FEBRILES PLACERES.
Por: adriano numa
  Fiebre.com
Tras el arrollador éxito de Saturday Night Fever (1977), Robert Stigwood, productor de este filme protagonizado por John Travolta, decidió producir un espectáculo musical con el mismo nombre y concepto. A la visión de Stigwood se debe -entre otras delicias- el montaje londinense de Hair, durante ¡cinco años! Esa idea afiebrada de  Stigwood se ha propalado en países como Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra, Norteamérica y ahora en México.

¿Qué tiene de particular la obra
Fiebre de Sábado por la Noche para que usted no opte por rentarla en vídeo y así ahorrar algunas jornadas de salarios mínimos en el boleto para la obra musical? Amén de la espectacularidad coreográfica y técnica que se detallará en otros párrafos, prevalece la meritoria traducción de las letras de los Bee Gees al español, el espíritu de estas baladas permanece intacto y las frases en castellano calzan con tal naturalidad que parecen haber formado parte de la melodía original, un trabajo de Mario Tadeo que, a nivel personal y como fan de los hermanos Gibb, considero impecable, afortunado.

Sin salir del marco de las partituras, la dirección musical de
Willy Gutiérrez, renueva con frescura los temas consagrados por una de las bandas más importantes del siglo pasado, la entrega profesional de Willy consigue que la fiebre se apodere de la audiencia y la emoción con que se desempeña, invita a bailar, a cantar sin obligatoriedad de conocer las letras o haber formado parte de aquella colorida generación.

La escenografía en Fiebre, diseñada por
Carlos Trejo, se caracteriza por un espíritu imaginativo y oportuna practicidad, una sencilla muestra de ello se da cita en la “disco”, la estación del metro y el puente “trágico”. Las trampas del color y un aliento fotográfico convergen con soltura en su concepción.  A Trejo, en un arranque de escrupulosidad estética, sólo le cuestionaría la bizarra geometría del departamento de “Stephanie”.

Tras cumplir 100 representaciones con gran altura profesional y en medio de una cariñosa salva de aplausos del público y compañía, ese prodigio vocal llamado
Lisset -cuya belleza excepcional sólo puede ser equiparada por su talento- deja el protagónico femenino para cumplir otros compromisos laborales. La huella de esta actriz en Fiebre se dio a paso firme y con envidiable maestría como podrán constatar los que tuvieron el privilegio de disfrutarla. Tardía pero merecida ovación en tinta para ella.

La nueva intérprete de “Stephanie” es nada más y nada menos que la joven diva del musical en México:
Lola Cortés. Lola que ha consagrado su talento a este género teatral y cuyas tablas ya le permitirían interpretar este rol con un mínimo esfuerzo, consigue sin embargo, sorprender a la audiencia con su vitalidad y envidiable frescor. Una delicia más que convierte este musical en visita obligada para los amantes del teatro y los musicales. Lola está genial en su rol, su voz extraordinaria la libera de cualquier juicio negativo y, de cualquier forma, es una certeza que pronto terminará de adaptarse.

El protagónico masculino recae en
Mauricio, el honroso finalista de “Operación triunfo”, quien obtiene sus mejores notas como bailarín y cantante. Hace unas décadas, los especialistas del espectáculo lo anunciarían como “showman”, Mauricio lo es y en amplio sentido. Sin embargo, tropiezos de la dirección, hacen que su faceta de actor evidencie más limitaciones de las que –me atrevo a presumir- realmente posee. La primer y evidente barrera para Mauricio reside en dos actores que interpretan a los padres de su personaje, ya que sólo a ellos se les marcó acento italiano. Ambos actores, el padre y la madre, perpetran una triste parodia de este acento y nos ofenden con un híbrido ítalo-yucateco. ¿Si a los otros “italianos” no se les indicó este rasgo, por qué a dos personas que no podían hacerlo, se les exigió? A este filtro para la fluidez escénica, se suma una excesiva búsqueda del reflector por parte de Mauricio, probablemente no se trata de un afán “divesco” en él, esta falla encuadra más en un exceso de marcaje. Tanto “bien cumplir” lo muestra plastificado y lo destaca del resto de la compañía de un modo desfavorable. Si ya se cuenta con el intérprete idóneo, sólo hará falta dejarlo fluir.

Danial Jerod Brown, coreógrafo y director asociado del montaje, ha estructurado un banquete visual de armoniosa vitalidad que demanda a los ejecutantes mucho más que mero amor a la danza. Los cuadros se suceden en complejidad y brillo e integran hasta 32 actores/bailarines. En este sólido terreno donde la compañía entera luce gran destreza y horas sin cuenta de ensayos, la excelencia de “César” y “María” (los concursantes hispanos en la Disco) conquistan especial celebración de los espectadores.

Imposible omitir el desempeño vocal e histriónico de
Gicela (con cé) y Eduardo Partida cuyos matices logran proyectar el sombrío desencanto de la incomprensión y rechazo que, para un adolescente, invariablemente se experimenta en términos superlativos. Un dueto de soporte que bien vale una oportunidad protagónica.

Los recursos técnicos que soportan este montaje sorprenden por su elevado volumen y certera utilización: Luminotecnia, diseño sonoro, escenografía y multimedia comparten el mismo interés; trasportarlo a usted al génesis de la era disco, esa que significó a diversas generaciones en el mundo entero y se resiste a callar sus acordes post sicodélicos. No habrá permanencia voluntaria, VHS o DVD que reemplace esta experiencia. Deje que su temperatura aumente y lo invadan los placeres de esta Fiebre.
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Columna publicada de esta obra