Bautizo de Fuego
En memoria de
Pompeyo Jiménez Cardona
AOP
En familia residíamos en el barrio de Santa Teresita, de esa Guadalajara de añejas tradiciones y costumbres, calles empedradas e inolvidables recuerdos, donde por las tardes la muchachada salíamos a las calles a jugar choyita, trompo, yoyos, baleros, futbol, escondidas y luchitas, bajo la mirada de los papás, las señoras en el tejido, la receta de temporada y los señores cigarro en mano en sabrosa charla.
Hacía años que eran mis camaradas de infancia los vecinos de la acera de enfrente por la calle de Reforma, los hermanos Pompeyo (1) y Rafael Jiménez Cardona, el primero de ellos se distinguía por ser sumamente inquieto a pesar de que como toda la palomilla éramos acólitos de la parroquia de San Miguel del Espíritu Santo; sus hermanos mayores militaban en las filas del Pentathlón. Completaban la tropilla los hermanos Apodaca Soto, recién llegados de San Blas, Sinaloa, y ocuparon la casa de al lado de la nuestra, el suscrito tenía siete años de edad. Así todos, (más tarde llevaría a mi hermano Adrián) fuimos invitados e ingresados al Pentathlón. No imaginé de qué manera el Pentathlón cambiaría el resto de nuestras vidas.
Nunca olvidaré aquella tarde del 28 de octubre de 1962 y la escena que observé: el vetusto edificio de la XV Zona Militar con guardias del Ejército Mexicano en las puertas, costados y azotea del edificio (2), el jardín Agustín Rivera del frente con gran bullicio: era el Pentathlón en instrucción, órdenes a viva voz por un lado, corneta de órdenes por otro, la banda de guerra en escoleta, pelotones de pentathletas armados haciendo instrucción de orden cerrado, por allá los toomblinistas, y en medio de todos ellos el contingente del Grupo Menor, ahí nos encuadraron. A las seis de la tarde, el corneta de ordenes desde el interior del edificio interrumpió toda actividad, inclusive los automotores detenían su marcha y los conductores se apeaban para mostrar sus respetos a la bandera, y en firmes nosotros observamos el solemne momento en el que se arriaba nuestra Bandera Nacional, mientras conteníamos la respiración.
Pronto
los amigos del barrio nos asimilamos plenamente al Penta, nos
olvidamos de los juegos callejeros y los sustituimos por el orden
cerrado, los uniformes, el toombling y el "Patria, Honor y
Fuerza".... y varios continuamos ininterrumpidamente nuestra
militancia por varios lustros.
Las oficinas del Penta así como el armamento -mosquetones y carabinas 7 mm- se ubicaban dentro del edificio mismo de la Zona Militar.
En marzo de 1964 todos los pentathletas fuimos convocados a participar en la salida al campo, a la caminata y maniobras militares así como a la Misa y Ceremonia en honor del joven cabo del Penta de 15 años de edad que murió por salvar a otro pentathleta que se ahogaba en las aguas del río Verde, en el fondo de la barranca de Huentitán.
Había gran emoción de nuestra parte, era la primera ocasión que salíamos al campo y que por ende no dormiríamos en casa. Recuerdo a mis padres, mi mamá me despidió con los ojos bañados en lágrimas y un prolongado adiós y bendiciones desde la ventana del plymouth 49. Mientras nosotros formados en columna por tres y el equipo al hombro nos alejábamos a paso de camino, no niego que iba también con un nudo en la garganta mordiéndome los labios para no llorar y ser burla de los demás.
Luego de una larga marcha por las calles de la ciudad, llegamos a la barranca, que se ofrece amplia, profunda oscura...comenzamos a bajar, en el camino perdí mi cobija, aún no conocía las bolsas de dormir. Nos impresionó el caudal del río, el puente colgante que se balanceaba peligrosamente...Ya en el vivac instalado en la playa del lago "Caimanes", a la media noche tiritando de frío, llegó Salvador Ruvalcaba Meza -del Grupo Mayor-, preguntando por el dueño de la cobija, de inmediato me incorporé, ¡estoy salvado! me dije apretando la mano de Chava, a quien le agradezco el favor hasta ahora.
Ramón López Magallón fotógrafo oficial del Pentathlón, celosamente cumplía su tarea, cenábamos cuando se nos acercó, y como si fuera premonición de lo que acontecería al día siguiente, le hizo una foto a Pompeyo de 13 años de edad quien se encontraba a un lado de la fogata.
