|
A manera de vasos comunicantes y de modo muy significativo, La Palabra constituye el eje motor del par de obras teatrales que se abordarán esta ocasión. Plagio de palabras de Elena Guiochíns y Ecos y sombras de Alberto Lomintz. Ambos espectáculos encuentran en la palabra la meta y el vehículo; la carne de sus cavilaciones. Cada aproximación conduce irremisiblemente a la valoración renovada. Así, lejos de los resultados de cada puesta, La Palabra encarna un nuevo personaje en nuestro panorama escénico. ¡Bienvenida sea!
La palabra nos adentra en la palabra: En Ecos y sombras, el teatro de sordos no excluye a los oyentes, ni los caricaturiza. La sensibilización sobre esta adversidad que a todos concierne, es por demás loable y merece en este caso, un aplauso especial toda vez que se permite guiños festivos que aligeran la realidad. Si bien la propuesta es brillante en materia de ideas, el desarrollo de la historia se vuelve agónico; los caminos se alargan innecesariamente y el director incurre en omisión al permitir que algunos actores sobreactúen.
En este montaje de Seña y Verbo la suma de ingredientes consolida un producto de gran dimensión, que bien merece nuestra noche de lunes en el Teatro Helénico. Todo un hallazgo la concepción escenográfica que entrevera y divorcia los mundos convocados: Hugo Heredia también es responsable de la iluminación, su doble concepto logra que ambas tareas den soporte vital a la propuesta. La música en vivo de Eugenio Toussaint y una cuidada sonorización acentúan tanto como enmarcan la belleza de este montaje que hermana en el disfrute pensante a oyentes y no oyentes. ¿Inquietudes? http://www.teatrodesordos.com.mx
La palabra nos adentra en la emoción: Secuestrada de sí misma, la palabra vaga de boca en boca perdiendo valor semántico. Las mujeres “todoprotagonistas” de Plagio de palabras encuentran que sus palabras interiores quieren volar, anidar en la comprensión ajena: la soledad es un grito verbalizable que nadie quiere escuchar. El espíritu de quien esto escribe se dilataba gozoso en el Teatro Coyoacán. La desazón arribó cuando el texto sonreía indeciso bajo una dirección que lo contradijo puntualmente.
A manera de la célebre Chimoltrufia, como escuchábamos una cosa, escuchábamos también otra. Los contrasentidos y diversas lecturas en el teatro constituyen parte de la magia. Nada más seductor que alguien nos describa la obra que hemos visto; bajo la mirada ajena recuperamos sabores y paladeamos nuevas perspectivas. Pero que el texto transite múltiples bandas, amén de complaciente se antoja apático, carente de compromiso. Los momentos de pasión textual eran casi comedia a la vista de la dirección, como si la autora y directora temiese tomarse demasiado en serio o profanar alguna conciencia moralista. Nada más actual y punzante entre la sociedad mexicana que las premisas que tímidamente traza Elena Guiochíns en su texto.
Como involuntario eco a mis cavilaciones, una guapa vecina de butaca preguntaba a su marido: ---¿Entendí bien, qué es lo que está pasando en verdad?-. El hombre la reprendía elegantemente y, a cambio de prudencia, prometió explicaciones para el término de la obra. Me comporté muy bien y no los seguí. |
|