Globalización
y pobreza
Juana Álvarez
(Sep/98)
A MENUDO SE PRESENTA la globalización
como un gran progreso que permitirá a los países atrasados
alcanzar a los más desarrollados.
Como ejemplo notable de esta pretensión se señala a los
países del Sudeste asiático, en particular, los llamados
"tigres" -Singapur, Corea, Hong-Kong y Taiwan-, a los que últimamente
se les ha unido China.
No obstante, la testaruda realidad se impone. Según los datos
oficiales de la ONU "en más de un centenar de países, la
renta per capita es hoy en día más baja que hace quince años".
Es decir, 1.600 millones de seres humanos viven peor que al principio de
los '80. En espacio de una generación, la distancia entre los países
ricos y los pobres se ha doblado.
La realidad que nos trae la globalización se traduce en el hecho
constatado y vergonzoso de "que 258 millonarios dispongan de una renta
anual superior a la renta conjunta del 45% de los habitantes de la tierra"
(El País, 2/JUL/98).
Las tres cuartas partes de las inversiones directas destinadas a los
países empobrecidos se han concentrado en una docena de países.
Africa, el continente más pobre, sólo recibió el 6%
de estos flujos de capital. Y los países africanos con más
dificultades, aquellos donde se concentran los mayores índices de
miseria y descomposición social del globo, se contentaron con un
miserable 2%.
SUDESTE ASIÁTICO
Pero, incluso no deja de llamar la atención el intento desafortunado
de extrapolar los más que dudosos resultados de una docena de estados
-fundamentalmente, del Sudeste asiático- sobre el conjunto de los
más de cien países pobres del mundo. Últimamente,
incluso, se ha puesto de moda en los círculos financieros discutir
sobre la fecha en que China va a sustituir a Estados Unidos como primera
potencia mundial.
Es cierto que la región del Sudeste asiático ha experimentado
un colosal crecimiento en los últimos diez años, convirtiéndose
en la zona más dinámica del capitalismo mundial. Sin embargo,
tendríamos que preguntarnos sobre la calidad del crecimiento experimentado.
Salta a la vista que estos países no han podido sustituir a los
grandes dinosaurios del capitalismo mundial -USA, Japón y Alemania-
en el desarrollo de nuevas tecnologías, aspecto clave de la dominación
económica mundial.
Aunque se podrían citar algunas sociedades multinacionales coreanas
o brasileñas, habría que estudiar la proporción de
capital japonés o norteamericano en las mismas. No obstante, de
las 37.000 multinacionales contabilizadas por la ONU, destacan cien truts
que dominan la economía mundial. Ni uno sólo procede de un
país del llamado III Mundo. Es más, las tres cuartas partes
de estos gigantescos holdings se reparten entre las cinco metrópolis
capitalistas más importantes: USA, Japón, Alemania, Francia
y Gran Bretaña.
Además, toda la discusión no puede quedar reducida exclusivamente
al ritmo de crecimiento del PIB. La economía española es
un buen ejemplo de cómo unos buenos datos macroeconómicos
no se corresponden automáticamente con una mejora de las condiciones
de vida para la mayoría de la sociedad.
En Brasil, por ejemplo, a pesar del crecimiento económico de
los últimos años, la mortalidad infantil ha pasado del 46
al 68 por mil, el presupuesto educativo ha descendido del 6% al 2,7%, la
asistencia sanitaria ha empeorado y la criminalidad se ha disparado.
Las recientes tormentas monetarias que han desestabilizado la economía
asiática y amenazan el crecimiento de la economía mundial,
incluido el coloso americano, han revelado la debilidad del modelo de desarrollo
de los tigres asiáticos, que difícilmente podrán superar
los enormes desequilibrios económicos a los que se enfrentan en
el corto plazo.
DEPENDENCIA
Los hechos demuestran, sin duda que, la globalización capitalista
acrecienta la dependencia económica y política de los países
atrasados respecto de las metrópolis imperialistas, aumentando la
desigualdad:
"La prospectiva económica de la mundialización no puede
ser más inquietante: el PIB mundial se duplicará en los próximos
25 años, pero el porcentaje de ese PIB que les corresponderá
a los países más pobres no llegará al 0,3%" (El País,
2/JUL/98).
Algunos demagogos de la política argumentan que la ayuda internacional
impedirá la descomposición social a la que se ven abocados
una gran parte de los países empobrecidos del mundo como consecuencia
de la globalización.
Pero, también en este apartado mienten con descaro. En 1997,
los países del llamado Tercer Mundo recibieron el 26% menos de ayudas
que en 1996. Los países industrializados de la OCDE redujeron sus
ayudas del 0,33% del PIB al 0,22%, alejándose del horizonte del
0,7% aconsejado por la ONU.
La economía nacional más poderosa del mundo, los EE.UU.,
redujeron su ayuda del 0,12% del PIB al 0,08%. Mucho nos tememos que el
ejemplo cunda en las economías europeas.
Sólo en 1997, seis millones de personas contrajeron el virus
del SIDA, de los cuáles más del 80% en los países
en vías de desarrollo, y de ellos casi el 90% no tienen acceso a
la necesaria asistencia sanitaria. Esto es sólo una pequeña
muestra del desolador escenario mundial que el futuro globalizador nos
depara.
Los trabajadores, sean del primero o del tercer mundo, sólo tenemos
una salida: luchar. O mejor aún, como dice la canción, aprender
a luchar.
Luchar, en primer lugar, por construir una alternativa marxista que
conquiste la hegemonía en el movimiento obrero. En la ausencia de
esta alternativa, la globalización del capitalismo puede desembocar
en conflictos nacionales, étnicos y raciales terribles, con la desintegración
virtual de naciones y sociedades enteras.
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