Muchas de sus respuestas acaban con una risa, como si
en parte las quisiera desmentir o añadir un nuevo matiz
a sus opiniones. Esa risa, llena de dientes como teclas
de un piano, también sugiere que en el fondo no le gusta
tomarse demasiado en serio muchas cosas, con la
excepción de la literatura y la política, de la que no
parece poder prescindir. Ése es su lado más
antipático: sus opiniones, siempre defendiendo las
posturas de la derecha y el liberalismo económico, en
artículos de prensa o en cuanto alguien le pregunta. Una
actitud que, vista desde fuera, parece innecesaria para
un escritor de su talla, y que le convierte en un cruzado
de sus ideas; alguien dispuesto a cambiar el mundo, de
hacerlo a su medida. Tal vez nada de esto sea tan
chocante, ni sea tan contradictorio que sienta esa
pasión que confiesa por la literatura y, al mismo
tiempo, quisiera ser presidente de su país, Perú,
intento que supuso un fracaso.
Vargas Llosa es un hombre de largo entendimiento, con
quien es un placer hablar de sus libros y autores
preferidos; es alguien que sabe disfrutar de la vida,
pero a quien, como él mismo dice en esta entrevista, le
gustan los escritores deicidas, los que se atreven a
competir con Dios en sus libros, los que son capaces de
crear un mundo.
Los que mataron a Trujillo eran personas
ligadas a él.
Sí, y cómplices del trujillismo decepcionados,
resentidos.
Llama la atención que no traten de cambiar las
cosas; no les mueven razones políticas, sino personales.
Es la parte humana de la historia. La interpretación
siempre atribuye motivos ideológicos, pero la realidad
es que, cuando uno baja al nivel individual, lo que uno
descubre es algo mucho más subjetivo; es la dictadura
vivida como un sufrimiento, como un rencor, como una
necesidad de desquite.
No hay buenos en su historia.
Ni malos absolutos, sino esas situaciones en las que uno
puede llegar a ser muy malo y otras en las que de pronto
puede surgir la generosidad y el heroísmo. Trujillo
¿por qué llega a esos extremos de crueldad vertiginosa?
Porque acumulaba un poder vertiginoso. Le ocurre lo que
le ocurrió a Nerón, a todos los que han sido grandes
dictadores, que pueden convertirse en monstruos. Y llegan
a acumular ese poder porque hay una abdicación de su
pueblo a la resistencia, a frenar esos excesos.
El personaje de Urania, con la que empieza y
acaba el libro, y que es un contrapunto de la historia,
¿es inventado?
Es un personaje basado en muchas experiencias concretas.
De La fiesta del Chivo, lo que más me fascinó
es la relación subjetiva que llega a establecerse entre
el dictador y su pueblo. Esa especie de vasallaje
espiritual, que va más allá de la simple servidumbre,
por culpa de la coacción o el temor. Es el mundo de los
caudillos militares, quizá lo que más se parece a una
dictadura totalitaria. Llegan a controlar no sólo la
esfera cívica, sino la familiar, la profesional.
Ésa es una de las hazañas de Trujillo: lograr tener ese
control tan absoluto no sólo sobre las conductas, sino
sobre las conciencias y hasta los sueños. Los padres
llevaban a Trujillo a sus hijas, está completamente
documentado. El secretario de Trujillo, que, dicho sea de
paso, es una persona muy simpática, me contó que era un
problema por la cantidad de padres que llevaban al
generalísimo sus hijas. Era una manera de expresarle su
admiración, y eso ocurría en los años cincuenta, no en
la Edad Media. Es una de las cosas que me precipitó a
tratar de entender ese fenómeno. Ni una sola de esas
víctimas, y eso es interesante, de las que está
comprobado que fueron sacrificadas, digamos, ha querido
contarlo.
Igual que muchas mujeres violadas. ¿Por la misma
razón?
Uno se pregunta si es por ese pudor de la víctima o si
de alguna manera viven esa aberración que era el haber
estado en contacto con la divinidad.
¿Quiere decir que les gustó?