A la mañana siguiente, el rancho, los ejercicios y a prepararnos para la Misa y la Ceremonia.
Al final de las mismas nos percatamos de la ausencia de Pompeyo, algún compañero dijo que lo había visto en los alrededores cortando mangos verdes. Su hermano Rafael de 10 años de edad angustiado, corriendo de un lado para otro, gritando su nombre que el eco repetía "¡Pompeyoo!", "¡Pompeyoo!", nosotros por otro lado igual, gritando. Con temor, imaginando lo peor, observábamos hacia el lago. El Comandante de la Zona Jalisco Ernesto Nájar (3), ordenó se iniciara la búsqueda; el Comandante del Grupo Menor José Tarcisio Ojeda Peña participa también coordinando las acciones, mientras Rafael lloraba y una compañera del Grupo Femenino inútilmente lo trataba de consolar, los demás nos mirábamos en silencio y con un nudo en la garganta, éramos niños enfrentados a una cruda realidad.
Los cuerpos especiales del grupo mayor: Comandos, Tropas de Asalto y Tropas de Auxilio realizaban maniobras militares y las interrumpieron para sumarse a la búsqueda. Un grupo de elementos encabezados por Rogelio Padilla Gómez (4) quebraban el silencio de la barranca y de nuestra angustia lanzando cohetones de pólvora en diversas direcciones con el objeto de llamar la atención u orientar a Pompeyo en caso de que éste se encontrara perdido, cuando repentinamente una chispa activó un explosivo que llevaba en su mano derecha. La sorda explosión sacudió el vivac, los alrededor de mil pentathletas quedamos estupefactos y con la mirada fija hacia la dantesca escena donde Rogelio se sacudía y enterraba en la arena su deshecha extremidad una y otra vez. Luego se revolcaba lanzando terribles alaridos que nos erizaba la piel. Algunas damas del grupo femenino se desmayaron, otras gritando y nosotros boquiabiertos. De inmediato varios compañeros entre ellos el doctor Nestor Velasco Pérez (4) y Atanasio Carranza acudieron hacia él para darle los primeros auxilios. Pronto se improvisó una camilla y sobre de ella Rogelio Padilla inconsciente fue trasladado a un puesto de socorro. Su vida peligraba.
Se
ordenó levantar el campamento. Pompeyo sin aparecer por ningún
lado. Ya algunos nadadores cruzaban el lago. Esperábamos lo
peor. Rafael se quedó junto a uno de sus hermanos mayores a
continuar la búsqueda. Los grupos menor y femenino emprendimos
la marcha de retorno llenos de amargura. A cada paso volteábamos
hacia atrás y veíamos las operaciones de rescate que una
compañía de cadetes de infantería que había sido comisionada
para ello, realizaba. En silencio le rogaba a Dios que apareciera
sano y salvo nuestro amigo, los demás compañeros apretando los
labios sumidos igualmente en sus pensamientos.
Al llegar a casa alrededor de las seis de la tarde, nuestros padres notaron extraña nuestra actitud. Tratando de no ser imprudentes nos quedamos callados. Estaba deshaciendo mi equipo cuando llamaron a la puerta, mi madre abrió, ¡era Doña Cuca, madre de Pompeyo! quien al vernos llegar preguntó por sus hijos que no veía. No supe que decir, lo único que se me ocurrió fue ocultarle la verdad y decirle que los más pequeños habíamos regresado en el primer escalón de la marcha de retorno, que con seguridad más tarde regresarían sus hijos...estoy seguro de que no me creyó, ni siquiera pude verle el rostro. Una vez que la señora Cardona se retiró, cobardemente solté el llanto, mi madre me inquirió y le dije me había impresionado el accidente de Rogelio Padilla, sin embargo, ella insistió y dije que Pompeyo se había extraviado.
Horas después algo me despertó. Observo a mis padres con ropas de luto, me abrazan y me dicen que acababan de llevar el cuerpo sin vida de Pompeyo a su domicilio donde sería velado, lo habían encontrado en la orilla del lago "Caimanes", se había ahogado. Frente a casa, en el cruce de las calles Reforma y Ramos Millán, decenas de pentathletas aún con el uniforme de campaña y con la huella en su rostro de la fatiga propia del rescate, se turnaban para hacer guardia, poco a poco durante el sepelio, fueron arribando más compañeros del Penta, y compañeros de la escuela Fray Antonio de Segovia, donde estudiábamos. Ahí estaban sus familiares, ahí estaba Rafael, frente al ataúd.
