Aunque esto no sea una historia,
me pareció apropiado ponerlo en este rincón de sueños. Aquí
teneis esta interesante reflexión-presentación de Gunnhild.
Identidad
A menudo,
aquellos que por primera vez me conocen me preguntan:
"¿Quién es Gunn? Y yo les respondo: "Gunn es Gunnhild
y Gunnhild soy yo". Entonces ellos dicen: "¿Qué
significa Gunnhild?" Y entonces es cuando no les comprendo
exactamente. ¿Por qué mi nombre ha de significar algo y el de
ellos no? Realmente, ¿qué es un nombre o qué significado ha de
poseer?
Desde mi punto
de vista, un nombre no tiene mayor significado que el sonido que
produce al oído. Sin embargo, desde una perspectiva más
interior y más personal, cada nombre es mucho más que un soplo
de aire, que un breve sonido.
Como suelo decir
en mi respuesta, Gunnhild soy yo. Tal vez la respuesta sea tan
breve como el sonido de mi nombre. Tal vez debería profundizar
más en el código que descifra mi persona al afirmar que
Gunnhild soy yo.
Pero, ¿qué soy
yo?
Todos se
sorprenden cuando llegados a esta nueva pregunta les respondo que
no soy ni reina ni princesa de ningún lugar encantado, que no me
considero ni dama ni doncella, pues no me siento pertenecer a ese
modo de ver la vida. No encajo en sus esquemas habituales. Yo
vengo de más lejos, de un lugar distinto en apariencia y en
forma, pero tal vez no tanto en fondo.
No, mi sangre no
es real y carezco de mágicos poderes. Me conformo con ser una
persona de lo más sencillo que se ha inventado y me siento bien
con esa libre elección, aunque sorprenda a la gran mayoría.
Soy una guerrera
de alma noruega, una luchadora que intenta vivir del mejor modo
posible el tiempo que le ha tocado en suerte. Mi espada ya no es
de acero y mi sangre no se vierte en el campo de batalla. Eso tal
vez fuera hace siglos, cuando la vida estaba comprendida de un
modo más simplificado.
Ahora cambian
los valores y aunque signifiquen lo mismo, cobran otro sentido.
Palabras como arma, lucha, batalla, sangre, acero y valor, son
metáforas para describir el mundo que nos rodea.
Me veo a mí
misma como una guerrera y lucho como tal, guardando fielmente mis
principios de honor. A veces no es nada sencillo seguir adelante
y tampoco es fácil mantener incólume el código de honor, pues
suele ser muy alto el precio de la verdad, de la fidelidad, de la
palabra dada, etc.
Sin embargo, si
faltara a uno solo de mis principios, dejaría de ser lo que soy
y habría perdido la verdadera guerra. El campo de batalla que es
la historia inconclusa de mi vida está repleto de victorias y
fracasos. Sin embargo, puedo decir que vencí más que perdí y
muchas de mis derrotas me sirvieron para vencer las pruebas que
siguieron.
En ocasiones,
aquellos que me "conocen", me acusan de ser egoísta,
soberbia, engreída, fría, dura, cruel o de padecer síntomas de
esa grave enfermedad llamada superioridad. Puede que se deba a
que no comprenden mi orgullo. Puede que no sepan comprender que
el orgullo no es sinónimo de soberbia y la seguridad que siento
en mí misma tal vez sea confundida con mi frialdad o mi supuesta
superioridad.
Yo no me siento
en absoluto superior a nadie. Sin embargo, sí me siento segura.
Mi fuerza de carácter y mi firme determinación son confundidas
o mal interpretadas. Pero cierto es que me costó gran esfuerzo y
sacrificio llegar al punto en el que hoy me hallo. La paz de la
que disfruto no me cayó del cielo, sino que me la forjé yo
misma.
Alguien a quien
aprecio sinceramente me dijo que la ambición de la mente podía
proporcionarme bellos palacios y caballos nuevos, tierras
fértiles y hasta sirvientes. Sin embargo, la ambición del
corazón tal vez podía llegar a darme la felicidad. Sí,
comparto la razón de sus palabras estando completamente de
acuerdo con ellas. Si parecí egoísta, no puedo negarlo, pues es
cierto que lo soy. Soy ambiciosa, pues persigo la ambición del
corazón. Nada más deseo en este mundo que alcanzar la felicidad
y por ello lucho lo mejor que puedo, lo mejor que sé. A nadie
quiero lastimar. Sin embargo, si no logré mi propósito, les
pido humildemente perdón a aquellos que pude haber herido sin
intención. A menudo, las batallas suelen ser injustas para
algunos.
No me considero
fría ni tampoco indiferente. Sin embargo, he sufrido demasiadas
veces como para haber aprendido la lección y proteger mi
corazón del dolor innecesario. Una guerrera jamás debe bajar la
guardia ni dar la espalda a sus adversarios, reales o
imaginarios. No sólo se lucha contra seres físicos. A veces
también nos asaltan nuestros propios defectos, pues nadie es
perfecto y yo acepto mi naturaleza imperfecta y mortal. En
ocasiones el enemigo es uno mismo y viene a acosar nuestra mente
bajo el nombre de miedo, indecisión, vanidad, odio, deseos de
venganza y un sin fin de máscaras derivadas de la imperfección
humana.
