| Cuando lo conocí,
                        el 66, Mario Vargas Llosa me confesó que
                        quería viajar a Lima no recuerdo
                        si estábamos en París o La Habana- para
                        romperle el alma al cholo Hernán
                        Velarde, un periodista que le había
                        hecho un reportaje en el cual la
                        retórica se imponía al contenido, y las
                        frases supuestamente galanas del
                        reportero estrangulaban o por lo menos
                        velaban las declaraciones del
                        escritor. Antes de
                        transcribir una respuesta cualquiera,
                        Velarde afirmaba que mientras
                        Vargas Llosa habla, Lima se va
                        envolviendo en su baby doll de
                        neblina., una metáfora de sabor
                        dudoso que utilizaba en todos sus
                        reportajes. En ellos, la capital de Perú
                        practicaba strip-tease y se iba
                        envolviendo en su baby doll
                        de neblina mientras hacían
                        declaraciones Ciro Alegría y Alberto
                        Terry, los Panchos y el Ministro de
                        Salud, Anakaona y la alcaldesa de Lima,
                        entre otros personajes de entonces.    Mario
                        desgrana ahora su risa de choclo y
                        afirma
 Y embobados ante los
                        choclos, el baby doll y otras
                        chafalonías de ese repertorio, los
                        lectores olvidaban al entrevistado y
                        quizás pensaban también en el alma de
                        Velarde.    En esta nota, me
                        arriesgo a lo mismo que el periodista por
                        transcribir, en forma parecida a un
                        reportaje algo de lo que fue, en verdad,
                        una conversación entre viejos amigos que
                        se ven un siglo después y comentan los
                        movimientos que dio el planeta mientras
                        no se vieron.   Nos hemos
                        salvado de una buena, viejo. Se ha
                        acabado una dictadura tan feroz  y
                        tan perfecta que parecía construida para
                        durar hasta siempre.    Me lo dijo Mario
                        Vargas Llosa en una conversación que
                        tuvimos cuando hace muy poco nos
                        encontramos en Lima.   Gracias a
                        unos pocos
le respondí
                        y dentro de esos pocos, gracias a ti.   Se lo dije porque
                        la dictadura que ha padecido el Perú no
                        fue solamente el logro brutal de una
                        imposición armada sino también el fruto
                        de una creencia irresistible, de una
                        mentalidad compartida por gobernantes y
                        gobernados en el sentido de que no
                        importan los métodos ni la ética de un
                        gobierno con tal de que éste sea eficaz.
                        Los miasmas contagiosos de esa mentalidad
                        estaban en todas partes e impregnaron,
                        incluso, a muchos que suponían ser
                        disidentes. Las atrocidades de
                        Fujimori y de su banda no solamente no
                        fueron criticadas, sino más bien
                        aplaudidas y le hicieron subir el
                        rating cada vez que
                        ocurrían. El gobierno no se cuidó
                        demasiado de disimular su escuadrón de
                        la muerte, de esconder los cadáveres de
                        los estudiantes asesinados y quemados
                        vivos, de acallar a las mujeres violadas
                        y torturadas, de borrar el rastro de la
                        agente descuartizada, de negar a los
                        miles de inocentes encarcelados,
                        juzgados en menos de una hora
                        y condenados a perpetuidad por unos
                        aberrantes tribunales sin rostro. Aun en
                        nuestros días, los derechos humanos no
                        son plataforma de ninguno de los
                        candidatos presidenciales, y los
                        criminales gozan de una amnistía que ni
                        siquiera han pedido porque nadie los ha
                        acusado de genocidio.   De forma
                        disimulada, el gobierno y la cúpula
                        militar habían vendido la idea de que
                        eran imprescindibles para la seguridad de
                        la patria y de que todas las barbaridades
                        de la guerra sucia eran la
                        única forma de acabar con la
                        subversión. Que le vendieron esas
                        creencias incluso a los opositores es
                        evidente. En las elecciones del 95 y del
                        2 mil, no se presentó una oposición
                        unida frente a la dictadura, sino un
                        conjunto de partidos cuya participación
                        en cierta forma, legalizaba el régimen
                        antidemocrático. E increíble, pero
                        cierto, en plena campaña contra la
                        primera reelección, muchos políticos
