Maquiavelo

Maquiavelo era una piedra pequeña, lisa, y amarilla que descansaba en la arena de la playa junto al mar, mientras veía las gaviotas que pasaban planeando sobre ella; cuando volaban muy bajito, podía distinguir sus patitas encojidas entre las plumas.

Por supuesto, esta piedrita no sabía que se llamaba Maquiavelo, eso vino después. Por lo pronto sólo era una pequeña piedra igual a todas las que la rodeaban.

Una mañana de verano, el sol estaba más fuerte que nunca, y hacía brillar como oro a la piedrita. Pasó por ahí una niña que en cuanto la vió se agachó a recogerla.

–¡Pero que piedra más bonita!, ¡qué amarilla y qué lisita está!– dijo tomándola entre sus dedos.

La niña jugó con ella un rato y le gustó tanto que finalmente decidió adoptarla. Fue entonces que esa piedrita se llamó Maquiavelo, que es un nombre como cualquier otro para ponerle a una mascota.

Tener una piedra por mascota definitivamente tiene sus ventajas: es muy barato por que no come, tampoco hace ruido ni araña los muebles; nunca hay que cambiarle el agua, no ensucia la alfombra y no existe el riesgo de que acabe con los geranios de mamá.

Al poco tiempo, a la niña se le ocurrió que si hay gente que viste y arregla a sus perros y gatos, ¿porqué no iba a poder hacer ella lo mismo con su piedrita? y por eso empezó a jugar a hacerle ropita.

Como Maquiavelo tenía la forma de un triángulo algo chueco, ella decidió que el pico mas largo fuera su cabeza y los otros dos ángulos, los pies. Así era muy fácil hacer la ropa con papel de colores formando un conito que se le metía por arriba.

Primero la niña le hizo la ropa indispensable para poder salir a la calle: una camisa, unos pantalones con unos zapatos pegados abajo y un sombrero para que no le diera el sol. Pero como Maquiavelo se veía tan bien, le hizo además una pijama blanca de lunares rojos con un gorro que, en, en la punta, tenía un bolita como los que se ven en las caricaturas. También un elegante traje negro con corbata verde y camisa blanca para las ocasiones especiales y otro de papel azul brillante del que viene con los chocolates, con un moño dorado, para ir de fiesta.

La niña quería muchísimo a su piedra. Todos los dias le cambiaba mil veces la ropa, la acariciaba y le platicaba. En poco tiempo se hicieron inseparables: ella se la llevaba a la escuela y pronto todos los compañeros de su salón se encariñaron también con Maquiavelo. Cuando por las mañanas llegaban a la escuela, todos hacían bolita a su alrededor para ver qué ropa traía hoy. A la piedra por su parte, le gustaba mucho tener tantos admiradores y vestir tan elegante. .

Pero la niña no sólo usaba a Maquiavelo para ponerle ropa como a una muñeca cualquiera. No. Eran amigos. Ella se pasaba las tardes platicándole todo lo que pensaba y sentía; su piedra la escuchaba atentamente, jamás la interrumpía y, cuando estaba triste, la consolaba con su tersura. Para platicar, la niña, ni siquiera tenía que hablarle en voz alta, bastaba con ponerla en la palma de su mano, acariciarla con los dedos muy despacito y pensar.

En las noches, Maquiavelo dormía en un pequeña caja de cartón adornada con florecitas de colores y papelitos plateados, que tenía sábanas de servilleta y una almohada de papel terciopelo.

Una noche, la niña soñó que era una campeona de natación durante una competencia olímpica. Tenía que llegar antes que nadie a la otra orilla de la alberca donde la esperaba Maquiavelo, con camiseta, cachucha y un silbato porque era su entrenador. Ella movía sus brazos con todas sus fuerzas mientras pataleaba tratando de nadar más rápido. Entonces, en una pataleada durísima por que ya le faltaba así de poquito para llegar, que le pega a su mesita de noche y allá fué a dar la camita en que Maquiavelo dormía tranquilamente... y allá, lejos, contra la pared, se estrelló haciendo un ruido casi metálico.

La niña se despertó sobresaltada y fue corriendo a ver que le había pasado a su piedrita. Maquiavelo, su Maquiavelo, se había roto por la mitad.

