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POLEMICA ENTRE ENRIQUE FERRI Y JUAN B. JUSTO

El 26 de octubre de 1908, el diputado socialista italiano Enrique Ferri dió una conferencia sobre el socialismo en el teatro Victoria, de Buenos Aires. Emitió en ella juicios acerca del Partido Socialista en la República Argentina, que fueron refutados en el mismo acto por J. B. Justo. Después, esa controversia se amplió en los escritos siguientes, editados en diciembre de 1909, por el Comité Ejecutivo del Partido Socialista, y reeditados en 1915 por la Librería de La Vanguardia.

Antes de venir a la Argentina yo conocía, a grandes rasgos, al Partido Socialista de aquí, por haberme hablado de él amigo Ugarte en París, durante el congreso socialista internacional, y porque el doctor Palacios me había mandado a Italia cartas y después discursos parlamentarios.

Llegado a Buenos Aires, viniéronme a saludar varios socialistas (a quienes había ya escrito que no venía aquí para dar conferencias socialistas, porque me parecía que, después de 15 años de sacrificios dados al Partido y al proletariado en Italia y en Europa, tenía el derecho de proveer a las necesidades de mi familia).

Yo los acogí fraternalmente, y al doctor Justo y al doctor Palacios dije abiertamente mi pensamiento sobre el Partido Socialista Argentino que está conforme con el de otros socialistas de Europa, miembros del "Bureau Socialiste International", el cual se ha ocupado de este punto, modificando el criterio de votación en los congresos internacionales, siendo, absurdo que el Partido Socialista de la Argentina tuviera igualdad de votos con el partido, por ejemplo, de Alemania.

Y por eso se introdujo el criterio del voto proporcional. El doctor Justo me dijo que mi opinión le parecía equivocada. Yo le contesté que observaría bien los hechos, en estos tres meses, y después confirmaría o modificaría mi opinión.

No tuve más el placer de verme con el doctor Justo en las varias veces que me encontré con socialistas argentinos en el hotel y en las oficinas de "La Vanguardia".

Los socialistas me pidieron una conferencia a total beneficio de "La Vanguardia", a la que accedí de todo corazón. Y así di la conferencia en el teatro Victoria, en la cual yo terminé con mis observaciones sobre el Partido Socialista en la Argentina, porque los hechos me habían confirmado en mi convicción.

Que estas opiniones mías no gusten ahora a los socialistas argentinos (pero no a todos, porque sé que alguno de ellos, y de los más conocidos, es también de mi misma opinión), me disgusta también a mí.

Pero eso no podía impedirme decir todo mi pensamiento, porque los métodos jesuíticos no pueden ser los de un hombre moderno.

Y yo pienso que los socialistas en la Argentina cumplen obra no sólo simpática y admirable por su coraje y su honradez política, sino también útil al país, porque constituyen el único partido que tenga un programa de cosas y de ideas y no de personas. Y esto dije también en el teatro Victoria.

Pero pienso (y esto es el "abecé" de la sociología y del socialismo científico), que el Partido Socialista es, o debe ser, el producto natural del país en donde se forma.

Aquí, en cambio, me parece que el Partido Socialista es importado por los socialistas de Europa que inmigran a la Argentina, e imitado por los argentinos al traducir los libros y folletos socialistas de Europa.

Pero las condiciones económico-sociales de la Argentina, que se encuentra en la fase agropecuaria (aunque técnica), son tales, que hubieran evidentemente impedido a Carlos Marx escribir aquí "El Capital", que él ha destilado con su genio del industrialismo inglés.

El "proletariado" es un producto de la máquina a vapor. Y sólo con el proletariado nace el partido Socialista, que es la fase evolutiva del primitivo Partido Obrero.

Así en Italia, las provincias meridionales, que están en la fase agropecuaria, tienen un Partido Socialista debilísimo, mientras que las provincias septentrionales, que están en la fase industrial, han pasado del "proletariado obrero", al "partido socialista" que es allí muy fuerte. Así podría decir, en Europa, de la Suiza, etc.

Y el ejemplo de la Nueva Zelandia, que el doctor Justo recordó en el teatro Victoria, confirma, esta observación elemental. Allí no existe industrialismo mecánico, en el sentido real de la palabra, y allí existe un partido obrero, que hasta ha llegado al gobierno, pero no existe un partido socialista.

