Extracto
de un artículo publicado en el Boletín de
Izquierda Revolucionaria (Abr/99)
"Para el marxismo
no existe otra estrategia que la construcción del partido revolucionario".
Cuantas
veces hemos repetido esta frase y que poco hemos profundizado en ella.
En escuelas de formación, en grupos de base, en discusiones con
contactos y simpatizantes, en cualquier acción partidaria de una
u otra forma sale a relucir la dichosa frase. Y sin embargo, cuando abandonamos
el terreno de los grandes principios y nos trasladamos al mundo real, cuando
aterrizamos en el campo de lo concreto muchas veces no sabemos darle un
mínimo contenido práctico. Y esto es terrible para un grupo
en formación.
En muchas ocasiones damos
por asumidas muchas ideas y principios, sin ni siquiera pararnos a preguntar:
"qué significa realmente esto que estoy defendiendo".
Como otras veces se ha recordado,
IZQUIERDA REVOLUCIONARIA no nace en el vacío. No surge de la nada.
Al contrario, somos la continuación de una experiencia tremendamente
innovadora en el trotskismo hispano: el Colectivo Manifiesto. Un grupo
que durante cuatro años nos enseñó lo que significa
en la práctica esa dichosa frase.
Por tanto, ¿qué
queremos decir cuando hablamos de "construir el partido"?. Básicamente,
la construcción del partido se reduce a la construcción de
sus cuadros porque los cuadros son los cimientos del partido revolucionario
y sin ellos nada podrá sostenerse.
No existe una regla matemática,
pero no es exagerado señalar que donde hay un cuadro hay un grupo
de base o la posibilidad inminente del mismo. Cada militante que se educa
y forma como cuadro revolucionario representa un nuevo grupo de base para
la organización.
En las primeras fases de
construcción de un grupo revolucionario el crecimiento siempre es
lento. Sobre todo en épocas reaccionarias. Las entradas se cuentan
una a una. Sin embargo, en una coyuntura revolucionaria un grupo de cien
puede fácilmente convertirse en miles, siempre que esos cien estén
bien organizados, bien dirigidos, tengan una política y un programa
adecuado, métodos correctos, etc. Todo esto es imposible sin una
dirección y una dirección es imposible sin cuadros.
Una dirección que
sea capaz de movilizar disciplinadamente a la base de la organización,
al conjunto de la militancia, no surge por generación espontánea,
sino que es el producto de un largo y duro proceso. Es un colectivo de
cuadros que asume responsabilidades generales que atañan al conjunto
de la organización.
QUÉ ES UN CUADRO
Un cuadro se define por varias
características esenciales: una firme educación política,
experiencia y voluntad de lucha, disciplina revolucionaria.
Mucha gente cree que el cuadro
es quién más sabe. Esto no es así. La formación
política en un cuadro es fundamental, pero no es suficiente ni de
lejos. Un cuadro no es quién a acumulado más conocimientos
sobre teoría marxista, sino aquel compañero o compañera
que mejor aplica esos conocimientos. Un cuadro no es quién mejor
habla en los grupos de base, sino aquel compañero o compañera
que mejor hace entender a los demás las cuestiones más complicadas.
La educación política
se adquiere combinando adecuadamente el aprendizaje teórico con
la acción revolucionaria. Aquel militante que se sepa de memoria
las principales obras de Trotsky y no sepa vender el periódico nunca
llegará a ser un cuadro.
La educación política
debe suministrale al cuadro confianza en las ideas y en sí mismo.
Lograr una superioridad política sobre los reformistas y estalinistas
se consigue mediante el estudio del marxismo y la aplicación de
las enseñanzas adquiridas a la lucha diaria.
Es conveniente que la educación
sea orientada por camaradas más expertos, ya que, el marxismo es
una ciencia y hay que asumirla como se sube una escalera, peldaño
a peldaño. Con toda seguridad, el compañero o compañera
que intente subir hasta arriba sin apoyarse en los peldaños, se
pegará un tortazo contra el suelo y puede que se desanime a la hora
de intentar subir otra vez.
