–Ustedes creen que pueden hacer lo que se les antoja, ¿verdad? –dijo con un rastro de ebullición en la voz. Franz no contestó.
–¿Entonces? –continuó–, en la rotonda te vieron muy valiente con tus amigos. Tú eres de los organizadores.
–No estoy seguro, creo que no me acuerdo de nada –las manos de Franz temblaban, pero no su voz. Intentó levantar la vista, el tipo del sombrero vestía de un solo color, pero Franz no supo distinguir cuál. Tenía los ojos muy hinchados y la vista muy borrosa.
–Te vas a acordar –aseguró el del sombrero–. Eres el último, ya todos hablaron. De ti. Ahora tú háblame de Neto.
–Neto es un compañero de clas...
–A ver, a ver, a ver, a ver –interrumpió de golpe, del bastón a la mesa, y con sobrado volumen. Franz estaba demasiado maltratado para hablar por encima de la voz del tipo del sombrero–. Vamos a empezar de nuevo. Tú no has visto a Neto desde la manifestación, ¿sabes hace cuántos días de eso?
Franz no tenía idea de tiempo ni hora, ni ahora ni después. Se concentró en la pequeña abolladura recién creada en el centro de la mesa. El tipo del sombrero siguió.
–Yo ya hablé con él, hablamos mucho y de muchas cosas. Tampoco quería, así como tú. Ya entró en razón.
Franz dejó colgar su cabeza.
–Pon atención –demandó el del sombrero, obstructivo y fuerte, pero sin gritar–. Tú sabes que buscamos al Frío. Él está aquí. Es uno de tus vecinos. O tú. Neto dijo que eras tú. Los manifestantes dijeron que era alguien de la rotonda. Los de la rotonda están entre que el Frío es Neto o eres tú. Y Neto dijo que tú –cada frase salió golpeando, por así decirlo, las paredes.
–Mire. Estoy muy mal.
–En ti está que acabemos rápido. Dime de Neto.
–No puedo. Es que no estoy bien. Estoy enfermo.
–No me estás contestando, y me vas a contestar –levantó la barbilla de Franz con la punta del bastón.
–Y es verdad. No recuerdo, es que soy sicótico.
–Tú y todos. Sólo que todos ya entraron en razón.
–No, no. Es clínico. Es una esquizofrenia –el tipo del sombrero no había escuchado ésta antes, Franz tragó saliva y siguió–. Sabe, no sé de ayer, no me acuerdo, vaya, porque tengo una doble personalidad. No era yo.
–Así que no eras tú –contestó el tipo del sombrero, dudando en perder la paciencia.
–De pequeño tomaba medicamentos, pero usted sabe, ya no se consiguen –el tipo asintió con cabeza y sombrero–. Verá, yo llevo una vida doble. Son dos vidas... –Franz levantó las manos para ilustrar– paralelas –los brazos le temblaban por el miedo, por el cansancio y por los moretones.
El tipo del sombrero evaluaba la utilidad de las palabras de Franz. Para el del sombrero el camino del diálogo era corto.
–Cuando te detuvieron a ti, al que agarraron ¿fue al otro?
–Y sí. Soy como dos personas separadas. Que no se conocen, y es que no puedo ser ambos al mismo tiempo. Pero yo sé que esa otra persona existe, que está ahí. Y estoy seguro que sabe de mí. Yo he estado en la celda sin saber por qué. Encerraron al otro, y pues no tiene caso que me pregunte a mí.
–Veremos, ¿ahora, por ejemplo, quién eres?
–Es que... ¿cómo le explico? Es que siempre soy yo. Lo que sucede es que las dos personalidades son idénticas.
–¿Idénticas?
–Exactamente iguales.
–No me expliques qué significa idéntica –contestó el tipo del sombrero con la paciencia notablemente adelgazada.
–Disculpe –Franz sabía que sus palabras debían acercarse al límite sin cruzar–. Pero es que cuando soy una de las personalidades, soy yo, y cuando soy la otra, también soy yo.
