Mi historia con Rilke comenzó cuando me regalaron el libro
"Cartas a un Joven Poeta", realmente me impactó. Me impresionaba como un poeta
reconocido, como lo era Rilke, mantenía correspondencia y aconsejaba de
una forma tan sincera y generosa a un joven que pedía su opinión
poética.
En este libro Franz Xaver Kappus (quien es el joven poeta que busca en
Rilke a un tutor) nos hace el regalo de compartir con nosotros diez
cartas que Rilke le enviara entre 1903 y 1908.
Estas cartas además de ser una guía para cualquier poeta o escritor que
se esté iniciando, revelan claramente el alma de Rilke, su generosidad,
sus pensamientos, su profundidad y su lucha ante la enfermedad que lo
aquejaba.
En ellas Rilke nos ofrece incontables consejos respecto a la vida, el
amor, las dificultades, las dudas, todos ellos envueltos por una
maravillosa prosa poética.
En esta ocasión presento la primera carta que recibiera Kappus
de Rilke.

CARTA I
París, 17 de Febrero de 1903
Mi estimado señor:
Hallé su carta hace apenas unos días. Quiero darle las gracias por su
gran afecto y confianza. Siento no poder hacer más; no puedo juzgar la
forma de sus versos, porque la intención crítica está demasiado alejada
de mí. No hay cosa más deficiente que tocar una obra de arte con
palabras críticas: siempre van a surgir interpretaciones equívocas más o
menos felices. Las cosas nunca son tan evidentes y claras como
generalmente se pretende hacernos creer. La mayoría de los hechos no
tienen explicación lógica; se cumplen en espacios en los que jamás entró
una palabra; y lo más inexplicable de todo es una obra de arte,
existencia misteriosa, cuya vida es eterna y opuesta a la nuestra, que
se desvanece.
Después de esta advertencia, puedo añadir que sus poemas no tienen una
forma propia, pero si tienen un callado y escondido principio de
personalidad. Con mucha claridad lo percibo en la última poesía: "Mi
alma". En ella, algo particular en usted quiere llegar a fundir palabra
y música. Y en el hermoso poema "A Leopardi" toma cuerpo una especie de
cercanía con aquel grandioso solitario. Sin embargo, estos poemas, aún
no se mantienen por si mismos; no tienen independencia; ni siquiera el
último y el dedicado "A Leopardi". La amable carta que acompañó sus
poemas, me explica algunas deficiencias que encontré al leerlos, pero no
puedo señalarlas.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí.
Anteriormente le preguntó a otros. Los lleva a las revistas. Los coteja
con otros, y se preocupa porque algunas reacciones los rechazan.
Entonces (como usted me ha permitido aconsejarlo), le suplico que
abandone eso. Usted mira hacia fuera y, es precisamente lo que no debe
hacer ahora. Nadie puede aconsejarlo ni ayudarlo, nadie. Solamente
existe una manera: entre en si mismo. Descubra el fundamento que lo
lleva a escribir; investigue si tiene raíces en el lugar mas profundo de
su corazón; reconozca si para usted sería necesaria la muerte en caso de
ser privado de escribir. Esto ante todo: pregúntese en la hora mas
callada de la noche: ¿debo escribir?. Busque en lo mas profundo de si
mismo la respuesta. Y si esta es afirmativa, si enfrenta esta grave
pregunta con un seguro y sencillo "debo", siendo así, edifique su vida
conforme a tal necesidad: su vida, aún en la hora mas insignificante y
pequeña, debe ser signo y testimonio de ese acto. Entonces, trate de
expresar como el hombre primigenio lo que ve y siente, lo que ama y
pierde. No escriba poesías de amor; sobre todo, apártese de las formas
demasiado comunes y que se encuentran con facilidad: son las mas
difíciles, porque se necesita mucha madurez para aportar algo propio
donde existen en cantidades buenas y, en parte, sobresalientes
tradiciones. Por tal motivo, líbrese de los motivos generales y tome los
que le ofrece su diario devenir. Muestre sus tristezas y deseos, los
pensamientos que acuden a su muerte y su fe en algo bello; muestre todo
eso con profunda sinceridad interior, serena, sumisa, y para expresarse,
use los objetos de su entorno, imágenes de sus sueños y las cosas
esenciales de sus recuerdos. Si su vida cotidiana le parece pobre, no la
culpe, cúlpese a usted mismo, reconozca que no es lo suficiente poeta
para encontrar en ella sus riquezas. En los creadores no cabe la
pobreza, ni los lugares pobres e indiferentes. Y aunque usted estuviera
en una cárcel sin poder percibir los rumores del mundo exterior, ¿no
tendría siempre su infancia, esa riqueza preciosa, grandiosa, fuente
inagotable de recuerdos?. Regrese a ella su mirada. Intente aflorar las
brumosas sensaciones de tan inmenso pasado; se fortalecerá su
personalidad, se acrecentará su soledad y se hará un lugar a la sombra,
en el cual, el estrépito de los otros pasa de largo y lejano. Y si ese
regreso a lo interior, de ese adentrarse a su propio mundo brotan
versos, no acuda a nadie para saber si sus versos son "buenos". Tampoco
intentará que las revistas literarias se interesen en sus trabajos, pues
los verá como una preciosa propiedad natural, un pedazo y una voz de su
vida. Una obra de arte es buena cuando surge de la necesidad de crearla.
