Eran dos en la familia de la señora Tere. Quedó sólo Sara de sus hijos porque Lalo, el gemelo de Sara murió a los doce años. Oliva ayudaba con los quehaceres domésticos a la señora Tere y vivía con ella y con su hija. Las tres ocupaban la casa de la colonia Roma. Esta casona era conocida porque de noche rondaban más de uno buscando limpias eficaces contra vibras obscuras y para que la señora Tere les quitara el mal de ojo.
Sara vivía en el ala izquierda de la casa. La más alejada. Tenía un cuarto separado, especial, con las paredes cubiertas de almohadas. Estos muros que parecían vestidos con edredones eran para Sara, así no se lastimaría cuando le daban esos ataques que le aparecían al recordar a Lalo.
Su hermano nunca entendió la enfermedad de Sara. Desde que tuvo uso de razón hasta sus doce años ignoró a Sara. Ella no tenía permiso para salir a la calle, así que esperaba con impaciencia a Lalo. Él entraba sin saludar y se acostaba a ver las fotos de la familia en el sillón de la sala sin siquiera ver a su hermana. Un día cualquiera, Sara en un cuerpo hinchado y agrandado se lanzó contra él y le hundió un espontáneo cuchillo. Nada se habló del asunto. Oliva sólo supo que Lalo había muerto.
En casa de la señora Tere no se sufría por vivir mejor. En realidad estaban bastante bien. Los gastos de Sara y de la señora Tere eran pocos y a Oliva ni le pagaban. Preferían tratarla como de su familia. Esto era suficiente para Oliva. No tenía otro lugar a donde ir y la señora Tere y Sara eran todo para ella, una compañía que las ataba y que necesitaba porque no sabía necesitar nada más.
La señora Tere se levantaba temprano, salía a la calle co un chal viejo, se cubría bien la espalda, el cuello y la boca, y caminaba al mercado para comprar las hierbas que necesitaba para preparar menjurjes. Uno de los méritos por los cuales ella debía su clientela, era la tradición de utilizar las mejores hierbas preparadas en casa.
Mientras la señora Tere salía, Oliva procuraba adelantar con los trabajos caseros. Antes de ir a la escuela, lavaba el coche, limpiaba pisos y recogía los platos. Por las tardes se reunía con Sara. Cuando eran más pequeñas jugaban, después ya no. Sara no veía otras caras de su edad que la de Oliva. Oliva era muy delgada con la piel morena y el cabello largo, lacio y sin ella saberlo, estaba en espera del primer bachiller que quisiera conquistarla. Sara no sabía nada de esas cosas. Ella nunca salía de la casa. Al verse reflejada ante el espejo, su aspecto enfermo con piel amarilla, pecosa y pelirroja no le pedía ilusiones adolescentes.
Oliva se dedicaba a cepillar el cabello rojo de Sara para hacerle y deshacerle trenzas una y otra vez. Por las noches de vez en cuando miraban hacia el sótano, donde la señora Tere recibía a sus pacientes. Abrían una puertezuela que las dejaba asomarse en la habitación. Sufrían escalofríos cuando veían a la gente retorcerse y se alegraban cuando el espíritu había salido. La señora Tere prohibió a Sara asomarse durante las curaciones -Sara es muy frágil, se puede llenar de enfermedades muy fácil- Así que Oliva dejaba que Sara viera poquito o le platicaba lo que ella veía por la puerta entreabierta.
La tarde en que Oliva y Sara veían las fotos de la familia de la señora Tere estaban solas en la casa. La señora Tere había salido por la tarde a una visita a domicilio. Hojeaban el libro en la sala. Se encontraron fotos viejas. Ahí estaba Lalo, les sonreía desde el papel. El álbum de fotos se cerró en el piso al temblor de las manos de Sara. Sus piernas se hincharon y su voz se tornó grave:
- Eres negativa para mí.
Con manos firmes intentó atraparla. Oliva corrió por la casa y se escondió debajo de la mesa de la cocina, pero no podría permanecer ahí por mucho tiempo, Sara se le acercaba. La única forma de tener un verdadero refugio era correr al segundo piso o descender al sótano, ya que con las piernas hinchadas, Sara era incapaz de subir o bajar escaleras.
Oliva no se decidió en el momento debido, y Sara con una de sus voluptuosas piernas pateó la mesa de la cocina y le tomó el cuello con sus manos de pinzas.
Se la acercó a la cara inmensa, transformada, con pómulos afilados y ojos salientes.
- Tú sientes como yo.
- ¡No te entiendo Sara, soy Oli...!
Los ojos de Sara no tenían mirada y con brazos prestado la estrelló contra el fregadero.
La puerta de la calle se abrió.
Oliva le aventó cubiertos, el destapador y el abrelatas que pudo tomar de un cajón abierto.
La señora Tere entró en la sala y dejó su chal es un sillón cercano.
Sara enfurecida aún más golpeó una y otra vez la cabeza de Oliva en el cajón.
Desde la sala escuchó golpes huecos y buscó con la mirada a su hija Sara.
Oliva por fin asió el picahielo de entre los cubiertos y con sangre que no le dejaba ver apuntó hacia la frente de Sara.
La señora Tere entró en la cocina.
Suavemente tomó a su hija por los brazos y la separó de Oliva. No se dijo más. Se llevó a Sara al cuarto acolchado. Al estar en las blandas paredes, Sara se estampó contra de un bando a otro hasta que la señora Tere le puso las manos con las palmas hacia arriba. Así la tranquilizaba hasta que la dormía de pie. La cara de Sara regresó a sus dimensiones y sus piernas se volvieron frágiles como antes. Oliva miraba desde la puerta. Se limpiaba la sangre con el chal.
Después de ese día Oliva al irse a dormir, luego de haber rezado sus oraciones, alza sus palmas hacia el cielo para que alguien se la lleve de la casa de la Colonia Roma, del cuarto acolchado y de la señora Tere y de su hija.
© Mónica Hidalgo 1997
México
Además la historia tiene información que no añade nada en absoluto y que solo alarga la historia y expresiones tales como "un cuchillo espontaneo", cosa que nunca he visto "un cuchillo espontaneo".
En resumen tarda mucho en pasar algo (más de la mitad del texto), hay mucha vuelta e información innecesaria y lo que va a pasar se adivina. Lo siento pero realmente no le encuentro nada a este texto. Sin embargo espero no desanimar a quien a demostrado con creces saber hacerlo aunque no todos los cuadros son Picasso aunque lleven su firma.
Luis Rubio Castel.