El Comercio Perú,
Suplemento SOMOS
A GOLPE DE
MEMORIA: Entretelones del famoso puñetazo que le propinara Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez
Mucho se ha especulado sobre la famosa
pelea que desde hace décadas mantiene separados a las
dos más grandes estrellas de la literatura
latinoamericana: Mario Vargas Llosa y Gabriel García
Márquez. Según el "rumor oficial", la causa
del puñetazo habría sido los celos: el escritor
colombiano, aprovechando una "escapada" de casa
de MVLL, habría decidido consolar a Patricia, la esposa
supuestamente abandonada. ¿Será cierto eso? Queda, en
todo caso, el testimonio de la célebre pelea, descrita
por el fundador de Oiga, Francisco Igartua, testigo
ocular de los acontecimientos. Aquí la historia que hoy
forma parte de Huellas de un destierro, una travesía por
sus recuerdos. En esas fechas se había producido el escándalo del puñete que le propinó Mario al Gabo, noqueándolo, lo que desató un escándalo periodístico y la guerra entre los dos divos de la narrativa latinoamericana. Yo fui testigo excepcional de aquel célebre match de box de un solo golpe y muchos bemoles... |
Ocurrió un día en que se estrenaba en México una
película con guión de Mario Vargas Llosa. Era un film
que relataba un accidente de aviación ocurrido años
atrás en los Andes. Accidente muy difundido por la
prensa cuando ocurrió y extremadamente truculento: los
sobrevivientes al impacto con la montaña, un grupo de
muchachos uruguayos, lograron mantenerse vivos hasta que
llegó el rescate gracias a que se alimentaron con la
carne de los viajeros muertos. Este acto de canibalismo
lo lograban disimular haciendo pequeñas bolas con carne
y nieve que luego tragaban cerrando los ojos y procurando
no recordar a los amigos desaparecidos... Los bloques
gigantes del hielo andino hacían de congeladora... y el
"alimento" duraba sin término en buenas
condiciones. Argumento semejante explicaba por qué
Patricia, la mujer de Mario, no estaba al lado de su
marido entre los asistentes a la función. Le hubiera
sido imposible soportar el filme. Su hermana había
muerto en una tragedia aérea. Por culpa del endemoniado tránsito de la ciudad, llegaba yo tarde a la función y me bajé del taxi frente al cine, pero en el lado opuesto de la ancha y arbolada avenida donde éste se alzaba. Crucé los jardines corriendo y, antes de llegar a la puerta, me pareció ver a un grupo de gente conocida -Elena Poniatowska y la China Guzmán entre otros- atendiendo a alguien postrado en una banca del parque. Pero pasé sin detenerme, pensando que ya no encontrarían el cine a los que me sentía obligado a saludar. Sabía que allí no podía faltar Benjamín Wong y con esa perspectiva no debía estar ausente en un acto cultural al que asistirían Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y todo México intelectual... Al entrar me di con el hall vacío y la sala de
proyección ventilándose con las puertas abiertas...
¡Llegaba tarde, ya todo había concluido! Sin embargo,
al voltear la cara a la derecha, en un salón de espera,
con bar, vi gente... Me acerqué y me di con el siguiente
cuadro: al centro del lugar, en silencio absoluto,
colocados como en fila de actores saludando frente al
público, diversas figuras de las artes y las letras
mexicanas miraban al vacío, entre ellos Mario, en medio,
con Benjamín Wong a su lado. No vi a nadie más que a
los dos. Y de primer momento creí, por el natural
egocentrismo humano, que el silencio sepulcral lo había
producido mi presencia... Pero me animé a avanzar y
saludé con un corto abrazo a Mario, que estaba
hierático, y la darle la mano a Wong éste me jaló
suavemente y me dijo al oído: Me quedé petrificado y me añadí a la fila entre
Mario y Wong. El silencio siguió cortando el aire. Hasta
que Wong, siempre al oído me preguntó: Recién unos minutos después habló Mario. Estaba
preocupado por lo que diría la prensa. Wong se
comprometió a tratar de reducir al máximo la publicidad
del escándalo. A pie nos dirigimos los cuatro a un restaurante
cercano, creo recordar que era de comida alemana, y
durante la cena no se volvió a tocar el tema como no
fuera para hacer unos chistes medidos, muy mesurados,
hasta insulsos. La presencia de Clemen había traído la
paz |