Ciudad Iberoamericana

  LIBROS EN LINEA:

 



 

"ISMAELILLO Y VERSOS SENCILLOS", de José Martí (Cubano. 1853-1895)

 

 

I S M A E L I L L O

  

Hijo:

Espantado de todo, me refugio en ti.

Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura,

en la utilidad de la virtud, y en ti.

Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras

páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así. Tal

como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos

arreos de gala te me has aparecido. Cuando he cesado de

verte en esa forma, he cesado de pintarte. Esos riachuelos

han pasado por mi corazón.

¡Lleguen al tuyo!

 

 

 

PRINCIPE ENANO

 

Para un príncipe enano

Se hace esta fiesta.

Tiene guedejas rubias,

Blancas guedejas;

Por sobre el hombro blanco

Luengas le cuelgan.

Sus dos ojos parecen

Estrellas negras:

Vuelan, brillan, palpitan,

Relampaguean!

El para mí es corona,

Almohada, espuela.

Mi mano, que así embrida

Potros y hienas,

Va, mansa y obediente,

Donde él la lleva.

Si el ceño frunce, temo;

Si se me queja,

Cual de mujer, mi rostro

Nieve se trueca;

Su sangre, pues, anima

Mis flacas venas:

¡Con su gozo mi sangre

Se hincha, o se seca!

Para un príncipe enano

Se hace esta fiesta.

 

¡Venga mi caballero

Por esta senda!

¡Entrese mi tirano

Por esta cueva!

Tal es, cuando a mis ojos

Su imagen llega,

Cual si en lóbrego antro

Pálida estrella,

Con fulgores de ópalo,

Todo vistiera.

A su paso la sombra

Matices muestra,

Como al Sol que las hiere

Las nubes negras.

¡Heme ya, puesto en armas,

En la pelea!

Quiere el príncipe enano

Que a luchar vuelva:

¡El para mí es corona

Almohada, espuela!

Y como el Sol, quebrando

Las nubes negras,

En banda de colores

La sombra trueca,

El, al tocarla, borda

En la onda espesa

Mi banda de batalla

Roja y violeta.

¿Conque mi dueño quiere

Que a vivir vuelva?

¡Venga mi caballero

Por esta senda!

¡Entrese mi tirano

Por esta cueva!

¡Déjenme que la vida

A él, a él ofrezca!

Para un príncipe enano

Se hace esta fiesta.

 

 

SUEÑO DESPIERTO

 

Yo sueño con los ojos

Abiertos, y de día

Y noche siempre sueño.

Y sobre las espumas

Del ancho mar revuelto,

Y por entre las crespas

Arenas del desierto,

Y del león pujante,

Monarca de mi pecho,

Montado alegremente

Sobre el sumiso cuello.

Un niño que me llama

Flotando siempre veo!

 

 

BRAZOS FRAGANTES

 

Sé de brazos robustos,

Blandos, fragantes;

Y sé que cuando envuelven

El cuello frágil,

Mi cuerpo, como rosa

Besada, se abre,

Y en su propio perfume

Lánguido exhálase.

Ricas en sangre nueva

Las sienes laten;

Mueven las rojas plumas

Internas aves;

Sobre la piel, curtida

De humanos aires

Mariposas inquietas

Sus alas baten;

Savia de rosa enciende

Las muertas carnes!

Y yo doy los redondos

Brazos fragantes,

Por dos brazos menudos

Que halarme saben,

Y a mi pálido cuello

Recios colgarse.

Y de místicos lirios

Collar labrarme!

¡Lejos de mí por siempre.

Brazos fragantes!

 

 

MI CABALLERO

 

Por las mañanas

Mi pequeñuelo

Me despertaba

Con un gran beso.

Puesto a horcajadas

Sobre mi pecho,

Bridas forjaba

Con mis cabellos.

Ebrio él de gozo,

De gozo yo ebrio,

Me espoleaba

Mi caballero:

¡Qué suave espuela

Sus dos pies frescos!

¡Cómo reía

Mi jinetuelo!

Y yo besaba

Sus pies pequeños.

¡Dos pies que caben

En sólo un beso!

 

 

MUSA TRAVIESA

 

¿Mi musa? Es un diablillo

Con alas de ángel.

¡Ah, musilla traviesa.

Que vuelo trae!

 

Yo suelo, caballero

En sueños graves,

Cabalgar horas luengas

Sobre los aires.

Me entro en nubes rosadas.

Bajo a hondos mares,

Y en los senos eternos

Hago viajes.

Allí asisto a la inmensa

Boda inefable,

Y en los talleres huelgo

De la luz madre:

Y con ella es la oscura

Vida, radiante

Y a mis ojos los antros

Son nidos de ángeles!

Al viajero del cielo

¿Qué el mundo frágil?

Pues ¿no saben los hombres

Qué encargo traen?

¡Rasgarse el bravo pecho,

Vaciar su sangre.

Y andar, andar heridos

Muy largo el valle.

Roto el cuerpo en harapos.

Los pies en carne,

Hasta dar sonriendo

-¡No en tierra! -exánimes!

Y entonces sus talleres

La luz les abre,

Y ven lo que yo veo:

¿Qué el mundo frágil?

Seres hay de montaña,

Seres de valle,

Y seres de pantano

Y lodazales.

De mis sueños desciendo.

Volando vanse.

Y en papel amarillo

Cuento el viaje.

Contándolo, me inunda

Un gozo grave:

Y cual si el monte alegre,

Queriendo holgarse

Al alba enamorando

Con voces ágiles

Sus hilillos sonoros

Desanudase,

Y salpicando riscos,

Labrando esmaltes

Refrescando sedientas

Cálidos cauces,

Echáralos risueños

Por falda y valle,

Así, al alba del alma

Regocijándose,

Mi espíritu encendido

Me echa a raudales

Por las mejillas secas

Lágrimas suaves.

Me siento, cual si en magno

Templo oficiase;

Cual si mi alma por mirra

Vertiese al aire;

Cual si en mi hombro surgieran

Fuerzas de Atlante;

Cual si el Sol en mi seno

La luz fraguase:

Y estallo, hiervo, vibro;

Alas me nacen!

Suavemente la puerta

Del cuarto se abre,

Y éntranse a él gozosos

Luz, risas, aire.

Al par da el Sol en mi alma

Y en los cristales:

¡Por la puerta se ha entrado

Mi diablo ángel!

¿Qué fue de aquellos sueños,

De mi viaje,

Del papel amarillo,

Del llanto suave?

Cual si de mariposas,

Tras gran combate,

Volaran alas de oro

Por tierra y aire,

Así vuelan las hojas

Do cuento el trance.

