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El manejo del cuerpo ha sido un compromiso estético que ha acompañado el interés y la reflexión de los artistas de todas las épocas. En sustancia, se puede decir que el hombre es análisis, pensamiento, idea, pero ese mundo empíreo se proyecta en la vida como en el arte a través de las formas. Por tanto, el problema es cómo tratarlo, plantearlo y cómo visualizarlo. Aún el adelanto tecnológico y los descubrimientos científicos, no pueden disimular la fragilidad ni la precariedad de lo fugaz que es la vida y como consecuencia... el cuerpo.
Se habla mucho de ello, de su cuidado, de su exaltación. En nuestro tiempo se ha divinizado el ritual de su conservación y se han comercializado las formas parciales del cuerpo o el rostro con el acento productivo para que el eterno elixir de la belleza no marchite y esconda el paso del tiempo. Y aunque el tiempo inexorable nos destruya, se mantendrá el engaño de una juventud y vigor aparente que secretamente no coincide con el agotamiento de las "entrañas" del cuerpo.
De este modo se habla, se discute, se teorizan posiciones, se exaltan los grandes progresos de la técnica, y aunque se aproximen las ideas y el compromiso global del hombre mediático y universal, queda el cuerpo como la única imagen, como la más concreta realidad del fluir de la existencia humana.
El cuerpo blasonado
Cuatro esculturas de Johanna Hamann, conforman su actual muestra en Miraflores. Bajo el título El cuerpo blasonado, ella refleja cuatro monumentos estacionados en el silencio de la existencia, marcando simbólicamente el hilo interior que contiene a cada una de ellas. Estas formas escultóricas son femeninas como femeninas son — en su mayor parte — las alegorías que la cultura occidental ha representado en ellas. La idealización de la "justicia" o de la "victoria" han sido tradicionalmente otorgadas al "matroneo". Históricamente es imposible encontrar la cultura visual de una justicia muscular y varonil, como menos aún el canto de la "gloria" puede ser entregado" a un mancebo. Y no digamos de la encarnación de la "victoria" que ha quedado contemplada en la dulzura de lo femenino sin reflexionar en la desolación y la destrucción que sella la suerte del vencido.
Johanna Hamann ha transitado estos territorios y con el vigor de su temperamento y la fuerza de su riqueza interior recoge el cuerpo blasonado. Su riqueza es la de la mujer en plenitud, viva, expansiva. Quisiera subrayar que en ella confluyen la sencillez con la energía vital.
Artista de sueños, de amor y de humanidad, sus culturas trasladan esta actitud abierta, dotando a sus formas y al espacio de un magnetismo "orgánico" en la transpiración que exhalan sus obras.
El ingreso
a la muestra nos acoge con el vigor que el volumen de la portada en madera
de grueso pino confiere a la obra Transición - Cuerpo IV.
(resina-fibra de vidrio-hueso y cera látex) es un escultórico
cuerpo que nos aprisiona y en el desenlace de la propuesta lo libera como
paralelamente lo sostiene y le otorga un carácter velado y místico.
Libertad - Cuerpo II (madera de olivo), envuelve el espacio con
el volumen de elementos que las alas despliegan en el esfuerzo del titán
por vulnerar el tiempo. La Opresión - Cuerpo I, es un impecable
estudio de la energía del sufrimiento casi exigido "celularmente".
El esfuerzo de la imposibilidad de "ser", de "actuar", queda contenido
— diríamos comprimido y reprimido — en el excelente estudio de reflejos
y en el trance muscular del estado y tirantez interior y formal del cuerpo.
Ejecución
- Cuerpo III (madera de caoba-acero inoxidable-cera) divide el gesto facial
y corporal con la acción de una cuchilla en guillotina que secciona
el cuerpo. El compromiso de la situación, la ejecución como
acto de "imponer y acabar", queda reconstruido en una alegoría en
la que lo escultórico se impone a la banalización de la representación.
El cuerpo blasonado compromete una mirada seria del estudio anatómico, del diseño como de materiales diversos. Todo forma parte del dominio, del carácter y del esfuerzo de Johanna Hamann: saber dotar a su trabajo de la exigencia y la seriedad que ella se profesa a sí misma, logrando al arte de las cadenas de lo puramente decorativo y visual para convertirlo en un tema interior, celular y luminoso que muestre los secretos vivos de la existencia del cuerpo. Con lucidez ha ido entregando e introduciendo simbólicos contenidos, dotándolos de una alegoría que posee otros referentes, y logrando equilibrar conceptos contrapuestos en el curso de la escultura contemporánea.
Agreguemos
— algo que habíamos omitido en anteriores comentarios — la bondad
del mensaje, la iluminación y el análisis de contenido en
los textos de Jorge Villacorta.