Se puso muy triste y se pasó el resto de la noche llorando pidiéndole perdón a su mascota, a la que ya no podría nunca vestir ni acariciar por que ahora ya no era lisita y triangular, ahora por donde se había partido tenía una orilla filosa y áspera. Trató de pegarla, pero se volvía a romper y la niña lloraba y lloraba.

Entonces sintió que la piedra le hablaba, no con la voz porque las piedras no tienen boca, pero le hablaba y le decía:

-Ya no llores. En realidad estoy bien. Te voy a contar mi historia para que veas que aunque me haya roto, eso no significa nada.

Y esta es la historia que contó Maquiavelo a su amiga:

"Las piedras, al contrario de lo que pasa con los niños, con el tiempo nos vamos haciendo cada vez más chiquitas. Yo hace muchísimos años era una gran montaña de la sierra, que arriba tenía pueblos y bosques enteros, desiertos y lagunas.

"Un día hubo un derrumbe y una parte de esa montaña se cayó, rómpiendose en mil pedazos. Cada una de esas partes se fué rodando por su lado, algunas fueron muy lejos, otras se quedaron cerca. Yo, que era una piedra inmensa, me quedé atascada en una cascada de agua fresca y clara. Ahí estuve como doscientos años, con el agua pasando sobre mí día y noche. A veces, me movía un poquito por que ya estaba cansada de tener la misma posición tanto tiempo y entonces el agua me corria por otro lado, llevándose a su paso pequeñísimos pedazos de mí, cambiando la forma y textura de mi cuerpo.

"Me gustaba mucho mi cascada pero hacía mucho frío y siempe estaba mojada. Un invierno especialmente duro en que nevó en las montañas, cuando la nieve se deshizo, mi cascada se convirtió en una impresionante caída de agua y la corriente me arrastró.

"Viajé por muchos lugares. Estuve en una selva donde había pájaros extraños y me llené de musgo. También una vez unos hombres que a lo mejor eran Olmecas, me usaron como metate para moler sus semillas. Viví en grandes rios navegables y arroyuelos en donde las mujeres ponían sobre mí su ropa para lavarla mientras cantaban.

"Estuve en charcos apestosos y hasta en un pantano tenebroso a donde me aventó una vez un niño.¡De ahí sí creí que no saldría nunca!, me quedé muchos sin moverme ni tantito porque no había corriente; afortunadamente con el tiempo el pantano se secó y un día me agarré de la herradura de un caballo que pasó y que después me dejó en un río a donde se metió a beber.

"Y, así, despues de muchas aventuras, un día llegué el mar. Tu no te imaginas mi impresión al ver tanta agua junta. Yo estaba felíz. Las olas me arrastraban para un lado y para otro. Como me iba erosionando, cada vez era más ligera y me movía más. Era my divertido. Podría decir que en esos tiempos llevaba una vida muy agitada.

"Un día, durante una tormenta tropical, una ola enorme me levantó y me sacó del mar. Ahora fue el viento el que se encargó de hacerme mas chica raspándome despacito, despacito, como si me acariciara Es así como quedé del tamaño que tenía cuando me encontraste. Ya llevaba muchos años ahí tirada al sol, calienetita. Me trajiste aquí, nos hicimos amigos, contigo fuí a la escuela y desde tu bolsillo aprendí de la erosión y de los Olmecas y muchas otras cosas; me divertí en fiestas y me ví vestida con los mejores trajes de papel que una piedra como yo pudiera imaginar. Me sentí querida y apapachada como ninguna otra.

"Pero ya es hora de que siga mi camino; no importa, te digo, por que ahora cada una de estas dos mitades se irá por su lado a conocer otros lugares, y se irán haciendo cada vez más chicas hasta que ya solo sean unas pequeñísimas partículas de polvo que a lo mejor forman parte de una gran montaña que tenga arriba pueblos y bosques enteros, desiertos y lagunas."

La niña que había escuchado atentamente la historia de Maquiavelo, poco a poco había dejado de llorar, imaginando las grandes aventuras por las que había pasado su compañera. Así, la niña guardó los dos mitades y cuando se fue de vacaciones a un lugar en el que había una laguna, se las llevó. Se despidió de beso y todo de cada una de las mitades de Maquiavelo y las aventó lo más lejos que pudo. Y Maquiavelo también se despidió de su amiga haciendo unos patitos perfectos en el agua antes de hundirse.

© Cecilia López Ridaura, México 1997

Enviar un comentario sobre este texto

Regresar al índice de textos