Parir una escultura
Fietta Jarque

 
 
 
 
La fecundidad y la maternidad fueron los primeros temas escultóricos como invocación y símbolo en los antiguos ritos religiosos. Este tema recurrente ha sido tratado en todas sus formas y a través de los siglos por escultores, por hombres. En este siglo, cuando la mujer ha abierto los caminos de su expresión, se ha ampliado el panorama a una serie de aspectos que sólo habían sido tratados tangencial o parcialmente.

    La escultora peruana Johanna Hamann en su primera muestra individual aborda este tema en una actitud abiertamente agresiva, agredida. "Yo sentí que con el nacimiento de mi hijo se cortó mi libertad  de interiorizar y disponer de mi comportamiento como lo hacía antes", afirma ella, no con el ánimo de ir contra el niño ni la maternidad en sí, sino contra las presiones sociales que demandan en la mujer un rol muy definido y rígido.

    La primera muestra individual de esta escultora, que inaugura hoy en la Galería Fórum, consta de tres trabajos muy distintos entre sí en el tratamiento y materiales, pero que juntos ofrecen aspectos complementarios de un mismo problema.

    "En cuanto a los materiales en escultura, todos son difíciles de conseguir, y si el niño lo hice primero en barro fue porque quería modelar la figura con las manos, luego lo vacié en bronce. Lo mismo fue con la cabeza en cera, que he decidido dejar en ese material. En cuanto al yeso de las barrigas lo utilicé porque era el material más directo cuando saqué el molde directamente sobre ella".

    "Entre las tres la que me parece más lograda escultóricamente es la del cuerpo del niño, es la más completa. A nivel emotivo, sensible, el dar y expresar la mayor capacidad de amor y ternura a algo, creo haberlo logrado en la cabecita del niño. Ha habido mucho más calor en esta realización, quizá por el material mismo en que está hecha, en cera, y ponerla en la urna de cristal para protegerla. Es quizá lo que yo trato de proteger ante la agresión".

    La agresión decididamente está en la tercera escultura. Un tríptico en el que cuelgan como la carne en el mercado, los moldes en yeso de tres vientres encinta, con un desgarramiento en gasas; una escultura fuertemente expresionista que da unidad a la muestra pues a partir de ella las obras restantes, el niño en cera protegido y el niño en bronce expuesto y agredido, vienen a integrarse a una situación que los engloba.

    "En el momento que hice las barrigas pensaba: mientras más directa sea esa agresión en mis esculturas más fuertemente será captada. No hace falta intelectualizar demasiado en mis trabajos cuando ves, por ejemplo, el revés de mis barrigas. Este tipo de mensaje directo es el que yo quisiera transmitir siempre. Llegar de frente".

    Para Johanna Hamann esta muestra es un verdadero alumbramiento. "No pienso seguir tratando este tema. La exposición me ayuda a liberarme de él y de esta experiencia, de esta vivencia, de estas formas para empezar otra cosa. Lo muestro y concluyo la obra, la entrego, por eso es importante para mí exhibirlas".

    "Yo no pienso que al hacer estas esculturas haya querido expresar sólo un pensamiento o sentimiento personal. Creo que esta va mucho más allá a un sentimiento generalizado y rara vez expresado por las mujeres, esa angustia personal ante una realidad que se impone ante ti".

    La mujer que la ayudó y permitió que sacara el molde de las barrigas es una mujer muy humilde con varios hijos pequeños. Una persona que no se  dejó fotografiar con ese antiguo temor a que le roben el alma, y que al ver la pequeña escultura de la cabeza del niño pensó que eso era brujería. "Ella sintió miedo cuando hice el molde, cuenta la escultora, pero pienso que de alguna manera su problema se veía expresado en ellas de una manera explícita y abierta. Sus vivencias y sufrimientos".

    "El ser humano sigue siendo un ser primitivo aun en nuestras ciudades. Ese temor a lo desconocido que puede haber en nuestro interior, nuestros ritos y supersticiones personales. La realidad de esta vida moderna limita nuestra percepción y no nos permite apreciar lo tangible de estas manifestaciones alrededor nuestro".

    "Para mí el vientre es el símbolo de recepción en el ser humano y eso es lo que me atrajo más en el cuerpo del niño y la mujer encinta".


(De El Observador, Suplemento Cultural, enero de 1983, p. V)
 
 
  
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