También ahí,
dentro de nosotros mismos, corremos el grave peligro de ser
vencidos y engañados por las apariencias de un sentimiento
oculto. Yo sigo intentando reconocer el peligro de esta clase y
procuro mantenerle lejos de mis murallas. Puede que nunca termine
esa lucha continua y cotidiana, pero al menos sé que le pongo
todo mi empeño.
Otros me
comprenden mejor. Son personas que van recorriendo un camino
parecido al mío. Sus botas están desgastadas, como las mías, y
a veces se sienten cansados, como yo.
Puedo parecer
distinta al resto. Muchos me lo dicen también. Me dicen que soy
sorprendente en mis diálogos o que no debería subestimarme ni
quitarme importancia. No lo hago. Tengo la "suerte" de
saber cómo y qué soy. Perdí el tiempo suficiente hasta
descubrirlo. Sin embargo, por eso mismo, afirmo que no soy nada
distinto de los demás. Como cualquiera, he sufrido por
traición, por amistad, por amor, por la vida que nos va
decepcionado cada vez que se nos muere un sueño o un bello
ideal. Como cualquiera he reído, cantado, bailado, soñado, he
sido feliz con pequeñas cosas que, aunque parezcan
insignificantes o de poco valor, jamás se olvidan. Como
cualquiera, he venido a este mundo para encontrar un sentido a la
vida que es mía, que es lo único que de verdad me pertenece
hasta que pase a formar parte del pasado cuando se la lleve la
Muerte. Porque como cualquiera, también moriré.
No soy distinta
de nada que se llame ser humano. Lo único que cada día hago es
luchar por ser mejor y lo hago por mí misma, para gozar de
seguridad y de paz interior. Esa es mi guerra.
Como cualquiera,
cometí grandes errores. Antes era una especie de luz, inocente y
llena de buenas intenciones. Después fui una guerrera, dura,
implacable, temible y vengativa. Un poco más tarde, sólo pensé
en el placer de la venganza y mi luz del principio acabó por
extinguirse. Me di cuenta al fin que ese sabor dulce y que tanta
adicción creaba en mí, me envilecía y me hacía involucionar.
El primer instante era maravilloso, pero luego comenzaba a
amargarme el alma con el veneno del odio y me di cuenta de que
estaba muriendo por dentro. La oscuridad se cernía en mi bosque
interior, mi castillo comenzó a desmoronarse y el sol de mis
días se tornó un sol que vestía de negro rojizo y olía a
sangre.
Tomé la
decisión de cambiar de rumbo.
No fue fácil
romper todo un mundo creado. Todo se volvía contra mí dentro y
fuera. Debía desandar lo andado, nadar contra mi propia
corriente, destruirme a mí misma, arrancarme parte de mi
esencia, la parte más oscura, y así volví a ser guerrera y
luego, después de mucho caminar, llegué con mis botas
destrozadas, con mi alma desgarrada por el dolor, con mi corazón
casi inerte a causa del desconsuelo y la decepción, a un lugar
que nunca había visto dentro de mí. Me di cuenta de que era mi
bosque encantado y allí me dejé caer para poder descansar y
retomar fuerzas.
Hoy sigo allí.
Limpié la maleza, allané el terreno y comencé a construir mi
nuevo castillo. Hay mucho hecho, pero sé que aún queda mucho
más por hacer. Ahora sigo siendo una guerrera, pero una guerrera
de luz.
Aquellos que
deseen seguir mi ejemplo, les daré estancia en mi palacio y
recibirán de mí mis mejores consejos que son mis humildes
opiniones. Desde aquí les doy mis ánimos a que sigan adelante.
Sé que no es sencillo este largo peregrinar por los laberintos
intrincados de la vida y de uno mismo. Siempre viene bien hallar
ayuda en el camino y yo, mediante mi conversación o las palabras
de este libro, pretendo tender la mano a quien desee estrecharla.
A aquellos que
me llevan ventaja en esta aventura, les invito a que me den sus
consejos si desean hacerlo. Yo escucharé con todos mis sentidos
y procuraré aprender lo mejor posible. Se agradece la ayuda
cuando se desfallece y soy consciente de que aún me queda mucho
que aprender.
Si el brillo de
mi luz deslumbra a alguien, le pido mil perdones. Si la dureza de
mi seguridad daña la sensibilidad de otros, les pido mil
perdones. Si mi mirada perdida en lo lejana de mi meta les parece
indiferente, les pido mil perdones. Si el fuerte sonido de mis
pisadas molesta a quienes no saben aún por donde seguir, les
pido mil perdones. Si aquellos que me rodean no me comprenden y
me ven de un modo distinto a como soy, les pido mil perdones.
Nunca les reprocharé sus palabras de desdén, pues no es culpa
de ellos no comprender mis intenciones.
He luchado
contra lo peor de mí misma. He luchado contra la adversidad de
mis días. He luchado por cumplir con mis promesas y por alcanzar
los sueños que creo que existen aunque descansen en otra parte.
Poco o nada me da miedo y por nada sería capaz de engañarme a
mí misma. Si mi firmeza de carácter le parece a alguien
soberbia, siento no haber sabido mostrar mi orgullo de un modo
más admirable.
A quien deseara
saber que significa mi nombre, ahora saben lo que quiere decir
Gunnhild. Gunnhild soy yo. Lo que habéis leído, es lo que soy.
Ni reina, ni
princesa,
ni dama, ni doncella.
Sólo una guerrera,
una persona cualquiera,
que ante vosotros
se presenta
y os brinda
cordial y sincera,
su amistad,
incondicional.
Imperecedera.
Gunnhild.
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