Hala acá el travesuelo

Mi paño árabe;

Allá monta en el lomo

De un incunable;

Un carcax con mis plumas

Fabrica y átase;

Un sílex persiguiendo

Vuelca un estante,

Y ¡allá ruedan por tierra

Versillos frágiles,

Brumosos pensadores,

Lópeos galanes!

De águilas diminutas

Puéblase el aire:

¡Son las ideas, que ascienden,

Rotas sus cárceles!

Del muro arranca, y cíñese

Indio plumaje:

Aquella que me dieron

De oro brillante

Pluma, a marcar nacida

Frentes infames

De su caja de seda

Saca, y la blande:

Del Sol a los requiebros

Brilla el plumaje,

Que baña en áureas tintas

Su audaz semblante.

De ambos lados el rubio

Cabello al aire,

A mí súbito viénese

A que lo abrace.

De beso en beso escala

Mi mesa frágil;

¡Oh, Jacob, mariposa,

Ismaelillo, árabe!

¿Qué ha de haber que me guste

Como mirarle

De entre polvo de libros

Surgir radiante,

Y, en vez de acero, verle

De pluma armarse,

Y buscar en mis brazos

Tregua al combate?

Venga, venga, Ismaelillo;

La mesa asalte,

Y por los anchos pliegues

Del paño árabe

En rota vergonzosa

Mis libros lance,

Y siéntese magnífico

Sobre el desastre

Y muéstreme riendo,

Roto el encaje

-¡Qué encaje no se rompe

En el combate!-

Su cuello, en que la risa

Gruesa onda hace!

Venga, y por cauce nuevo

Mi vida lance,

Y a mis manos la vieja

Péñola arranque,

Y del vaso manchado

La tinta vacie!

¡Vaso puro de nácar:

Dame a que harte

Esta sed de pureza:

Los labios cánsame!

¿Son éstas que lo envuelven

Carnes, o nácares?

La risa, como en taza

De ónice árabe,

En su incólume seno

Bulle triunfante:

¡Hete aquí, hueso pálido,

Vivo y durable!

Hijo soy de mi hijo!

El me rehace!

Pudiera yo, hijo mío,

Quebrando el arte

Universal, muriendo,

Mis años dándote,

Envejecerte súbito,

La vida ahorrarte!

Mas no: que no verías

En horas graves

Entrar el Sol al alma

Y a los cristales!

Hierva en tu seno puro

Risa sonante:

Rueden pliegues abajo

Libros exanges:

Sube, Jacob alegre,

La escala suave:

Ven, y de beso en beso

Mi mesa asaltes:

¡Pues esa es mi musilla,

Mi diablo ángel!

¡Ah, musilla traviesa,

Qué vuelo trae!

 

 

MI REYECILLO

 

Los persas tienen

Un rey sombrío;

Los hunos foscos

Un rey altivo;

Un rey ameno

Tienen los íberos;

Rey tiene el hombre,

Rey amarillo:

¡Mal van los hombres

Con su dominio!

Mas yo vasallo

De otro rey vivo,

Un rey desnudo,

Blanco y rollizo:

Su cetro -un beso!

Mi premio -un mimo!

Oh! cual los áureos

Reyes divinos

De tierras muertas,

De pueblos idos

-¡Cuando te vayas

Llévame, hijo!-

Toca en mi frente

Tu cetro omnímodo;

Ungeme siervo,

Siervo sumiso:

¡No he de cansarme

De verme ungido!

¡Lealtad te juro,

Mi reyecillo!

Sea mi espalda

Pavés de mi hijo;

Posa en mis hombros

El mar sombrío:

Muera al ponerte

En tierra vivo:

Mas si amar piensas

El amarillo

Rey de los hombres,

¡Muere conmigo!

¿Vivir impuro?

¡No vivas, hijo!

 

 

PENACHOS VIVIDOS

 

Como taza en que hierve

De transparente vino

En doradas burbujas

El generoso espíritu;

Como inquieto mar joven

Del cauce nuevo henchido

Rebosa, y por las playas

Bulle y muere tranquilo;

Como manada alegre

De bellos potros vivos

Que en la mañana clara

Muestran su regocijo,

Ora en carreras locas,

O en sonoros relinchos,

O sacudiendo el aire

En crinaje magnífico;

Así mis pensamientos

Rebosan en mí vívidos,

Y en crespa espuma de oro

Besan tus pies sumisos,

O en fúlgidos penachos

De varios tintes ricos,

Se mecen y se inclinan

Cuando tú pasas -hijo!

 

 

HIJO DEL ALMA

 

¡Tú flotas sobre todo,

Hijo del alma!

De la revuelta noche

Las oleadas,

En mi seno desnudo

Déjante el alba;

Y del día la espuma

Turbia y amarga,

De la noche revuelta

Te echa en las aguas.

Guardiancillo magnánimo,

La no cerrada

Puerta de mi hondo espíritu

Amante guardas;

Y si en la sombra ocultas

Búscanme avaras,

De mi calma celosas,

Mis penas varias,

En el umbral oscuro

Fiero te alzas,

Y les cierran el paso

Tus alas blancas!

Ondas de luz y flores

Trae la mañana,

Y tú en las luminosas

Ondas cabalgas.

No es, no, la luz del día

La que me llama,

Sino tus manecitas

En mi almohada.

Me hablan de que estás lejos:

¡Locuras me hablan!

Ellos tienen tu sombra;

¡Yo tengo tu alma!

Esas son cosas nuevas,

Mías y extrañas

Yo sé que tus dos ojos

Allá en lejanas

Tierras relampaguean,

Y en las doradas

Olas de aire que baten

Mi frente pálida,

Pudiera con mi mano,

Cual si haz segara

De estrellas, segar haces

De tus miradas:

¡Tú flotas sobre todo,

Hijo del alma!

 

 

AMOR ERRANTE

 

Hijo, en tu busca

Cruzo los mares:

Las olas buenas

A ti me traen:

Los aires frescos

Limpian mis carnes

De los gusanos

De las ciudades;

Pero voy triste

Porque en los mares

Por nadie puedo

Verter mi sangre.

¿Qué a mí las ondas

Mansas e iguales?

¿Qué a mí las nubes,

Joyas volantes?

¿Qué a mí los blandos

Juegos del aire?

¿Qué la iracunda

Voz de huracanes?

A éstos, ¡la frente

Hecha a domarles!

A los lascivos

Besos fugaces

De las menudas

Brisas amables,

Mis dos mejillas

Secas y exanges,

De un beso inmenso

Siempre voraces!