En esa naturaleza de origen está implícito el juicio: no hay otro. Por
eso, mi querido señor, no podría darle otro consejo que este: penetrar
en si mismo y encontrar las cosas mas profundas de su vida. Esa es la
fuente en la cual usted encontrará la respuesta a su pregunta si debe
crear; tómela como suene, sin explicaciones. Tal vez suceda que usted
está llamado a ser artista. Si es así, acepte su destino y llévelo con
su sufrimiento y su grandeza, sin preguntar jamás por la recompensa que
hallará afuera. Pues el creador debe ser un mundo en si mismo, encontrar
todo en si y en su propia naturaleza.
Tal vez después de esta comunión con su mundo interior y sus soledades,
debe renunciar a ser poeta (sería suficiente, como he dicho, sentir que
se puede vivir sin escribir, para definitivamente no hacerlo). De
cualquier forma, tampoco habría sido en vano el recogimiento interior en
que le insisto. En todo caso, partiendo de ahí, su vida encontrará sus
propios caminos, y le deseo que sean dichosos, ricos y amplios, se los
deseo mucho más de lo que soy capaz de expresar.
¿Qué más le diría?. Creo haber realzado todo en su debida forma: para
terminar, solo deseo aconsejarle que progrese en su evolución en forma
sosegada y sincera: no podría sufrir un deterioro mas desastroso, si
mira hacia el mundo exterior y espera de él una respuesta, a preguntas
que solamente podrá contestar desde su interior, acaso, en la hora mas
callada.
Fue para mí una alegría encontrar en su carta el nombre del profesor
Horacek; conservo hacia ese bondadoso sabio, una profunda admiración y
respeto que perdura en el tiempo. Si usted es tan amable, le encomiendo
que le haga conocer mis sentimientos; es mucha bondad de su parte que
aún me recuerde, y lo sé apreciar.
Ahora, le devuelvo los versos que me confió tan amistosamente.
Agradezco de nuevo su cordialidad y confianza, de la cual, con esta
sincera respuesta, dada en la mejor forma que sé, trato de hacerme un
poco más digno de lo que en realidad soy, por mi condición de
desconocido para usted.
Con fervor e interés,
Rainer María Rilke
(Del libro Cartas a un Joven Poeta, traducción: Milagros Moleiro; Colección
Orinoco, Alfadil Ediciones)

Luego de despertar a la poesía de Rilke adquirí el libro
elegías de Duino para así conocer más profundamente la tristeza de su prosa.
Para éste, Rilke escribió diez elegías que dedica a todo cuanto le rodea. Es
uno de sus últimos libros, publicado a solo cuatro años de su muerte, y
en él se refleja claramente la infinita soledad que sentía, acerca de la
cual Rilke recomendaba a Kappus: "ame su soledad, y lleve sobre sí el
dolor que le causa y que la expresión de su dolor tenga un hermoso
sonido".

NOVENA ELEGÍA
Porque si es posible, pasar el paso de la existencia como un laurel, un
poco más oscuro que todos los otros verdes, con pequeñas ondas al borde
de cada hoja (como sonrisa del viento)-: ¿Por qué entonces ser obligado a
lo humano -y, evitando destino, anhelar destino?...
