Suplemento Sí - Clarín - 26 de febrero de 1999


La Grabación del Próximo Disco

"Tocan toda la noche. A la mañana duermen, ¿usted los conoce?...hace una semana que están acá y todavía no los ví nunca". El casero se pone realmente nervioso cuando se le pide que franquee el paso para el encuentro pautado a las tres de la tarde entre el Sí y Turf. Paradoja: Despacio y a su turno, con pereza de caracol, los rockers más rápidos de la escena (contrato multinacional y posicionamiento en la escena en tiempo relámpago) van apareciendo por Villa Irene, la enorme quinta de Tortuguitas (¡segunda paradoja!) donde están concentrados desde hace casi un mes. Los Turf, vean, vinieron a este condominio que suma cinco casas en una descomunal manzana para aprender a volar. Joaquín Levinton, el pequeño sex symbol de contagioso perfil caradura, lleva una barba de quichisientos días y pret a porter de albañil. La voz cantante procura tapar la resaca de una noche muy larga (terminaron a las diez de la mañana) de jam session (zapada) con un saque de café instantáneo y jura que no se imagina como es que van a dejar este confortable útero suburbano para meterse en un estudio y grabar el sucesor de "Una pila de vida" (15.000 discos vendidos a la fecha). "No estamos ensayando, estamos viviendo las canciones", suelta Levinton. Leandro Lopatín, guitarra y segunda cara visible del grupo, asiente. Sus compañeros denuncian: "está en estado Velvet". Esto es, palidez translúcida y gafas para amortiguar el tardío amanecer. Como si hubieran vivido cinco años en uno, los Turf se están poniendo un poquito serios. Dicen que ya hicieron "todas las pelotudeces que soñábamos" (la campaña en los shoppings, chicas, una dosis prematura de show bizz) y que ahora se han encerrado en Tortuguitas para "conectarnos entre nosotros" y "crear algo irreal". Todo rápido, man. Tienen apenas un disco y ya parecen atravesar el síndrome Maharashi. Esto es: Después del cardíaco debut, una juvenilia rock hecha de síncopas y odas al bon vivant, se viene el estallido (psicodélico). Y la contraseña aquí en Villa Irene es "volar". A las puertas de un asado magro (siete de la tarde), los músicos se disponen a largar otra sesión de ensayo en estas cirncunstancias "ideales". Han copado uno de los chalets con equipos y protectores acústicos y como en un altar se destacan los restos etílicos de ayer. Así andan, entonces, confundidos entre familias de veraneo, asustando caseros y echándole mano a los casi treinta temas que compusieron entre noviembre y diciembre en Valeria del Mar. Ahora están tocando un groove japonés de nombre "Okinawa" y sobre la pared cuelga una lista. "Siempre libre", "Rotary", "Beat 202" y "Feliz sanidad", canciones con las que planenan despegar del piso.

Fernando García


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