
Érase una
noche oscura,
tenebrosa y
llena de nada.
Sólo había
miedo,
porque faltabas
tú.
Porque faltaba
yo.
Porque faltaba
la luz de tu rostro,
y porque
faltaban mis ojos
que la
contemplaran.
Desde esa
oscura y fría noche,
eterna, sola,
vacía,
la alegría ha
muerto
ahogada en lo más
profundo de la soledad.
Había
descansado el amor para nunca más
salir de su
largo letargo, y para nunca más
olvidar su
presencia necesaria.
Érase una
noche oscura,
y en el
firmamento apareció algo.
Era una
estrella que sólo quería
encender por un
momento la oscuridad de la nada.
Pero faltabas tú,
y la luz se sumió
en un largo sueño,
para nunca más volver.
Y la oscuridad
se apoderó de mi existencia.
Ya no había
salida, no la había,
y de pronto la
estrella apareció nuevamente.
Sonreí
levemente, y la estrella brilló más aún.
La noche ya no
era oscura, ni tenebrosa.
Pero era fría,
pero era sola, pero era vacía.
Yo miraba la
estrella para no llorar.
Aún faltabas tú,
aún faltaba tu sonrisa.
Érase una vez
otra noche oscura,
mas no tan
oscura, no tan fría, no tan sola.
Las estrellas
me acompañaban y me daban calor.
Las estrellas
también me iluminaban; yo sonreía.
Yo empezaba a
ser feliz, y empecé a amar.
Esa noche que
ya no era eterna fui feliz.
Esa noche que
ya no era sola, ni fría.
Érase una vez
una noche que nunca más fue fría,
cuando apareció
en el horizonte una luz,
una luz que se
acercaba fugaz, cálida.
Una luz que me
daba serenidad y amor.
Yo lo podía
sentir, porque estaba viviendo.
Esa luz llegó
a mí, y te ví a tí, Luna,
luna de miel,
de cabellos dorados.
Érase una vez
una noche que desapareció,
en el instante
de tu llegada, y no volvió jamás.
La tiniebla se
convirtió en un gran pájaro azul.
La soledad se
convirtió en un arroyo cristalino.
El frío se
convirtió en un árbol eterno,
que era verde
como tus ojos, alto como tú misma,
y en un solo
momento, mi vida empezó de nuevo.
Patricio Mujica
Poesías
del Alma

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Año 2000
Poesía y Alma