CLÍNICA CON ADOLESCENTES: UN LLAMADO AL PADRE

Luis Vicente Miguelez

Voy a comenzar por hacer una breve referencia al trabajo con los padres en el análisis de niños para situar con mayor precisión las diferencias que con respecto a este punto va a introducir la metamorfosis puberal.

Es bien cierto que muchas veces, por seguirle la pista a los "males" causados por los padres en la realidad, perdemos de vista la subjetividad del niño. Por lo cual debemos cuidarnos de querer precipitadamente establecer remisiones del niño a sus padres, como si nuestra tarea consistiera en buscar en el archivo paterno la explicación del síntoma del niño.

Un saber así constituido nos puede parecer seguro, pero es justamente su certeza la que arrasa con la posibilidad de que pueda jugarse en el teatro infantil de manera diferente.

El mal de archivo, feliz término con el que Derrida reivindica la lógica del nachträglich freudiano, no sólo está en el corazón del psicoanálisis sino que hace a la estructuración de un sujeto, cosa que nuestra práctica nos confirma diariamente. Nos muestra que el archivo está escindido, que no hay verdad que no se nos presente escandida temporalmente.

La labor del analista que atiende niños no debe estar tomada por el afán arcóntico de revolver en el archivo parental. Por más que esto pueda procurarle mayor conocimiento del caso, está el riesgo de perderse en un entendimiento estéril, en el que la remisión permanente a éste no haga otra cosa que reafirmar la omnipotencia del Otro, y lo extravíe de su función principal: la de sostener el espacio lúdico donde viene a tramitarse lo que de exceso (trauma) se padece en relación a los padres. Que entre a jugarse en el teatro infantil permite que no irrumpa como pesadilla en el sueño, o como lesión en el cuerpo.

Si el juego es el mejor remedio a la omnipotencia paterna es porque en él se van poniendo en escena los objetos que, sustraídos del propio cuerpo como objetos de goce parental, van armando encadenamientos simbólicos, entramados significantes que constituyen la estructura fantasmática que concierne a la realidad.

Si hice referencia a esto fue porque quería remarcar que el juego, y esto es esencial en lo que concierne al trabajo analítico con niños, cumple la función del fantasma en el adulto, protege de la irrupción de lo real. Respuesta posible a la lengua de la pasión que habla el adulto como decía Ferenczi al referirse a la confusión babélica de las lenguas de la niñez y de la adultez.(1)

Pienso al analista que atiende niños en una posición catalítica en relación al discurso parental. Posibilita un precipitado de la sustancia tóxica - de la aquiescencia libidinal - entreverada en la "solución niño", restableciendo el espacio lúdico, donde el sujeto infantil pueda tramitar lo pulsional.

La clínica con adolescentes le plantea al analista una cuestión distinta: ¿cómo posicionarse en relación a la función paterna que la operación iniciática que identifica el tiempo de la pubertad invoca?.

He podido constatar que cuando un adolescente consulta o es empujado por sus padres a la consulta esa operación iniciática se halla en una impasse.

Entiendo que la manera particular en que esa invocación al Padre pueda articularse en el tratamiento determina lo que en la transferencia analítica será la posición del analista.

Cierto desfallecer de la función paterna en el momento en que un padre es llamado a sostener el desafío del contemplar en el devenir del hijo su propia supresión dialéctica, deja al joven librado al fantasma de asesinato.

Las diferentes manifestaciones más o menos tormentosas que vienen a sacudir a un padre que propongo llamar "mortificante" en contraposición al padre muerto, nos solicitan supletoriamente en la transferencia.

Dicho de otra manera somos llamados a suplementar o a suplir transferencialmente cierta claudicación del padre. ¿Qué hacer con este llamado?.

Cuando en las sociedades llamadas primitivas se realizan los ritos iniciáticos de los jóvenes, se asegura la eficacia de los mismos mediante el desdoblamiento de la instancia paterna, en la figura del padre y del iniciador.

Vale la pena detenernos un instante en esto. Pierre Clastres en sus crónicas de los indios guayaquis(2) cuenta lo que observó personalmente en los ritos de iniciación de estas tribus. Es notable el que para los guayaquis hasta que el joven no se inicia, hasta que no lleva pasador labial, no es más que un embogi, que en idioma aché significa pene; a partir de que un joven pasa a ser betagi, es decir iniciado, está autorizado a seducir a las mujeres cuando están van por agua. Pareciera que en la lengua aché se dice sin vueltas que se deja de ser un pene en cuanto se reconoce que se posee uno.

