VERSIONES 16

Año del Buey - Octubre/Noviembre de 1997


Director, editor y operador: Diego Martínez Lora.
Versiones se elabora desde la ciudad de Vila Nova de Gaia, Portugal


Diego Martínez Lora:
Vacaciones en Grecia


Nos vamos a ir a Grecia de vacaciones, siempre me lo dice. O a lo mejor a Portugal. Y yo le digo:
-Sí claro.
Irene cree que puede ir conmigo, así nomás, a cualquier lugar del mundo, simplemente preguntando:
- ¿Y por qué no? Y dormimos en la misma cama. ¿Y por qué no?
Le gusta soñar despierta. Se sube descalza encima mío, con sus mallas que le marcan sus buenas piernas, como si yo fuera una tabla hawaiana o una colcheneta para flotar en el agua. Yo no dejo de ver el boxeo o el fútbol por la televisión, como si concentrara todo mi cuerpo en la mirada y de esa manera me escapara de sus múltiples susurros y deseos, de sus palabras, casi en clave con sus labios pegados en mis oídos, para convencerme de hacer el amor o de no salir nunca más de su casa.
Irene me dice tantas cosas en los oídos. Yo uso una coraza de kilómetros de acero para no inquietarme, para no caer en la tentación. No puedo aceptar nada de lo que me dice y tampoco le respondo. Ella sabe cómo son las cosas. Me sonrío, le doy un beso en la mejilla y continúo a ver la televisión. Salto de canal en canal para encontrar el mejor programa deportivo. A veces veo dos canales a la vez. Necesito hacer todo esto para no prestarle mucha atención a sus pedidos. Cuando estoy muy cansado me duermo un poco. Ella no me dice nada. Se calla, me besa las orejas y se queda dormida encima de mí.
Al llegar a su casa, aunque sea inesperadamente, me prepara una buena cena. No se mide por la cantidad, sino por la calidad. Cosas finas y bien servidas. Da gusto comer con Irene. Se preocupa de que coma. Me sirve nuevamente un poco más de ensalada. Bebemos una botella de champaña y dejamos otra por la mitad. El alcohol entra en acción. Ella se pone más eufórica. Toda su timidez y silencio desaparecen. Yo me callo y echado en el sofá me pongo a ver la televisión. Ella se sube encima mío y saltando da inicio a la táctica de seducción. A veces está con unas minifaldas increíbles. Me podrían decir que estoy jugando con ella. ¿Qué diablos ando metiéndome en su casa, si tengo una mujer? ¿Cómo permito que otra mujer se me eche encima y le dé pie para que me diga toda clase de propuestas. Yo no sé lo que sea, pero me gusta la tranquilidad que siento cuando estoy en la casa de Irene. No permito que nada acontezca, porque sino se arruinaría todo lo bonito que existe entre ella y yo. No creo que le haga perder ningún tiempo. Ella sabe que yo no quiero más que una amistad. Que ámbos necesitamos de esa amistad. Que podría hacer cualquier cosa por ella, pero no serle infiel a mi mujer, ni tampoco a nuestra vieja amistad. Carlos, un amigo, me dice que ser infiel no significa sólo tener relaciones sexuales con otra mujer, que es el tiempo que se pierde con la otra, en lugar de aprovecharlo con la esposa. Yo le digo que está muy equivocado. Le explico a Carlos mil veces que en las amistades también hay un ingrediente sexual. Cada quien lo sublima a su modo. Otro amigo, Klaus, me insiste en que lo que debo de hacer es acostarme de una vez por todas con Irene, que eso no disminuiría la amistad, que el sexo no significa nada más que un buen momento. Que por eso no iríamos a dejar de ser tan buenos amigos como antes, que al contrario, que tal vez nuestra amistad se habría de tonificar y hacer más duradera. A mí me gusta mucho Irene. Es mi amiga y le permito que haga lo que quiera conmigo, pero ella sabe que adoro a mi mujer. Mi amigo Carlos insiste y me dice que la presencia de Irene influye demasiado en mi vida conyugal, porque si surgiera cualquier problema, lo primero que haría sería irme a vivir con Irene.
Qué equivocado que está mi amigo. Antes de meterme con mi mujer ya conocía a Irene, y siempre la visitaba y nunca se interpuso entre mis otras parejas y yo. Irene tuvo también sus enamorados y a pesar de eso, continuamos viéndonos, algunas veces más clandestinamente que otras, dependiendo de nuestras parejas de turno. La gente se interroga por qué nunca me comprometí con ella, si ha sido lo más estable de todas mis relaciones con mujeres.
-Cuándo y cómo la conocí, me pregunta mi amigo.
-Eso es lo más interesante le digo. Eramos compañeros de Escuela. Había una atracción muy fraternal. Entre los dos definimos nuestra relación superando el impase de un posible enamoramiento aclarándolo desde el inicio. Mi forma de verla cambió radicalmente. Le desaparecí la sexualidad. A partir de entonces, Irene fue mi mejor amiga. Y amiga para mí solo. Nunca se la presenté a ninguna de mis enamoradas, ni a mi mujer. Protegí esta relación como si fuera sagrada.
Ahora Irene no tiene enamorado. Ya se divorció dos veces. Cuando nos vemos nos sentimos tan bien. A ella se le ha dado por saltar encima mío y proponerme cosas deshonestas. Ella sabe de que yo no voy a ceder a su seducción por más que me muestre y acerque todos su encantos.
Si veo que en mi casa el ambiente se pone tenso, lo primero que hago es visitar a Irene. Si no está, la espero. Nunca más le cuento mis problemas domésticos. Ni ella tampoco. Somos terriblemente celosos. El solo hecho de nuestra presencia nos hace olvidar lo desagradable del día. Me gusta sentirla. Usa el mismo perfume desde que la viera por primera vez. Hemos envejecido juntos. Nos tratamos muy bien. La armonía cariñosa que nos tenemos ha sido nuestro mejor siquiatra.
La falta de compromiso y resposabilidad nos une y nos sentimos libres. La rutina que desgasta no existe entre los dos. Nunca nos exigimos nada. Nadie puede reclamarle nada al otro. Somos recíprocamente muy generosos. Entramos en su casa. Bebemos champaña y no otra cosa. A la hora, ella está saltando encima mío, sobre mi barriga, luego se echa y me dice que me quiere, que no podría vivir sin mí, me besa el cuello. Yo miro el televisor obsesivamente. Mi principio de amistad es muy fuerte. Aquel día que decidí quitarle la atracción sexual a mi amiga hice una operación perfecta. No me excito para nada. La abrazo tiernamente, mientras ella olvida su apetito sexual. Al salir de su casa siempre la dejo dormida.
Otra vez nos vemos y la ceremonia empieza con Irene muy tranquila como si nunca me hubiera dicho nada. Abrimos la botella de champaña antes de la cena y después que bebemos la mitad de la segunda botella termino tendido en el sofá. Ella baila un poco. Fuma. Se quita los zapatos. Deja la copa de cristal sobre la mesa de centro. Apaga el cigarrillo. Se para encima de mi barriga y grita:
-Sí idiota, ¿di que no te provoco?
Yo me doy la vuelta, ella salta al piso y se echa encima mío. En ese momento después de algunos besitos comienza la propuesta para irnos a Grecia. En la tele están dando fútbol.


(*)Diego Martínez Lora, escritor y pintor peruano. Vive en Vila Nova de Gaia, Portugal. Vacaciones en Grecia forma parte del libro inédito Entredientes