El clima político de las últimas semanas se ha enrarecido de forma acelerada: la aparición beligerante de un nuevo grupo guerrillero, el Ejército Popular Revolucionario (EPR); el rompimiento unilateral de las pláticas de paz en Chiapas por parte del EZLN; el despliegue militar de importantes contingentes del Ejército Mexicano en Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Morelos, Puebla y otras regiones del país; la decisión presidencial en el segundo Informe de Gobierno de aplicar ``todo el peso del Estado'' en contra de la guerrilla, es decir, un golpe de contrainsurgencia, forman parte de un cuadro que ha inclinado peligrosamente al país más hacia el lado de la guerra y de las armas, que hacia la ruta de la paz, la negociación y la política.
Frente a estos hechos nos encontramos sumergidos en situaciones de una particular confusión. ¿Qué es realmente lo que está pasando? ¿Cuáles son las dimensiones y significados de esta nueva etapa? ¿Cómo evolucionará el conflicto en los próximos días y semanas? Estas y otras muchas preguntas rondan en el ambiente; sin embargo, las respuestas son meras aproximaciones, pedazos, discursos parciales y mucha incertidumbre.
En primer lugar, se puede destacar la poco afortunada clasificación gubernamental del caso del EPR: de un grupo sin importancia, una --hoy famosa-- ``pantomima'', se pasó a un grupo peligroso y agresivo que acabó siendo un reto fundamental para el Estado nacional contra el cual se está empleando una de las mayores ofensivas militares de las que se recuerde en décadas. En segundo término, también es importante aclarar el enredo de lo que se conoce como la guerrilla ``buena'', la del EZLN que ``sí tiene base social'', y la guerrilla ``mala'' que carece de ella, o sea el EPR, lo cual es una mala táctica no sólo para entender el problema, sino incluso, para tratarlo. No hay que olvidar que ambos grupos irrumpieron de forma violenta, declararon una guerra al Ejército y atacaron destacamentos de las fuerzas armadas. La memoria es corta. Tampoco hay que olvidar que el caso de Chiapas lleva ya más de dos años y medio de negociaciones, es decir, un largo proceso en donde los instrumentos de la política le han dado al conflicto un acolchonamiento importante; en cambio, el caso del EPR se encuentra en su primera fase, la del enfrentamiento, la cruda guerra y sin mediaciones.
En tercer sitio, se pueden ubicar las consecuencias de la separación anterior: mientras que con Chiapas el gobierno decidió de forma unilateral un alto al fuego seguido de una iniciativa de paz, con el EPR se fue por el lado contrario, acabarlos militarmente de forma rápida porque son ``terroristas''; en Chiapas el gobierno ``aceptó'' las causas de la pobreza y de la injusticia como motores de legitimidad del movimiento, a pesar de que condenó los métodos; en cambio, las ``razones'' del EPR no son ni válidas ni legítimas para el gobierno; pero implícitamente entiende que la miseria es la que puede ser el trasfondo del problema, porque en estos días el presidente Zedillo se ha encargado de enfatizar el combate a la pobreza y de anunciar que el gasto social del gobierno es el 54 por ciento del presupuesto.
Un cuarto punto que pesa en la balanza son las razones que generan este conflicto: ¿Las expresiones guerrilleras son hoy una resonancia del actual modelo económico que polariza y empobrece? En la tesis de que no es la pobreza, sino la injusticia y la impunidad, los núcleos más profundos que mueven estas expresiones armadas, ¿son el EPR y el EZLN una consecuencia, no sólo del hambre y la exclusión, sino del caciquismo y la represión? Ciertamente frente a un fenómeno complejo no se puede dar respuestas simplistas o únicas, pero curiosamente, la guerrilla aparece donde los problemas del México duro, violento y autoritario son más cotidianas y en las franjas del país en donde la deuda social es más grave y lacerante, por lo cual se puede tratar de una mezcla.
Un siguiente factor en este conjunto son las consecuencias de las acciones tomadas. La decisión del gobierno que, a diferencia de enero de 1994, se ubicó en la respuesta militar al problema, con los posibles impactos que pueda tener, ya que si no resulta este operativo, el fracaso será posiblemente una versión peor de la guerra sucia de los años setenta, en un México de fin de Siglo, con una densidad social más fuerte, con riesgos de polarización graves y con un proceso de transición en despegue. Por lo pronto, respecto a las consecuencias de dividir estrategias, negociar con el EZLN y pelear con el EPR, ya se tuvo el primer fracaso con el rompimiento de las negociaciones por parte de los zapatistas. Por otra parte, se pueden ubicar las fuerzas, iniciativas y alianzas para la paz. Por ejemplo, la Comisión Nacional de Intermediación (Conai) que ha sido un factor clave en la pacificación de Chiapas, entiende el problema en dos dimensiones: --no puede haber paz en Chiapas si no hay paz en México; no se puede impedir la guerra sin ir a las causas que la generan.
Desafortunadamente este pequeño ejercicio no tiene conclusiones. Los equilibrios de la pacificación se han roto y el enfrentamiento le ha ganado a la paz. A pesar de todo es necesario no dejar de insistir en la negociación y en la política, pero en este clima de militarización y con este tablero de ajedrez: ¿cuáles son las oportunidades de la paz?
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Este artículo apareció en el diario La Jornada del 10 de septiembre de 1996
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