Ud. está escuchando el tango "Caminito".
Homenaje a Benito Quinquela Martín.
 

La Boca es un barrio ubicado al sur de la ciudad, sobre el Riachuelo.

Hacia finales de siglo los primeros saladeros -grandes barracas para depósitos de cueros y recepción de esclavos y pulpería con gran movimiento de marineros y comerciantes- ocupaban ambas márgenes del Riachuelo, desde la desembocadura hasta la Vuelta de Rocha.

En 1820 se registra la presencia de genoveses y surgen los primeros almacenes navales y astilleros.

La inmigración italiana, especialmente genovesa, dió su carácter al barrio, el que nunca terminó de asimilarse a la gran ciudad. Su arquitectura característica son las casas de chapa acanalada algunas pintadas, de vivos colores. Muchas constituyen sus vivos conventillos donde conviven varias familias.

La Boca de principios de siglo era uno de los centros obreros más importantes del país. Y de los más agitados. Zona obrera por excelencia, el barrio había abierto sus puertas a varias sociedades sindicales: la de los estibadores, la de los carreros, la de los carpinteros de la ribera y de obra, la de los calafateros y una muy importante, la de los caldederos. Fue el barrio de la Boca el que votó al primer diputado socialista de América, Alfredo Palacios, en 1904.

Cuando los trenes dejaron de pasar, en 1920, el actual espacio de Caminito se transformó en un basural, hasta que los vecinos decidieron sanear el lugar, Fue Benito Quinquela Martín quien le puso el nombre de Caminito en honor al famoso tango de Juan de Dios Filiberto.

Benito Quinquela MartínBenito Quinquela Martín nació para no ser nadie. El 21 de marzo de 1890 lo hallaron abandonado el la puerta de la entonces Casa de Expósitos que luego fue la Casa Cuna.

El bebé, además del pañal indispensable no tenía más que un papel en el que alguien había escrito que el niño había sido bautizado como Benito Juan Martín. Era un ruego tácito y secreto para que el chico no fuera llamado Expósito, como era la siniestra costumbre usada para identificar a los abandonados. Había algo más junto al papel: la mitad de un pañuelo, cortado en diagonal. Era otro mensaje: alguien se quedaba con la otra mitad para que algún día, quien sabe...

En el asilo calcularon que Benito Juan Martín había nacido unos veinte días antes de ser abandonado. Le fijaron como fecha de su nacimiento la del primero de marzo de 1890 y le dieron cobijo durante los primeros seis años de su vida.

Hasta que el matrimonio formado por Manuel Chinchella y Justina Molina decidió adoptarlo. De este modo, Benito Juan Martín, un chico sin apellido, sin historia, casi sin futuro pasó de la oscuridad del orfanato a la negrura de la carbonería que sus padres adoptivos manejaban en la calle Irala, entre Olavarría y Lamadrid.

Lo único que el chico conservaba de su herencia real y desconocida, era su fantástica capacidad para el dibujo.

Pintura de Quinquela Martín.Empezo a ir a una escuelita primaria de la calle Australia al 1000, pero solo cursó primer grado y segundo. Aprendió a leer, a dibujar las letras, a sumar y a restar. "Tuve que dejar cuando empezaba a multiplicar". Tenía nueve años y sus brazos eran más necesarios en la carbonería de sus padres.

Entre los nueve y los quince años Benito fue uno más de los obreros portuarios de la Boca que tan bien iba a inmortalizar años más tarde en sus pinturas. Su trabajo consistía en trepar a los barcos con una bolsa vacía, llenarla de carbón, cargarla al hombro, bajarla a tierra y acostarla luego en los carros de caballos que las llevaban a destino.

Un día el carbonero se hizo pintor. Y ya no se detuvo.

Desde ese entonces su vida fue, por fín, el color. Y se entregó con la pasión sin medida de un chico, a despejar de negro todos los paisajes de su vida. Se armó de una paleta, de unos óleos, de unos líquidos de olor penetrante y de nombres de catástrofe, busco un refugio donde esconder su alegría, se peleó con el padre para quien todos los artistas eran unos vagos y se fue de su casa sin saber que cuando un jóven toma esa decisión debe hacerlo para siempre. Volvió seis meses despues, convocado por las lágrimas de su madre y por el espíritu meridional pero reconciliador del carbonero Chinchella.