Pero, se dirá, en la Argentina existe un Partido Socialista. ¿Cómo entonces negar su razón de ser?

He respondido ya en el teatro Victoria al doctor Justo con la doctrina de la "suplencia cerebral", según la cual algunas circunvoluciones cerebrales substituyen en el trabajo psíquico las específicas circunvoluciones enfermas o desaparecidas, como para el lenguaje, la circunvolución de Broca, y puedo añadir ahora otra comparación, menos científica, pero más popular.

Alguna vez suelo pedir en el restaurant un guiso de "liebre". Y como en Europa las liebres son raras y caras, los mozos traen en lugar del guiso de liebre uno de conejo. Ahora bien, a mí no me desagrada el conejo, pero me desagrada que el mozo crea que soy tan "tonto" como para pasarlo por "liebre". Y entonces llamo al mozo y le digo: Usted dice que esto es guiso de liebre, pero le advierto que yo sé bien que esto no es sino guiso de conejo; lo como lo mismo con gusto, solamente deseo que sepa usted que yo sé lo que como.

Y bien; lo mismo sucede con el Partido Socialista Argentino. Se llama "partido socialista", pero no es sino un "partido obrero" - en su programa económico (8 horas, salarios altos, huelgas, trabajo de las mujeres y de los niños), - y es un "partido radical" (en el sentido europeo de la palabra) en su programa político.

Los radicales argentinos forman un partido del... mundo de la luna. Tienen un programa negativo (la abstención de la lucha política) y uno positivo (la revolución... con relativo militarismo), y por eso falta aquí un partido radical positivo como existe en Francia (Clemenceau) y en Italia (Sacchi).

Los socialistas argentinos cumplen la función específica de este partido radical que falta.

Hacen obra simpática y útil, y por eso, como dije en el Victoria, han merecido justamente las simpatías públicas.

Pero esto si es bello y meritorio, ¡no es socialismo!

Partido y doctrina socialista sin propiedad colectiva es un absurdo. Y me maravilló muchísimo oír en el Victoria de labios del doctor Justo que esto de la propiedad colectiva es un dogma no inseparable, de la doctrina socialista.

Ahora bien: yo pienso – y esto es la parte siempre viva del marxismo – que sin propiedad colectiva no hay doctrina socialista.

Sin propiedad colectiva habrá... un guiso de conejo, o también de gato, pero no ciertamente un guiso de liebre!

Cuando un país tiene todavía "tierras públicas" por individualizar, y por eso no está todavía en la fase industrial, es absurdo decir que aquí pueda existir un partido socialista que debe estar compuesto de proletariado (industrial y agrícola).

Aquí existe la agricultura técnica. Pero los medieros o pequeños propietarios no son socialistas. Pueden serlo los braceros ("peones"); pero éstos son en gran parte inconscientes o "golondrinas", que es imposible moral y materialmente organizar en un partido socialista.

Y los muchos obreros industriales que viven en Buenos Aires, no bastan para cambiar el carácter de la condición económica de la República Argentina, que está en la fase agropecuaria. Ellos son en realidad trade-unionistas... que son bien distintos de los socialistas.

Son éstas mis ideas sobre el Partido Socialista Argentino, fruto de observaciones positivas y serenas.

Y lo he dicho y lo escribo con agrado mientras dentro de una hora deberé tomar el vapor, porque para un hombre que tiene conciencia socialista, el primer deber es el de decir la verdad, (o lo que a él le parezca la verdad, porque ningún hombre es infalible), decir la verdad siempre, sobre todo, para todos, contra todos.

Los socialistas argentinos sienten ahora el gusto amargo de mis observaciones, pero después se persuadirán, porque los hechos son más fuertes que los prejuicios o que las ilusiones.

En cuanto a mí, estoy habituado en toda mi vida a pensar y a decir cosas que chocan con los hábitos mentales de adversarios y amigos.

Pero estoy también acostumbrado a ver que el tiempo ha venido muchas veces a darme la razón.