¿No tenemos casos en nuestros días de gente que les
gusta la esclavitud, que lamen las manos de aquellos que
los azotan? Eso está tan generalizado
Y entre
nosotros, no en países pobres y atrasados. Es un
fenómeno que me horroriza y que por eso vuelve tanto a
mis libros.
Usted ha dicho que si en una novela no hay
violencia y sexo, no le interesa.
La novela es una representación de la vida, no de una
parcela. Es la vida en su inmensa diversidad,
complejidad. Y, para desgracia y fortuna nuestra, la vida
esta hecha de violencia y de sexo de una manera
primordial. No podemos renunciar a los instintos, que son
un aspecto central de nuestra existencia. Uno de los
aspectos es el sexo que conduce al placer, una cosa
maravillosa de la comunicación entre los humanos, pero
que también puede conducir a la violencia, y que es una
de las caras que adopta la violencia. La violencia, que
es uno de los temas centrales de esta novela, es un
fenómeno humano, no es un fenómeno inhumano. Entre los
animales no hay violencia; matan por comer, no matan
porque haya un instinto de destrucción como hay en los
seres humanos. Eso, dentro de un contexto político
determinado, puede provocar, ya sabemos, los genocidios,
que no son cosas del pasado. Si una novela es una
representación de la vida no puede soslayar esos dos
aspectos centrales de lo que es la condición humana. No
digo que hay que complacerse en ellos, aunque hay algunos
autores que a través de la novela encontraron una
salida
Es lo que ocurre con el marqués de Sade.
¿Y cuál era su sentimiento al escribir esas
páginas?
Pues un sentimiento curioso, de fascinación, de
repulsión, y al mismo tiempo sentía la atracción que
tiene eso; como dicen los franceses, la fascinación del
barro. Hay una fascinación
digamos que por esos
seres humanos que de pronto se convierten en seres
demoniacos, por saber cómo llegaron allí. Es el
mecanismo que está detrás de todo esto. Fue la escena
más difícil del libro, la que más veces escribí; la
hice y la deshice, porque me costaba verdadero esfuerzo
hacerla verosímil. Ha sido el tour de force del libro.
¿Ha sentido el horror de Uranita y también lo
que sentía Trujillo?
Cuando uno escribe una novela, y eso es lo maravilloso,
uno es el torturador y el torturado. El violador y la
violada. Uno es el testigo y la protagonista. La escena
está contada desde Uranita, y el esfuerzo era el de
tratar de prefigurar las imágenes y los sentimientos de
esa niña joven.
Sobre los afanes sexuales de dictadores hemos
tenido más noticia. Se ha comentado de Castro, de
Torrijos. ¿Es una marca especial de los dictadores del
trópico?
Yo le hice una entrevista a Torrijos, y la impresión que
tengo de esa visita no es de él. Lo que queda en mi
imaginación es una rubia de formas abundantes, una
belleza tropical; una de sus amantes, aparentemente.
Estaba en la casa como un objeto más del mobiliario, y a
la que nunca me presentó, a pesar de que pasamos delante
de ella, que estaba echada viendo una revista. Nunca se
refirió a ella. Exactamente como si hubiera sido un
perro, un gato, una lámpara. Era lo más fascinante, ver
la relación de él con ese objeto sexual.
¿Esos excesos los provoca el poder?
Yo creo que es el ser humano
¿Muchos hombres con ese poder hubieran hecho lo
mismo?
La mayor parte lo han hecho. La vida sexual de los
dictadores es muy rica en pormenores. Dictadores austeros
sexualmente son pocos: Franco, Salazar y Hitler, quien da
la impresión de que la pasión carnicera no le dejaba
tiempo para la pasión sexual. Pero la mayor parte de los
dictadores latinoamericanos, por efecto del machismo, han
tenido un prontuario sexual muy abundante. No sólo era
la búsqueda del placer, sino la afirmación de la
virilidad. Coleccionar mujeres era una manera de afirmar
su hombría, su poder, y de mantener el mito. El dictador
no sólo es el fuerte; es el chivo, el gran fornicador.
