Para el baúl sin fondo de Vargas Llosa
Por Ibsen Martínez
imartine@reacciun.ve
Alguna vez leí un relato que Mario Vargas Llosa
hacía de sus comienzos como escritor. Ofrecía allí don
Mario una aleccionadora anécdota. Comenzaba su obra, y su significación literaria y política, a acarrearle renombre y también reseñas, muchas de ellas enfermizamente venenosas y mezquinas. La mayoría ni siquiera se ceñía al caso de la novela, ensayo o artículo de prensa que la provocaba, sino que era gratuita efusión resentida en estado puro, descabellados juicios de intención, vociferaciones, dicterios, anatemización de izquierda o de derecha, según el caso. ¿Cómo ignorarlas? ¿Qué hacer con ellas?, se preguntaba el novel novelista. ¿Debía responderlas todas? |
Cómprate un baúl donde guardarlas y olvídate
de ellas recomendaba llanamente Pablo Neruda, que
en su vida supo de envidias y descalificaciones, y con
quien Vargas Llosa compartía esa perplejidad. Pero
que sea un baúl muy grande. Porque no han de
cesar en toda tu vida. El presidente Chávez ha hecho una pausa en su epopeya para leer un artículo de Vargas Llosa. En él Vargas Llosa enjuicia lo que ocurre en Venezuela, intenta ponerlo en relación con la experiencia latinoamericana de este siglo, sin exceptuar el Perú de Odría, de Velasco Alvarado y de Fujimori, otorga lo suyo a las insuficiencias de nuestras democracias corruptas, hace lúgubres pronósticos. Y no calla la opinión que, en lo personal, le merece el Presidente Chávez. Aparte su inimitable buen decir, no hay en el artículo de Vargas Llosa nada que en Venezuela no hayan publicado y calzado con su firma los más irreductibles adversarios de Chávez. Mucho antes que Vargas Llosa, Manuel Caballero llamó «felones» a los insurgentes del 92. Considérese que el reportaje «de portada» que el semanario Time dedicó a Venezuela no es menos categórico que el artículo de Vargas Llosa. Sin embargo, Chávez exhorta a su pueblo a responderle a Vargas Llosa, no al semanario Time ni a Marianella Salazar ni a Simón Boccanegra. A Vargas Llosa, nada menos. Sin duda, ello deja ver que Chávez aprecia el inmenso predicamento del que Vargas Llosa disfruta en Hispanoamérica. No se aplica aquí la locución latina tan cara al Presidente: aquilae non capit muscas: «las águilas no cazan moscas». Pero, a pesar de ello, llama la atención que sea al pueblo venezolano en pleno, a la masa enfervorizada, a quien el Presidente anime a responderle al autor de La orgía perpetua. Uno se pregunta, ¿por qué no exhortó a Tarek William Saab a responderle? Nadie llegaría tan lejos como para decir que es Saab es el intelectual del régimen, ni mucho menos su ideólogo, porque es sabido que el equipo ideológico lo integran dos Simones, Bolívar y Rodríguez. Pero Saab no ha hecho mucho por disipar la impresión que se tiene de que le halaga ser ungido poeta de la «revolución en frío» que vivimos. Algo entre Fernández Retamar y Lisandro Otero, para usar un símil útil a los observadores de ultramar. Tarek Saab sería ideal, digo yo, para responderle a Vargas Llosa. Yendo más lejos, ¿por qué no le responde el propio Presidente? Ha dado muestra de que no se achica a la hora de escribir. Ha escrito cartas a Illich Ramírez, ha escrito un sonado memorial a la Corte Suprema, muy celebrado, justamente, por razones estilísticas. El pueblo ha atendido a la exhortación y como quiera que en nuestro país las crónicas de Vargas Llosa aparecen en El Nacional, ha sido a la redacción la física y la electrónica de este diario donde han llegado miles de respuestas en cuestión de horas. Al leerlas, uno piensa inevitablemente en el «supercontainer» sin fondo que, si ha seguido el consejo de Neruda, don Mario debe tener en alguna parte. Descalificaciones, juicios de intención, improperios, peregrinas elucubraciones, obscenidades sin cuento que sospechamos no alarmarían ya al curtido y polémico escritor, y de las que bien podría decir con Darío, que es «todo bella cosecha». Con todo, el episodio es digno de atenderse, por el racimo de cosas que pone en evidencia, una vez que se nos ha dicho que vivimos una revolución democrática. Democrática, pero al fin una revolución. Si es así, el ritual revolucionario reclamaba una confrontación entre el máximo líder y la intelectualidad «incomprensiva», o sin más, mercenaria de intereses internacionales. Sin que tenga el mínimo punto de contacto con el «caso Padilla» cubano, hay demasiado que evocar en lo ocurrido para intranquilizarnos. Vayamos a ello. Un gobernante goza de multitudinario apoyo, ha logrado imponer a sus adversarios su designio, la oposición política luce desconcertada y en receso indefinido. En ese clima, se incita a la muchedumbre