¿Ya vas con la misma historia de siempre Alfredo?
Julián, sé que te molesta oir hablar sobre asuntos relativos a posesiones diabólicas, fantasmas... etc. Pero comprende que quiero tu opinión como sicólogo. Me estoy volviendo loco. Tengo miedo hasta cuando estoy acompañado.
Esta bien Alfredo. Habla pues. Te escucho.
Todo empezó cuando cursaba el tercero de secundaria. Gozaba en aquél entonces de recursos para captar la atención de mis compañeros. Sabía leer las manos (al menos caían como palomitas en mis lecturas). Siempre tenía una nueva historia sobre penas en mi casa o en la de mi primo Ezequiel. El mayor punto de concentración sobre mi persona lo obtuve con la Oüija que me prestó el casi cuñado de Ezequiel.
¿Qué haces Julián con ese cuaderno y tu grabadora?
¿No me dijiste que querías mi opinión como sicólogo?. Tengo que escribir tus movimientos, tus reacciones, tus palabras. Esto me ayudará a darte una opinión profesional.
Bueno, total eso es lo que quiero.
Continúa Alfredo.
Como te decía conseguí que Willy me prestara su tabla o mejor dicho oüija. La misma que él utilizaba para comunicarse con un amigo del más allá, Olugurio. Según me contó Willy, Olugurio fue un joven que murió a principios de este siglo, más o menos en 1903. Su muerte fue inpensada, a los 17 años apenas. Ambos eran grandes amigos. Un día me lo presentó. Yo, al igual que tú y muchas personas era un escéptico. Cambié de parecer cuando Willy y yo nos sentamos el uno frente al otro sobre dos sillones sin respaldar. Nuestras rodillas chocaban entre ellas. La oüija reposaba sobre nuestras piernas. La copa en medio. Esta manera de llevar a cabo la sesión era la óptima, ya que de esta manera se cerraba el círculo.
Olugurio era todo un pase. No había manera de hacer trucos, estoy convencido que era su amigo. Amigo a quien posteriormente he quedado debiéndole la vida.
Terminada nuestra sesión se la pedí y de buen grado me la dió por una semana.
En el colegio realizé algunas sesiones con mis amigos. Encantados todos los que intervenían al recibir respuestas acertadas a sus diferentes preguntas, me pedían una más y una más. Una tarde, el viernes de esa semana durante la sesión no falto el burlón que siempre agua las fiestas y súbitamente se cortó la fluidez de nuestra interacción con un alma que ni recuerdo su nombre. Preocupado porque Willy me dijo claramente: "Nunca dejes inconcluso el trance... es peligroso". Molesto con el pata y conmigo cogí la tabla y me fui a casa de Ezequiel. Le pedí que juntos invocaramos a Olugurio. Él al comienzo se negaba, pero dentro de sí deseaba comunicarse con su madre, quien había fallecido un año atrás: Estábamos conversando con mi tía Chabela de lo más tranquilos... cuando algo rojizo empezó a brotar del medio de la tabla. Ezequiel se transtornó tanto que me obligó a gritarle como a hijo: "¡No podemos dejar inconclusa otra vez la comunicación!". Revisamos lo que apareció en la tabla. Era como cera, roja, eso me obligaba a descubrir la causa.
Ezequiel, algo restablecido aceptó reanudarla.
Llamamos a la Tía Chabela. Nadie respondía. Hasta que se comunicó otro ente y se identificó como el abuelo de la enamorada de Ezequiel. Para calmarnos hicimos preguntas sin pensar: ¿Cómo es Dios? pregunté. El ente nos dijo: "Soberbio". Cáspitas, ahí el corazón me corría a cientos por segundos. Recordaba mi catecismo a la velocidad de la luz: "El Angel Luzbel fue arrojado de los cielos por soberbia... ese angel al que se le conoce como el demonio". Cerré la sesión más rápido que volando.
Llamamos a Willy y le contamos todo lo sucedido. "Por favor ven pronto... ven" le dije. A lo que Willy me respondió: "Mañana voy".
Ezequiel, por supuesto no quería que yo le dejase solo en su casa. Habrían pasado dos horas cuando alguien tocó el timbre. Casi abrazados abrimos la puerta. ¡Uff, era Willy!.
A ver, ¿qué le han hecho a mi Oüija?, nos dijo Willy. Nada hombre, nosotros nada... han sido unas almas, le dije balbuceando. Willy enojado me increpó: "Mira lo que le has hecho. Esta cera no estaba. Te la dí bien pulida y brillante". Te juro Willy, apareció tal como te lo conté por teléfono.
Hagamos una sesión para aclararlo todo con Olugurio, me dijo. Iniciamos la misma. Olugurio empezó a contarnos que era un pacto de muerte entre Ulises el Birmano y yo. ¿Yo? le pregunté a punto de perder el control. Sí, tú eres menor que Ezequiel y tienes vibraciones fuertes. Te quieren antes de las veinticuatro horas.... Ag..Ag.. escribía con la copa Olugurio. ¿Qué te pasa? le preguntó Willy. "Me han cortado la lengua por hablar... destruyan la tabla, destruyanla antes que...." se cortó la comunicación. En esos mismos instantes por la Santa Biblia te lo juro Julián, aparecieron dos huellas de manos cadavéricas en la Oüija al lado derecho de Willy y a mi lado. Las mejillas me hervían, mis manos estaban heladas, el corazón ya no lo sentía dentro de mi.
