Mis Pasos
(por Gunnhild)
Mis pasos, tras el silencio de tu partida, fueron errantes. Sentí
que había equivocado el camino, me vi perdida en una tierra que
no era la mía, una forastera dentro de mi propia existencia, una
vida que te había brindado y que giraba en torno a ti.
Tú, lo que más quería, no estabas, me habías dejado y, de
repente, me vi de toda luz vacía, mi alma, cual estrella, de su
cielo desprendida. No, tú no me querías, no respondías al amor
que en mi corazón por ti latía.
Te marchaste sin más, sin apenas mirar atrás, pensando que lo
comprendería, que dada mi naturaleza, lo superaría y yo no dejé
que supieras ni creyeras cómo y cuánto me dolía. Aún así,
aun sabiendo que otro amor te requería, creí firmemente en tu
promesa, que nuestra amistad, tal como asegurabas y decías, no
se extinguiría, que a través del tiempo perduraría. Pero no
fue así. Te faltó valor, te faltó palabra, te faltó verdad.
Pude comprender que no me quisieras, pues no por amar con toda el
alma se logra el derecho de ser correspondido por el amor que se
ansía. Pude entender que me dejaras para acudir a otros brazos y
emprender otra senda al lado de una vida que no sería la mía.
Pude aceptarlo, pues respeto la voluntad y la libertad de los demás
y, sobre todo, porque te quise de verdad.
Te quería tanto, tanto, tanto que me contentaba con mantener a
salvo tu amistad. Siempre fui tu amiga, siempre estuve a tu lado
y te di cuanto necesitabas. Te ayudé a salir de tus infiernos
tendiendo la mano firme de mis sentimientos. Y esperanzada creí
en tu promesa, porque en ti creía.
Fui paciente, soporté la amargura de no tenerte, de sentirme
abandonada, de ver que, una vez de tus heridas curado, al fin te
marchabas y del azul de tu amor para siempre me privabas. Te
perdoné muchas cosas y comprendí tus motivos, el por qué así
me dejabas. También comprendí los míos, supe por qué así yo
me quedaba. Aprendí a aceptar el sordo dolor de tu silenciosa
ausencia y también el agudo dolor de saber que habías elegido
en tu ceguera la infelicidad más certera. Sin embargo, lo acepté
porque para tu mal o tu bien, era lo que tú realmente deseabas.
Pero jamás pude comprender que faltaras a tu promesa. Y cuando
el tiempo acabó por extinguir el último rescoldo de nuestra
amistad de terciopelo, cuando tu silencio lo cedió todo al más
cruel y despiadado olvido, entonces no fue posible que siguiera
creyendo en ti, y a la vez, entenderte.
Puede que nunca tuviese tu amor. Por eso no tenía derecho a
esperarlo. Pero sí fuimos amigos. Viendo el resultado comprendí
que te habías a mis ojos transformado. No, tampoco esa amistad
fue tan cierta. Tú sólo, egoísta, me habías utilizado y yo me
había contigo equivocado.
Jamás te culparé ni odiaré por ello. Te quise demasiado. No
tienes tú la culpa de no ser lo que deseé que fueras. Sólo yo
soy responsable de haberme equivocado, de haber deambulado tras
de ti con la venda en mis ojos cegados por un amor errado.
Es por eso que en el fondo te agradezco que no te quedaras a mi
lado. Sufrí un dolor muy amargo y bien sabes que nunca te
quisieron como yo te he amado. Jamás te pedí nada, ni siquiera
que en mi peor momento oyeras una sola vez mi llanto.
Tú mismo sabes que te has equivocado. Pero por suerte es tarde
ya para ambos. No sabes cuánto me alegro de saber que no estarás
nunca a mi lado, pues no sólo has salido de mi vida. También
has salido de mi dolor y tu ausencia no me hace ya daño. Mi
corazón no está de ti enamorado.
Al fin supe ver una verdad que jamás dejó de gritar en el fondo
de mi alma. Tú, pese a todo cuanto te he amado, no eras quien
tanto he esperado. Eres un bello dragón alado, sí. Pero para mí
eres sólo un dragón equivocado. Sigue, pues, volando.
Yo te miro desde aquí y te sonrío al recordarte a ti y a todo
ese amor hermoso que te he dado. Soy feliz aún sabiendo que debo
seguir esperando. Soy feliz, pues sé que nunca te hice daño y más
aún sabiendo que a mí misma no me he fallado, pues me di cuenta
que contigo mi amor era, en el fondo, errado. Habría sido peor
seguir empecinada en un sentimiento abocado al fracaso, pues en
ti no había la verdad que yo deseo y, con el tiempo, habría
quedado comprobado.
Ojalá pudieras sentir y saber lo feliz que soy, al ver con tanta
claridad que he superado esta prueba en mi Destino. No te deseo
mal alguno, pues te debo mucho. Jamás olvidaré que, aunque por
error, como a nadie te he amado. Pero casi es mejor ver lo que de
ti veo, que creer que eres mi guerrero amado. Te agradezco de
corazón, todo el dolor del pasado, pues sin él nunca habría
comprendido que era mi amor por ti, equivocado.
Tu elegiste entonces y ahora yo lo hago.
Por eso, hoy, como antes, sigo mis pasos. Pero he aprendido y ya
no son errantes. Sé que me guían hacia el lugar adecuado y
pronto alcanzaré el tesoro que tanto busco. En parte, aunque
suene extraño, te lo deberé a ti, a todo cuanto esa historia
del pasado me ha enseñado.
Ya ves, todavía soy capaz de hacer prosa en verso, cuando te
recuerdo. Pero ahora sé que no es por ti, sino por el amor que
dentro de mí siento. Por fortuna, hace tiempo que descubrí que
soy libre, como el viento. Hoy comprendo que fui yo quien escogió
su propio tormento.
Todavía hoy te quiero. Pero nada queda de pasión y de amor de
ensueño. Esta música, este concierto de palabras de prosa y
verso es para otro. No, no eras tú, cuánto lo lamento. Tener
dos finales distintos para un mismo cuento.
Sigo mis pasos, sé lo que no deseo. Soy libre, soy lo que
quiero. En parte a ti te lo debo. Sé que no llegarán a ti estos
curiosos y largos versos. Pero yo los lanzo al viento y sé que
cuando la cálida brisa acaricie tu rostro, en ella recibirás un
beso traído de mi recuerdo y en su suave susurro, te llegará mi
eterno agradecimiento.