Oh no, porque sea felicidad, esa ventaja precipitada de una próxima
caída. No por curiosidad ni para el ejercicio del corazón, que no esté
también en el laurel...
Sino porque estar aquí es mucho, y porque aparentemente todo lo de aquí
nos necesita, ese desvanecer que extrañamente nos concierne. A nosotros,
los más desvanecientes. Una vez cada cosa, sólo una vez. Una vez y no
más. Y nosotros también una vez. Jamás de nuevo. Pero ese haber sido una
vez, aunque solo sea una vez: haber sido terreno, no parece revocable.
Y así nos apresuramos y queremos cumplirlo, queremos contenerlo en
nuestras manos sencillas, en el mirar mas reposado y en el corazón sin
habla. Queremos serlo. -¿A quién darlo?. Deseando retener todo para
siempre... Ah, hacia la otra condición, ay, ¿qué nos llevamos allá?. No
el mirar lo aquí lentamente aprendido, y nada de lo ocurrido aquí. Nada.
Sólo los dolores. También ante todo la pesadez, así también la larga
experiencia de amor -sí, todo lo indecible. Pero mas tarde, entre las
estrellas, ¿qué importa todo eso?: ellas son mas indecibles.
Así, el caminante tampoco trae de la sierra al valle una mano llena de
tierra a todos indecible, sino una palabra ganada, pura, la genciana
amarilla y azul. Estamos quizás aquí para decir: casa, puente, pozo,
puerta, jarra, árbol frutal, ventana- a lo sumo: columna, torre... pero
decirlo, entiende, oh decirlo así, como las mismas cosas nunca
íntimamente creyeron ser. ¿No es acaso la astucia secreta de esta tierra
callada, cuando a los amantes impulsa, que por su sentir todo y todo se
encanta?. Umbral: qué significa para dos amantes sino gastar un poco más
el viejo umbral de la puerta, también ellos, después de tantos
anteriores y antes de los que vendrán..., levemente.
Aquí está el tiempo de lo decible, aquí su patria. Habla y confiesa.
Más que nunca caen las cosas ahí, las vivibles, pues lo que las desplaza
es un actuar sin imagen. Actuar bajo costras que se quiebran dócilmente,
cuando desde su interior estalla la actividad, y se delimitan en otra
forma. Entre los martillos persiste nuestro corazón, como la lengua
entre los dientes, que sin embargo, y no obstante, sigue siendo
elogiosa.
Elogia al ángel el mundo, no lo indecible, frente a él no puedes
vanagloriarte con majestuosas experiencias; en el universo, donde el mas
sensible siente, eres un principiante. Por eso señálale lo sencillo, eso
que formado de generación en generación vive como nuestro, cerca de la
mano, en la mirada. Dile las cosas. El se detendrá maravillado; como tu
cuando te detuviste junto al cordelero de Roma o junto al alfarero del
Nilo. Señálale lo feliz que puede ser una cosa, que inocente y nuestra,
cómo hasta la pena lastimera se resuelve pura hacia la forma, sirve como
una cosa o se disuelve en una cosa- y más allá, bendita, del violín
escapa. Y esas cosas, viviendo del desfallecer, entiende que tú las
alabas; perecederas, esperan de nosotros, los más perecederos, una
salvación. Exigen que las transformemos del todo en nuestro invisible
corazón, ¡en nosotros -oh, infinitamente-, en nosotros!. Quienquiera que
seamos.
Tierra. ¿no es eso lo que tu quieres: invisible resurgir en nosotros?
-¿No es acaso tu sueño, ser invisible una vez?- ¡Tierra!, ¡invisible!
¿Qué sino la transformación de tu insistente exigencia? Tierra, querida,
yo quiero. Oh cree, no se necesitarían más primaveras para vencerme-,
una, ah, una única es ya demasiado para la sangre. Infinitamente estoy
dispuesto hacia ti, desde lejos. Siempre tenías razón, y tu sacra
invención es la muerte íntima.
Mira, yo vivo. ¿De qué? Ni niñez ni porvenir disminuyen... Excesiva
existencia me brota del corazón.
(Del libro Libro Elegías de Duino, Rainer María Rilke; traducción de Hanni
Ossott, Monte Avila Editores)
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