La Espera

por Vaclav Havel

(Extracto del discurso de incorporación del dramaturgo y actual Presidente de la República Checa a la Academia Francesa)

"Vengo de un país que durante muchos años esperó su libertad. Por eso, permítanme aprovechar la ocasión para meditar brevemente sobre el fenómeno de la espera.

Se puede esperar de diferentes maneras.

En un extremo de la variada gama de modalidades que asume este término está aquella descrita en 'Esperando a Godot': la espera como materialización de la salvación o la ayuda universal. La espera de muchos que vivíamos en el mundo comunista era a menudo, o casi permanentemente, muy cercana a esta posición extrema.

Cercados, atacados y casi colonizados por el sistema totalitario los ciudadanos perdían la idea de salida, la voluntad de hacer cualquier cosa e incluso carecían del conocimiento de que se pudiera hacer algo. Para decirlo de alguna manera, perdían la esperanza y con ello la posibilidad de vivir con sentido. Por eso esperaban a Godot. Perdida la esperanza interna, aguardaban la llegada de una salvación incierta desde afuera.

Sin embargo Godot -por lo menos para el que está esperando- no viene pues simplemente no existe. No es una esperanza sino una ilusión. Es producto de la propia incapacidad de la gente. Un parche para el vacío existente en su espíritu. Un parche completamente agujereado. Una esperanza para la gente sin esperanza.

En el lado opuesto de la gama encontramos otro tipo de espera, aquella vinculada a la paciencia. Una espera basada en la conciencia de que decir la verdad y resistir de esta manera tiene sentido en principio, sencillamente porque ésta es la forma correcta y porque el hombre no debe preocuparse en qué desembocará su actitud mañana, pasado o en otro tiempo.

Esta espera partía de la creencia de la existencia de la verdad y que resistir tiene sentido por sí mismo, porque significa que hay alguien que no apoya al gobierno de la mentira.

Esta actitud no considera el éxito final, si una vez será victoriosa o si será suprimida por enésima vez. Esta espera se nutre primordialmente de la confianza en que la semilla una vez plantada puede brotar. Sin saber cuando. Alguna vez. Posiblemente cuando otras generaciones pueblen esta tierra.

Esta postura, llamémosla por simplificación disidente, suponía y fortalecía nuestra paciencia. Nos enseñaba a esperar. El esperar como paciencia. El esperar como estado de esperanza y no expresión de desesperación.

Este tipo de espera sí tiene sentido. No es una dulce mentira sino una vida difícil junto a la verdad. No es una pérdida de tiempo; al contrario: esperar la posible germinación de una siembra sustancialmente buena es otra cosa que pasar el tiempo esperando a Godot. Esperarlo a él equivale aguardar el crecimiento de una azucena sin haberla sembrado anteriormente.

Permítanme, por favor, ser por un momento un poco personal. Aunque adiestrado en el tipo disidente de la paciencia, en la capacidad de esperar basada en la conciencia, que mi esperar tiene sentido, después de nuestra pacífica revolución antitotalitaria, durante estos últimos tres años, a menudo sucumbí a la espera impaciente.

Me mortificaba porque estaba cambiando todo a un ritmo muy lento, porque mi país aún no tenía una Constitución democrática, y los checos y eslovacos no eran capaces de decidirse si querían vivir en un Estado común o constituirse en dos naciones soberanas. Me producía impaciencia el que lográramos acercarnos más rápidamente al mundo occidental democrático y a sus estructuras; el que no fuéramos hábiles para concertar de alguna manera nuestro propio pasado y que estábamos liquidando muy lento las ruinas del antiguo régimen y toda su pobreza moral.

Desesperadamente anhelaba tener algo terminado, para poder tacharlo como un problema supuestamente solucionado y así eliminarlo. Deseaba que mi trabajo en la cabeza de nuestro país tuviera, por fin, un resultado visible, indiscutible, palpable, indudable y por ello concluido. Era difícil conformarme con el hecho de que la política es un proceso interminable, igual que la historia; un proceso que jamás permite, decir: esto está definitivamente acabado, terminado.

Era como si se me hubiera olvidado esperar en aquella única forma en que tiene sentido.

Sólo ahora, con un poco de tiempo para meditar todas las cosas, con cierta perspectiva, comienzo a entender como mi impaciencia me había sometido precisamente a aquello que continuamente había criticado: la ansiedad destructora de la actual civilización tecnócrata, que se basa en un racionalismo orgulloso y en la suposición errónea de que el mundo no es otra cosa que un crucigrama por resolver, que existe una sola solución correcta, objetiva, y que todo depende de mí para lograrlo.

Sin estar consciente de ello estuve sujeto a la perversa idea de que podía ser soberano de la realidad, que mi única tarea era mejorar esta realidad basándome en una receta previamente indicada. Pensaba que dependía sólo de mi persona el cómo y cuándo sucedería esto y que no había razón alguna para posponer el cumplimento de esta tarea.

En breve, pensaba que el tiempo era mío.

Eso era un gran error.