embebecida y entusiasta contra alguien que, en este contexto, ya no es una persona diferenciada y concreta, un hombre nacido en Arequipa, que se llama Mario, y que escribe novelas, piezas de teatro y ensayos, y que opina en un diario, sino que es ni más ni menos un arquetipo de intelectual. Un arquetipo, he dicho; no el arquetipo. En esto hay que detenerse porque no es Vargas Llosa alguien que se despacha fácilmente fulminándolo como una pluma a sueldo, un «escritor reaccionario»: su probidad intelectual lo ha llevado a tratar de hacer inteligible a sus lectores cada cambio de parecer y de posición, desde que hace vida pública. Y ello hasta el punto de haber publicado una especie de «antología personal anotada «, retrospectiva de sus posiciones, un biografía intelectual documentada por él mismo, desde el tiempo en que tomaba partido por la revolución cubana frente al imperialismo yanqui, y por Sartre frente a Camus. El Presidente repito no ha instado a los intelectuales de la revolución democrática entiendo que los hay a responderle a Vargas Llosa, no ha sugerido a Brito Figueroa que lo haga, ni ordenado a su Ministro de Cultura que invite a Vargas Llosa a Venezuela a constatar, «si tiene ojos para ver», que aquí una «gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar». No ha solicitado a Ángela Zago que se ponga los guantes con Vargas Llosa, no ha requerido a ninguno de los cineastas, poetas, sociólogos, educadores, científicos, historiadores y juristas que hacen parte de la Asamblea Nacional Constituyente a responderle a Vargas Llosa y lo impongan de las singularidades que puedan habérsele escapado y que harían de todo lo que hoy ocurre en Venezuela un proceso democrático. Ha preferido invitar al pueblo, origen de todas las legitimidades, a responderle a Vargas Llosa. Difícil fraguar un ejemplo tan cabal de los males que acarrea a una sociedad el igualitarismo máximo implícito en el populismo, tal como lo hemos padecido: un igualitarismo como señala bien Luis Pérez Oramas en un muy recomendable ensayo, cuya perversidad no está tanto en el hecho de allanar diferencias sociales, como en el de abolir toda jerarquía de competencia. Así, «tú también puedes» cerrarle la boca a ese cagatintas de Vargas Llosa; cualquiera puede escribir al Director de El Nacional y responderle al escribidor seguramente a sueldo de Merryl Lynch. Cada quien está en su derecho de tomarse a mal el artículo de Vargas Losa, digo yo. Y en ese caso, es legítimo escribir al Director, ¿quién lo duda? Pero, ¿qué puede esperarse de semejante «diálogo»? ¿Qué augura para una democracia ese tipo de instigación contra el adversario? Algo sé de instigaciones, pues yo mismo he sido instigador. Hubo un tiempo en que escribí, con tanta irresponsabilidad como regocijo de mi parte, una telenovela agitadora en la que había un ex comisario policial, desengañado de nuestros tribunales penales y que hacía justicia por propia mano. Capturaba a los delincuentes que hallaba irrecuperables, les hacía descalzarse y atarse ellos mismos una tarjeta de las que usan en la morgue para identificar cadáveres, luego de forzarlos a escribir en ella sus pecados y los ajusticiaba. Como para no creer en el poder modelador de conductas que tiene la televisión, un día un espontáneo, un amateur, decidió hacer lo propio con el entonces Secretario General de la Confederación General del Trabajo, a quien se señalaba con insistencia como corrupto. No quieran saber cómo me sentí. Como si hubiese entregado yo mismo al frustrado asesino el revólver y las cápsulas. Lo que quiero decir es que estas cosas, invitar a todo el mundo a ponerse a la par con el que discrepa e igualar las acciones en el mismo terreno, quizá no tengan donde parar una vez comienzan. Un reduccionismo ¿de otras eras? trazaba una despiadada y letal frontera entre los intelectuales «comprometidos» con la suerte de los pobres, la revolución, el antiimperialismo, la identidad indoameriana, de un lado, y los reaccionarios, burgueses, habitantes de la torre de marfil, transculturados, extranjerizantes y decadentes del otro. Me pregunto qué ocurrirá, quién asumirá la responsabilidad si este maniqueísmo, instigado desde arriba, y acaso por eso mismo, irreflexivamente contento de sí mismo, llegase un día a deslizarse hacia el terreno de los hechos y un espontáneo, no digo siquiera un funcionario, decide entablar la ecuación «intelectual discrepante» con «enemigo» y decida responderle, no ya a Vargas Llosa que total vive en el extranjero, sino a alguien más a la mano, a Manuel Caballero o a Carlos Raúl Hernández y que, por juzgarlos «traidores a la Patria», no vale la pena siquiera hacerlo por escrito? |