..."Domine al demonio jugando con la única variante que todos ellos tienen a favor
el tiempo"
Hidrastes
Hace tiempo ya, que cedí mi alma a un demonio del orden. Llamabase Tougmel el Amnizu de Cania, infierno helado donde el guardaba el contrato con el cual me había dado el acceso a una magia muy antigua, magia que me permitiría colocarme en el lugar del tiempo que yo deseara, el mismo tomo de magia me daría acceso a la juventud perdida tiempo atrás, la nueva disciplina mágica me haría capaz de mercar con la vitalidad o la vejez de los demás. Me convertiría en un cronomante. El libro se llamaba Las Guardianas del tiempo, y este fue escrito por las semidiosas griegas que tejían los hilos del destino.
Use extensivamente los conocimientos del libro para mi provecho, pronto sería conocido en muchas épocas como el ladrón del tiempo.
El contrato infernal no me producía temor, había una cláusula que indicaba que se entregaría el alma hasta el momento mismo de la muerte corporal, pero con el dominio del tiempo podía permanecer joven durante una eternidad. No terminaría atormentado en los Planos Inferiores de existencia. Podía engañar a la muerte podía ser inmortal
El tiempo robado y de sobra que tenía, me permitía utilizar mi mente en juegos del pensamiento, que podía durar lustros enteros sin que mi capacidad mental decayera. Fue en uno de esos juegos que mi vida se volvió infierno. Temí no de la muerte que llega con los años, si no de la muerte que es provocada. Supuse que llegado el Tiempo que Tougmel considerara razonable, movería sus piezas para que yo falleciese y así poder cobrar su parte del trato. Ese temor, de que en cualquier momento algún asesino, u otro deudor obligado llegara a quitarme la vida, albergó mi existencia durante mi juventud que duró 500 años.
Mi tiempo se agotaba y la vida ya no lo era, pues la sospecha y el temor de lo que Tougmel podría hacerme. Llegó un momento en que enloquecer fue oficio frecuente de mi mente. Obsesionado con la aparición del Batezuu, empecé a llamarle, a gritarle, a exigirle que viniera por mi ya no quería sufrir la incertidumbre, pero Tougmel no llegó.
En ese momento entendí que estaba sucediéndome, recordé lo que los antiguos textos de demonología indicaban de la dieta de los Batezuu, "el demonio del orden crece y se nutre del temor que los mortales sienten hacia el". Era claro que Tougmel no vendría a cobrar mi alma por que lo estaba alimentando con mi paranoia.
Quemé un vidrio y ejecuté sobre mi biblioteca el hechizo de un mago legendario de Oerth El santuario privado de Mordenkainen. Tenía que ser rápido pues la certeza me había eliminado el temor que sentía a Tougmel y era obvio que mandaría a alguien o algo para cobrarse. Dentro de mi protección mágica, lancé mi mente al futuro y un resultado observé en mi trance La muerte del Amnizu.
Protegí mi vida con una Cadena en Contingencia y me interné en los profundos territorios de los nueve infiernos, llegué a Cania y enfrenté a el Anmizu, la lucha contra él abrió mortales heridas pero pude acabarlo, moribundo ya, rompí el contrato y entonces pude fallecer en paz. Mi alma no iría a escoger camino a el Plano Astral pues la Cadena en Contingencia empezaba a surtir efecto, la situación que activaría la contingencia era mi muerte.
Volví a la vida en el Plano de la concordante oposición o las tierras provinciales como la llaman los seres de los Planos de existencia. Estaba vivo y sin compromiso que me atara a los infiernos, pero cuando quise recordar mis hechizos no pude hacerlo, el demonio los había robado de mi mente. También mis dos preciados libros los había perdido. Las Guardianas del tiempo estaban perdidas una vez mas y el Ars Conjurum, libro con el que conjuré a Tougmel, tampoco se encontraba en mis pertenencias.
Fui a la ciudad de la puertas, corona de la gran espiral, estando ahí consulté a la adivina de la fuente. Ella tocó su flauta y el agua cantarina emitió dos nombres Toril y Athas. Dos Planos Primarios Materiales, uno subyugado por los divinos problemas y el otro sellado a los Planos de existencia por la arcana manipulación de sus habitantes.
En Toril supe de la magia probabilística y conocí al advenedizo de Hornung. Dado que tuve muchas dificultades para encontrar mis libros decidí escaparme al Plano Astral gracias a un mal funcionamiento del hechizo de bolsa profunda.
Busqué el acceso que me llevara a el mundo Athasiano, Primario abierto a los Planos de las materias primigenias. Evadí al Githyanki, al devorador y al Gaworm. Hasta que di con el Psurlon, raza gusanoide y psiónica que vive en el vacío plateado, ellos carecen de un Primario donde vivir, y solo accesan otros Primarios con el objeto de buscar comida y poder.
Los vi babeando en grupo rompiendo el telar de la realidad abriendo mi portal a Athas y me colé con ellos a el Primario.
Cuando llegué a Athas me encontraba en una cueva en medio de un sofocante calor. He sobrevivido y hoy he descubierto la magia que no viene de los Planos, sino que proviene del consumo de la vida que lo rodea a uno. Una de las hijas del Rey Dragón de Nibenay me ha mostrado la forma de devastar y ya lo he logrado.
En este mundo Athasiano, tal vez busque el Nexus, tal vez busque las maravillas de los Rhulisti, tal vez vuelva a Toril, tal vez viaje al pasado de este mundo para hacer tratos antes de que todo termine como hoy devastado.