Enrique Ferri

 

RESPUESTA DEL DR. JUAN B. JUSTO

El profesor Ferri y el Partido Socialista Argentino

Cinco horas después de desembarcar en Buenos Aires, el profesor Ferri, espontáneamente, sin que le planteáramos la cuestión, nos decía que el socialismo en este país es una "flor artificial". Asombrados de un juicio semejante, lanzado de improviso entre una consulta al empresario de su gira y una entrevista con el redactor de un diario oficial, dijimos al profesor Ferri que tal era la opinión de la burguesía criolla, pero que en él sentaba mejor reservarla para cuando hubiera conocido algo el país y nuestro partido. Ferri se puso entonces de pie, y nos dijo solemnemente: "Hablo como sociólogo, como hombre de ciencia".

Pasaron tres meses, durante los cuales el sociólogo, buscó el aplauso de la prensa prica, admiró el lujo de Buenos Aires, fue recibido por lo más granado de la oligarquía y la más alta burocracia, oyó de los labios de un ministro el relato de la revuelta que lo había llevado al gobierno, cerró los ojos ante el insensato fraude electoral dirigido por sus amables huéspedes el presidente de la república y el jefe de policía, recibió el homenaje de universidades parásitas, anduvo mucho en ferrocarril, dio en todas partes conferencias miscelánicas, ganó dinero y evitó en lo posible todo contacto con el pueblo. Y después de esa vertiginosa gira, que ha puesto a prueba su simpática voz y su gran talento verbal, el profesar Ferri ha confirmado su sentencia de la primera hora: el socialismo argentino no, tiene razón de ser.

Para un observador imparcial y sobrio de juicio, este país ofrece el cuadro singular de una sociedad moderna, íntimamente vinculada al mercado universal, y cuya vida política está en manos de partidos políticos sin equivalentes ni afines en la política de ningún otro país moderno. Agrupaciones efímeras, sin programa ni, principios, ni más objetivo que el triunfo personal del momento, los partidos de la política criolla, pasada la frontera, carecen de todo sentido. Pregúntese en la Asunción qué es un "autonomista" argentino, y será tan difícil obtener una respuesta como nos sería darla si nos preguntaran qué es un "colorado" paraguayo. Basta a veces pasar de una provincia a otra para que esas denominaciones ficticias pierdan todo significado. ¿Qué es en Corrientes un "conservador" de Buenos Aires? ¿Qué es en Buenas Aires un "liberal" correntino? Frente a ese caos de facciones y camarillas, cuya única palabra de orden y único vínculo interno es el nombre del condottiere que las guía al asalto de los puestos públicos, ha aparecido y se desarrolla el Partido Socialista, que, sin excluir a nadie de su seno, se presenta ante todo como la organización política de la clase más numerosa de la población, la de los trabajadores asalariados. Representa una corriente de opinión extendida por el mundo entero civilizado; está en relación regular con los partidos afines extranjeros; sus costumbres son las de la democracia moderna; tiene centros organizados en los principales puntos del país; es la única agrupación política de vida progresiva y permanente, que sostiene un programa, celebra grandes asambleas y vota, despreciando, por igual la inercia de la mayoría de los electores y las malas artes del, gobierno. Es, en una palabra, para el observador sobrio e imparcial, el único partido que existe. Pues para el profesor Ferri, inconmovible en su preconcepto, es el único que no tiene razón de ser. Así, aquel famoso profesor de medicina, al encontrar sano y bueno a un paciente cuya muerte próxima había pronosticado, le dijo con aplomo académico: ¡Usted está muerto para la ciencia!

En lugar de admirar en nuestro desarrollo la fecundidad de la idea socialista, capaz de inspirar al pueblo una acción buena e inteligente bajo todos los climas y en condiciones históricas relativamente distintas, en lugar de ampliar su propio concepto del Socialismo bajo la influencia de lo que aquí pensamos y hacemos, el profesor Ferri, con una ciencia de pacotilla, viene a decirnos: aquí no hay gran proletariado industrial, luego no puede haber Socialismo.

Efectivamente, no tenemos una industria como la de Inglaterra, donde escribió Marx "El Capital"; pero el último capítulo de este libro, titulado "La teoría moderna de la colonización" expone y prevé con exactitud admirable lo que hace la clase gobernante para crear rápidamente un proletariado en países como éste.