Y ¿a quién, el blanco

Pálido ángel

Que aquí en mi pecho

Las alas abre

Y a los cansados

Que de él se amparen

Y en él se nutran

Busca anhelante?

¿A quién envuelve

Con sus suaves

Alas nubosas

Mi amor errante?

Libre de esclavos

Cielos y mares,

Por nadie puedo

Verter mi sangre!

Y llora el blanco

Pálido ángel:

¡Celos del cielo

Llorar le hacen,

Que a todos cubre

Con sus celajes!

Las alas níveas

Cierra, y ampárase

De ellas el rostro

Inconsolable:

Y en el confuso

Mundo fragante

Que en la profunda

Sombra se abre,

Donde en solemne

Silencio nacen

Flores eternas

Y colosales,

Y sobre el dorso

De aves gigantes

Despiertan besos

lnacabables,

Risueño y vivo

Surge otro ángel!

 

 

SOBRE MI HOMBRO

 

Ved: sentado lo llevo

Sobre mi hombro:

Oculto va, y visible

Para mí sólo:

El me ciñe las sienes

Con su redondo

Brazo, cuando a las fieras

Penas me postro:

Cuando el cabello hirsuto

Yérguese y hosco,

Cual de interna tormenta

Símbolo torvo,

Como un beso que vuela

Siento en el tosco

Cráneo: su mano amansa

El bridón loco!

Cuando en medio del recio

Camino lóbrego,

Sonrío, y desmayado

Del raro gozo,

La mano tiendo en busca

De amigo apoyo,

Es que un beso invisible

Me da el hermoso

Niño que va sentado

Sobre mi hombro.

 

 

TABANOS FIEROS

 

¡Venid, tábanos fieros,

Venid, chacales,

Y muevan trompa y diente

Y en horda ataquen,

Y cual tigre a bisonte

Sítienme y salten!

Por aquí verde envidia!

Tú, bella carne,

En los dos labios muérdeme:

Sécame, mánchame!

Por acá, los vendados

Celos voraces!

Y tú, moneda de oro

Por todas partes!

De virtud mercaderes,

Mercadeadme!

Mató el Gozo a la Honra:

Venga a mí, y me mate!

Cada cual con sus armas

Surja y batalle:

El placer, con su copa:

Con sus amables

Manos, en mirra untadas,

La virgen ágil;

Con su espada de plata,

El diablo bátame:

La espada cegadora

No ha de cegarme!

Asorde la caterva

De batallantes:

Brillen cascos plumados

Como brillasen

Sobre montes de oro

Nieves radiantes:

Como gotas de lluvia

Las nubes lancen

Muchedumbre de aceros

Y de estandartes:

Parezca que la tierra,

Rota en el trance

Cubrió su dorso verde

De áureos gigantes:

Lidiemos, no a la lumbre

del sol suave.

Sino al funesto brillo

De los cortantes

Hierros: rojos relámpagos

La niebla tajen:

Sacudan sus raíces

Libres los árboles:

Sus faldas trueque el monte

En alas ágiles:

Clamor óigase, como

Si en un instante

Mismo, las almas todas

Volando ex-cárceres.

Rodar a sus pies vieran

Su hopa de carnes:

Cíñame recia veste

De amenazantes

Astas agudas: hilos

tenues de sangre

Por mi piel rueden leves

Cual rojos áspides:

Su diente en lodo afilen

Pardos chacales:

Lime el tábano terco

Su aspa volante:

Muérdame en los dos labios

La bella carne:

Que ya vienen, ya vienen

Mis talismanes.

Como nubes vinieron

Esos gigantes:

¡Ligeros como nubes

Volando iránse!

La desdentada envidia

Irá, secas las fauces.

Hambrienta, por desiertos

Y calcinados valles,

Royéndose las mondas

Escuálidas falanges;

Vestido irá de oro

El diablo formidable,

En el cansado puño

Quebrada la tajante;

Vistiendo con sus lágrimas

Irá, y con voces grandes

De duelo, la Hermosura

Su inútil arreaje:

Y yo en el agua fresca

De algún arroyo amable

Bañaré sonriendo

Mis hilillos de sangre.

Ya miro en polvareda

Radiosa evaporarse

Aquellas escamadas

Corazas centelleantes:

Las alas de los cascos

Agítanse, debátense,

Y el casco de oro en fuga

Se pierde por los aires.

Tras misterioso viento

Sobre la hierba arrástranse,

Cual sierpes de colores,

Las flámulas ondeantes.

Junta la tierra súbito

Sus grietas colosales

Y echa su dorso verde

Por sobre los gigantes:

Corren como que vuelan

Tábanos y chacales,

Y queda el campo lleno

De un humillo fragante.

De la derrota ciega

Los gritos espantables

Escúchanse, que evocan

Callados capitanes;

Y mésase soberbia

El áspero crinaje,

Y como muere un buitre

Expira sobre el valle:

En tanto, yo a la orilla

De un fresco arroyo amable,

Restaño sonriendo

Mis hilillos de sangre.

No temo yo ni curo

De ejércitos pujantes,

Ni tentaciones sordas,

Ni vírgenes voraces:

EI vuela en torno mío,

El gira, él para, él bate;

Aquí su escudo opone;

Allí su clava blande;

A diestra y a siniestra

Mandobla, quiebra, esparce;

Recibe en su escudillo

Lluvia de dardos hábiles;

Sacúdelos al suelo,

Bríndalo a nuevo ataque,

¡Ya vuelan, ya se vuelan

Tábanos y gigantes!

Escúchase el chasquido

De hierros que se parten;

Al aire chispas fúlgidas

Suben en rubios haces;

Alfómbrase la tierra

De dagas y montantes;

¡Ya vuelan, ya se esconden

Tábanos y chacales!

El como abeja zumba,

El rompe y mueve el aire,

Detiénese, ondea, deja

Rumor de alas de ave:

Ya mis cabellos roza

Ya sobre mi hombro párase;

Ya a mi costado cruza;

Ya en mi regazo lánzase;

¡Ya la enemiga tropa

Huye, rota y cobarde!

¡Hijos, escudos fuertes,

De los cansados padres!

¡Venga mi caballero,

Caballero del aire!

¡Véngase mi desnudo

Guerrero de alas de ave,

Y echemos por la vía

Y con sus aguas frescas

Bañe mi hilo de sangre!

¡Caballeruelo mío!

¡Batallador volante!

 

 

TORTOLA BLANCA

 

El aire está espeso

La alfombra manchada,

Las luces ardientes,

Revuelta la sala;

Y acá entre divanes

Y allá entre otomanas,

Tropiézase en restos

De tules, o de alas!