Quinquela y Filiberto. Al fondo la Boca.Una vez que creyó hallarse a si mismo se ocupó de hacer nuevos y buenos amigos entre los que se encontraba un muchacho apenas unos años mayor que él, llamado Juan de Dios Filiberto, que escribía versos de desesperación para un Caminito borrado por los años, junto al que quería caer para que el tiempo los matara a los dos. Los dos, Benito y Juan de Dios solían estremecer las noches del barrio con unas serenatas de estrépito que salían a dar cargando un armonio de iglesia con el ánimo impertrubable de los muchachos enamorados. No eran serentas del todo inocentes. "No era raro que, al compás de la música desaparecieran algunas gallinas -admitió Quinquela alguna vez-. Nunca se supo quien era el que aprovechaba esa oportunidad filarmónica para alzarse con las gallinas ajenas, pero por las dudas, los vecinos de la Boca oían acercarse a los serenateros y le ponían candado a sus gallineros".

En noviembre de 1918, Quinquela ya era Quinquela Martín. Había decidido usar su primer nombre, eliminar el Juan, adaptar el Chinchella de sus padres adoptivos al Quinquela que es la pronunciación italiana del apellido y agregar su tercer nombre como segundo apellido. De esa forma es el joven Benito Quinquela Martín quien expone en la Galería Witcomb. La muestra es un éxito y los críticos coinciden en señalar la aparición de un pintor nuevo, original, que aportaba su propio estilo, su propia técnica y su propio mensaje.

Obra de Quinquela en Caminito.Enseguida llegaron los viajes al exterior. París lo deslumbra en 1925. Nueva York le provoca una agitada inquietud a finales de 1927. En 1929 viaja a la Italia de Mussolini, quien lo proclama su pintor preferido "porque pinta el trabajo".

A su regreso el barrio de sus amores lo recibe como a un hijo pródigo. Se topa con un reproche de su madre: Cuánto ha viajado? Cuánto más piensa estar fuera del país?. Quinquela Martín decide no salir mas al exterior. Rechaza una invitación a Japón. Se queda en la Boca.

El huerfano carbonero, nacido para no ser nadie, es uno de los hijos más queridos de su barrio entrañable. Cree entonces que es la hora de dar. Ayuda a fundar la peña del Café Tortoni para que un grupo de poetas plásticos y músicos difundan las artes.

Paga una fortuna, setenta mil pesos de 1933, por un terreno que dona al estado para que se levante la Escuela Museo Pedro de Mendoza, que es hoy el Museo de Bellas Artes de la Boca, tambien conocido como Museo Quinquela Martín. Compra y dona terrenos para que se construya la Escuela de Bellas Artes de la Boca y un centro de salud que finalmente se convierte en un lactario municipal y hoy es un Jardín Maternal. Hace lo mismo con otro Jardín de Infantes y con el Centro Odontológico Infantil.

La Boca, desde el atelier de Quinquela.Cerca del otoño de su vida Quinquela entrega todo a los chicos de su barrio. El solo se queda con sus colores. Y con la mitad de un pañuelo, cortado en diagonal.

El Benito adulto gustaba contar que su madre, la única que conoció, había muerto con una copla en sus labios: El día que yo me muera / no sé quien me llorará / me llorarán mis amigos / de la vecindad. Y agregaba "Mi buena madre adoptiva sabía que todos la lloraríamos. Y yo más que ninguno".

Despues de entregar su vida y cuanto tenía a la Boca, ese pedazo de país que lo hizo feliz, Benito Quinquela Martín murió el 28 de Enero de 1977. Hace más de veinte años. Tenía 86 años.

Sus murales engalanan las escuelas que él no tuvo, las paredes del club de sus amores y -justo es decirlo- hasta el de la odiada competencia de Nuñez. Cada mañana en el Riachuelo castigado y postergado, un pedacito de Quinquela sale al mar.

Quien sabe, su espíritu inclaudicable de huérfano denodado tal vez se filtre por los bolsillos agujereados de los chicos de la calle, que deambulan no demasiado lejos de las escalinatas de la ex Casa de Expósitos. Tal vez el ímpetu encerrado en sus colores hasta impregne tantos pañuelitos blancos, cortados en diagonal que, como aquel carbonero sin destino, se empeñan cada día en encontrar un poco de luz. Nada más que un poco de luz.

Texto: Alberto Amato y Sandra Commisso. Fotos: Gerardo Dell´Orto.