No traen para eso los gobiernos de los países coloniales máquinas a vapor. Aunque lo diga el profesor Ferri, el proletariado no es un producto de ésta. Apareció y se desarrolló en Europa varios siglos antes de que se generalizara el motor inventado por Watt, y alimentó de brazos en el siglo 17 la manufactura capitalista, y después las fábricas movidas por la fuerza hidráulica. El proletariado resultó de la disolución de la sociedad feudal, de la clausura de los conventos por la reforma religiosa, del desalojo de los campesinos por la transformación del dominio feudal de la tierra en propiedad privada estricta de los señores, por la usurpación de las tierras comunales, por la venta de los bienes de la iglesia. Como relación política y jurídica de coerción, la de proletario y burgués fue en su principio obra del despojo violento, de leyes inicuas, no del progreso técnico. La máquina a vapor ha venido después a acelerar en el siglo 19 la mecanización de la industria toda y la desaparición del antiguo artesanado, a acercar y confundir a los pueblos revolucionando los transportes, a impulsar el aumento de la productividad del trabajo.

Y al expandirse el capital en el siglo pasado, junto con la población europea, a vastas tierras vírgenes despobladas, se planteó para la clase gobernante un problema nuevo: ¿cómo crear en las colonias la clase de trabajadores asalariados necesaria para la explotación capitalista? ¿Cómo improvisar un proletariado donde la abundancia de tierras libres y abiertas al cultivo permite a cada recién llegado convertirse en un productor autónomo? Se había visto a un capitalista desembarcar en Australia con un cargamento de proletarios europeos y un capital en provisiones y útiles de trabajo, inclusive varias máquinas a vapor, y quedarse al día siguiente sólo con su "capital", sin la ayuda siquiera de un sirviente.

El problema se resolvió teórica y prácticamente con lo que sus autores llamaron la "colonización sistemática", y que ha sido realmente la implantación sistemática en estos países de la sociedad capitalista, la colonización capitalista sistemática. Consiste en impedir a los trabajadores el acceso inmediato a las tierras libres, declarándolas de propiedad del estado, y asignándoles un precio bastante alto para que los trabajadores no puedan desde luego pagarlo. Necesita entonces el productor manual trabajar como asalariado, por lo menos el tiempo preciso para ahorrar el precio arbitrariamente fijado a la tierra, especie de rescate que paga para redimirse de su situación de proletario. Y con el dinero así obtenido, el estado se encarga de buscarle reemplazante, fomentando la inmigración, el arribo de nuevos brazos serviles. En las colonias latinoamericanas la clase trabajadora, formada en gran parte por mestizos e indígenas, fue desde un principio excluida de la propiedad del suelo, adjudicado a los señores en grandes mercedes reales. Y desde que el progreso técnico-económico del mundo ha empezado a repercutir también aquí, la clase gobernante practica instintivamente, sin teoría alguna, sin más guía que sus apetitos de lucro inmediato y fácil la colonización capitalista sistemática. Con circunstancias agravantes, porque no solo acapara la propiedad del suelo todavía sin cultivo, y, por cuenta del estado, provee de brazos a los empresarios, sino que, para intensificar la explotación del trabajador, recurre a procedimientos medioevales, como el envilecimiento de la moneda, y a un sistema de impuestos sólo comparable con la gabela y la capitación de la antigua Francia.

De esta manera se ha formado en este país una clase proletaria, numerosa relativamente a la población, que trabaja en la producción agropecuaria, en gran parte mecanizada; en los veintitantos mil kilómetros de vías férreas; en el movimiento de carga de los puertos, de los más activos del mundo; en la construcción de las nacientes ciudades; en los frigoríficos, en las bodegas, en los talleres, en las fábricas. Y a esa masa proletaria se agrega cada año de 1/5 a 1/4 de millón de inmigrantes.

Como muy exactamente dice el profesor Ferri, los peones de este país son en su mayor parte inconscientes. ¿Serán mejor tratados por eso? ¿Están por eso más cerca de hacerse propietarios? ¿No es la inconciencia de los peones un motivo más para que los trabajadores conscientes redoblen la agitación? ¿Sería más normal y más rápida la evolución histórica de este país, si dejáramos crecer el proletariado sumido en la superstición de la propiedad y de la autoridad?