Un baile parece

De copas exhaustas!

Despierto está el cuerpo,

Dormida está el alma!

¡Qué férvido el valse!

¡Qué alegre la danza!

¡Qué fiera hay dormida

Cuando el baile acaba!

Detona, chispea,

Espuma, se vacia,

Y expira dichosa

La rubia champaña:

Los ojos fulguran,

Las manos abrasan

De tiernas palomas

Se nutren las águilas;

Don Juanes lucientes

Devoran Rosauras;

Fermenta y rebosa

La inquieta palabra;

Estrecha en su cárcel

La vida incendiada,

En risas se rompe

Y en lava y en llamas;

Y lirios se quiebran,

Y violas se manchan,

Y giran las gentes,

Y ondulan y valsan;

Mariposas rojas

Inundan la sala,

Y en la alfombra muere

La tórtola blanca.

Yo fiero rehuso

La copa labrada;

Traspaso a un sediento

La alegre champaña;

Pálido recojo

La tórtola hollada;

Y en su fiesta dejo

Las fieras humanas;

Que el balcón azotan

Dos alitas blancas

Que llenas de miedo

Temblando me llaman.

 

 

VALLE LOZANO

 

Dígame mi labriego

¿Cómo es que ha andado

En esta noche lóbrega

Este hondo campo?

Dígame ¿de qué flores

Untó el arado,

Que la tierra olorosa

Trasciende a nardos?

Dígame ¿de qué ríos

Regó este prado,

Que era un valle muy negro

Y ora es lozano?

Otros, con dagas grandes

Mi pecho araron:

Pues ¿qué hierro es el tuyo

Que no hace daño?

Y esto dije, y el niño

Riendo me trajo

En sus dos mano blancas

Un beso casto.

 

 

MI DESPENSERO

 

¿Qué me das? ¿Chipre?

Yo no lo quiero:

Ni rey de bolsa

Ni posadéros

Tienen del vino

Que yo deseo;

Ni es de cristales

De cristaleros

La dulce copa

En que lo bebo.

Mas está ausente

Mi despensero

Y de otro vino

Yo nunca bebo.

 

 

ROSILLA NUEVA

 

¡Traidor! ¿Con qué arma de oro

Me has cautivado?

Pues yo tengo coraza

De hierro áspero.

Hiela el dolor: el pecho

Trueca en peñasco.

 

Y así como la nieve,

Del Sol al blando

Rayo, suelta el magnífico

Manto plateado,

Y salta en hilo alegre

Al valle pálido,

Y las rosillas nuevas

Riega magnánimo;

Así, guerrero fúlgido,

Roto a tu paso,

Humildoso y alegre

Rueda el peñasco;

Y cual lebrel sumiso

Busca saltando

A la rosilla nueva

Del valle pálido.

 

 

 

V E R S O S S E N C I L L O S

 

 

I

 

Yo soy un hombre sincero

De donde crece la palma.

Y antes de morirme quiero

Echar mis versos del alma.

 

Yo vengo de todas partes,

Y hacia todas partes voy:

Arte soy entre las artes,

En los montes, monte soy.

 

Yo sé los nombres extraños

De las yerbas y las flores,

Y de mortales engaños,

Y de sublimes dolores.

 

Yo he visto en la noche oscura

Llover sobre mi cabeza

Los rayos de lumbre pura

De la divina belleza.

 

Alas nacer vi en los hombros

De las mujeres hermosas:

Y salir de los escombros,

Volando las mariposas.

 

He visto vivir a un hombre

Con el puñal al costado,

Sin decir jamás el nombre

De aquélla que lo ha matado.

 

Rápida como un reflejo,

Dos veces vi el alma, dos:

Cuando murió el pobre viejo,

Cuando ella me dijo adiós.

 

Temblé una vez -en la reja,

A la entrada de la viña,-

Cuando la bárbara abeja

Picó en la frente a mi niña.

 

Gocé una vez, de tal suerte

Que gocé cual nunca: cuando

La sentencia de mi muerte

Leyó el alcaide llorando.

 

Oigo un suspiro, a través

De las tierras y la mar,

Y no es un suspiro. es

Que mi hijo va a despertar.

 

Si dicen que del joyero

Tome la joya mejor,

Tomo a un amigo sincero

Y pongo a un lado el amor.

 

Yo he Visto al águila herida

Volar al azul sereno,

Y morir en su guarida

La víbora del veneno.

 

Yo sé bien que cuando el mundo

Cede, lívido, al descanso,

Sobre el silencio profundo

Murmura el arroyo manso.

 

Yo he puesto la mano osada

De horror y júbilo yerta,

Sobre la estrella apagada

Que cayó frente a mi puerta.

 

Oculto en mi pecho bravo

La pena que me lo hiere:

El hijo de un pueblo esclavo

Vive por él, calla y muere.

 

Todo es hermoso y constante,

Todo es música y razón,

y todo, como el diamante,

Antes que luz es carbón.

 

Yo sé que el necio se entierra

Con gran lujo y con gran llanto,

y que no hay fruta en la tierra

Como la del camposanto.

 

Callo, y entiendo, y me quito

La pompa del rimador:

Cuelgo de un árbol marchito

Mi muceta de doctor.

 

 

II

 

Yo sé de Egipto y Nigricia,

Y de Persia y Xenophonte;

Y prefiero la caricia

Del aire fresco del monte.

 

Yo sé de las historias viejas

Del hombre y de sus rencillas;

Y prefiero las abejas

Volando en las campanillas.

 

Yo sé del canto del viento

En las ramas vocingleras:

Nadie me diga que miento,

Que lo prefiero de veras.

 

Yo sé de un gamo aterrado

Que vuelve al redil, y expira,

Y de un corazón cansado

Que muere oscuro y sin ira.

 

 

III

 

Odio la máscara y vicio

Del corredor de mi hotel:

Me vuelvo al manso bullicio

De mi monte de laurel.

 

Con los pobres de la tierra

Quiero yo mi suerte echar:

El arroyo de la sierra

Me complace más que el mar.

 

Denle al vano el oro tierno

Que arde y brilla en el crisol:

A mí denme el bosque eterno

Cuando rompe en él el Sol.

 

Yo he visto el oro hecho tierra

Barbullendo en la redoma:

Prefiero estar en la sierra

Cuando vuela una paloma.

 

Busca el obispo de España

Pilares para su altar;

¡En mi templo, en la montaña,

El álamo es el pilar!

