Inventar la lluvia
Aguascalientes, México
(6 de noviembre de 1999)
 


 
 
En el Museo de Arte Contemporáneo “Número 8” de la ciudad de Aguascalientes, estado de Aguascalientes, México, a finales del año 1999 se presentó el poemario Inventar la lluvia, de Roberto Arizmendi, teniendo como marco una muestra representativa del pintor jalisciense Enrique Guzmán y la obra fotográfica de Tina Modotti, organizado por el Instituto Cultural de Aguascalientes. La presentación estuvo a cargo del Lic. Roberto Quevedo, Director de Literatura del Instituto; el escritor Rubén Chávez Ruiz Esparza hizo un análisis de la obra y el autor leyó un texto alusivo.


Presentación.

Roberto Quevedo


Sean ustedes bienvenidos a este espacio del “Museo de Arte Contemporáneo Nº 8”. En esta ocasión presentamos un libro de un poeta de Aguascalientes, que sin embargo ha estado alejado de su tierra natal, literariamente hablando, durante algún tiempo; no por esto significa que ha dejado de escribir o de estar activo en torno a la literatura, específicamente en torno a la poesía.

Está con nosotros el poeta Roberto Arizmendi. También nos acompaña el poeta Rubén Chávez Ruiz Esparza, quien va a hacer algunos comentarios sobre la obra de Arizmendi.
 
Roberto Arizmendi es un poeta de Aguascalientes, que sin embargo ha viajado, ha estado en muchos sitios y su poesía está alimentada de este viaje, de este traslado continuo; no por esto deja de ser un escritor entrañablemente aguascalentense.

Tengo algunos datos de su curriculum. Tiene 20 poemarios (diez y siete publicados), para darnos idea de la actividad literaria que tiene nuestro autor. Las cartas del tiempo, Historias compartidas, Oficio de amar, Repaso de la vida, Vuelo de gaviotas, Cantos perdidos, Cuenta regresiva, Navegar entre amor y desencantos, Inaugurar el sueño, Entre bruma y humedad del puerto, entre otros, e Inventar la lluvia que es el poemario que presentamos hoy.

Ha publicado, además, cuatro epistolarios: Todos los días son octubre, Deletrear la vida, Los pasos y los días y Construir los sueños. Además, ha participado como jurado en varios eventos y ha participado también en varias publicaciones que son conocidas a nivel nacional. En fin, tiene un trabajo mucho muy extenso en el campo del arte.

En este caso, trae un libro con nosotros; se llama Inventar la lluvia, publicado por la Universidad Autónoma “Benito Juárez de Oaxaca”. Es un libro del que nos comentará algunos elementos de contenido literario Rubén Chávez Ruiz Esparza. Pero quiero decir que es un libro que manifiesta un camino muy claramente recorrido; manifiesta, además, una emotividad que queda a flor de piel y que finalmente a través de la palabra, nos la hace llegar.
 


Reconociendo rostros de lluvia
en la poesía de Roberto Arizmendi


Rubén Chávez Ruiz Esparza


Ciertamente, algunas personas podemos ser las indicadas o no indicadas para hacer una opinión, dar un pretexto -en el sentido original-, una razón para leer un texto. En mi caso, no sabría decir si soy el más indicado.

Tengo una gran admiración, un gran amor, un enamoramiento a mi tierra que es Aguascalientes y en ese enamoramiento uno de los elementos que más podemos sentir los hidrocálidos, que más lo convertimos en un símbolo, en un apellido nuestro que está entre nuestros apellidos, es la lluvia.

Al momento de leer el libro Inventar la lluvia, nos llama la atención ya desde el título, que nos van a crear ese símbolo, ese tercer apellido que tenemos la gente que residimos o hemos nacido en Aguascalientes. Y ese inventar la lluvia, al momento de leerla, también la estamos inventariando; de alguna manera estamos reconociendo rostros de lluvia.

Hay una primera impresión en este libro que me gustaría compartirles: es la impresión de una frescura enorme, de una juventud inmensa. Quizás no es la mejor manera de leer un libro hacer a un lado la nota bibliográfica del autor que nos dice qué edad tiene, dónde ha vivido, qué libros tiene; sin embargo les recomiendo mucho que se sumerjan en esta lluvia, en este libro, y olvidemos cuántos más podría haber escrito este hombre y se van a dar cuenta de una cosa antes que nada: hay una claridad de escritura que bien nos recuerda a las primeras emociones de nuestra juventud, al menos a mí. Es decir, aquí la sencillez no es simplicidad, es naturaleza; aquí no hay palabras que tengamos que buscar en el diccionario, son palabras que decimos, con las cuales nos hemos enamorado alguna vez.

Ciertamente, Roberto ha viajado mucho, pero me atrevo a decir que se ha llevado precisamente esos rostros de la lluvia, de su gente, de sus casas. En sí, los poemas no podríamos decir que están armados con una prodigalidad –por así decirlo- de colores falsos, de argamasas; muy al contrario, tiene una aparente sencillez que es la sencillez de un silogismo natural. Cuando leemos alguno de los poemas breves, nos damos cuenta que estamos hablando de primicias, que nos está dando a entender algo. Pero es una filosofía que entendemos muy de niños, muy pronto. Aquí, este invento, nos devuelve muchas veces a esa palabra original que nos forma un universo. Me permito leer algunas estrofas.