Es el macho cabrón. A Trujillo le decían El Chivo por
eso. Ha sucedido con muchos dictadores. A Stalin le
gustaba más el alcohol que las mujeres, pero digamos que
le gustaba mucho fornicar. Y Mao: ahora se ha revelado
cuánto le gustaban las niñas, que practicaba la
ninfomanía de manera colectivista. Por eso es que el
poder hay que limitarlo, reducirlo al mínimo, porque
cuando a un ser humano se le da todo el poder aparece la
crueldad.
Creo que de los personajes de su novela, salvando
la crueldad de Trujillo, Balaguer es el que me cae más
antipático.
Unos amigos dominicanos dicen que el personaje principal
de la novela es Balaguer, no Trujillo.
Acabó triunfando, lleva más años en el poder
de los que estuvo Trujillo.
Tiene 91 años, está ciego y en cierto modo sigue siendo
el factótum de la política en su país. Hay un
movimiento para que sea otra vez candidato a la
presidencia de la república.
A usted, ¿cuál es el personaje que menos le
gusta?
Tengo la obligación moral de querer a todos mis
personajes. Y a todos les doy el tratamiento más
objetivo posible. Es muy importante para no caer en la
caricatura, en la literatura de propaganda. En eso soy
flaubertiano. El escritor debe ser en una novela como
Dios en el universo: estar en todas partes y no ser
visible en ninguna. Para que una novela convenza al
lector, éste no debe sentir que los personajes están
movidos por unos hilos, que un autor los manipula para
promover determinadas ideas. Yo tengo mis ideas, las
defiendo en mis artículos, pero al escribir una novela
hago un esfuerzo de despersonalización de la historia,
porque depende de eso que una novela tenga vida propia.
Los personajes tienen que parecer libres para que el
lector crea en ellos.
Hugh Thomas me decía, hablando de Franco, que no había
escrito un libro sobre él porque no le apetecía la idea
de pasarse años con un personaje que no le gustaba y por
quien acabaría sintiendo, después de un trato
prolongado con su biografía, cierta empatía que ese
trato hace inevitable.
La historia tiene la obligación moral de decir la
verdad, pero la literatura tiene su verdad, que depende
de su poder de convicción. Uno trabaja con mucha más
libertad sin esa limitación que es el respeto a la
verdad histórica. La verdad de la literatura es de otra
índole. Tolstói escribió esa obra maestra absoluta que
es Guerra y paz, y fue irrespetuoso con la verdad sobre
las guerras napoleónicas, sobre la personalidad de los
generales, y escribió una obra maestra absoluta, que nos
dice más sobre la guerra y el poder, sobre cómo
reverbera en la mujer y en el hombre la atrocidad de las
conquistas. Ése es el poder de la literatura, y su
anécdota es un pretexto para hablar de la condición
humana.
Lo que acaba siendo el tema de su novela es que
la dictadura lo pudre todo, incluso después de la muerte
del dictador.
Eso es muy exacto. La dictadura no es sólo la violencia
que se ejerce contra una población inerme, no es tampoco
la mentira; es, sobre todo, la corrupción generalizada,
donde es imposible mantener una dignidad, una honra
personal, porque uno está obligado a entrar en los
mecanismos de impostura. Y ése es el legado peor para
las futuras generaciones. Los dictadores mueren, pero la
herencia sigue.
Por ejemplo, ahí sigue Balaguer.
Bueno, hay progreso. Me dio gusto leer unas declaraciones
del presidente del Banco Mundial, que decía que,
comparativamente, la República Dominicana era el país
que ha progresado más en los últimos años.
Yo estuve allí hace unos años, y en cuanto
sales de Puerto Plata, la Romana, del centro, y vas por
las calles, la pobreza es enorme, supongo que similar a
la que hubo con Trujillo.
Es mucha pobreza, sigue siendo terrible, pero se ha
reducido algo. Hay una industria turística, hay progreso
y una apertura. La sociedad es más abierta, existe una
diversidad política e intelectual. Claro que si uno mira
esos progresos desde el ideal, está muy lejos todavía.
Y los ricos siguen siendo los mismos que en
tiempos de Trujillo. No hay una dictadura, es verdad,
pero
Lo que hay es una democracia imperfecta, como en toda
América Latina, en los países que hay democracia. No
puede haber una democracia perfecta en países donde los
que tienen poco son la inmensa mayoría, los que tienen
mucho son la inmensa minoría y en medio no hay casi
nada. Eso crea una dificultad terrible para que surjan
instituciones democráticas. Pero hay un progreso en el
contexto latinoamericano bastante importante.
