PRODIGIOS ENTRE MONSTRUOS
Por: adriano numa.
El próximo 18 de enero regresará al Teatro El Galeón la sorprendente y enriquecedora obra de Jorge Mora Kuri: De monstruos y prodigios. Este joven autor, de quien se recuerda El escritor tiene la culpa y La amargura del merengue, forma parte del grupo de dramaturgos mexicanos que, desafortunadamente, debemos considerar en vías de extinción. Ahora que está en boga conjugar carnes en vez de verbos, un trabajo de esta dimensión se agradece vivamente. La metamorfosis de la Unidad Artística y Cultural del Bosque parece contagiar este ánimo de renovación a la teatralidad mexicana; para muestra estos botones: la nueva obra de Sabina Berman y la que nos ocupa.

Claudio Valdés Kuri diseñó la producción y dirige la escena, valga la redundancia, prodigiosamente. Y es que no resulta fácil conjuntar tantos aciertos; la concepción escenográfica de simplicidad poética de Víctor Zapatero -quien además realizó la iluminación- dotan a este montaje de una belleza onírica. En este terreno, el aserrín puede ser mar, desierto, un circo hedonista o laguna de los tiempos; todo depende de las miradas que le profese la luminotecnia.

Magda Zalles, como directora musical, se integra a la dinámica señalada por Claudio de modo acertado, ilustrando y jugando. Alan Stark, coreógrafo de las danzas barrocas, superó dignamente la dificultad que plantea tener un par de siameses en escena. La tarea histriónica de los intérpretes de este espectáculo deslumbra por su disciplina y virtudes;  cantantes excepcionales y, en el caso de Antonio Duque, además, la ejecución de un clavicordio.

Sorpresa tras otra,
De monstruos y prodigios atrapa al público en un discurso de frescor neurótico y metalingüístico. Sin bien persiste la inconformidad de este redactor para la escena de los “panes voladores” que, como terapia de relajación e integración de los asistentes, también puede rayar en el mal gusto. Algunos textos pecan de reiteración en lo prolongado de los mismos. Sin embargo, nada se empaña; el brillo del texto florece en las manos del envidiable equipo conformado.

El momento de mayor encantamiento se produce intempestivamente; un soberbio caballo nos transporta a la ilusión infantil, el jinete enmascarado hace gala de su maestría: Es
Luis Fernando Villegas, quien posteriormente nos obsequiará una réplica muy afortunada del emperador Napoleón, con todo y sus cañones.

El aserrín-arena levanta polvo entre tanta acción. Los cantantes parecen no inmutarse con sus efectos nocivos; las voces surgen potentes en toda su belleza. La singular tesitura de
Xavier Medina (il castrato) resalta con brío, el público no puede evitar aplaudirle terminada el aria. Creen que se trata de una mujer, de un niño demasiado grande; la seducción de este cantante sopranista o contralto reside en su misterio.

Mario Iván Martínez y Hernán del Riego son los hermanos Paré, siameses unidos por el costado que integran una deleitosa esquizofrenia. Las cuerdas vocales de ambos actores son privilegiadas, lo que favorece la credibilidad del fatal parentesco. En esta galería fantástica encontramos también un centauro (Miguel Ángel López) y a un esclavo negro políglota (Kaveh Parmas), quienes se ven sometidos a un esfuerzo físico extraordinario. No sorprende que sean también destacados actores.

La obra inicia en el siglo XVI, para llegar al XVII, donde los castrati alcanzaron su mayor esplendor en la ópera italiana, principalmente, para luego arribar al siglo XIX, donde dominan las primas donnas y tenores para despecho fatídico de los antes privilegiados castrati. De hecho, con una grabación de audio se realiza un homenaje al último de estos cantantes, Alejandro Moreschi, quien fue caso único en la historia musical. En este montaje se emplean composiciones de Haendel, Pergolessi y Bolonchini. Entre otros autores y, aunque usted no lo crea, una jocosa selección de música comercial contemporánea en español.

Nota:
Jorge Mora Kuri estrenará este año Sueños de la cumbancha; ojalá que en esta nueva odisea logren reunirse los talentos que hicieron posible que De monstruos y prodigios sea, precisamente, todo un prodigio.
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Columna publicada de esta obra