Cuando llegue el momento te diré mis palabras (p. 27)

 O bien

Te reconozco en mil cosas (p. 41)

Sí, son remembranzas, pero también son argumentos para seguir inventando. Les confesaré: al momento de leer este libro, quería como buen crítico o como peor lector, darme cuenta si había sido de alguna manera elaborado, reelaborado, reargumentado cada uno de estos poemas; ¡qué difícil!, realmente Roberto, qué difícil. Si se tiene una mentalidad de encontrar cuál es la coma que es como el engrane, si se quiere buscar la rima como elemento subsiguiente, no está ahí; definitivamente está en la primera intención del lector y en esas subsecuentes primeras intenciones como escritor. Hay algo que hay que reconocer muy rápidamente en este libro y en este autor, hay una honestidad prístina para mostrarnos nuestra propia naturaleza. Así como hay reflejos básicos, hay también el amor básico y el hilo conductor de cada uno de los sentimientos.

Inventar la lluvia de Roberto Arizmendi nos devuelve eso: nuestra primera vista y, por lo tanto, nuestra primera sensación.
 


La palabra, un camino para compartir la vida.

 

Roberto Arizmendi


A mí no me preocupaba el arribo a lo desconocido, cuando salí de Aguascalientes a los diez y ocho años, sino que el tiempo fuera diluyendo los recuerdos de los primeros años. Se dice que el hombre es memoria y a su vez la memoria que de él conserven los demás; pero la memoria se deslíe como un polvo por la acción del agua, si no somos capaces de apuntalar los afectos que nos convierten en seres únicos o de acrecentar las oportunidades de ofrecer amor para adicionar belleza a lo que vemos o tocamos.

Maravillado siempre y observador atento; irreverente, indiscreto y terco, he recorrido incansable los caminos en busca de horizontes, con el aliciente de descubrir en cada ocaso o alborada nuevos tonos y colores. He sido señalado como devoto fiel de la amistad, buscador incansable, navegante sin puerto, gambusino de sorpresas y amante irredento. Me reconozco ser que se realiza en los demás y no en sí mismo, sino por el efecto de lo que se otorga sin el aliento de la recompensa. Supe desde los primeros años que el amor puede transformar tempestades en lluvias gratificantes o hacer que los vientos nos conduzcan sin límites ni trabas, por senderos impensables, a contemplar las grandiosidades del universo.

Inicié el aprendizaje desde los primeros años para no ser sedentario y convertí la enseñanza en actitud y estímulo de vida.
 

Nómada por vocación, he ido armando casas para compartirlas y amores para conjugarlos en todos los espacios. Y en ese afán de compartir la vida, aprendí el valor de la palabra.

Aguascalientes me enseñó la esencia de la vida. Aquí, María Rangel me enseñó las primeras letras y Mercedes Rodríguez Nungaray el gusto de emborronar cuartillas para inventar imágenes con trazos de tinta sobre el papel y la afición por descubrir el mundo en el inconmensurable tesoro escondido de los libros.

Así, con ese equipaje al hombro, salí a descubrir el mundo.

El infinito mosaico de luces que las constelaciones, los continentes, las culturas y los hombres crean, se traduce en vivencia compartida a través de la palabra. La poesía es el reflejo del hombre que siente, llora, ríe y vive en plenitud cada momento, adverso o jubiloso. Se va tejiendo en las cuartillas una especie de historia no mostrada, sino descubierta o adivinada a través de un rostro, de una sonrisa, de una mirada, de la expresión corporal o hasta de las circunstancias.

Thelma Nava me mostró hace algunos semanas un texto de Jaime Sabines en el que señala que “el poema es el testimonio de las horas del hombre sobre la tierra”. Cierto; el poeta es quien vive y siente, quien tiene algo que decir elige la palabra para compartir su historia y no quien sólo opta por el preciosismo del uso exacto y perfecto de la técnica sin darle contenido vital, sin llegar a la esencia del ser. Sobre la tierra vamos construyendo las horas y armando a nuestro modo el tiempo. Con la palabra reflejamos nuestro espacio pero inventamos, también, un mundo: el mundo de los sueños y el mundo valioso de las utopías -como decía aquel gran amigo José Luis Guevara-. Queremos acercar la realidad al sueño, a esa ilusión deseable que perfilamos en las horas nocturnas y que afanosamente queremos hacer realidad desde la madrugada.

El título del poemario que hoy presentamos, Inventar la lluvia, refleja el acto esencial del ser humano de realizar de manera permanente el esfuerzo de búsqueda, como actitud de vida, como afán cotidiano de descubrir lo nuevo que llega cada instante y los secretos que aguardan por ahí, en cualquier recoveco del camino o en cualquier espacio perdido del universo que habitamos. Refleja también una forma de encontrarle otra dimensión a las adversidades que laceran. A fin de cuentas, esa es la manera en que el hombre transforma sus afanes y avatares, en plenitud que alumbra la senda para darle sentido y dirección precisa. para arribar a puerto seguro, en donde espera un nuevo tiempo para vivirlo.

El poemario refleja las contradicciones de la vida. El hilo conductor de sus 134 páginas es el amor, entendido como el motor que mueve al mundo desde las primeras referencias de la historia. El amor, como la vida, es caja de resonancia de la dialéctica de la historia, de la vida humana, del hombre.

El amor es confluencia de humedades; de lluvia que es expresión del cariño que de mil formas se inventa o se descubre. La lluvia es, entonces, plenitud, gozo, éxtasis, concreción, deseo, renovación, búsqueda para ir armando todo en la vida a la medida del deseo, en el espacio preciso de la plenitud y el gozo.

Una gota recorriendo lentamente la superficie plana y traslúcida del cristal de una ventana , es más que la soledad que se esconde en el espacio inactivo de la alcoba. Pero también, una gota que recorre el cuerpo es seductora, es una caricia interminable que se renueva.

Así, entonces, la lluvia es todo.
 

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