"El erotismo requiere una cultura
muy decantada"
En algún país de la zona, las
grandes cifras económicas son estupendas y el Banco
Mundial les felicita, pero no hay más que mirar
alrededor para ver que ese cambio económico no ha
llegado a la gente común.
Ha habido mejoras que no se ven desde un país avanzado,
pero son reales desde la perspectiva de quien ha vivido
el horror. Son avances pequeños, pero no reconocerlos es
caer en la caricatura. Ésa es una visión tremendista y
artificial de lo que es la realidad del Tercer Mundo, que
por desgracia está muy extendida en Europa.
No quiero hablar de política con usted, me lo
había prometido a mí misma. Ya sabemos lo que piensa a
través de sus artículos. Así que, dígame, ¿escribir
sigue siendo una orgía perpetua?
Sí. El placer de los placeres.
¿Sigue siendo lo que le salva de la vida?
Sí. La literatura es lo que me da equilibrio, un orden
psíquico y mental.
Si no escribiera, ¿dónde estaría?
En un sanatorio mental, o me habría volado la tapa de
los sesos. La literatura me da el orden, escribir me
organiza el mundo. Escribir y leer, que son el anverso y
el reverso de una misma cosa. Y cada vez me convenzo más
de que la literatura no sólo es un entretenimiento y un
placer supremo, sino una actividad imprescindible para
que tengamos una rica vida interior, para desarrollar un
espíritu crítico, para que no mantengamos un
asentimiento frente a la realidad, para que estemos
conscientes de que el mundo está lleno de deficiencias,
que aquello que vivimos no puede colmar nuestras
expectativas. Por eso, una de mis batallas es tratar de
convencer al mayor número posible de gente de que hay
que defender la literatura, porque de ello depende que el
mundo del futuro sea un mundo rico en sensibilidad, y
todavía libre. La literatura es una garantía de
libertad porque no puede ser manipulada como puede serlo
toda la actividad de los medios.
Ése es uno de los peligros de la globalización,
que usted tanto defiende
La literatura es fundamental para mantener viva una
actitud crítica frente a la realidad y el mundo, y para
mantener un lenguaje renovado, riguroso.
¿Piensa que la libertad de información es cada
vez menor en la prensa o la televisión?
La gente habla cada vez peor, porque lee poco y ve mucho
la televisión, y su lenguaje es mínimo.
¿La literatura se puede manipular menos?
Sí. Por eso hay que defenderla; también por eso.
Gracias a la literatura podemos disponer de cosas tan
importantes como el espíritu crítico y la libertad
humana.
¿La literatura vista como un contrapoder?
Sin duda, es un contrapoder.
¿Algo parecido a una ONG?
Así es. Pero hay estadísticas terribles. En una de la
Sociedad de Autores de España se dice que la mitad de
los españoles, de un país moderno, no compra ni lee
nunca un libro. Eso es para ponerse nervioso. Son las
mujeres quienes están salvando la literatura, los
hombres cada vez leen menos.
Creo que usted ha amado a muchas mujeres.
Bueno, imaginariamente sí. Las mujeres siempre me han
gustado mucho; tanto como la literatura no sé, pero sí,
me han gustado mucho. Pero tengo una vida tan ocupada que
son placeres imaginarios, más que reales ya. Me gustan
las mujeres y no tengo ninguna vergüenza en decirlo,
pero mi mujer no tiene ningún espíritu deportivo, así
que estoy obligado a mantener una gran prudencia verbal
al hablar de mi vida sentimental. ¡Ja, ja, ja!
Enamorado ¿se escribe mejor?
El amor enriquece el mundo, justifica todo, incluso las
penalidades, los sufrimientos. Todo se justifica cuando
uno está enamorado.
¿Y distrae para escribir?