Nos habla el profesor Ferri de los peones "golondrinas". Y ese mismo ejército proletario de reserva, que cada año cruza los mares para trabajar en los miles de trilladoras a vapor que funcionan cada verano en este país, ¿no es la mejor prueba de que la agricultura argentina es a tal punto capitalista y está en tal grado vinculada a la economía mundial, que ya no puede engendrar las ideas políticas de los viejos pueblos de campesinos propietarios? Nos habla el profesor Ferri de que hay todavía aquí "tierras públicas a individualizar". ¿Se ha preguntado cómo se hace esa individualización? ¿Ha encontrado aquí algún pioneer, como los que, armados de un hacha y un arado, se han posesionado del suelo norteamericano, para hacer cada uno su hogar y su chacra, no sólo reconocidos, sino favorecidos por la ley en su propiedad?

Nos asegura que los medieros y los pequeños propietarios, tan escasos estos últimos entre nosotros, no son socialistas. ¿Lo serán más los millones de pequeños propietarios europeos, partidarios, desde luego, de los derechos de aduana sobre los granos y las carnes de América, derechos que el partido obrero quiere abolir? Si la situación agraria ofrece dificultades a la doctrina socialista, ellas son indudablemente mayores en Europa que aquí.

¿Qué quiere decir el profesor Ferri cuando objeta al socialismo argentino que estamos aún en "la fase agropecuaria?" ¿Acaso que la agricultura va a desaparecer para que advenga lo que el llama socialismo? ¿0 que la sociedad comunista europea, ya próxima a establecerse, tratará, mano a mano con el presidente Figueroa Alcorta, como jefe de esta oligarquía de terratenientes, el cambio de los granos, las carnes, las lanas, y los cueros argentinos por los productos de la industria de aquella cooperativa continental?

Toda la exposición de Ferri está impregnada de un dogmatismo estrecho, que le ha impedido comprender las objeciones más fundamentales, si no es que las ha entendido mal por no conocer la lengua. Yo no he dicho que la propiedad colectiva sea un dogma separable de la doctrina socialista. Yo también pienso que sin la propiedad colectiva es decir, sin la hipótesis de la futura propiedad colectiva no hay doctrina socialista. Pero esa hipótesis, tan fundada y tan simpática, no es fecunda sino en cuanto nos conduce a prepararnos para la propiedad colectiva, a irrealizar desde ya el colectivismo posible, capacitando a la clase trabajadora para la cooperación libre y la acción política. Y éste es el método socialista, tan separable de la doctrina y tan superior a ella en trascendencia histórica como la técnica y la experimentación modernas respecto de la teoría del éter.

Por eso la parte más viva del marxismo no es la hipótesis de la futura propiedad colectiva, sino la práctica de la lucha de clases, moderna y actual. Ferri cree lo contrario, y de ahí su distinción trivial entre partido obrero y partido socialista, cuando hace sesenta años, en su inmortal manifiesto comunista, Marx y Engels decían ya lo siguiente: "¿En qué relación están los comunistas para con los proletarios en general? Los comunistas no son un partido especial frente a los otros partidos obreros. No tienen interés alguno distinto de los intereses del proletariado en general. No establecen ningún principio especial según el cual quieran modelar el movimiento proletario. Los comunistas se distinguen de los otros partidos proletarios sólo en que, por una parte, en las distintas luchas nacionales de los proletarios, proclaman y hacen valer los intereses del proletariado entero, independientes de la nacionalidad, y por otra, en que representan siempre el interés del movimiento entero en las diferentes etapas de la lucha entre proletariado y burguesía. Los comunistas son, pues, prácticamente la parte más decidida y propulsiva de los partidos obreros de todos los países; antes que la restante masa del proletariado, tienen la visión teórica de las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario".