 

Y la alfombra es puro helecho,

Y los muros abedul,

Y la luz viene del techo,

Del techo de cielo azul.

 

El obispo, por la noche,

Sale, despacio, a cantar:

Monta, callado, en su coche,

Que es la piña de un pinar.

 

Las jacas de su carroza

Son dos pájaros azules:

Y canta el aire y retoza,

Y cantan los abedules.

 

Duermo en mi cama de roca

Mi sueño dulce y profundo:

Roza una abeja mi boca

Y crece en mi cuerpo el mundo.

 

Brillan las grandes molduras

Al fuego de la mañana

Que tiñe las colgaduras

De rosa, violeta y grana.

 

El clarín, solo en el monte,

Canta al primer arrebol:

La gasa del horizonte

Prende, de un aliento, el Sol.

 

¡Díganle al obispo ciego,

Al viejo obispo de España

Que venga, que venga luego,

A mi templo, a la montaña!

 

 

IV

 

Yo visitaré anhelante

Los rincones donde a solas

Estuvimos yo y mi amante

Retozando con las olas.

 

Solos los dos estuvimos,

Solos, con la compañía

De dos pájaros que vimos

Meterse en la gruta umbría.

 

Y ella, clavando los ojos,

En la pareja ligera,

Deshizo los lirios rojos

Que le dio la jardinera.

 

La madreselva olorosa

Cogió con sus manos ella,

Y una madama graciosa,

Y un jazmín como una estrella.

 

Yo quise, diestro y galán,

Abrirle su quitasol;

Y ella me dijo: "¡Qué afán!

¡Si hoy me gusta ver el Sol!"

 

"Nunca más altos he visto

Estos nobles robledales:

Aquí debe estar el Cristo

Porque están las catedrales."

 

"Ya sé dónde ha de venir

Mi niña a la comunión;

De blanco la he de vestir

Con un gran sombrero alón."

 

Después, del calor al peso,

Entramos por el camino,

Y nos dábamos un beso

En cuanto sonaba un trino.

 

¡Volveré, cual quien no existe

Al lago mudo y helado:

Clavaré la quilla triste:

Posaré el remo callado!

 

 

V

 

Si ves un monte de espumas

Es mi verso lo que ves:

Mi verso es un monte, y es

Un abanico de plumas.

 

Mi verso es como un puñal

Que por el puño echa flor:

Mi verso es un surtidor

Que da un agua de coral.

 

Mi verso es de un verde claro

Y de un carmín encendido:

Mi verso es un ciervo herido

Que busca en el monte amparo.

 

Mi verso al valiente agrada:

Mi verso, breve y sincero,

Es del vigor del acero

Con que se funde la espada.

 

 

VI

 

Si quieren que de este mundo

Lleve una memoria grata,

Llevaré, padre profundo

Tu cabellera de plata.

 

Si quieren por gran favor,

Que lleve más, llevaré

La copia que hizo el pintor

De la hermana que adoré.

 

Si quieren que a la otra vida

Me lleve todo un tesoro,

¡Llevo la trenza escondida

Que guardo en mi caja de oro!

 

 

VII

 

Para Aragón, en España

Tengo yo en mi corazón

Un lugar todo Aragón,

Franco, fiero, fiel, sin saña.

 

Si quiere un tonto saber

Por qué lo tengo, le digo

Que allí tuve un buen amigo,

Que allí quise a una mujer.

 

Allá, en la vega florida

La de la heroica defensa

Por mantener lo que piensa

Juega la gente la vida.

 

Y si un alcalde lo aprieta

O lo enoja un rey cazurro,

Calza la manta el baturro

Y muere con su escopeta.

 

Quiero a la tierra amarilla

Que baña el Ebro lodoso:

Quiero el Pilar azuloso

De Lanuza y de Padilla.

 

Estimo a quien de un revés

Echa por tierra a un tirano:

Lo estimo, si es un cubano;

Lo estimo, si aragonés.

 

Amo los patios sombríos

Con escaleras bordadas;

Amo las naves calladas

Y los conventos vacíos.

 

Amo la tierra florida,

Musulmana o española,

Donde rompió su corola

La poca flor de mi vida.

 

 

VIII

 

Yo tengo un amigo muerto

Que suele venirme a ver:

Mi amigo se sienta, y canta;

Canta en voz que ha de doler.

 

"En un ave de dos alas

"Bogo por el cielo azul:

"Un ala del ave es negra

"Otra de oro Caribú.

 

"El corazón es un loco

"Que no sabe de un color:

"O es su amor de dos colores,

"O dice que no es amor.

 

"Hay una loca más fiera

"Que el corazón infeliz:

"La que le chupó la sangre

"Y se echó luego a reír.

 

"Corazón que lleva rota

"El ancla fiel del hogar,

"Va como barca perdida,

"Que no sabe a dónde va."

 

En cuanto llega a esta angustia

Rompe el muerto a maldecir:

Le amanso el cráneo, lo acuesto;

Acuesto al muerto a dormir.

 

 

IX

 

Quiero, a la sombra de un ala,

Contar este cuento en flor:

La niña de Guatemala,

La que se murió de amor.

 

Eran de lirios los ramos,

Y las orlas de reseda

Y de jazmín: la enterramos

En una caja de seda.

 

... Ella dio al desmemoriado

Una almohadilla de olor:

El volvió, volvió casado:

Ella se murió de amor.

 

Iban cargándola en andas

Obispos y embajadores:

Detrás iba el pueblo en tandas,

Todo cargado de flores.

 

...Ella, Por volverlo a ver,

Salió a verlo al mirador:

El volvió con su mujer:

Ella se murió de amor.

 

Como de bronce candente

Al beso de despedida

Era su frente ¡la frente

Que más he amado en la vida!

 

...Se entró de tarde en el río,

La sacó muerta el doctor:

Dicen que murió de frío:

Yo sé que murió de amor.

 

Allí, en la bóveda helada,

La pusieron en dos bancos;

Besé su mano afilada,

Besé sus zapatos blancos.

 

Callado, al oscurecer,

Me llamó el enterrador:

¡Nunca más he vuelto a ver

A la que murió de amor!

 

 

X

 

El alma trémula y sola

Padece al anochecer:

Hay baile; vamos a ver

La bailarina española.

 

Han hecho bien en quitar

El banderón de la acera;

Porque si está la bandera,

No sé, yo no puedo entrar.

 

Ya llega la bailarina:

Soberbia y pálida llega:

¿Cómo dicen que es gallega?

Pues dicen mal: es divina.

 

Lleva un sombrero torero

Y una capa carmesí:

¡Lo mismo que un alelí

Que se pusiese un sombrero!

