Semana
Santa del ‘87 es un acto de amor por el camarada.
Una
reacción de la juventud militar -jefes, oficiales y suboficiales-
frente a un generalato que sumido en una suerte de estupor vegetativo y
absolutamente confundido luego del fracaso político del Proceso de
Reorganización Nacional y la derrota en el Atlántico Sur, no podía o
no quería adoptar una política institucional coherente de salvaguarda
de la institución, frente a la política antimilitar, de destrucción
de las Fuerzas Armadas, que llevaba adelante el gobierno del doctor
Alfonsín.
Nos
sublevamos frente a nuestros generales, persiguiendo un objetivo
estrictamente limitado y acotado que no pretendía -ni lo hizo- vulnerar
el orden constitucional; exigir a los que comandaban que asumieran sus
responsabilidades y que ejercieran su autoridad si eran capaces, sino
que se fueran.
Su defección
espiritual y moral les inhibía para asumir tales exigencias... entonces
se fueron.
De allí la
concurrencia del presidente a parlamentar a Campo de Mayo. Nadie había
que le pudiera solucionar el conflicto.
De hecho la
intervención del presidente coloca al conflicto en otra dimensión, en
el contexto de la desmesura de la falsa dialéctica lanzada a la calle:
dictadura o democracia.
Personalmente
asumo frente al presidente la actitud de un jefe de Estado Mayor de
hecho, que plantea problemas, reclama y propone soluciones a los mismos
a su comandante en jefe.
El doctor
Alfonsín -profundamente afectado emocionalmente- escucha entonces, tal
vez por primera vez, el pensamiento profundo de sus soldados, sus
anhelos, sus aspiraciones... sus sueños.
"Solución
política definitiva a las secuelas de la guerra contra la subversión y
usted... presidente, puede y debe iniciar un auténtico proceso de
reconciliación nacional". Una reconciliación, aún no lograda,
que nos coloque a los argentinos en un estado de concordia, en el cual
podamos nuevamente mirarnos a la cara, reconocernos como miembros de una
misma Nación, animados por el mismo espíritu y persiguiendo los mismos
fines, que no puede ser otro que un Proyecto Nacional, aún vacante.
Esta es,
más allá de las caras pintadas, de las falsas consignas, de las
mentiras, de los responsables de encontrar soluciones, de la alarma y
preocupación de un pueblo, la esencia de Semana Santa.
Es una
muestra más de la Argentina paradojal que nos toca vivir.
¿Cómo es
posible que -después de todo, y a pesar de Monte Caseros- Aldo Rico,
transcurridos cinco años, encabezara la tercera fuerza política del
país, segunda según algunas encuestas, en la Provincia de Buenos
Aires, con probabilidad aceptable de convertirse en la segunda en el ‘93
y la primera en el ‘95?
La Argentina
de la paradoja: ¿cómo es posible que seamos tan pobres rodeados de
tanta riqueza?
La Argentina
de los dirigentes, que se sienten el alfa y el omega del desarrollo
político, como se persuadía Alfonsín que lo era. Como muchos otros
antes que Alfonsín y como ahora supone Menem que es.
Paradoja
fundamental que sólo podemos resolver cuando tomemos conciencia de que
la historia de un pueblo se construye durante generaciones, que requiere
un proyecto de vida asumido y compartido que se plebiscita todos los
días y líderes con autonomía intelectual y política con conciencia
de la transitoriedad de la naturaleza humana, movidos por un profundo e
indeclinable amor a la Patria y fundamentalmente honrados.
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