Hablé de Nueva Zelandia en el teatro Victoria para mostrar que la idea de la propiedad colectiva encuentra aplicación en ese país, en el proceso mismo de la "individualización" de las tierras públicas. Se las entrega al dominio privado con limitaciones de tiempo y con beneficio para el estado del incremento de su valor. Ferri dice que no hay en aquel país un partido socialista, sino un partido obrero. En realidad, el partido neozelandés, cuya gran obra social van a estudiar de todas partes, y Metin ha descrito como "el socialismo sin doctrina", se llama partido progresista (Progressive Party), y cuenta indudablemente con la gran mayoría del voto obrero. Es en Australia donde hay un partido llamado obrero (Labor Party), que ha llegado ya alguna vez al gobierno, y propicia la misma política agraria, de tal manera las teorías modernas sobre la propiedad se imponen en la política práctica de esos países coloniales, donde los creadores de toda una legislación nueva no hablan para nada de socialismo. Hacen socialismo, pero no se llaman socialistas, y Ferri dice por esto que no lo son. Nosotros queremos hacer socialismo, y nos titulamos socialistas, y Ferri dice que no debemos llamarnos así.

Nos explicamos que el profesor Ferri esté ajeno a lo que sucede en países tan distantes en todo sentido del suyo, en los cuales asistimos a la formación de clases enteras de nuevos propietarios que, porque son nuevos, están tocados por el espíritu socialista, y, dígalo o no la ley escrita, saben que su derecho de propiedad es condicional, relativo, prescriptible.

Pero la incapacidad, tal vez momentánea, del profesor Ferri para el método socialista, vale decir, para la obra socialista, se evidencia cuando él afirma que el alza de los salarios conseguida por la acción gremial se acompaña de una elevación de los precios, error propagado por los apologistas del capital para desorientar la acción obrera, y desautorizado por la estadística del último siglo, tanto para Europa como para América. "La Vanguardia" del lº de Mayo de 1906 publicó un diagrama norteamericano, de fuente oficial, que mostraba cómo el alza de los salarios y el acortamiento de la jornada han coincidido en las últimas décadas con la baja de los precios. Otros gráficos expuestos en la sección de Economía Social de la Exposición de París de 1900, como resumen de las investigaciones de todo el siglo XIX, indican que durante éste el costo de la vida subió de 45 a 55, mientras que los salarios en dinero subieron de 45 a 105, es decir, que casi se duplicaron los salarios reales.

Habla el profesor Ferri con una ligereza estupenda de nuestro programa mínimo. Encuentra que nuestras aspiraciones del momento, las ocho horas, etc., son muy poca cosa. Le contestaremos con las palabras de Carlos Marx en el discurso inaugural de la Internacional: "Y por eso la ley de las diez horas fue no sólo un gran éxito práctico: fue el triunfo de un principio".

No sabemos si es por las circunstancias peculiares de su viaje a Sud América, pero el profesor Ferri parece mirar al Socialismo como una promesa, como una creencia, y, por otra parte, como una fórmula, como un teorema.

Para nosotros, el Socialismo es la acción en bien del pueblo trabajador, ante todo la acción del mismo pueblo trabajador en su propio bien, y, para no equivocarse, en su bien mensurable. Chocan entre sí las doctrinas y las escuelas, y aun dentro del Partido Socialista Internacional hay opiniones tan distintas como la de Ferri y la nuestra. Contar, pues, en el haber del pueblo un rótulo de partido, sería tan expuesta a error como contar sus esperanzas.

Se ha de medir el resultado de la acción socialista, no por el número de los que se titulan tales, sino por la elevación material, intelectual y moral del pueblo, determinada por esa acción y registrada por la estadística. Y en este movimiento histórico, que sujeta a un contralor tan severo la realización de sus fines positivos, intervienen, junto con las necesidades fisiológicas del pueblo, los más altos ideales.

El conferenciante que ha hablado en Buenos Aires "de Jesús al Socialismo" ante un auditorio mundano, si ha visto en Jesús el hombre y no el dios, si ha presentado el Socialismo como una nueva psicología colectiva, y no como una nueva Ciudad del Sol, debería ser el primero en comprender la propagación de los nuevos ideales a estos países.

No nos basta la declaración de los derechos del hombre, hecha por los revolucionarios burgueses del siglo XVIII. También aquí aquella pomposa fórmula nos resulta rancia y vana. En nuestra evolución técnico-económica nacional, la tahena y las corporaciones cerradas de gremio han tenido menos papel que en la de Europa. Nunca llegará tal vez la mayor parte de nuestro suelo a estar dividido, como el de Francia, en fracciones de menos de 40 hectáreas. Así también es infinitamente probable que en nuestra evolución política no haya lugar para el partido radical a la francoitaliana que nos receta el señor Ferri.