                        opositores abandonaron el país y
                        viajaron, comisionados por el gobierno, a
                        otros países para hacer supuestamente
                        propaganda contra las pretensiones
                        del Ecuador.   El
                        Perú dijo en esa época Vargas
                        Llosa vive una dictadura disimulada
                        que mantiene unas formas hipócritas para
                        aplacar a la comunidad internacional pero
                        que de hecho perpetúa la tradición
                        autoritaria latinoamericana. El
                        presidente es un fantoche y las
                        decisiones fundamentales las toma un
                        pequeño grupo militar. Hay una política
                        de intimidación sistemática a cualquier
                        tipo de disidencia; la prensa es
                        controlada, sobornada e intimidada; la
                        opinión pública es manipulada y hasta
                        las encuestadoras obedecen a la
                        estrategia del régimen.   La denuncia de
                        Vargas Llosa tuvo dos resultados. En el
                        exterior, su autoridad moral
                        desenmascaró al fujimorato. En el país,
                        su admonición no fue popular. A través
                        de todos los medios controlados, el
                        gobierno se había adelantado a decir que
                        el gran novelista quería dejar al país
                        sin créditos y en la bancarrota. En
                        consecuencia, no faltaron maritornes de
                        la supuesta oposición que lo calificaran
                        de exagerado, alguna revista dominical de
                        literatura soslayó sus libros y sus
                        premios, y los índices de las
                        encuestadoras mostraron a Fujimori en la
                        apoteosis del rating.    Ahora, todos en el
                        Perú son partidarios de la democracia,
                        pero no los había tantos en la época de
                        Fujimori. Por su parte, la oposición
                        moderada, responsable,
                        decente evitó declarar ilegal al
                        gobierno porque ello habría significado
                        no participar en la búsqueda de una
                        curul parlamentaria. Arrinconado,
                        solitario, calificado de ex peruano,
                        Vargas Llosa insistió. Con obstinación,
                        con inteligencia, con denuedo y con
                        agallas, interpuso su demanda ante
                        personajes y organismos internacionales,
                        y su tremendo poder de convicción logró
                        que la tiranía perdiera la máscara y
                        fuera señalada como tal.   La publicación de
                        la La fiesta del Chivo y su
                        presentación desafiante en Lima fueron
                        el hachazo final. La identificación de
                        Trujillo con Fujimori y  de Johnny
                        Abbes con Montesinos era inmediata y
                        mostraba ante el mundo la verdadera cara
                        del régimen, colmada de sangre y de
                        boñiga pestilente, mucho antes de que
                        los vladivideos la hicieran pública.
                        Como Juan Montalvo, Mario bien podría
                        decir de la dictadura mi pluma la
                        liquidó.   Lo anterior viene a
                        cuento ahora porque también en 1966, en
                        conversación informal, le escuché a
                        Mario celebrar con fe intransigente los
                        poderes de la literatura. -Si como dices,
                        quieres luchar por tu país, tu
                        literatura también puede servir para
                        eso. Tu obra puede ser más contundente
                        que las armas.  La persona a quien
                        estaba dirigida esta frase era un joven
                        sudamericano, a quien llamaré Andrés
                        aunque ese no sea su nombre. Andrés, de
                        22 años y autor de un libro de cuentos,
                        estaba preparado para ir a su país e
                        incorporarse a la lucha guerrillera. El
                        ejemplo romántico del poeta Javier
                        Heraud le hacía pensar que no había
                        otro camino para derrotar a una sociedad
                        corrupta que un sacrificio valeroso y una
                        muerte honorable.   Vi a Javier
                        Heraud en París poco antes de su viaje
                        al Perú. Si hubiera sabido que iba a
                        tomar las armas, habría tratado de
                        convencerlo de que no lo hiciera. Su
                        poesía, y no su muerte innecesaria, es
                        el más poderoso argumento para la
                        edificación de una sociedad justa
                        alegó Mario- Además, en las presentes
                        circunstancias, creo que tú
                        sencillamente te estas suicidando.    Andrés
                        respondió que no tenía  deseos de
                        suicidarse y que no creía que su
                        decisión pudiera estar motivada por
                        algún problema emocional.