P. Clastres cuenta lo que presenció de la ceremonia de iniciación: en el campamento silencioso estalla un canto, es el coro de las mujeres, de las madres. Bruscamente unos hombres rugiendo se arrojan llenos de cólera sobre ellas, son los padres de los recién iniciados. Las demás mujeres corren a ayudar a las madres. El teatro ceremonial va incrementando su tensión dramática de manera tal que pareciera por momentos salirse de escena. Las mujeres se asustan y lloran, los niños aterrorizados huyen y los hombres se acercan amenazadoramente a la choza donde se encuentran los recién iniciados. Parecería - dice Clastres- que quieren matar a los adolescentes. que se niegan a reconocerlos como adultos, como nuevos compañeros.

Entonces se les enfrenta el iniciador, el que oficia ahora de protector de los jóvenes, de aquellos a los que ha desgarrado el labio y arrancado de la infancia, y los defenderá de los hombres llevando a buen fin su tarea, obligando al grupo a aceptarlos en su seno. Todo esto ocurre en un clima de tensión extrema y, si bien todo el tiempo se reconoce el carácter ficcional de la ceremonia, no por esto el juego de la violencia no deja sus marcas, muchas veces los hombres -nos advierte Clastres- dan los golpes con más fuerza de la conveniente.

Si me serví de esta historia fue porque creo que además pone en descubierto lo que el velo de las sociedades modernas oculta: que en la fantasía inconsciente el pasaje de la niñez a la adultez es intrínsecamente un acto agresivo.

El tratamiento de pacientes adolescentes nos coloca de una manera u otra pero con una perentoriedad inigualable, ante una insuficiencia estructuralmente determinada pero específica y singularmente acontecida de la función paterna.

Si bien no se trata de responder al llamado transferencial mediante la asunción de un papel supletorio que imaginariamente disimule ante una persona la "falta" de otra, no deja de ser imperioso hacer oír y poner en tramitación lo que obstaculiza en el pasaje iniciático el acceso a un padre. Cuando digo un padre me estoy refiriendo a un sobreviviente.

Tal vez unas viñetas clínicas vengan a traer mayor claridad a la cuestión.

Primera viñeta:

Juan es un joven inteligente, simpático, con una buena relación con sus pares; pasa por un momento en que su comportamiento presenta las características de la provocación.

Roba dinero a su padre, consume droga, tiene relaciones homosexuales, no tiene horarios, etc. Todo pareciera armado para alguien.

La sucesión de actings tiene su manifestación en el tratamiento que recién comienza: se gasta el dinero de las sesiones.

Hablo con él de citar a los padres. Me dice que prefiere un tiempo, quiere "hacerse responsable" del pago, para lo cual utilizará el dinero que recibe de su mensualidad, también cuenta con lo que le debe una amiga, o si no del trabajo que tiene que realizar en la casa de veraneo, etc.

Accedo, diciéndole que me llama la atención que su padre no se entere nunca de que le saca dinero.

Fracasado su intento de restitución, me dice en sesión que le gustaría poder decirle al padre lo del dinero pero que cree que éste no lo va a tolerar. Me dice literalmente que se va a morir. Me entero de que no teme las reprimendas posibles que uno podría imaginar sino que teme que el papá se muera.

A partir de acá empieza a contar cómo el padre no se entera de nada. "El no quiere saber nada de nada". "Deja que las cosas pasen y no se mete". Después de relatar una serie de episodios familiares que involucran a él, a sus hermanos y a su madre, en los que se espera que el padre diga algo (no viene al caso contarlos en detalle), casi al borde de las lágrimas Juan me dice: "mi viejo es un maricón", "si se entera de algo se muere".

El padre concurre a la entrevista luego de enormes dificultades. Se hace claro que se ocupa de "llevar dinero a la casa" y que del resto no quiere saber nada. Algo aparentemente tan sencillo como asegurar que el pago de las sesiones llegue a destino se le presenta como una tarea imposible.

Pareciera que no había que despertar al padre dormido, como alguna vez dijo Juan.

En tanto la entrevista avanzaba podía reconocer en la exasperación que se apoderaba de mí, la impotencia que sentía mi paciente cuando intentaba "despertar" al padre.