Si todavía no lo viéramos en este mismo país, el cuadro de los grandes pueblos modernos, con la centralización industrial, la acumulación de inmensas riquezas en pocas manos, los monopolios, las crisis y la lucha de clases, nos señalaría nuestro propio porvenir. Y los ideales no se adoptan por temporada, como alquilamos una casa, previendo el plazo en que vamos a desocuparla. Necesariamente, se apoderan de nosotros los más universales, los más eternos que somos capaces de sentir. He aquí, pues, el ideal socialista propagándose entre nosotros, obreros numerosos que roban horas al sueño y sacrifican sus recursos precarios a la emancipación de su clase; mujeres que abandonan el confesionario para acudir a la conferencia o al mitin; hombres de ciencia que encuentran en la obra social, humilde y obscura, un campo incomparable de estudio y experimentación; artistas que buscan su inspiración en el drama inmenso de la vida del pueblo; algún patrón tal vez que aspira a hacer de sus obreros sus discípulos y asociados; algún propietario que hace de sus privilegios un bien social; todo un partido que acusa y amenaza a los explotadores y prepotentes! ¿No encuentra a todo esto explicación o disculpa el profesor Ferri, siquiera en nuestra "latinidad"? Explíquese el retardo y la lentitud del desarrollo del Partido Socialista en Inglaterra, donde Marx escribió "El Capital", y comprenderá entonces mejor la precocidad del Partido Socialista en este país, donde "no hubiera podido escribirlo".

Ha sido tan grande el estupor causado en algunos excelentes compañeros por las palabras de Ferri sobre el socialismo argentino, que consideran su viaje a estas tierras como una desgracia. Aparte de alguna ligera mortificación de amor propio de partido, no encuentro en su visita sino ventajas. Desde luego, la de haberlo conocido personalmente. Al ver de cerca a este eminente miembro del Partido Socialista, tiene que haberse fortificado nuestra convicción de que lo más firme y genuino del Socialismo está en la conciencia y la capacidad de la masa del pueblo. Hay hombres de grandes hechos y de grandes ideas; pero con harta frecuencia la admiración por su obra degenera en una superstición por sus personas o por sus fórmulas. Difícil se hace entonces distinguir entre la grande acción y el gesto artificioso, entre la idea grande y el sofisma pedantesco. Sólo están a cubierto de esa superstición y de este engaño los hombres estimulados a la acción constructiva por un sentimiento intenso.

Ferri cree haber desautorizado el Socialismo en este país. Lo habrá robustecido, si reconocemos las medias verdades contenidas en sus temerarias afirmaciones.

Dice que desempeñamos la función de un partido radical a la europea; pongamos entonces mayor empeño en llevar a su madurez de juicio a los radicales doctrinarios que haya en el país; hagámosles sentir y comprender que su puesto está en nuestras filas.

Presenta como un obstáculo al Socialismo la actual economía agrícola argentina; dediquemos, pues, mayor esfuerzo a la política agraria, que ha de acelerar la evolución técnico-económica del país, y también su evolución política, enrolando en nuestro partido a los trabajadores del campo.

Nos excomulga Ferri, por fin, en nombre de la doctrina. Sea ello para nosotros una inmunización más contra la tendencia anquilosante de la doctrina: Clasifiquemos los hechos conocidos, escudriñemos lo que nos auguran, cultivemos la teoría que ha de iluminar nuestra marcha hacia el porvenir. Pero esa doctrina, obra nuestra, no la dejemos cristalizarse en boca de los charlatanes y de los epígonos, para que no se sobreponga a nosotros. Infundámosle siempre nueva vida, preñándola constantemente de hechos nuevos, haciéndola, recibir en su seno todas las nuevas realidades, para que no degenere en un nuevo evangelio. ¡Que al prolongarse y extenderse nuestro movimiento y adquirir nuevas modalidades, se ensanche y enriquezca nuestra doctrina; que crezca eternamente, a diferencia de los credos, momificados apenas dados a luz! Y con todo eso nuestro partido será más grande, más fuerte, más socialista,

Juan B. Justo

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