EL COMERCIO (Perú), 20 de Noviembre de 1997
Por Julio Villanueva Chang
Los escritores Mario Vargas Llosa y Ronaldo Menéndez. Desde que en 1971 visitara Cuba por última vez, MVLL ha tenido escasas oportunidades de conversar con un escritor cubano que no ha elegido el exilio. ''Lo que no puedo hacer yo -aclaró-, pues sería una inmoralidad de mi parte, es ir a Cuba y hacer una mojiganga, no tocar el tema político, el tema prohibido''. En su primer cruce de palabras, el cubano le había pedido un diálogo de un cuarto de hora. Al final terminó siendo una travesía de más de una hora por las letras.
Dime una cosa, ¿cómo viven los escritores cubanos, qué hacen, cómo sobreviven?, pregunta sin concesión al silencio Mario Vargas Llosa. Más que la policiaca impaciencia de un detective, más que la curiosidad profesional de un periodista, parece en verdad la pregunta de quien indaga sobre el paradero de un amor perdido. Sentado de espaldas a su borgeana biblioteca, con la vista al mar de su residencia en el distrito de Barranco, parece como si el escritor hubiera estado esperando esta respuesta durante años. La atención prestada por Vargas Llosa es tan intimidatoria que, en las fotos que se revelarán al día siguiente, el gesto de su concentración se confunde engañosamente con el del enfado. Lo cierto es que la conversación del escribidor tiene esa íntima amabilidad que nunca espera el recién llegado, y menos aún este cronista, inesperado pero bienvenido acompañante de un habanero a quien sólo esperaban con su esposa. |
El escritor cubano Ronaldo Menéndez, ganador del
Premio Casa de las Américas con 'El derecho al pataleo
de los ahorcados', parece un niño con bigotes. Parece
que Vargas Llosa lo hubiese arrancado de la primera
línea de 'La guerra del fin del mundo' (es tan flaco que
parece siempre de perfil) para sentarlo frente a él y
preguntarle sin más novelería: Dime una cosa, ¿la
literatura de afuera llega por lo menos a las
bibliotecas? Pero la historia de este encuentro entre un
cubano libre y un peruano secuestrado, ambos por el
hechizo de la literatura, no ha empezado en este cómodo
sofá, con una apacible vista al mar y Vargas Llosa en
mangas de camisa. Empezó un par de días antes, cuando
el autor de 'La ciudad y los perros' acababa de inaugurar
otro encuentro internacional de narradores en la
Universidad de Lima, y el único invitado de la isla se
acercó tímidamente a uno de los novelistas más
acosados del mundo para decirle que en Cuba había muchos
escritores de su generación resignados a no conocerlo
jamás, porque saben que usted nunca volverá a la isla.
La respuesta de Vargas Llosa fue una invitación a su
casa: "Tenemos que hablar de Cuba", le dijo,
luego que el habanero, con una grabadora prestada en el
bolsillo, le había pedido apenas una entrevista de un
cuarto de hora. Dime una cosa, la crisis económica tiene que haber afectado las publicaciones, sobre todo por la falta de papel, insiste Vargas Llosa. Hace más de veinticinco años que el escritor ya no puede regresar a la isla, a pesar de que, como le confesara una hora más tarde a Menéndez, "Cuba es uno de los temas centrales de mi vida". Desde entonces, de las cinco veces que había estado en la isla, entre 1962 y 1971, sólo le quedaban los recuerdos, imágenes memorables que a veces pudo compartir en París con Severo Sarduy, y en Londres con Guillermo Cabrera Infante, dos tristes tigres en el exilio. Pero esta vez de Cuba lo separan apenas dos cojines, como si Menéndez, sintiéndose aún el personaje de una insólita ficción del escribidor, hubiera preferido mantener esta confortable distancia. Porque es Vargas Llosa quien está entrevistando a Menéndez y no al revés. Tal vez porque el también historiador del arte que hoy dicta clases de estética en la Universidad de San Marcos sea el primer escritor cubano que VLL conoce fuera de la isla sin haber querido renunciar a ella. "ESPERO NO MORIRME SIN VOLVER A CUBA" Vargas Llosa bebe