 

Se ve, de paso, la ceja,

Ceja de mora traidora:

Y la mirada, de mora;

Y como nieve la oreja.

 

Preludian, bajan la luz,

Y sale en bata y mantón,

La virgen de la Asunción

Bailando un baile andaluz.

 

Alza, retando, la frente;

Crúzase al hombro la manta:

En arco el brazo levanta;

Mueve despacio el pie ardiente.

 

Repica con los tacones

El tablado zalamera,

Como si la tabla fuera

Tablado te corazones.

 

Y va el convite creciendo

En las llamas de los ojos,

Y el manto de flecos rojos

Se va en el aire meciendo.

 

Súbito, de un salto arranca;

Húrtase, se quiebra, gira;

Abre en dos la cachemira,

Ofrece la bata blanca.

 

El cuerpo cede y ondea;

La bata abierta provoca,

Es una rosa la boca;

Lentamente taconea.

 

Recoge, de un débil giro,

El manto de flecos rojos:

Se va, cerrando los ojos,

Se va, como en un suspiro...

 

Baila muy bien la española,

Es blanco y rojo el mantón:

¡Vuelve, fosca, a su rincón

El alma trémula y sola!

 

 

XI

 

Yo tengo un paje muy fiel

Que me cuida y que me gruñe,

Y al salir, me limpia y bruñe

Mi corona de laurel.

 

Yo tengo un paje ejemplar

Que no come, que no duerme,

Y que se acurruca a verme

Trabajar, y sollozar.

 

Salgo y el vil se desliza

Y en mi bolsillo aparece,

Vuelvo, y el terco me ofrece

Una taza de ceniza.

 

Si duermo, al rayar el día

Se sienta junto a mi cama;

Si escribo, sangre derrama

Mi paje en la escribanía.

 

Mi paje, hombre de respeto.

Al andar castañetea;

Hiela mi paje, y chispea;

Mi paje es un esqueleto.

 

 

XII

 

En el bote iba remando

Por el lago seductor,

Con el sol que era oro puro

Y en el alma más de un sol.

 

Y a mis pies vi de repente,

Ofendido del hedor

Un pez muerto, un pez hediondo

En el bote remador.

 

 

 

XIII

 

Por donde abunda la malva

Y da el camino un rodeo,

Iba un ángel de paseo

Con una cabeza calva.

 

Del castañar por la zona

La pareja se perdía;

La calva resplandecía

Lo mismo que una corona.

 

Sonaba el hacha en lo espeso

Y cruzó un ave volando;

Pero no se sabe cuándo

Se dieron el primer beso.

 

Era rubio el ángel; era

El de la calva radiosa,

Como el tronco a que amorosa

Se prende la enredadera.

 

 

XIV

 

Yo no puedo olvidar nunca

La mañanita de otoño

En que le salió un retoño

A la pobre rama trunca.

 

La mañanita en que, en vano,

Junto a la estufa apagada,

Una niña enamorada

Le tendió al viejo la mano.

 

 

XV

 

Vino el médico amarillo

A darme su medicina,

Con una mano cetrina

Y la otra mano al bolsillo:

 

¡Yo tengo allá en un rincón

Un médico que no manca

Con una mano muy blanca

Y otra mano al corazón!

 

Viene, de blusa y casquete,

El grave del repostero,

A preguntarme si quiero

O Málaga o Pajarete:

 

¡Díganle a la repostera

Que ha tanto tiempo no he visto,

Que me tenga un beso listo

Al entrar la primavera!

 

 

XVI

 

En el alféizar calado

De la ventana moruna,

Pálido como la luna,

Medita un enamorado.

 

Pálida, en su canapé

De seda tórtola y roja,

Eva, callada, deshoja

Una violeta en el té.

 

 

XVII

 

Es rubia: el cabello suelto

Da más luz al ojo moro:

Voy, desde entonces, envuelto

En un torbellino de oro.

 

La abeja estival que zumba

Más ágil por la flor nueva,

No dice, como antes, "tumba";

"Eva" dice: todo es "Eva".

 

Bajo, en lo oscuro, al temido

Raudal de la catarata;

¡Y brilla el iris, tendido

Sobre las hojas de plata!

 

Miro, ceñudo, la agreste

Pompa del monte irritado:

¡Y en el alma azul celeste

Brota un jacinto rosado!

 

Voy, por el bosque, a paseo

A la laguna vecina;

Y entre las ramas la veo,

Y por el agua camina.

 

La serpiente del jardín

Silba, escupe, y se resbala

Por su agujero: el clarín

Me tiende, trinando, el ala.

 

¡Arpa soy, salterio soy

Donde vibra el Universo;

Vengo del sol, y al sol voy;

Soy el amor: soy el verso!

 

 

XVIII

 

El alfiler de Eva loca

Es hecho del oro oscuro

Que lo sacó un hombre puro

Del corazón de una roca.

 

Un pájaro tentador

Le trajo en el pico ayer

Un relumbrante alfiler

De pasta y de similor.

 

Eva se prendió al oscuro

Talle el diamante embustero:

Y echó en el alfiletero

El alfiler de oro puro.

 

 

XIX

 

Por tus ojos encendidos

Y lo mal puesto de un broche,

Pensé que estuviste anoche

Jugando a juegos prohibidos.

 

Te odié por vil y alevosa;

Te odié con odio de muerte;

Náusea me daba de verte

Tan villana y tan hermosa.

 

Y por la esquela que vi

Sin saber cómo ni cuando,

Sé que estuviste llorando

Toda la noche por mí.

 

 

XX

 

Mi amor del aire se azora;

Eva es rubia, falsa es Eva;

Viene una nube, y se lleva

Mi amor que gime y que llora.

 

Se lleva mi amor que llora

Esa nube que se va;

Eva me ha sido traidora;

¡Eva me consolará!

 

 

XXI

 

Ayer la vi en el salón

De los pintores, y ayer

Detrás de aquella mujer

Se me saltó el corazón.

 

Sentada en el suelo rudo

Está en el lienzo; dormido

Al pie, el esposo rendido;

Al seno el niño desnudo.

 

Sobre unas briznas de paja

Se ven mendrugos mondados;

Le cuelga el manto a los lados,

Lo mismo que una mortaja.

 

No nace en el torvo suelo

Ni una viola, ni una espiga:

Muy lejos, la casa amiga,

Muy triste y oscuro el cielo.

 

¡Esa es la hermosa mujer

Que me robó el corazón

En el soberbio salón

De los pintores de ayer!

