El Comercio
(Perú) Domingo 6 de Mayo de 2000
Una visita muy personal
Por Iván Thays
Los escritores jóvenes son naturalmente parricidas
con los autores consagrados de sus países. Pero yo
jamás pude serlo con los míos, para bien o para mal,
pues los tres nombres importantes (Ribeyro, Bryce y
Vargas Llosa) lo que me inspiraron siempre, además de
admiración por su talento, fue un cariño
inconmensurable que los parricidas no alcanzan a
comprender, preocupados como están en afilar el hacha.
¿Cómo matar a un padre al que se quiere tanto? Incapaz
de preparar una celada, decidí dedicarme a lo único que
quería hacer toda mi vida: escribir frenéticamente,
hasta terminar podrido de literatura. Y en la toma de esa
decisión, qué duda cabe, Mario Vargas Llosa es el mayor
responsable. Hace un tiempo, escribí un artículo para un diario de México donde recordaba mi primer acercamiento con Vargas Llosa, ocurrido unos años después del primer acercamiento auténtico que es el de leer sus libros. Era entonces un adolescente y caminaba religiosamente a su antigua casa, en un Malecón barranquino, para atisbar en su biblioteca de cortinas abiertas y tratar de verlo revisando alguno de sus libros. Yo aún estaba en el colegio, pero ya quería ser |
escritor, o más bien un narrador, una persona que
contase historias tan bien como me las contaba Vargas
Llosa. Esa cábala, creo yo, marcó mucho mi relación
con mi propia literatura, entonces aún no más de un par
de garabatos, en un sentido más profundo que el de la
influencia de estilo. A partir de admirar a Vargas Llosa,
descubrí que el oficio literario, capaz de crear mundos
inverosímiles, se conseguía sólo a través del
esfuerzo y el rigor absoluto, del esbozo de una
arquitectura y el trabajo paciente de un obrero. Y es que
el verdadero talento es insistir. Con la misma paciencia y constancia con que me acercaba al Malecón, y con las mismas expectativas de verlo aparecer, me acercaba también a mis cuentos y arranques de novela con ganas de que asome el talento que confirme que vale la pena escribir. Y aunque Vargas Llosa nunca apareció como una sombra detrás de las cortinas para darme el consejo; el consejo ya estaba dado en su presencia invisible y la rutina del viaje hasta el Malecón. Insiste, me dijo esa sombra. Y yo, desde entonces, y espero que para siempre, insisto. |