Diario «Clarín»19 de abril de 1992

Semana Santa cinco años después 

 

Semana Santa del ‘87 es un acto de amor por el camarada.

Una reacción de la juventud militar -jefes, oficiales y suboficiales- frente a un generalato que sumido en una suerte de estupor vegetativo y absolutamente confundido luego del fracaso político del Proceso de Reorganización Nacional y la derrota en el Atlántico Sur, no podía o no quería adoptar una política institucional coherente de salvaguarda de la institución, frente a la política antimilitar, de destrucción de las Fuerzas Armadas, que llevaba adelante el gobierno del doctor Alfonsín.

Nos sublevamos frente a nuestros generales, persiguiendo un objetivo estrictamente limitado y acotado que no pretendía -ni lo hizo- vulnerar el orden constitucional; exigir a los que comandaban que asumieran sus responsabilidades y que ejercieran su autoridad si eran capaces, sino que se fueran.

Su defección espiritual y moral les inhibía para asumir tales exigencias... entonces se fueron.

De allí la concurrencia del presidente a parlamentar a Campo de Mayo. Nadie había que le pudiera solucionar el conflicto.

De hecho la intervención del presidente coloca al conflicto en otra dimensión, en el contexto de la desmesura de la falsa dialéctica lanzada a la calle: dictadura o democracia.

Personalmente asumo frente al presidente la actitud de un jefe de Estado Mayor de hecho, que plantea problemas, reclama y propone soluciones a los mismos a su comandante en jefe.

El doctor Alfonsín -profundamente afectado emocionalmente- escucha entonces, tal vez por primera vez, el pensamiento profundo de sus soldados, sus anhelos, sus aspiraciones... sus sueños.

"Solución política definitiva a las secuelas de la guerra contra la subversión y usted... presidente, puede y debe iniciar un auténtico proceso de reconciliación nacional". Una reconciliación, aún no lograda, que nos coloque a los argentinos en un estado de concordia, en el cual podamos nuevamente mirarnos a la cara, reconocernos como miembros de una misma Nación, animados por el mismo espíritu y persiguiendo los mismos fines, que no puede ser otro que un Proyecto Nacional, aún vacante.

Esta es, más allá de las caras pintadas, de las falsas consignas, de las mentiras, de los responsables de encontrar soluciones, de la alarma y preocupación de un pueblo, la esencia de Semana Santa.

Es una muestra más de la Argentina paradojal que nos toca vivir.

¿Cómo es posible que -después de todo, y a pesar de Monte Caseros- Aldo Rico, transcurridos cinco años, encabezara la tercera fuerza política del país, segunda según algunas encuestas, en la Provincia de Buenos Aires, con probabilidad aceptable de convertirse en la segunda en el ‘93 y la primera en el ‘95?

La Argentina de la paradoja: ¿cómo es posible que seamos tan pobres rodeados de tanta riqueza?

La Argentina de los dirigentes, que se sienten el alfa y el omega del desarrollo político, como se persuadía Alfonsín que lo era. Como muchos otros antes que Alfonsín y como ahora supone Menem que es.

Paradoja fundamental que sólo podemos resolver cuando tomemos conciencia de que la historia de un pueblo se construye durante generaciones, que requiere un proyecto de vida asumido y compartido que se plebiscita todos los días y líderes con autonomía intelectual y política con conciencia de la transitoriedad de la naturaleza humana, movidos por un profundo e indeclinable amor a la Patria y fundamentalmente honrados.

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Modin. Una patria con Justicia, Dignidad y Libertad