 

 

XXII

 

Estoy en el baile extraño

De polaina y casaquín

Que dan, del año hacia el fin,

Los cazadores del año.

 

Una duquesa violeta

Va con un frac colorado;

Marca un vizconde pintado

El tiempo en la pandereta.

 

Y pasan las chupas rojas

Pasan los tules de fuego,

Como delante de un ciego

Pasan volando las hojas.

 

 

XXIII

 

Yo quiero salir del mundo

Por la puerta natural:

En un carro de hojas verdes

A morir me han de llevar.

 

No me pongan en lo oscuro

A morir como un traidor;

Yo soy bueno, y como bueno

Moriré de cara al Sol!

 

 

XXIV

 

Sé de un pintor atrevido

Que sale a pintar contento

Sobre la tela del viento

Y la espuma del olvido.

 

Yo sé de un pintor gigante,

El de divinos colores,

Puesto a pintarle las flores

A una corbeta mercante.

 

Yo sé de un pobre pintor

Que mira el agua al pintar,-

El agua ronca del mar,-

Con un entrañable amor.

 

 

XXV

 

Yo pienso cuando me alegro

Como un escolar sencillo,

En el canario amarillo,

Que tiene el ojo tan negro!

 

Yo quiero, cuando me muera

Sin patria, pero sin amo,

Tener en mi losa un ramo

De flores, y una bandera!

 

 

XXVI

 

Yo que vivo, aunque me he mueto,

Soy un gran descubridor,

Porque anoche he descubierto

La medicina de amor.

 

Cuando al peso de la cruz

El hombre morir resuelve,

Sale a hacer bien, lo hace, y vuelve

Como de un baño de luz.

 

 

XXVII

 

El enemigo brutal

Nos pone fuego a la casa;

El sable la calle arrasa,

A la luna tropical.

 

Pocos salieron ilesos

Del sable del español;

La calle, al salir el sol,

Era un reguero de sesos.

 

Pasa, entre balas, un coche:

Entran, llorando, a una muerta;

Llama una mano a la puerta

En lo negro de la noche.

 

No hay bala que no taladre

El portón; y la mujer

Que llama, me ha dado el ser;

Me viene a buscar mi madre.

 

A la boca de la muerte,

Los valientes habaneros

Se quitaron los sombreros

Ante la matrona fuerte.

 

Y después que nos besamos

Como dos locos, me dijo:

"Vamos pronto, vamos, hijo;

La luna está sola: vamos."

 

 

XXVIII

 

Por la tumba del cortijo

Donde está el padre enterrado,

Pasa el hijo, de soldado

Del invasor; pasa el hijo.

 

El padre, un bravo en la guerra,

Envuelto en su pabellón

Alzase; y de un bofetón

lo tiende, muerto, por tierra.

 

El rayo reluce; zumba

El viento por el cortijo;

El padre recoge al hijo,

Y se lo lleva a la tumba.

 

 

XXIX

 

La imagen del rey, por ley

Lleva el papel del Estado;

El niño fue fusilado

Por los fusiles del rey.

 

Festejar el santo es ley

Del rey; en la fiesta santa

¡La hermana del niño canta

Ante la imagen del rey!

 

 

XXX

 

El rayo surca, sangriento,

El lóbrego nubarrón:

Echa el barco, ciento a ciento,

Los negros por el portón.

 

El viento, fiero, quebraba

Los almácigos copudos;

Andaba la hilera, andaba,

De los esclavos desnudos.

 

El temporal sacudía

Los barracones henchidos;

Una madre con su cría

Pasaba dando alaridos.

 

Rojo, como en el desierto,

salió el sol al horizonte;

Y alumbró a un esclavo muerto,

Colgado a un seibo del monte.

 

Un niño lo vio: tembló

De pasión por los que gimen;

Y, al pie del muerto, juró

Lavar con su sangre el crimen!

 

 

XXXI

 

Para modelo de un dios

El pintor lo envió a pedir:

¡Para eso no! ¡para ir,

Patria, a servirse los dos!

 

Bien estará en la pintura

El hijo que amo y bendigo:

¡Mejor en la ceja oscura,

Cara a cara al enemigo!

 

Es rubio, es fuerte, es garzón

De nobleza natural:

¡Hijo, por la luz natal!

¡Hijo, por el pabellón!

 

Vamos, pues, hijo viril;

Vamos los dos; si yo muero,

Me besas: si tú... ¡prefiero

Verte muerto a verte vil!

 

 

XXXII

 

En el negro callejón

Donde en tinieblas paseo,

Alzo los ojos, y veo

La iglesia, erguida, a un rincón.

 

¿Será misterio? ¿Será

Revelación y poder?

¿Será, rodilla, el deber

De postrarse? ¿Qué será?

 

Tiembla la noche: en la parra

Muerde el gusano el retoño;

Grazna, llamando al otoño

La hueca y hosca cigarra.

 

Graznan dos: atento al dúo

Alzo los ojos y veo

Que la iglesia del paseo

Tiene la forma de un buho.

 

 

XXXIII

 

De mi desdicha espantosa

Siento, ¡oh estrellas!, que muero;

Yo quiero vivir, yo quiero

Ver a una mujer hermosa.

 

El cabello, como un casco,

Le corona el rostro bello:

Brilla su negro cabello

Como un sable de Damasco.

 

¿Aquélla? ...Pues pon la hiel

Del mundo entero en un haz,

Y tállala en cuerpo, y haz,

Un alma entera de hiel!

 

¿Esta?... Pues ésta infeliz

Lleva escarpines rosados,

Y los labios colorados,

Y la cara de barniz.

 

El alma lúgubre grita:

"¡Mujer, maldita mujer!"

¡No sé yo quién pueda ser

Entre las dos la maldita!

 

 

XXXIV

 

¡Penas! ¿Quién osa decir

Que tengo yo penas? Luego,

Después del rayo, y del fuego,

Tendré tiempo de sufrir.

 

Yo sé de un pesar profundo

Entre las penas sin nombres:

¡La esclavitud de los hombres

Es la gran pena del mundo!

 

Hay montes, y hay que subir

Los montes altos; ¡después

Veremos, alma, quién es

Quien te me ha puesto al morir!

 

 

XXXV

 

¿Qué importa que tu puñal

Se me clave en el riñón?

¡Tengo mis versos, que son

Más fuerte que tu puñal!

 

¿Qué importa que este dolor

Seque el mar y nuble el cielo?

El verso, dulce consuelo,

Nace alado del dolor.

 

 

XXXVI

 

Ya sé: de carne se puede

Hacer una flor; se puede,

Con el poder del cariño,

Hacer un cielo, ¡y un niño!

