Al principio
imaginé
(por Gunnhild)
Al principio imaginé. Soñé cómo sería mi vida al lado de
él, mi sueño convertido en un hombre y ese hombre el ideal de
mi amor verdadero. Eran sueños fantásticos, coloreados con las
suaves y cálidas luces de la adolescencia más temprana, aún
inocente e ingenua. Eso fue al principio.
Después comencé a esperar. Me senté en lo más alto de la cima
de mi alma enamorada y no dejaba de atisbar el horizonte.
Perseguía incansable esa silueta que ansiaba descubrir allá, a
lo lejos, por lejana que estuviera. De noche
y de día, siempre acudía a una cita que jamás llegaba a
cumplirse y así fueron pasando los días, los meses, los
años...
Sí, mis ojos no le veían avanzar desde el horizonte y mi espera
se convirtió en una tortura larga y dolorosa.
Pero no me rendí. Decidí ir en su búsqueda y me puse en
marcha. Abandoné sin dudarlo un instante mi estado pasivo, el
trono de mi espera y me lancé dispuesta a recorrer el mundo, un
mundo repleto de gentes muy dispares, de sentimientos hostiles,
un laberinto a menudo incomprensible de vidas cruzadas y ajenas a
mí casi por completo.
También fue larga y dolorosa mi búsqueda y estuvo repleta de
batallas incesantes. En el empeño que perseguía, muchos de mis
ideales se derrumbaron como castillos de arena bajo la lluvia
más violenta, como hojas de un árbol bajo la fuerza del viento
de un otoño sin escrúpulos. Sí, así, me sentí.
Vagué sin descanso y combatí en cientos de ocasiones con todas
mis fuerzas. Me zambullí en el mundo ensordecedor enarbolando mi
único objetivo por estandarte, en pos de ese amor desconocido y
tan necesario para mi existencia, nadando contra corriente, sin
importarme lo lejos que pudiera estar, el tiempo que pudiera
tardar en hallarle. Sin embargo, no lo encontré. Mis esfuerzos
no me llevaron a su encuentro. Nunca le vi.
Exhausta, me detuve un momento. Me senté casi desplomada en el
suelo y toqué fondo, toqué la realidad más dura. Miré mis
manos. Ya no eran las mismas de aquella adolescente soñadora e
inocente, ni tampoco las de aquella exaltada luchadora, mediadora
de tantas causas que creía justas. Había llovido mucho desde
entonces y esa lluvia se llevó consigo la levedad de mi ser y de
mi espíritu ingenuo. Vi que pequeñas y grandes cicatrices
surcaban la piel de mi alma, testigos de las grandes y pequeñas
luchas libradas. El mundo seguía a su vez girando, impasible y a
la vez alocado. Todo era confuso a mi alrededor y me sentía
vencida y sin salida.
Tanto dolor, tanto soñar, tanto imaginar, tanto esperar, tanto
buscar, tanto luchar... ¿ha sido en vano? La pregunta me
sorprendió. Me di cuenta de que mi razón me obligaba a mirar
desde otra realidad, desde el mundo de los resultados y los
logros y me exigía una respuesta. Sí, me sorprendió la
pregunta, pero aún más me sobrecogió la respuesta, sobre todo
porque me creí a mí misma vencida.
No, no había sido en vano. Formaba parte de un largo proceso que
comenzaba a llegar a su fin. Durante aquel tiempo, mi objetivo
había sido hallar el amor verdadero. Estaba empeñada en
encontrarle y en gritarle al mundo que es cierto que existe, que
yo había sido capaz de alcanzarlo. Pero no pude lanzar ese grito
de triunfo, pues no he logrado mi meta.
Aquellos duros años de sueños, espera y búsqueda, trajeron
mucho más consigo que el simple vagar en pos de mi amor.
Trajeron muchas situaciones y experiencias que tuve que afrontar
yo sola.
Sólo ahora, sólo en este preciso momento, soy consciente de que
no es cuestión de soñar, esperar o buscar ese tesoro tan
ansiado. Nada fue en vano. Soñar no conduce a la realidad que
deseo. La espera no nos trae más que el paso incesante del
tiempo y la duda del terrible quizás... La búsqueda nos lleva a
una realidad que nos ciega a menudo y ensordece, a un mundo en el
que hallamos mucho más de lo que deseamos y nos sumerge en un
océano de sentimientos, de temores, de obstáculos por franquear
y, en fin, en la lucha que es la vida con cada día.
La cuestión no es soñar, esperar o buscar, imaginar, suplicar o
desear. Eso es sólo un trayecto. La verdadera cuestión, la
pregunta y conclusión, es merecer. Merecer es el destino final
al que nos conduce soñar, esperar y buscar. Entonces, desde
aquí, sentada, cansada, viendo mis manos, viendo mi alma con
heridas que ya no sangran, desde aquí, me doy cuenta que no supe
ver más allá del proceso, del trayecto que llevaba mi
esperanza.
Ahora sé que no he de preguntar ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?.
El interrogante es más simple y llegar a él, haber comprendido
qué he de preguntar, me dice que avancé realmente, aunque
creyera haber perdido. La pregunta es: ¿Merezco hallar el amor
que anhelo? ¿Lo merezco?
Si es que sí, entonces me encontrará él a mí. Será el premio
de mi vida, el regalo de los dioses. Si es que no, tendré que
seguir trabajando para ser merecedora de lo que necesito y anhelo
con todas mis fuerzas.
Pero no, nunca he perdido mi tiempo. Aún sin saberlo, estuve
reuniendo méritos. Sé que lo lograré.
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