Los compañeros no
deben tener ningún corte en preguntar lo que no entiendan, deben
abusar de los más viejos para aprender de ellos, sin tener que copiarles
necesariamente, ya que, el militante que aspire a convertirse en cuadro
tendrá por fuerza que desarrollar su propio estilo.
VOLUNTAD REVOLUCIONARIA
Un elemento también
importante en un cuadro es la experiencia que ha acumulado mediante su
participación consciente en las luchas. Un cuadro que tenga una
buena educación política pero no haya desarrollado su voluntad
de lucha es un cuadro perdido.
Los cuadros deben darse el
baño de masas, el bautismo de fuego en la conducción de una
lucha. Dirigiéndose a sus compañeros de fábrica, en
el centro de estudios o en el barrio durante alguna asamblea, desarrollando
un trabajo sistemático en su plataforma de acción, convirtiéndose
en un luchador ejemplar y en un propagandista del marxismo revolucionario.
Ningún militante puede
ocultar ante las masas su condición de revolucionario. Mucho menos
un cuadro que debe encabezar la acción revolucionaria de su grupo
de base dando ejemplo y poniéndose al frente del mismo.
La experiencia adquirida
en las luchas fortalecen, sin duda, el espíritu revolucionario.
Pero, cuidado. La organización debe saber dosificar bien los esfuerzos
de los militantes y cuadros para no correr el peligro de quemarse prematuramente
y que los vicios del estrés, las presiones y las tensiones hagan
mella en el grupo.
DISCIPLINA Y LEALTAD
Un tercer elemento es el
respeto a la disciplina del grupo. Un cuadro debe ser el elemento más
disciplinado. Se le puede permitir descuidos a un nuevo recluta recién
llegado que la organización jamás le debería pasar
por alto a un militante experimentado o a un cuadro.
La naturaleza del centralismo
democrático no es absoluto imponer un régimen carcelario
de arriba a abajo. Los militantes tienen más derechos que los dirigentes
que deben ser elegidos y controlados por la base y que asumen muchas más
obligaciones y deberes que derechos. Ser un dirigente es un gran sacrificio
por encima de todo lo demás.
Los cuadros deben adquirir
el hábito de la rendición de cuentas, informando rigurosamente,
asumiendo los errores y enseñanzas y no cerrándose a las
críticas constructivas.
La disciplina de una organización
revolucionaria cada vez es más estricta conforme va subiendo de
nivel. La disciplina en un grupo de base raya el asambleísmo. La
disciplina en el Comité Central se acerca más a la de un
ejército. La organización no le va a exigir la misma responsabilidad
a un nuevo militante recién ingresado que a un cuadro dirigente.
La responsabilidad de este
último es mucho mayor y más importante. Los cuadros dirigentes
se caracterizan por su capacidad para movilizar a los camaradas, por la
comprensión del programa y la política de la organización,
por la entrega a la causa revolucionaria, por mantener el espíritu
de camaradería, por ser un factor de unidad y moderación
de las tensiones, por dar ejemplo en la acción y por constituir
una escuela viva para el resto de los cuadros y camaradas.
El centralismo democrático
no se aplica de igual manera en el ámbito de los cuadros y dirigentes
que en el de los militantes de base. La dirección no puede imponer
sus puntos de vista a la base. La dirección ejecuta y aplica lo
acordado en los congresos de la organización y cuando surge un conflicto
con algún grupo de base intenta convencer políticamente y
no utilizar recursos burocráticos o administrativos que la desacreditarían
como una dirección revolucionaria con solvencia y autoridad.
La disciplina revolucionaria
se define por la subordinación de la dirección al conjunto
del partido, de cada parte al todo y de los órganos inferiores a
los superiores, dentro de las más absoluta libertad para la discusión
y la más estrecha unidad para la acción.
Estos tres elementos, educación
política, experiencia y voluntad de lucha y disciplina, no son los
únicos que definen a un cuadro, pero si son los esenciales. La construcción
del partido, en definitiva, no es otra cosa que la construcción
de los cuadros y la selección de una dirección que sea probada
con éxito en la lucha de clases. |