Sí distrae, sí. La pasión es exclusivista, no admite
ser compartida. Cuando se vive el punto neurálgico de la
pasión no creo que uno esté en buena disposición para
crear. Hay una frase que es un poco grosera de una carta
de Flaubert a un amigo suyo, cuando escribía Madame
Bovary. Su amigo le pide consejo, y le dice: oye, cuidado
con las mujeres, con el sexo; tienes que concentrar toda
tu pasión en lo que haces; en todo caso, tírate a tu
tintero. Porque la literatura es una pasión. No sólo
resulta del conocimiento del dominio de una técnica;
sale del vientre, sale de la interioridad de los
instintos. Es como el amor. Detrás de una creación hay
esa pasión vivida a todos los niveles. Es como una
pasión amorosa.
¿Cree que la pasión es cosa de gente joven?
Ésa es una infame calumnia. Ahora que estoy llegando a
la edad de no tan joven, mis pasiones son tan ricas, tan
estimulantes como cuando era un adolescente. Además
están enriquecidas por la experiencia. Creo que hay
ciertas actividades, y una de ellas es la novela -no la
poesía, que puede ser precoz-, que exige una experiencia
acumulada. Y el erotismo también lo exige, requiere una
cultura muy decantada.
¿Recuerda alguna pasión amorosa que le
impidiera escribir?
Sí. No le puedo decir cuál, pero viví una pasión
amorosa en la que llegué a sentir por única vez en mi
vida que la vida no tenía sentido. Estuve dispuesto a
hacer dos imbecilidades; una, suicidarme, y otra,
enrolarme en la Legión Extranjera.
¿Era entonces cuando leía sin tino Mamade
Bovary para encontrar consuelo?
Sí. ¿Cómo se acuerda? Es verdad. Pasé incluso por
delante de la oficina de la inscripción de la Legión.
¿Y por qué la única salida era el suicidio?
No le puedo decir, eso no. Pero es la única vez en mi
vida en que consideré que la vida no merecía la pena de
ser vivida, algo completamente estúpido. La vida es lo
más maravilloso que existe.
¿Y cómo era aquella dama?
No, no. ¡Ja, ja, ja! Es un tema que me reservo para mi
vejez, para cuando ya no tenga tanta imaginación y tenga
que vivir de mis recuerdos. Ésa es la ventaja de los
escritores, que cuando la imaginación se apaga, queda la
memoria, que es un arca llena de tesoros a los que uno
puede recurrir en un momento dado.
Almodóvar decía el otro día: "A veces
pienso que hago ciertas cosas para luego poder contarlas
en las películas". ¿Le ha sucedido algo así?
Lo que sí me pasa es que a veces pienso: esto puede
serme valioso. Y es también una manera de defenderse
contra la experiencia. Un escritor tiene esa ventaja, de
que, por más dolorosa que sea una experiencia, tiene esa
defensa secreta del dolor, porque piensa que ése es un
material, un barro que le sirve para crear una ficción.
Me acuerdo de una carta de Flaubert a un amigo cuya madre
se había muerto. Flaubert le da el pésame y dice:
"Por otra parte, te envidio, porque esa experiencia
que estás viviendo, de dolor, qué rico material para
escribir". Parece una cosa muy fría, pero es muy
real, porque la materia de un escritor es lo que ha
vivido. Hay escritores que provocan experiencias, que
viajan para ver; a mí no me sucede. Lo que me maravilla
de la literatura es que la experiencia vivida, en un
momento dado, sin quererlo y sin saberlo, le impone a uno
ciertos temas de un modo muy misterioso. Todo lo que yo
he escrito ha nacido de una forma involuntaria y ha
partido siempre de una experiencia vivida, con la que he
comenzado a fantasear.
Cuando, como usted, uno es un autor consagrado,
¿resulta difícil elegir un tema?
Resulta difícil escribir. Llevar tantos años
haciéndolo no me ha dado una seguridad. Me ha dado un
convencimiento de que si persevero termino la historia,
pero la inseguridad que vivo cuando tomo los primeros
apuntes y escribo el primer borrador es igual a la que
sentía cuando comencé a escribir. No tengo la mínima
seguridad, me siento desvalido.
¿Por las mismas razones que al principio o por
otras diferentes?