                        Sencillamente, quiero ser útil a
                        la causa de la libertad y del
                        socialismo.    El
                        trabajo del escritor insistió
                        Mario- no alcanza a transformar al mundo
                        ni al hombre, pero nos induce a servir
                        valores sin los cuales es desesperante el
                        mundo, y el hombre deja de ser
                        respetable.  Después habló con
                        pasión sobre los poderes secretos de la
                        literatura, insistió en que tal vez ella
                        era capaz de cambiar el mundo sin que el
                        mundo lo advirtiera y de preparar las
                        conciencias para el advenimiento de una
                        sociedad más humana.   Tú quieres
                        rehuir esa tarea- le dijo a Andrés.
                        Estás tomando el camino más fácil.
                        Cuando hayas publicado siquiera diez
                        libros, tendrás derecho a pensar en lo
                        que ahora estás pensando.   Por fin, luego de
                        una larga charla, Andrés quedó
                        convencido, y no viajó a su cita con la
                        muerte. Hasta el momento, ha publicado
                        más de los diez libros que Mario le
                        sugirió escribir y cree que su decisión
                        de entonces fue acertada. Está seguro,
                        además, de que la paz es el mejor camino
                        hacia la justicia.   Por coincidencia
                        temible, el avión en el que Andrés iba
                        a hacer transbordo obligado para regresar
                        a su patria se estrelló Todos saben lo que
                        Mario Vargas Llosa ha estado haciendo en
                        los años que van o vienen desde
                        entonces. Desde Los jefes
                        hasta El paraíso en la otra
                        esquina, este escritor torrencial
                        ha visitado el mundo de los jóvenes, ha
                        revelado la brutalidad de la institución
                        militar, ha desenmascarado la corrupción
                        de la dictadura, ha rastreado las
                        rebeliones religiosas, ha recorrido los
                        misterios de su propia vida,  ha
                        señalado las contradicciones de algunos
                        grupos de izquierda, ha caminado por el
                        mundo sin tiempo de la Amazonía, ha
                        descrito el terror en los Andes, ha
                        mostrado la fiesta atroz de los tiranos
                        y, por fin, ha seguido los pasos y
                        peregrinaciones de una agitadora social
                        del siglo XIX.   Nuestra América ha
                        recibido de él una profecía como la de
                        Whitman y una lección moral como la de
                        Tolstoy, pero sobre todo, su propio
                        país, que conoció ayer la cobardía y
                        el crimen y anda hoy extasiado frente a
                        los videos de la corrupción, sabe hoy
                        que todavía existen hombres honestos y
                        aprende que escribir y leer son
                        actividades que pueden tornar al mundo
                        más decente.   Mario sería un
                        premio para el premio Nobel, y yo creo
                        que merece mucho más. Andrés, que no se
                        llama Andrés sino Eduardo, lo visitó
                        recientemente para obsequiarle su libro Los
                        sueños de América. La próxima vez
                        que lo vea, estoy seguro de que le dirá:
                        Gracias, Mario, por haberme salvado
                        la vida. Gracias por habernos salvado el
                        alma, aunque creo que eso ya fue
                        dicho, el corazón no tiene memoria. __________________________ 
                            
                                | EDUARDO GONZALEZ
                                VIAÑA, escritor peruano
                                residente en Oregón, Estados
                                Unidos. Acaba de publicar el
                                libro de relatos Los sueños
                                de América (Alfaguara 2000). |  |