6° DOMINGO ORDINARIO.
ANTIFONA DE ENTRADA.
Sirveme de defensa, Dios mío, de roca y fortalezas salvadoras;
y pues eres mi valuarte y mi refugio, acompañame y guíame.
Sal 30, 3-4
El Señor dijo
a Moisés y a Aarón: "Cuando alguno tenga en su carne una
o varias manchas escamosas o una mancha blanca y brillante, síntomas
de la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o ante
cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un leproso, y el sacerdote
lo declarara impuro. El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá
la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e ira
gritando: '¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!' Mientras le dure
la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento".
Palabra de Dios.
R. Perdona, Señor, nuestros pecados.
Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado. Dichoso aquel en el que Dios no encuentra delito ni engaño. R.
Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculte mi pecado. Te confesé, Señor, mi gran delito y tu me has perdonado. R.
Alegrense con el Señor y regocijense los
justos todos, y todos los hombres de corazón sincero canten de gozo.
R.
Hermanos: Todo lo
que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, haganlo todo
para gloria de Dios. No den motivos de escandalo ni a los judíos,
ni a los paganos, ni a la comunidad cristiana. Por mi parte, yo procuro
dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino el
de los demás, para que se salven. Sean pues, imitadores míos,
como yo lo soy de Cristo.
Palabra de Dios.
EVANGELIO.
Se le quito la lepra y quedo limpio.
Lectura del santo evangelio según san Marcos.
1, 40-45. |
Al despedirlo, Jesús le mando con severidad: "No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte con el sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés".
Pero aquel hombre empezó a divulgar tanto el hecho, que Jesús
ya no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba
fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a el de todas partes.
Palabra del Señor.
ANTIFONA DE LA COMUNIÓN.
Tanto amo Dios al mundo, que le dio a su hijo único, para que
todo el que crea en el no perezca, sino que tenga vida eterna.
Jn 3, 16
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