Con ésta página no es mi intención dar una lección magistral sobre la agorafobia, sino explicar de la forma mas clara posible mi experiencia personal con la enfermedad. Puede que hasta me sirva de terapia y todo. Por otro lado, me gustaría conocer otras personas que estén pasando por el mismo aro. Lo mismo que en su día recibí ayuda para superar el problema, estaría (humilde mano, por supuesto) en lo que pudiese a quien lo requiriera.

Tras ésta introducción os diré que soy un varón de 36 años, casado, sin hijos, residente en una población cercana a Bilbao y agorafóbico desde hace 12 años aproximadamente. Hasta la fecha nadie conoce mi "secreto" salvo mi médico de cabecera y la persona que me trató en su día. Lo referente al tratamiento que recibí lo detallaré más adelante.

En la actualidad me considero rehabilitado en un grado importante. Si tuviera que valorar entre 0 y 10 el nivel de calidad de vida que disfruto, podría puntuarme con un 9. Ese punto que me falta lo achaco a que, puntualmente, tengo momentos de debilidad en los que tengo que pelear de firme para no dejarme llevar por el miedo.

En este punto, lo que pretendo hacer es un gran "flash-back" e intentar relatar como discurrió mi enfermedad desde su desencadenamiento hasta la actualidad. Carezco de un diario de aquella etapa, el cual hubiese reflejado con más exactitud lo que me ocurría, pero bueno, tendré que fiarlo todo a mi memoria, con lo frágil que es la pobre.

Cuando empezó todo aquello, tendría unos 24 años y no hacía mucho que había terminado la "mili". Conseguí un trabajo en prácticas en una empresa informática y salía con una chica estupenda. Todo parecía ir bien. Una tarde, dirigiéndome hacia el pueblo de mi novia en el autobús, empecé a notar una increíble sensación de ahogo. Casualmente, el autobús iba abarrotado y las posibilidades de salir de mi asiento eran nulas. Mi corazón iría a 200 pulsaciones por lo menos y la impresión de que me sobrevenía un infarto era total. Al cabo de un rato la angustia pasó y me quedé totalmente anonadado por lo ocurrido. A partir de ese día, empezó un auténtico calvario. Poco a poco las situaciones que me producían ansiedad fueron en aumento. Las comidas familiares o de negocios se me hicieron insoportables. Era incapaz de tragar un bocado hasta que no me bajaba en nivel de ansiedad. Recuerdo una vez que cenábamos en casa de un cuñado celebrando su cumpleaños, y me tocó sentarme en un lugar del que no podía salir. Inmediatamente empecé a sentir el clásico "ataque de pánico" y a pasar el trago como fuera. En aquella época estos ataques eran bastante frecuentes. Allí estaba yo, con la boca seca y llena de entremeses sin poder tragar. Cuando terminó el ataque quedé completamente relajado y pude disfrutar de la cena. Por aquella época descubrí que no quedaba más remedio que pasar por la tempestad para poder llegar a la calma, lo cual me llevó a huir de aquellas situaciones que me producían fobia. Una vez obtuve el carné de conducir dejé de utilizar los transportes públicos. Utilizaba siempre que podía mi propio vehículo, buscando mil excusas para no ir en el otros. Olvidaba decir que en aquella época utilizaba el alcohol para enfrentarme a algunas situaciones, sobre todo previamente a las cenas de amigos y demás, aunque con resultados bastante desiguales.

Aquellos años fueron bastante difíciles. Al principio hice el clásico peregrinaje de médico en médico buscando una explicación fisiológica al asunto. Como frecuentemente tenía inapetencia, ardor de estómago y otros síntomas, recurrí a especialistas del aparato digestivo, que, tras múltiples pruebas, me indicaron que todo estaba en orden. Incluso visité el famoso (bueno, famoso por estos pagos) "Brujo de Burlada" con idéntico resultado.

Recuerdo que los síntomas no se reducían a momentos puntuales en los que me exponía a una situación difícil, sino que, en muchas ocasiones, la sensación de inestabilidad, como de estar medio mareado, duraba mucho tiempo. El lugar en el que mejor me encontraba era en casa, pero claro, con 25 años, estar en casa no es la mejor forma de pasar el tiempo. Por entonces, mi vida se reducía a trabajar con ordenadores entre semana (estar concentrado en el desarrollo de aplicaciones me mantenía abstraído de todo) y el fin de semana, con mi coche, tomando copas con los amigos. De vez en cuando surgía alguna actividad "fuera de programa" y era entonces cuando empezaban los apuros. A saber. Hice amistad con un compañero de trabajo y quedamos en hacer una "escapadita" en Semana Santa a la Costa de Levante. Haciendo los planes disfrutaba y sufría al mismo tiempo pensando en lo que se me avecinaba. Recuerdo que el viaje lo pasé fatal. No pude comer nada durante todo el día y no veía la salida a aquel túnel. Poco a poco me fui reponiendo y los días siguientes fueron de lo más divertido que me había pasado. Por mas vueltas que le daba no entendía porque no podía disfrutar desde el principio si sabía que todo iba a terminar "irremediablemente" bien.