La inseguridad consiste en que no sabes si eso va a
funcionar, si se va a levantar, si va a empezar a tener
vida propia. El comienzo de toda novela es una lucha
contra la inseguridad, en busca de una confianza que
sólo llego a tener cuando he terminado el primer
borrador. Entonces ya sí me siento más seguro y trabajo
con mucho más entusiasmo.
¿Y eso le sucede a pesar de que, seguramente, y
usted lo sabe, ese libro que está escribiendo va a tener
éxito?
Es que el éxito, lo que uno quiere es encontrarlo cuando
está sentado ante la mesa. El éxito es que, en un
momento dado, uno diga: ahí está, ahí apareció. Ése
es un placer incomunicable, yo no puedo describir esa
sensación de sentirse colmado, justificado en la
existencia; es un placer único, espiritual y físico a
la vez. Y si la crítica es buena, uno está mucho más
contento que si es mala, y si se venden muchos
ejemplares; pero eso ya es la literatura en sociedad, y
yo estoy hablando de otra cosa. De ese placer privado y
raro, muy difícil de describir. Hay un verso muy bonito
de Kavafis dedicado a Ítaca. Él dice: emprende el viaje
a Ítaca, pero demórate lo más que puedas, haz muchas
escalas, teniendo siempre presente tu isla, la que estás
buscando. Al final, dice, llegas a Ítaca, y ¿qué vas a
descubrir? Que la verdadera Ítaca era el viaje. Es un
poema maravilloso para describir lo que es escribir. Al
final, cuando el libro esta ahí, lo maravilloso han sido
esos meses, años, construyéndolo, sacando esa historia
de la nada, modelando esos personajes. Ése es el gran
premio, siempre lo es. Es como el amor, que uno ama a una
mujer, vive una pasión y, en un momento dado, eso se
consuma. Eso es muy difícil de comunicar, se vuelve como
ridículo cuando se expone a la luz pública. Lo mismo
pasa con la literatura.
Ustedes, entre escritores ¿hablan de esto?
Entre los escritores hay como una prudencia para no herir
susceptibilidades. En general, es una relación bastante
difícil, salvo entre los amigos estrechos. Los
escritores, cuando se reúnen, suelen hablar de política
y de dinero.
A estas alturas ¿sigue siendo Flaubert el espejo
donde se mira?
Le debo muchísimo a Flaubert. Me deslumbró como
escritor y me ayudó a ser el escritor que soy. La
disciplina me la enseñó él, ciertas ideas básicas
sobre lo que es una historia, sobre cómo construir una
novela, y la manera de dar soberanía a un mundo de
ficción.
¿Qué le enseñó Faulkner?
Me enseñó cómo todas las historias pueden ser las
mejores y las peores del mundo, según las palabras en
que se encarnan, según la manera como organiza un autor
los tiempos, los efectos y las causas; la perspectiva
desde la cual se cuenta una historia. Cómo la forma
puede dar profundidad, ambigüedad, sutileza o, al
contrario, banalizar, idiotizar los temas, a los
personajes. La importancia de la forma es algo que
descubrí leyendo a Faulkner. Y también el aliento
épico, que yo descubrí en sus novelas y que me
permitió reconocer una predisposición mía. Es un autor
que admiro, y cada vez me convenzo más de que es, en el
siglo XX, el equivalente de los maestros del XIX, de un
Balzac, o de un Dickens, o de un Flaubert, que son a su
vez los grandes equivalentes de los maestros clásicos,
como Cervantes. Ésos son los que compitieron con la
realidad de igual a igual. Hoy los escritores tienen
miedo de competir con la realidad de igual a igual, les
parece una cosa muy pretenciosa, prefieren la obra
perfecta de tono menor. Es la literatura light, de la que
no soy muy partidario.
Y Hemingway, ¿qué le parece?
Fui entusiasta de él, pero ha envejecido, y ahora creo
que su obra más importante es ese relato pequeño del
final, que es El viejo y el mar. Las novelas que
nos parecieron tan importantes son muy difíciles de
releer. Lo he intentado con Por quién doblan las
campanas y se me cayó de las manos. Es artificial,
caricaturizada, es muy difícil creer en ella.
