Rima LXXI


    No dormía; vagaba en ese limbo
    en que cambian de forma los objetos,
    misteriosos espacios que separan
    la vigilia del sueño.

    Las ideas que en ronda silenciosa
    daban vueltas en torno a mi cerebro,
    poco a poco en su danza se movían
    con un compás más lento.

    De la luz que entra al alma por los ojos
    los párpados velaban el reflejo;
    pero otra luz el mundo de visiones
    alumbraba por dentro.

    En este punto resonó en mi oído
    un rumor semejante al que en el templo
    vaga confuso al terminar los fieles
    con un amén sus rezos.

    Y oí como una voz delgada y triste
    que por mi nombre me llamo a lo lejos,
    y sentí olor de cirios apagados,
    de humedad y de incienso.

    Pasó la noche, y del olvido en brazos
    caí, cual piedra, en su profundo seno.
    No obstante al despertar exclamé: “¡Alguno
    que yo quería ha muerto!”


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