EROTISMO TRIBAL.
Por: adriano numa
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El gusto de las audiencias se enriquece o pervierte en función de la calidad de las opciones a su alcance. Si bien este “radar selectivo” recibe las influencias del entorno sociocultural inmediato y puede ser dirigido por estrategias publicitarias, también es cierto que existe una zona común donde la propuesta artística consigue tocar las fibras emotivas sin distinción de acervos. Esta democracia del goce es tan inusual como codiciada ya que sus reglas –en apariencia tan elementales- entrañan una complejidad que rebasa todo intento de replicarlas.

Cuando un espectáculo teatral consigue rebasar las fronteras de crianza, edad, cultura e idioma para cautivar al público, merece ser elevado a la calidad de fenómeno:
De La Guarda, es sin duda un mayúsculo fenómeno -con las mejores implicaciones semánticas del término-; un prodigio de erotismo tribal donde lujuria y candidez conviven en santa anarquía.

Villa villa es el nombre de este delirio escénico que ha triunfado en Buenos Aires, Nueva York y Las Vegas. Ahora en México, por una breve temporada, se presentará en el Forum del Hipódromo de las Américas; una carpa hidráulica capaz de albergar a 600 espectadores. La oportunidad se presenta inédita para devotos y escépticos del teatro, esta es una aventura donde se quebrantan a un tiempo las leyes de lo convencional y aquellas que rigen la gravedad terrestre.

De La Guarda pondera el lenguaje visual para comunicarse, integrar e impactar al público, incluso su sitio web prescinde al máximo del uso de las palabras. Este redactor, en cambio, no dispone de otro recurso para sustentar los elogios vertidos y reseñar en lo posible lo acontecido durante la noche del estreno. Vamos pues al intento:

De pie, sin la seguridad del hábitat natural del espectador, el público es inducido a una experiencia contemplativa, donde el color y la música alucinan fuego, espacio y los años siempre vivos de la niñez. Risas y voces guturales se integran, sombras cruzan, se adivinan y desaparecen. El juego como herramienta para invocar primero la infancia del público, se convierte sutilmente en transporte a una era primitiva de la especie humana. En ese punto, la carpa misma cobra una vida salvaje, el cielo palpita, se desgarra impactado por seres que parecen poseídos por una locura febril: Su ritmo y lenguaje resultan inaprensibles, vuelan sobre las cabezas del público que quiere tocarlos, tocan al público que quiere volar con ellos. La magia inicia en complicidad con la música, luces, 15 actores-atletas y un patrón impredecible: Cada persona leerá símbolos o interpretará ritos diferentes, mientras saca a paseo su capacidad de abandonarse a sí mismo entre la colectividad. El agua ha diluido las etiquetas sociales, las personas bailan y gozan confundidos en saludable ejercicio del espíritu gregario.

El rico valor de esta fiesta sensorial amplía las expectativas del público mexicano cansado ya de la rimbombante mercadotecnia aplicada en favor de productos teatrales de insultante mediocridad.
De La Guarda bien vale cruzar la mayor frontera de congestionamiento vehicular en esta Ciudad capital.
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