Darío Jaramillo Agudelo
Nació el 28 de julio de 1947 en Santa Rosa de Osos, Antioquia. Es autor de tres libros de poesía: Historias (1974), Tratado de retórica (Premio nacional de poesía, 1978) y Poemas de amor (El Áncora Editores, 1986); tres libros de prosa: La muerte de Alec, novela (1983), Guía para viajeros (Planeta, 1991) y Cartas Cruzadas (Alfaguara, 1995); y varias compilaciones con sus prólogos, entre ellas: La nueva historia de Colombia (1976), Sentimentario, antología de la poesía amorosa colombiana (1986), Antología de lecturas amenas (1985) y Poemáquinas (1992). De su poesía se ha hecho una reedición completa: 77 poemas (Universidad Nacional, 1987), y dos selecciones parciales Antología poética (Monte Avila, 1991) y Cuánto silencio debajo de esta luna(UNAM, 1992).
Poemas de amor
Escenas de la vida diaria
De la nostalgia
Colección de máscaras
Colección de máscaras
Felisberto: tiempo oscuro
Fue aquel un tiempo oscuro, con el color de la piel amoratada,
Días de cuero curtido, días de sol afuera en el mundo de
todos los demás.
Él sufría.
Y la dicha era imposible en aquel reino de un helado miedo interminable.
Se sentía cobarde, pero necesitó mucho valor, sin saberlo,
para sobrevivir entonces,
Un coraje ciego actuaba por él,
Un frío coraje que por las noches le arrancaba las lágrimas
rabiosas.
Aprendió en esos días que daba lo mismo perder o ganar,
Que importaba solamente saber con claridad su horror,
Poder oír siempre esa secreta voz de alerta,
Mantener viva la llama de su signo: La música es la única
cosa consistente.
Era el tiempo del desdén y del pequeño sufrimiento diario.
Era el humillado, el gris, el triste.
En aquellos días de buen comportamiento y mala conducta,
Él usaba los preceptos como vestidos de otra talla,
y constantemente pecaba de pensamiento y de deseo
y una mancha negra le oprimía las costillas y le apretaba la garganta:
era la amenaza del infierno, el garfio de la culpa, era saber que nunca
volvería al estado de gracia,
y, ah, la única dicha de estar solo,
encerrado en lugares oscuros, sobreponiéndole una noche precaria
a los días de propiedad ajena.
En aquellos años (hoy los recuerda con cierta ira y el asombro de
haber sobrevivido),
en aquellos años sin ternura, en aquellos años sin sentirse
amado,
en aquel frío entonces de de santidad y mentira,
él esperaba sin llanto y soñaba con luminosos lugares distantes,
con jardines, con calor animal y sol y soledad,
soledad siempre, sin desolación soñaba.
En aquellos días él caminaba por las calles sin una canción
que fuera suya,
el sin amor, el seco, el muy abandonado,
y él pervivía intrigado por la curiosidad del día
siguiente;
en esos días aprendió a sonreír para sus adentros
con una sonrisa agradable y secreta.
Entonces el mundo tenía púas y él no tenía
conciencia de su cuerpo sin piso, ese lujoso vacíode nervios y de
carne:
fue aquél un tiempo de escalofríos y aún no despertaba
el fuego de su adentro:
él vivía los días vencido por un rescoldo de esperanza,
animado por la desdicha él esperaba su mañana,
sabiendo como se saben esas cosas, con las vísceras, su verdad más
inútil:
estaba tan lastimado que ya no sería feliz nunca,
0 que acaso su noche lo marcaba apenas para una fugaz ebriedad del mundo
o para el hábito del desencanto.
En aquellos días él no esperaba nada y esto lo libraba de
toda decepción,
en aquellos días de ojos húmedos y labios mordidos
él tenía toda la ternura de su corazón dispuesta,
pero el sufrimento, la sustancia de esos años,
convirtió su ternura en una especie de indolencia;
ah, su corazón, ese cándido reloj del desatino.
En aquel tiempo él tenía héroes remotos, indescifrables
intuiciones,
eran días sin codicia y él construía la casa del alma
en un desierto.
En aquellos días él se comportaba muy juiciosamente
y manipulaba con sigilo su locura: todo podía ser un juego, él
lo sabía,
todo podía ser una broma pesada que acabaría al azar una
mañana.
Durante aquellos años sin ninguna intimidad o abrazo,
él supo lo esencial de este cuento y nunca le sivió para
nada.
En aquellos días la radio sonaba delante del ruido de la lluvia
y lo demás era
todo silencio,
absoluto silencio, y él permanecía casi siempre quieto, con
los ojos abiertos, sin pensar,
muerto de miedo.