Ante el 50º Aniversario de
la creación del Estado de Israel
50 años de estado imperialista
Victor Alonso
(May/98)
El 50º Aniversario de la creación
del Estado de Israel se vió ensangrentado por la brutal represión
del ejército de Netanyahu contra las protestas de la población
palestina.
Las fuerzas armadas israelíes emplearon hasta helicopteros artillados
contra los manifestantes palestinos, -la mayoría, niños en
edad escolar- que respondían con impotentes piedras a las ráfagas
de los soldados.
El resultado final no pudo ser más trágico: diez palestinos
muertos -entre ellos, un enfermero y un niño de ocho años-
y más de 400 heridos, doce de los cuáles en estado de coma.
Netanyahu dió orden al ejército de reprimir a cualquier
precio cualquier protesta árabe que pudiera empañar la celebración
del 50 cumpleaños del Estado de Israel.
Negociar a la baja
Semejante actitud se inscribe en el marco de la estrategia de Netanyahu
de provocar la ruptura de las negociaciones con la Autoridad Palestina
y forzar a un Arafat muy cuestionado por su propio pueblo a negociar a
la baja la reconducción de los acuerdos de Oslo.
La llegada de Netanyahu al Gobierno, tras derrotar al laborista Simón
Peres, supuso un serio revés para el proceso de paz entre judíos
y palestinos.
Netanyahu, que depende parlamentariamente de los partidos integristas
judíos, ha frenado en seco el desarrollo de los acuerdos de Oslo
de 1993, forzando nuevas negociaciones en cada punto y negándose
a cumplir lo pactado.
La fórmula del acuerdo de Oslo, "paz por territorios", ha mostrado
sus límites. El Gobierno israelí se niega a retirar sus tropas
de la Cisjordania palestina y al mismo tiempo, provoca las iras de la población
árabe de Jerusalén, autorizando la construcción de
viviendas judías en la parte oriental de la ciudad.
La permanencia de colonias judías en los territorios ocupados,
fuertemente armadas y muy ligadas al extremismo integrista, unida a la
brutal represión con que el Estado israelí trata las legítimas
demandas palestinas, provoca la desesperación del Gobierno de Arafat
que es incapaz de controlar a su propio pueblo.
Netanyahu se ha negado, hasta ahora, a liberar a los cientos de presos
palestinos que se pudren en las cárceles de Israel sin que se haya
celebrado juicio, donde son maltratdos y torturados. Según ha desvelado
recientemente una organización israelí de derechos humanos,
el servico secreto interno, el Shin Beth, tortura al 85% de los palestinos
que interroga, es decir, entre 1.000 y 1.500 palestinos por año.
Paz, pero sin territorios
El problema radica en la actitud de la derecha israelí que se
niega a reconocer a un Estado independiente palestino con poderes reales,
ya que, éste se visualiza como una amenaza para el futuro de Israel.
A lo máximo que piensa llegar Netanyahu es a otorgar una autonomía
controlada manteniendo en todo momento el control de la zona y con capacidad
de intervención si fuera necesario.
Esto implica que no está dispuesto a devolver los territorios
ocupados acordados. A lo sumo ha manifestado que devolvería menos
de la mitad. Tampoco está dispuesto a permitir que Arafat establezca
su capital en Jerusalén y mucho menos a dividir la ciudad.
En cuanto a Siria, Netanyahu, a pesar de la moderación de sus
dirigentes, no piensa establecer negociaciones cara a la devolución
de los Altos del Golán. Las grandes reservas de agua dulce de esta
región montañosa -de gran relevancia en un habitat semidesértico-,
así como sus elevaciones, desde donde se domina todo Israel, suministran
una gran importancia estratégica a toda la zona.
Un polvorín a punto de estallar
Esta firmeza de Netanyahu choca con los intereses de buena parte del
gran capital judío que no ve con buenos ojos tanta intolerancia.
La patronal israelí que obtiene nueve millones de dólares
diarios en sus mercados naturales de Gaza y Cisjordania desea ante todo
estabilidad para poder seguir vendiendo sus productos.
Esta reclamación coincide con buena parte de la sociedad israelí
hastíada de tantos años de guerra. La polarización
social en Israel crece día a día como se ha visto con el
enfrentamiento entre progresistas e integristas ocasionado por el triunfo
de la representante de Israel en el Festival de Eurovisión.
El extremismo integrista judío, responsable de la muerte de Isaac
Rabin, arquitecto junto a Arafat del proceso de paz, crece en influencia
debido a su papel de bisagra política en el parlamento israelí.
Detrás de la negativa de la ultraderecha a seguir desarrollando
el proceso de paz no se encuentra otro motivo que su creencia de pueblo
elegido por Dios y su intención declarada de fundar el Gran Israel.
Este extremismo se ve contrarrestado por un amplio movimiento pacifista
de miras progresistas y modernas, que engloba a gran parte de la juventud
y la intelectualidad, que busca sinceramente la paz como única vía
para superar el secular conflicto árabe-israelí. Lo malo
es que la distancia entre ambos polos es cada vez mayor y el enfrentamiento
civil podría producirse en un futuro no muy lejano.
En los territorios ocupados la situación no es mejor que en Israel.
Arafat ha aceptado convertirse en gendarme de su propio pueblo pero a cambio
exige el cumplimiento de lo acordado: el reconocimiento de una entidad
estatal palestina, al menos formalmente, con sede en Jerusalén.
La actitud de Netanyahu hace que la frustración y el odio de
los árabes se canalice contra Israel, pero nadie puede garantizar
que se extienda también contra el propio Arafat. El creciente y
vigoroso apoyo del que goza Hamás es inversamente proporcional al
cuestionamiento del líder de Al Fatah.
Inestabilidad
Arafat está en la cuerda floja. Su margen de maniobra es muy
estrecho y su impopularidad es cada vez mayor. O obtiene pronto concesiones
de Israel o más tarde o más temprano se tendrá que
enfrentar a un levantamiento general de su propio pueblo.
Occidente ve con lógico temor los aires de inestabilidad que
recorre toda la zona y por eso intenta sin éxito convencer a Netanyahu
de la necesidad de avanzar en el proceso de paz. Pero, el problema es que
frente a la eclosión del fundamentalismo islámico como nuevo
enemigo mundial, los Estados Unidos y sus socios europeos saben a ciencia
cierta que Israel es el único aliado seguro hasta el final en una
inestable región cuya importancia estratégica para el mundo
se vislumbró en la pasada Guerra del Golfo.
No existe una salida cercana en este laberíntico conflicto. Aún
en el mejor de los supuestos, los palestinos tendrían un estado
formal económicamente supeditado al coloso israelí y al imperialismo.
En base al sistema capitalista las masas palestinas no encontrarán
jamás su emancipación. Sólo la capacidad de los trabajadores
árabes e israelíes de tender puentes hacia la unidad de la
clase obrera por encima de las fronteras nacionales puede vislumbrar la
única salida viable: la desaparición del estado gendarme
isarelí en el marco de una federación socialista de Palestina
y Judea que abra el camino a una comunidad de estados socialistas de Oriente
Medio. |