–¿También?
–Y sí. Pero cada uno, cada yo existe por separado. Y lo que pregunta lo puede saber el otro yo, pero éste no tiene qué decirle.
–Los dos son iguales. Pero sólo uno sabe quién es el Frío –el tipo del sombrero quería escuchar únicamente lo que quería escuchar.
–Exacto, es como si dentro de mí vivieran un par de gemelos idénticos. Me han dicho que es una condición poco común.
El tipo del sombrero sintió el sudor de su mano embarrarse en el bastón.
–Mis dos personalidades son tan similares que las vidas paralelas que llevo son también idénticas. Mi doble vida es como un duplicado; tengo el mismo trabajo, los mismos amigos, voy a los mismos lugares y vivo en el mismo departamento –continuó Franz.
–Todo igual. Pero tú no fuiste a la rotonda.
–Y hubiera ido, pero no era yo. Pues, tiene sentido; yo reacciono igual en ambas vidas, siento ganas de hacer las mismas cosas, tomo las mismas decisiones, en fin.
–Las dos son lo mismo.
–Exactamente lo mismo, pero distintas personas. A la gente le resulta confuso. Si soy yo y mi otra personalidad toma control, se va a encontrar en el lugar y en la situación que esperaba encontrarse, y viceversa, cuando yo vuelva, me voy a hallar con que mi otra personalidad hizo lo que yo hubiera hecho de estar presente.
–Lo mismo que hubieras hecho tú.
–Y sí. Pero no hecho por mí. Yo no tengo control sobre el otro ni sobre los cambios.
–No eres responsable, quieres decir –dijo mientras dejó de dar pasos. Clavó su mirada en los ojos nerviosos de Franz.
–La consecuencia más notoria de que las dos personalidades estén tan integradas es que constantemente paso de una a otra. A veces es por semanas, pero pueden suceder tres o cuatro brincos durante una misma conversación. Y como en las dos vidas yo digo lo mismo y son las mismas circunstancias, por lo regular el cambio puede resultar imperceptible. Pero sucede; él ha vivido cosas que yo no.
–Mira, mira –el tipo del sombrero sintió ya haber tolerado demasiado.
–Y quisiera ayudar, pero lo que me pide yo no lo sé. Yo no estuve ahí. Al que vieron, al que señaló Neto, era yo, pero no era quien ahora le habla.
El tipo del sombrero cambió el bastón de mano mientras buscaba pies y cabeza de las palabras de Franz, que seguían viniendo.
–Lo que suele resultar de esta condición es que doy la impresión de ser distraído. Si me hacen una pregunta y en ese momento llega la otra personalidad, pues no ha escuchado y tiene que pedir que la repitan.
–Vaya.
–Es igual si estoy hablando y ocurre el cambio. Sucede que repito algo que mi otro yo ya dijo. Y entonces la gente se lleva la impresión que tiendo a repetir frases enteras.
–Curioso –dijo el tipo del sombrero, consciente de su necesidad por descargar tensión.
–Y entonces la gente se lleva la impresión que tiendo a repetir frases enteras.
El tipo del sombrero no aguantó más. Apretó el puño alrededor del mango del bastón, lo giró veloz desde el descanso en el suelo, por encima de su hombro y hasta la sien de Franz en una curva complicada. Al hacer contacto, la trayectoria del bastón encauzó la trayectoria de la cabeza de Franz. El impacto lo tumbó de la silla. Suspiró, por suerte el golpe le tocó al otro.
© Iván Ayala 1997
México
Luis Rubio, Barcelona, España.
Tiemblo solo de pensar que García Márquez pueda dejar de regalarnos con sus historias de amor, sólo por que el amor ha sido tema y motivo de muchos libros, obras, películas, canciones ...!!!
Felicidades por vuestro rincón en la red. Lo visitaré a menudo. Un beso.
Lídia
http://www.modcult.brown.edu/students/segall/u-2.html
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