Viéndolo desde ahora me cuesta entender como no caí en una depresión de caballo ante tantas pegas para realizar una vida "normal". Supongo que no tenía tiempo.

Casualmente, como ocurre en todos los órdenes de la vida, me topé con un libro titulado "Agorafobia: naturaleza y tratamiento", donde se explicaba con pelos y señales todas las sensaciones que me traían de cabeza. Fue como una revelación para mí. Me dije: "estas mal de la cebolla, pero no parece que te vayas a convertir en un psicópata, por lo menos a corto plazo". En lo que no se ponían de acuerdo en el libro era en el origen de la agorafobia. Que si podía deberse a algo orgánico, según algunos autores, o por agentes ambientales, según otros. En el fondo me daba lo mismo, lo interesante era que decían que se podía eliminar parcial o totalmente y la panacea era el tratamiento de exposición, es decir, echarle "huevos" al asunto y hacer lo que, justamente, no te pide el cuerpo. Es más, lo que no quieres hacer ni por el forro.

A partir de ese momento me empecé a interesar por el tema y, casualmente, un buen día, encontré un anuncio en el periódico donde se pedían voluntarios para un estudio sobre fobias. Acudí raudo a la cita y comencé mi primera "confesión" del problema. Les hablé largo y tendido sobre mis vivencias y me sentí aliviado al contarme los "expertos" que había cantidad de gente que estaba tan incapacitada que no podía ni salir de casa. Lo mío me pareció de risa ante semejantes cuadros. Al cabo de unos días me llamaron para una nueva cita. En ella me indicaron que había "conseguido" entrar en el programa, aunque, eso sí, por los pelos. Por lo visto mis niveles de ansiedad eran de los más bajos del estudio. El mismo consistía en realizar una serie de exposiciones a situaciones fóbicas en escala creciente de dificultad, por supuesto, para valorar, a posteriori, las mejoras obtenidas en los niveles de ansiedad. Por primera vez en mucho tiempo tuve que coger el autobús para ir al trabajo. Poco a poco me fui animando y la verdad es que logré realizar auténticas proezas para aquella época. Al final del programa era capaz de hacer el trayecto Bilbao-San Sebastian con unos niveles de ansiedad casi nulos. Al terminar el programa, que duró un par de meses aproximadamente, fue estupendo comparar la situación de partida y en la que me encontraba entonces. Desde aquel día nada ha sido igual.

Han pasado unos cuantos años desde aquella experiencia y pienso que fue bastante determinante, por no decir decisiva, en mi proceso agorafóbico. Conseguí dejar de tener el miedo que te entra solo de pensar que tienes que enfrentarte a una situación "amenazadora". En realidad este miedo previo es el quid de la cuestión, ya que desencadena todo el proceso.

Para terminar tengo que reconocer que mi curación no es total. Todavía mantengo fóbias "residuales", por llamarlas de alguna manera. Soy un hipondríaco bastante acusado (será por eso que me gusta tanto Woody Allen), por lo que tengo un gran respeto por las enfermedades. No me gusta realizar deportes de riesgo, como por ejemplo viajar en avión, dd ddaunque lo hago con cierta frecuencia. Tengo una ligera claustrofobia, lo cual no hace evitar los ascensores, ni mucho menos. Ahora mismo estoy recordando que hace unos meses yendo en el teleférico de Montjuit (mal escrito, seguro) en Barcelona me puse bastante nervioso. No entendía como un recorrido tan simple me estaba alterando tanto. Pero es que con este asunto cada uno tiene sus pequeñas "prevenciones".

Pues hasta aquí llegaron las aguas. Si alguien se ha sentido identificado con estas cosillas y quiere contarme alguna de las suyas, estaré encantado de leerlas y, por supuesto, responderlas.


agorero@hotmail.com



A continuación, y por gentileza de un colega que responde al e-mail: luisalva@santandersupernet.com ( y nunca mejor dicho lo de que responde), os indico algunas direcciones interesantes. Huelga decir que estaría encantado de incluir direcciones nuevas.



Direcciones

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