El mundo, la existencia y la historia tienen su propio tiempo al que podemos entrar creativamente, pero nadie lo tiene íntegramente en sus manos. El mundo y la existencia no cumplen las órdenes al pie de la letra de un técnico o de un político especializado. Ellos no están aquí para armonizar con sus suposiciones. Se resisten a su tiempo, así como se niegan a ser explicados superficialmente. Tienen sus propias sorpresas y secretos con los cuales suelen detener a los cerebros modernos; ellos siguen sus propios movimientos, a menudo sinuosos.

Quien procura eliminar estos caminos levantando una construcción monstruosa arriesga mucho, desde la pérdida de aguas subterráneas hasta los cambios trágicos en la biosfera.

En lo que se refiere a la impaciencia política, me doy cuenta de que el político del presente y aquel del futuro -permítanme utilizar el término 'político postmoderno'- deben aprender a esperar en el mejor y más profundo sentido de esta palabra. O sea, no deben esperar a Godot.

Su espera debe consistir en el reconocimiento del movimiento y desenvolvimiento interno de la existencia, de la naturaleza de las cosas, de su soberanía y de la independiente dinámica de éstas que se resisten a cualquier manipulación violenta. Su esperar debe surgir de la voluntad de trazar posibilidades a los acontecimientos para que puedan presentarse así como verdaderamente son, en su esencia.

El comportamiento de un político postmoderno no debe partir de un análisis impersonal sino de su penetración personal. No puede basarse en la altanería, sino que debe desprenderse de la humanidad.

El mundo no es una máquina que se pueda someter a un control total, no es reconstruible solamente con conceptos técnicos. Los utopistas que creen esto están sembrando un sufrimiento cada vez más profundo.

Si la racionalidad se aparta del espíritu humano único, que es el principal guía de la actuación política, conduce finalmente sólo a la violencia. El mundo se resiste a aceptar un orden implantado por un cerebro que había olvidado ser una modesta parte de su infinitamente rica morfología. Cuando más minuciosa e impacientemente acoplamos el mundo a las categorías racionales, tanto más nos sorprende con mayores estallidos de irracionalidad.

Sí, también yo -un sarcástico crítico de los orgullosos explicadores del mundo- tuve que recordar que la existencia no se puede sólo explicar sino que también hay que entenderla.

No basta imponerle nuestras propias ideas, es necesario escuchar la polifonía de sus comunicaciones a menudo contradictorias, y prestarles atención.

No basta describir científicamente la mecánica de cosas y acciones, sino es necesario percibir y vivir personalmente su espíritu.

No es suficiente confiar sólo en los cronogramas elaborados por nosotros mismos para el funcionamiento del mundo, sino hay que respetar otro cronograma infinitamente más complicado, impuesto por el mundo, que consta a su vez de innumerables acciones naturales, históricas y humanas.

No se puede esperar a Godot. Godot no viene porque no existe.

Tampoco se puede inventar a Godot. El comunismo fue un Godot inventado, falso, que vendría a salvarnos y que sólo logró aniquilarnos y diezmarnos.

Con pavor me di cuenta que mi impaciencia por la renovación de la democracia era una actitud comunista. Lo diré de forma más general: era algo racionalista, renacentista. Quise empujar la historia, como los niños que procuran hacer crecer las flores estirándolas.

Creo que hay que aprender a esperar, como si se tratara de una creación. Es necesario plantar pacientemente las semillas, regar bien la tierra donde las sembramos y prestar a las plantas el tiempo preciso que ellas mismas necesitan.

Así como es imposible engañar a una flor para que crezca no podemos engañar a la historia. Pero la historia se puede regar, con paciencia, diariamente. No sólo con entendimiento sino también con humildad y amor.

Si los políticos y los ciudadanos aprendieran a esperar en el mejor sentido de la palabra, o sea como expresión de un noble respeto al ritmo interno de las cosas, a cuyas profundidades jamás penetraremos completamente, entenderían que en el mundo todo requiere su tiempo.

Comprenderían además, que, al momento de querer algo del mundo, es importante tomar en cuenta su presencia y su historia. Estoy convencido de que así la humanidad no terminaría tan mal como de vez en cuando la vemos.

Damas y caballeros: Vengo de un país que está lleno de gente impaciente. Quizás porque estuvieron tanto tiempo esperando a Godot y ahora creen que ha llegado. Este es un error tan grande como era de esperarlo. No ha llegado ningún Godot. Y eso está bien porque cualquier Godot que viniera sería un confabulado, un comunista.

Sólo ha madurado lo que tenía que madurar. Ahora tenemos la tarea de transformar los frutos de esta cosecha en una nueva siembra y volver a regar pacientemente.

En la seguridad de que hemos sembrado y regado bien no hay motivo para la impaciencia. Basta entender que nuestra espera tiene sentido.

El esperar que tiene sentido brota de la esperanza y no de la desesperación; de la fe y no de la incredulidad, de la humildad ante el tiempo del mundo y no del temor provocado por su majestuosa calma.

Esta espera no va acompañada de aburrimiento, sino de tensión. Esta espera es algo más que una simple espera.

Es la vida. La vida como una alegre participación en el milagro de la existencia".

|DE VUELTA|