Subimos emabalados a la azotea. Roceamos kerosene a la tabla y la quemamos. Quedó reducida a cenizas como de cigarro en menos de lo que canta un gallo.
Willy, nunca más quizo saber de alguna Oüija. Pero yo, todavía no había aprendido lo suficiente mi lección.
Hice otra tabla, pero a esta le puse Agua Bendita. En otras palabras la bendije. Convencí a Ezequiel con eso de que averiguaríamos si su mamá descansaba en paz para volver a jugarla (como si pudiera llamársele juego). En esa ocasión conocimos a Samantha. Ella era muy cordial, hasta daba pena saberla que no existía en nuestro mundo. Cuando de un momento a otro la copa comenzó a ir de izquierda a derecha una y otra vez escribiendo: quemen la oüija... quemen la oüija... Ulises ... pacto de muerte. ¡Diantre! Cogí la tabla, corrimos a la azotea, casi me caigo de las escaleras. Le eché kerosene y esta vez explotó la maldita tabla. Ezequiel me sacó de su casa a patadas limpias.
Esa noche, ya si que estaba candidateando para el manicomio. Me acosté con cinco cruces, hasta bebí Agua Bendita. La Biblia estaba debajo de mi almohada. Me quedé dormido como a las tres de la madrugada. Sudaba copiosamente a pesar de estar en invierno, el calor sofocante me despertó. Y... sentí que mi cama había descendido centímetros. Al final de mi cama vi el esperpento más horrible: Era una cosa voluminosa, aparentemente femenino. Sus cabellos eran blancos como la nieve que se ve en las postales. Sus ojos eran vidriosos. Su cara cruelmente ajada, con surcos que brotaban sangre. Sus dientes...!Oh Dios!, sus dientes asemejaban serruchos... yo... me desmayé.
Al día siguiente me levantaba el ánimo diciéndome: "Fue una pesadilla". Esa misma noche, fui con mi papa a una Tenida Blanca de los Masones y conocí a un personaje que al verme me dijo: "Alfredo, tienes unos poderes que rebazan por todos tus poros. Te invito a tener una mesa espiritista" Gracias, pero no estoy interesado, le respondí amablemente. A lo que él me dijo: "Al menos déjame ver tu aura". Cualquier día señor iré a visitarlo.
Pasaron dos años. Yo ya estaba yendo a la academia de preparación para presentarme a la Universidad. Casi me había olvidado de lo que viví, sobre todo poco a poco fui recuperando la tranquilidad, la alegría. Claro que nunca volví a tocar Oüija alguna. Usualmente tomaba mi bus de regreso con una amiga, cuyos ojos negros me encantaban. Me sentía a gusto con su compañía. Aquél día ella faltó a clases. Yo estaba solo en el paradero. Taciturno, el silencio que gozaban aquellas calles por el año 72 me sustrajo de la realidad. Una música que iba en aumento se oía. Luego fueron lamentos, quejidos... el terror volvía a invadirme. Mis piernas obedientes a ese fantasmal concierto me conducían al medio de la pista. Horror, eso sentí... yo no quería, pero mis estúpidas piernas me arrastraban... !PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS...rezaba histéricamente... ¡Dios no me abandones!. Mis piernas volvieron a obedecerme. La tétrica parodia musical había desaparecido. Mi bus venía. Subí como si hubiese estado en una maratón. Vi un asiento libre, me senté, enterrando mi cara entre mis manos. Todo mi cuerpo temblaba. Llegué a casa. Nadie se percató del tremor que me azotaba. "Estoy perdiendo la razón, eso es"
Al día siguiente mi papá volvió a invitarme a la Logia. Allí me encontré con dicho sujeto que conociera dos años atrás. Al verme se me acercó atropellándome con sus palabras: "Ayer estaba en una mesa espiritista y las almas me dijeron que querían comunicarse contigo y fueron a buscarte" El vaso de limonada que tenía en mis manos resbaló lentamente hasta dar en el suelo. "Dios, entonces fue cierto... pero estas hijas de su madre me querían llevar"
Ese fin de semana fui a la iglesia de mi barrio y me confensé hasta los pecados que no había cometido. El sacerdote al oirme me dijo que mi penitencia sería ir a la Iglesia de San Marcelo y rezar durante una semana el rosario en la capilla menor. Fui obedientemente, pero cual no fue mi desgracia al comprobar que hasta en lugares santos me perseguían. Me había arrodillado ante una imagen que representaba a Santa Rosa de Lima en su tumba. Yo quedé mirando la imagen, sus ojos de vidrio. Lloré quedamente, apoyando mi cabeza en mis manos. Al levantar la mirada, vi que la imagen no tenía ojos. Estaban sellados. Lleno de pavor, llamé a un feligrés que estaba cerca y le pregunté: "¿Dígame de qué color son los ojos de la imagen de la Santa?". De ninguno, pues no tiene ojos, me respondió.
Han pasado más de quince años y siempre me estan rondando. Por eso he acudido a tí Julián. Necesito que me ayudes.
No te preocupes Alfredo. Ya llegó tu momento de paz. ¿Sí, cómo lo sabes? le pregunté a Julián. Yo soy ese eslabón entre tus trece años y hoy día.
¡jajajajaja!!!!
© Amparo Tello 1997
Iván Ayala