Ese fue nuestro bautizo de fuego, eso marcó profundamente nuestro corazón de pentathletas para siempre.
El siguiente fin de semana, acudimos puntualmente otra vez a instrucción, con nuestros uniformes, con nuestras botas, con nuestros recuerdos., con una huella en nuestros corazones. Nos sentíamos más maduros, más Pentathletas.
Con el paso del tiempo, ese grupo de amigos de la infancia fue tomando su propio derrotero, los Apodaca Soto regresaron a Sinaloa. Armando Apodaca Soto estudió ingeniería y fue delegado de la SARH en el estado, luego presidente municipal de El Fuerte, Sinaloa y actualmente director de la central camionera en Culiacán, nunca ha olvidado al Penta del que tiene muchos recuerdos y nuestra amistad.
Rafael Jiménez Cardona continuó por varios años más en el Penta Menor, superando la tristeza por la pérdida de su hermano, se convirtió en un magnífico toomblinista al grado que los amigos le decían "el chita" en alusión al chimpancé que acompañaba a Tarzan y por su habilidad para hacer maromas. Es cirujano dentista y es vecino aún del mismo barrio.
Rogelio Padilla Gómez, obtuvo el grado de 1er. Oficial de cadetes de infantería, fundó la célebre sub zona del Pentathlón en San Pedro Tlaquepaque, fundó y dirigió por varios años el periódico tabloide "Pentathlón de Tlaquepaque", practicó la charrería, estudió leyes y ejerció como abogado. En efecto como consecuencia de aquel accidente, perdió tres dedos de su mano derecha, y logró no sin dificultades superar una etapa crítica depresiva. Ha escrito varios libros entre ellos "Los hijos del Caos", próximamente en Insignia nos ocuparemos de él.
Siempre habrá tragedias. Es obvio. La posibilidad de peligro es inherente a cualquier actividad, el riesgo y la posibilidad de accidentes acompaña cualquier circunstancia, más aún en un campamento o en la práctica de cualquier deporte extremo que implique algún grado de dificultad donde se requiere la inversión de valor, decisión y coraje. Nadie, absolutamente ningún pentathleta o dirigente quisiéramos que estas cosas sucedieran, de ahí que siempre hay que redoblar las medidas de seguridad y la prudencia en el desempeño de nuestras actividades para evitarnos y a los familiares tragos amargos, y lo que es más triste, la pérdida de vidas.
El día 5 de marzo de 2000 durante la Ceremonia al heroísmo Pentathleta que realiza tradicionalmente la Zona Jalisco, precisamente en el lago "Caimanes", su nombre fue recordado en la Lista de Honor, con el sol a plomo, respirando hondo, te recordamos amigo con una oración y nuestro ¡Patria Honor y Fuerza!
(1) Pompeyo Jiménez Cardona, nació en Guadalajara el 10 de abril de 1951, cuando murió el 2 de marzo de 1964 contaba con 13 años de edad y cursaba el 6º grado de educación primaria en el colegio "Fray Antonio de Segovia", era el 5º de nueve hermanos, sus padres Don Pompeyo y Doña Refugio ya fallecieron. La familia Jiménez Cardona residió en la finca número 1355 de la calle de Reforma. Todos los hermanos de Pompeyo fueron pentathletas y son médicos cirujanos
(2) Este edificio data de la época de la Colonia, fue el Claustro de la muy respetable Orden de las Monjas Agustinas Recoletas. Se le conocía como el "Alcazar de Santa Mónica" y fue sede también del Seminario Conciliar de Guadalajara, en 1914 fue nacionalizado por el gobierno y desde entonces es sede de la XV Zona Militar.
(3) El Dr. Ernesto Nájar Origel es el fundador de la Asociación de Oficiales Egresados del Pentathlón.
(4) Lic. Rogelio Padilla Gómez, famoso pentathleta a quien dedicaremos un reportaje en breve tiempo y una antrevista.
(5) El Dr. Néstor Velasco Pérez, fue Jefe del Estado Mayor de la Zona Jalisco, actualmente es el Director Académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara, y Coordinador de Ciencias de la Salud, de esa Casa de Estudios.