Entendí que el fracaso en "hacerse responsable" de Juan era un llamado al padre, que su entrada en el tratamiento tenía que ver con este paso que se estaba dando. Se empezaba a desplegar en esta otra escena el fantasma de asesinato en el que se encontraba atrapado.

Segunda viñeta:

Mariano fuma marihuana diariamente, su gran inteligencia y creatividad se consumen mayoritariamente en elucubraciones filosóficas y místicas y en proyectos artísticos que deja inconclusos.

Objeto precioso para la madre. Hay un flujo permanente entre madre e hijo de mutua admiración. Una mirada materna de embelesamiento que no termina de constituir un objeto fálico, a cada momento está por caer, por desintegrarse.

Atrapado en una imagen que sostiene el narcisismo materno, parece estar a un paso de cierta fragmentación de su imago corporal que a duras penas reintegra no sin pasar por momentos de angustias francamente hipocondríacas. Pareciera que no halla la manera de sustraer el cuerpo propio al goce de la madre.

De su padre, con quien vive, dice que es enfermo. Se refiere con esto a que no es capaz de disfrutar de la vida. Destruye con violencia la imagen privada y social de éste. "Vive - me dice - representándose a si mismo".

El padre por su parte parece no encontrar forma de entenderse mínimamente con él. Se asusta de las "teorías filosóficas" que su hijo elabora.

Un buen día, Mariano me comenta que se soñó muerto. Como es habitual empieza a producir interpretaciones variadas, simbólicas y anagógicas.

Lo interrumpo y le digo que el cadáver exquisito es él - me había prometido algunas sesiones atrás traerme un escrito que había elaborado con un amigo, a la manera de lo que Artaud y los surrealistas llamaron el cadáver exquisito.

Me dice, luego de un momento de silencio, que él quiere hacer de sí una obra de arte, que eso le parece lo más importante.

A la sesión siguiente me trae sus trabajos literarios y sus dibujos. Son realmente muy buenos.

Me pregunta que me parecieron y le digo lo que pienso, que me habían gustado . Charlamos sobre literatura, casi al final me pregunta:

"¿De verdad te parecieron interesantes?"

"Si, muy interesantes..., más interesantes que vos".

"Me lo decís en serio".

"Si, ¿por qué?".

"Porque eso me hace bien".

Para su madre él es la obra de arte, lo que dice, lo que escribe, o dibuja sólo alimenta su imagen narcisista.

A partir de acá se producen dos transformaciones.

Una transformación del discurso: me cuenta sus proyectos, se entusiasma por lo que hace.

Ciertos decires no constituyen una destinación. No dan lugar a la pregunta, no engendran espacio entre el sujeto y el otro. Es la irrupción del tóxico en el discurso. Por eso pienso que en el tratamiento de adolescentes la preocupación no debe ser tanto la droga sino la dimensión del tóxico en el discurso.

La segunda transformación se refiere a los llamados del padre. Hasta ese momento el muchacho podía estar todo el día drogado pero no había ningún llamado.

La cuestión es que durante un largo tiempo recibo constantes llamadas del padre. Antes de cortar me preguntaba invariablemente: "¿me puedo quedar, entonces, más tranquilo?".

Durante el tratamiento se va recomponiendo algo de la relación entre ellos. Esos llamados del padre eran la manera en que se ponía en juego la invocación a la función paterna.

Esta cuestión, que va tramitándose paulatinamente en el análisis de Mariano, tuvo un momento de inflexión a partir de un sueño, cuyo relato es el siguiente: "Me dirijo por el pasillo de mi casa al baño y oigo el ruido de la puerta del cuarto de mi padre que se abre, pienso entonces que voy a ir a decirle algo y entonces oigo que se vuelve a cerrar. Voy a mi cuarto me acuesto y me siento tranquilo".

De las asociaciones, que no voy a referir aquí por una cuestión de espacio, entiendo que este abrir y cerrar escande el tiempo del encuentro. Se produce un tiempo de espera de lo que hay para decirse, el padre está ahí, no avasalla, él puede seguir soñando . Hay un comienzo de elaboración de la angustia que procede del fantasma de asesinato que la función paterna reactiva en la escena post-puberal.