agua mineral, pero se ríe cuando este cronista le cuenta que en Cuba hay gente que se casa sólo para poder tomar cerveza. Es que allá sólo los recién casados -le explica Menéndez- tienen derecho a comprar tres cajas de cerveza y a divorciarse con baratura y rapidez. A Vargas Llosa también le sorprende que el cubano Eduardo Heras haya leído en voz alta un amable ensayo sobre él en la más importante institución cultural de la isla. "A mí me sorprende -le confiesa el escritor a Menéndez-, pues yo pensé que era un apestado en Cuba, sobre todo para Casa de las Américas". En su elogioso ensayo, Heras también narra la historia de sus desencuentros con el peruano, citas internacionales de escritores en las que siempre estuvo a punto de conocerlo, pero donde nunca llegó a apretarle la mano con que escribe. Pero Vargas Llosa me aclara que "este encuentro con Menéndez no es de ningún modo una reconciliación, porque yo nunca me he peleado con los escritores cubanos". El whisky de nosotros se ha agotado temprano como esta tarde. Así que 'El Ultimo Caballero Andante de la Literatura', como lo bautizara alguna vez el propio García Márquez, pide disculpas: debe ponerse el traje de gentleman para ser secuestrado otra vez por sus lectores y hasta por los que nunca lo van a leer cuando diga la última palabra en la clausura del encuentro internacional de escritores de la Universidad de Lima. Con cara de final feliz, Menéndez lo interrumpe para preguntarle si piensa algún día volver a la isla: "Si puedo ir y dialogar sobre lo que yo pienso, vuelvo mañana mismo, responde sin tartamudeos Vargas Llosa. Siento incluso mucha nostalgia de algunos amigos cubanos". Ya le había preguntado por su viejo amigo de la isla Ambrosio Fornet, le había preguntado si seguía existiendo y escribiendo Jaime Zarutski: "dime una cosa, Antón Arrufat sigue en Cuba o se ha exiliado?", tantas preguntas contra el tiempo, como si Menéndez se hubiera convertido de pronto en el agente de búsqueda de personas perdidas que la memoria de Vargas Llosa extravió en aquella ingrávida isla. Pero lo que está buscando Ménendez es un lapicero. Ahora que se acerca la visita del Papa a Cuba, Vargas Llosa le ha confesado que quiere volver a la isla. Espero de todas maneras no morirme sin volver a Cuba. Espero que nos veamos algún día en La Rampa, esa calle donde iban las chicas lindas de La Habana, le dice casi despidiéndose. Esa calle donde ahora van también algunas prostitutas, lo interrumpe Menéndez, mientras le dedica un ejemplar de 'Los últimos serán los primeros', una extinguida edición de antología de los novísimos narradores cubanos. "La historia de las jineteras realmente me descompone -confiesa el caballero andante de la literatura-. Yo he tenido un incidente que casi termina en puñetes por ese asunto". Y Vargas Llosa frunce el entrecejo cuando nos empieza a relatar algo que le sucedió en un avión en España, un día que le tocó por compañero de asiento un señor que le hablaba de lo baratas que eran las mulatas cubanas y que iba a llevar a su hijo a la isla para que se desvirgara: "No te puedes imaginar la experiencia tan amarga que fue para mí oirlo". Su último recuerdo de Cuba se lo debe a José Lezama Lima, el obeso escritor barroco a quien nunca le interesó escapar de la isla: en La Habana, a la salida de un restaurante para diplomáticos, donde en compañía de Jorge Edwards no habían pronunciado ni una sola palabra de política, el gordo -como lo llama el flaco Menéndez- se despide de Vargas Llosa tomándolo fuertemente de la mano: ¿Tú te has dado cuenta en qué país estoy viviendo?, le pregunta Lezama. Sí, claro que me he dado cuenta, le responde el peruano aquella tarde habanera de 1971. Entonces me volvió a apretar la mano aún más fuertemente, termina de contarnos Vargas Llosa en esta tarde limeña que se acaba un cuarto de siglo después, y recuerda con exactitud que Lezama le repite la pregunta: ¿De verdad te has dado cuenta? |