 

De carne se hace también

El alacrán; y también

El gusano de la rosa,

Y la lechuza espantosa.

 

 

XXXVII

 

Aquí está el pecho, mujer,

Que ya sé que lo herirás;

¡Más grande debiera ser,

Para que lo hirieses más!

 

Porque noto, alma torcida,

Que en mi pecho milagroso,

Mientras más honda la herida,

Es mi canto más hermoso.

 

 

XXXVIII

 

¿Del tirano? Del tirano

Dí todo, ¡dí más!; y clava

Con furia de mano esclava

Sobre su oprobio al tirano.

 

¿Del error? Pues del error

Dí el antro, dí las veredas

Oscuras: dí cuanto puedas

Del tirano y del error.

 

¿De mujer? Pues puede ser

Que mueras de su mordida;

Pero no empañes tu vida

Diciendo mal de mujer!

 

 

XXXIX

 

Cultivo una rosa blanca

En julio como en enero,

Para el amigo sincero

Que me da su mano franca.

 

Y para el cruel que me arranca

El corazón con que vivo,

Cardo ni oruga cultivo;

Cultivo la rosa blanca.

 

 

XL

 

Pinta mi amigo el pintor

Sus angelones dorados,

En nubes arrodillados,

Con soles alrededor.

 

Pínteme con sus pinceles

Los angelitos medrosos

Que me trajeron, piadosos,

Sus dos ramos de claveles.

 

 

XLI

 

Cuando me vino el honor

De la tierra generosa,

No pensé en Blanca ni en Rosa

Ni en lo grande del favor.

 

Pensé en el pobre artillero

Que está en la tumba, callado;

Pensé en mi padre, el soldado;

Pensé en mi padre, el obrero.

 

Cuando llegó la pomposa

Carta, en su noble cubierta,

Pensé en la tumba desierta

No pensé en Blanca ni en Rosa.

 

 

XLII

 

En el extraño bazar

Del amor, junto a la mar,

La perla triste y sin par

Le tocó por suerte a Agar.

 

Agar de tanto tenerla

Al pecho, de tanto verla

Agar, llegó a aborrecerla;

Majó, tiró al mar la perla.

 

Y cuando Agar, venenosa

De inútil furia, y llorosa,

Pidió al mar la perla hermosa,

Dijo la mar borrascosa:

 

"¿Qué hiciste, torpe, qué hiciste

De la perla que tuviste?

La majaste, me la diste;

Yo guardo la perla triste."

 

 

XLIII

 

Mucho, señora, daría

Por tender sobre tu espalda

Tu cabellera bravía,

Tu cabellera de gualda:

 

Despacio la tendería,

Callado la besaría.

 

Por sobre la oreja fina

Baja lustroso el cabello,

Lo mismo que una cortina

Que se levanta hacia el cuello.

 

La oreja es obra divina

De porcelana de China.

 

Mucho, señora te diera

Por desenredar el nudo

De tu roja cabellera

Sobre tu cuello desnudo:

 

Muy despacio la esparciera

Hilo por hilo la abriera.

 

 

XLIV

 

Tiene el leopardo un abrigo

En su monte seco y pardo:

Yo tengo más que el leopardo

Porque tengo un buen amigo.

 

Duerme, como en un juguete,

La mushma en su cojinete

De arte del Japón yo digo:

"No hay cojín como un amigo".

 

Tiene el conde su abolengo;

Tiene la aurora el mendigo;

Tiene ala el ave: ¡yo tengo

Allá en México un amigo!

 

Tiene el señor presidente

Un jardín con una fuente,

Y un tesoro en oro y trigo:

Tengo más, tengo un amigo.

 

 

XLV

 

Sueño con claustros de mármol

Donde en silencio divino

Los héroes, de pie, reposan:

¡De noche, a la luz del alma,

Hablo con ellos; de noche!

Están en fila: paseo

Entre las filas: las manos

De piedra les beso: abren

Los ojos de piedra: mueven

Los labios de piedra: tiemblan

Las barbas de piedra: empuñan

La espada de piedra: lloran

¡Vibra la espada en la vaina!

Mudo, les beso la mano.

 

¡Hablo con ellos, de noche!

Estan en fila: paseo

Entre las filas: lloroso

Me abrazo a un mármol: "Oh, mármol

Dicen que beben tus hijos

Su propia sangre en las copas

Venenosas de sus dueños!

¡Que hablan la lengua podrida

De sus rufianes! Que comen

Juntos el pan del oprobio,

En la mesa ensangrentada!

Que pierden en lengua inútil

El último fuego! ¡Dicen,

Oh mármol, mármol dormido,

Que ya se ha muerto tu raza!"

 

Echame en tierra de un bote

El héroe que abrazo: me ase

Del cuello: barre la tierra

Con mi cabeza: levanta

El brazo, ¡el brazo le luce

lo mismo que un sol!: resuena

La piedra: buscan el cinto

Las manos blancas: del soplo

Saltan los hombres de mármol!

 

 

XLVI

 

Vierte, corazón, tu pena

Donde no te llegue a ver,

Por soberbia, y por no ser

Motivo de pena ajena.

 

Yo te quiero, verso amigo,

Porque cuando siento el pecho

Ya muy cargado y deshecho,

Parto la carga contigo.

 

Tú me sufres, tú aposentas

En tu regazo amoroso,

Todo mi amor doloroso,

Todas mis ansias y afrentas.

 

Tú, porque yo pueda en calma

Amar y hacer bien, consientes

En enturbiar tus corrientes

Con cuanto me agobia el alma.

 

Tú, porque yo cruce fiero

La tierra, y sin odio, y puro,

Te arrastras, pálido y duro,

Mi amoroso compañero.

 

Mi vida así se encamina

Al cielo limpia y serena,

Y tu me cargas mi pena

Con tu paciencia divina.

 

Y porque mi cruel costumbre

De echarme en tí te desvía

De tu dichosa armonía

Y natural mansedumbre;

 

Porque mis penas arrojo

Sobre tu seno, y lo azotan,

Y tu corriente alborotan,

Y acá, lívido, allá rojo,

 

Blanco allá como la muerte,

Ora arremetes y ruges,

Ora con el peso crujes

De un dolor más que tú fuerte,

 

¿Habré, como me aconseja

Un corazón mal nacido,

De dejar en el olvido

A aquel que nunca me deja?

 

¡Verso, nos hablan de un Dios

A donde van los difuntos:

Verso, o nos condenan juntos,

O nos salvamos los dos!

 

Volver a página de Libros Recomendados.

Volver a la página principal.