HomeHermandades

Platero - le dije - vamos a esperar las Carretas. Traen el rumor del lejano bosque de Doñana, el misterio del pinar de las Animas, la frescura de las Madres y de los dos Fresnos, el olor de la Rocina...

Me lo lleve, guapo y lujoso, a que piropeara a las muchachas por la calle de la Fuente, en cuyos bajos aleros de cal se moría, en una vaga cinta rosa, el vacilante sol de la tarde. Luego nos pusimos en el vallado de los Hornos, desde donde se ve todo el camino de los Llanos.

Venían ya, cuesta arriba, las Carretas. La suave llovizna de los Rocíos caía sobre las viñas verdes, de una pasajera nube malva. Pero la gente no levantaba siquiera los ojos al agua.

Pasaron primero los burros, mulas y caballos ataviados a la moruna y la crin trenzada, las alegres parejas de novios, ellos alegres, valientes ellas. El rico y vivo tropel iba, volvía, se alcanzaba incesantemente en una locura sin sentido. Seguía luego el carro de los borrachos, estrepitoso, agrio y trastornado. Detrás, las carretas, como lechos, colgadas de blanco, con las muchachas morenas, duras y floridas, sentadas bajo el dosel, repicando panderetas y chillando sevillanas . Mas caballos, mas burros... Y el mayordomo -¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Vivaaaa! - calvo, seco y rojo, el sombrero ancho a la espalda y la vara de oro descansada en el estribo. Al fin, mansamente tirado por dos grandes bueyes píos, que parecían obispos con sus frontales de colorines y espejos, en los que chispeaba el trastorno del sol mojado, cabeceando con la desigual tirada de la yunta, el Simpecado, amatista y de plata en su carro blanco, todo en flor como un cargado jardín mustio.

Se olía ya la música, ahogada entre el campaneo y los cohetes negros y el duro herir de los cascos herrados en las piedras...

Platero, entonces, dobló sus manos y como una mujer, se arrodilló - ¡una habilidad suya! -, blando, humilde y consentido.

Platero y yo - Juan Ramón Jiménez.


La Hermandad de Moguer, gracias a Juan Ramón Jiménez, ha sido conocida en el mundo entero. La centenaria Hermandad ha aportado a la historia rociera en el capitulo XLVII de Platero y yo el testimonio vivo de como vibra Moguer todos los años por Pentecostés.

Hoy esta Hermandad sigue escribiendo una hermosa página en la Romería, alabando a la Reina de las Marismas, y rememorando a Platero cada año cuando los bueyes doblan sus manos ante la Virgen, y las lagrimas de todos los presentes corren por sus mejillas.

El camino que realiza la Real e Ilustre Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Moguer es, a juicio de los Moguereños, uno de los más bonitos el mundo. Una vez finalizada la Misa de Romeros, en la mañana del jueves, se inicia el mencionado camino, tras el acto de bendición del Simpecado, haciendo un recorrido por el pueblo, antes de tomar ruta hacia Montemayor, alrededor de las diez y media de la mañana. Allí tiene lugar el cambio de bueyes, se reza una salve y se realiza una ofrenda floral a la Patrona de Moguer: La Virgen de Montemayor tomándose a continuación la senda conocida bajo el nombre del camino de Moguer hasta que se llega al Milanillo, punto de encuentro de muchas Hermandades .Ya por la tarde, tras atravesar parajes cuajados de pinos y arenas, se llega a Bodegones para hacer noche en Cabezudos (antiguo Pino Gordo), donde se pernocta. Entonces se encienden las candelas y se reza el Santo Rosario concluyendo así la primera jornada.

Al día siguiente y tras la misa del alba, la comitiva vuelve a dirigirse al encuentro de la Blanca Paloma en su ermita almonteña, penetrando en la Rocina, cruzando el arroyo de Fresno Gordo, hasta llegar a Las Tinajas, entrando en la aldea hacia el mediodía y dirigiéndose a la Casa-Hermandad, donde se ubica el Simpecado.