después que pasan los
nubarrones. Cuando hay amor y virtud las dificultades son más llevaderas. Es muy difícil
que en un matrimonio no surjan problemas. Lo importante es que se mantenga el amor, y se
sobrelleven con virtud los defectos de la otra persona. Y no contar a terceros las
desavenencias conyugales; a no ser para pedir consejo a persona amiga e imparcial.
Los esposos deben saber apreciarse mutuamente . Que la mujer aprecie el trabajo de su
marido, su prestigio social, su responsabilidad, sus éxitos, etc. Que el marido sepa
apreciar lo que supone la consagración total de la mujer a los hijos y al hogar. Jamás
decir nada que pueda suponer menosprecio del otro, aunque sea una pequeñez. Dar siempre a
entender, en el hablar, que se siente admiración por el cónyuge. La mujer está todo el
día de cabeza con los quehaceres de la casa.
Termina el día reventada, y nunca descansa lo que necesita. El día siguiente será para
ir acumulando cansancio. El marido también vuelve cansado del trabajo. Nunca tienen un
rato libre para ellos . Están fatigados, nerviosos, y es fácil que salte la chispa. El
marido debe buscar algún rato para oír la cosas que preocupan a su mujer. El diálogo
entre los esposos es indispensable.
La convivencia matrimonial necesita comunicación . Hay que saber exponer los propios
sentimientos que le produce el otro cónyuge sin herirlo, y oír los sentimientos que él
produce en el otro sin defenderse. Un diálogo así es el éxito de la convivencia
matrimonial. Para esto es necesario aceptarnos a nosotros mismos como somos, y aceptar al
otro como es. Si sentimos odio por nosotros mismos, chocaremos con los demás. No puede
llevarse bien con los demás el que se lleva mal consigo mismo .