También se va produciendo un cambio en relación a esa imagen narcisista que estaba permanentemente alimentada y reservada para la madre - él guardaba todos sus escritos y dibujos desde el jardín de infantes-. Se abre un nuevo espacio que tiene que ver con los objetos que él produce, que selecciona y muestra a los demás. En definitiva se recortan objetos que pueden circular por fuera de él y su madre. Estos recortes van dando forma al mapa del deseo.

Como las figuras que de niños recortábamos en papel doblado, que adquirían su contorno a partir de lo que le quitábamos, así se van produciendo formas de mediaciones entre un cuerpo de goce y la causa del deseo.

El carácter pulsional de la constitución de la realidad subjetiva tal cual le es dada a lo humano hace que ésta se presente como profundamente corporal. Con sólo observar atentamente, tal como lo hizo Tausk (3), la forma que adopta en ciertas psicosis esquizofrénicas la configuración del "aparato de influir", no puede quedar duda de que en las formas de patología extremas los órganos corporales y especialmente el órgano genital se manifiestan como realidad externa. Esto muestra con la lente de aumento de la patología, lo que constituye una característica común de lo corporal: cierto grado de ajenidad.

Así es como el púber vivencia su primera eyaculación provocada como un triunfo sobre algo que aún imperfectamente controlado, forma parte más del exterior que de su persona.

Si la realidad puede convertirse en una compleja máquina de órganos, también puede ser que el cuerpo se constituya en la única realidad posible. La amenaza hipocondríaca que acechaba a Mariano.

Es sabido que los adolescentes deberán arreglárselas de alguna forma frente a la falta de maduración natural de las pulsiones, frente a la falta de una pulsión genital de manera de posicionarse en el mercado sexual.

Por otro lado, el hallazgo del objeto del que habla Freud (4), solo puede concebirse en términos de la constitución del fantasma, y éste se va a ir estructurando bajo la lógica del nachträglich freudiano, es decir sobre los rastros y rezagos de la sexualidad pregenital. Esta recapitulación de las pulsiones parciales y de los objetos primarios, trae el riesgo de perderse en La Madre y genera un llamado al Padre (5).

De las vicisitudes de ese llamado nos enteramos y nos las tenemos que ver en la clínica con pacientes adolescentes. Es en la transferencia que va a ir articulándose una respuesta posible. No por el lado de suplir al padre sino de abrir el camino de una iniciación retenida en lo que real o imaginariamente se presenta como una claudicación de la instancia paterna.

El analista si quiere llevar a buen fin su tarea deberá, un poco como el oficiante entre los aches, operar de iniciador elegido por los padres que sin quedar por fuera de la violencia que sacude la escena tendrá que entendérselas con lo que tanto en unos como en otros retorna como fantasma de asesinato.

Me refiero con esto a propiciar una vía de salida para el momento donde el cuerpo de un adolescente puede precipitarse parcial o totalmente en alguna forma de ofrenda a un Otro absoluto.

 

Notas

1. S. Ferenczi, "Confusión de lengua entre los adultos y el niño", O.C. tomo IV,

Edit. Espasa-Calpe.

2. P.Clastres, "Crónica de los Indios Guayaquis" , Cap.IV, Edit. Alta Fulla.

3. V. Tausk. "Acerca de la génesis del aparato de influir en el curso de la esquizo-

frenia". Trabajos psicoanalíticos. Edit. Gedisa.

4. S. Freud, "Tres ensayos sobre una teoría sexual", O.C. tomo I, B.N.

5. Esta invocación al padre plantea términos diferentes en las consultas de adolescentes mujeres. Si bien conlleva también una tensión agresiva, ésta no se configura en relación al fantasma de asesinato sino que deviene de que en la actualización del pasaje edípico que le está destinado a la mujer, la joven se hallaría retenida en alguna forma de fijación a la Madre, tornando dificultoso su acceso a las cuestiones propias de la femineidad.

Es más, podemos pensar que estamos ante una consulta de una adolescente cuando lo que predomina es esta invocación al padre, de lo contrario nos situamos ante la consulta de una joven que despliega ante sí y ante los otros el enigma de la femineidad.

En cuanto a la cuestión de la iniciación pareciera que las jóvenes esperan, en una espera activa, que de la suerte iniciática de los varones surjan quienes puedan alojar su desplazamiento del padre al hombre.

Esto no es más que una brevísima reflexión sobre el tema de la adolescencia femenina, la que necesitaría de un desarrollo más vasto, pero que excedería en mucho los límites de este trabajo.

Luis Vicente Miguelez
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