¿Fitzgerald sigue gustándole?
Me parece muy buen escritor, pero nunca pensé que fuera
un genio. Las novelas son muy bonitas, y era un hombre
que tenía un gran oficio. Pero su horizonte, en
comparación con Faulkner o con Dos Passos, el mundo de
Fitzgerald es mucho más limitado. Digamos que es
delicado, fino, pero sin ese gran vuelco visionario. Es
un mundo de formato menor.
A veces se teme volver a leer un libro que te
gustó mucho porque quizá ya no te guste tanto.
Sí, me pasó con Hemingway. Y nunca me he atrevido a
releer Los tres mosqueteros, que leí de niño
con tanto deslumbramiento; tengo terror de volver a
leerlo. Hay dos cosas que no me he atrevido a hacer: leer
Los tres mosqueteros y volver a ver la película
Sangre y arena. Esa película llenó mi infancia.
Con Joyce ¿qué relación tiene, lo admira tanto
como a Faulkner?
Creo que Faulkner no hubiera sido posible sin Joyce.
Jamás hubiera hecho lo que hizo con la forma narrativa
sin Joyce, que es el padre de la novela del siglo XX. Si
hay que nombrar una novela que haya revolucionado
enteramente la técnica de narrar, de construir una
historia, Joyce es el maestro absoluto. Su novela es ante
todo para novelistas. Un novelista de nuestra época no
puede escribir una novela sin haber leído a Joyce, sin
haber recibido directa o indirectamente su lección. Es
como Cervantes en su tiempo, o como Tolstói; creó un
instrumental para poder representar la realidad a través
de la ficción. Todos somos sus deudores. Hay muy buenos
escritores que no han sido renovadores del género, que
son deudores más bien. Por ejemplo, un escritor
extraordinario para mí es Leopoldo Alas, autor de La
Regenta, pero el revolucionario fue Flaubert, y él
lo aprovechó de una manera muy creativa.
¿La Regenta
no hubiera existido sin Madame
Bovary?
No hubiera podido. La Regenta es una Madame
Bovary española. Es una gran novela, la mejor, para
mí, del siglo XIX español, pero esa novela es posible
gracias a Flaubert. Exactamente del mismo modo que las
novelas de Faulkner son posibles gracias a Joyce, y no
hay duda sobre eso. Me gusta mucho La Regenta,
es ambiciosa y convincente, pero Madame Bovary
es una novela insuperable. También me gusta mucho Fortunata
y Jacinta, donde hay esa creación del mundo a
través del cual un escritor comete deicidio, se atreve a
competir con la realidad como un dios; para rehacerla,
modificarla, transformarla. No hay muchos novelistas que
hayan sido eso, y son los que yo admiro más.
¿Le ha sucedido que al leer a otro escritor que
le gustara mucho se haya quedado paralizado por creerse
incapaz de escribir como él?
Eso lo entiendo muy bien. Por ejemplo, me sucedió con Moby
Dick, que cuando terminé de leerla sentía una
sensación de terror. Era avasalladora, me dejó
aplastado, diciendo: ya no, para qué, cómo me atrevo a
coger una pluma. Pero creo que al final, cuando uno lee
una gran novela, uno siente una especie de desasosiego,
hormigueo, que acaba siendo muy estimulante.
¿Qué libro le hubiera gustado escribir?
Muchos, el Tirant lo Blanc, que admiro desde
joven. A todo escritor, sobre todo de nuestra lengua, le
hubiera gustado escribir el Quijote. Y también Madame
Bovary y Guerra y paz. Y admiro enormemente
La condición humana, de Malraux. Me hubiera
gustado escribir todas las novelas que me han gustado.
¿Cómo se lleva con la posteridad, con la idea
de imaginar qué sucederá con los libros que ha escrito?
Creo que al final, si uno trata de rastrear cuáles son
las razones secretas de su vocación, supongo que la
posteridad importa. Un afán de supervivencia, de dejar
algo que lo sobreviva a uno. Algo de eso hay en una
vocación. Pero hacerse preguntas que no tienen
respuestas siempre me ha dado la sensación de que es
perder el tiempo. Así que hay que evitarlo.
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