Mistificación de la locura.
Por: adriano numa.
En una cartelera teatral empañada por la medianía, donde el abuso de los desnudos es directamente proporcional a la pobreza del lenguaje de los autores, una obra como Falsa crónica de Juana la loca adquiere tintes de rebeldía suprema. Ante este temprano clásico de Miguel Sabido -escrito tan sólo hace un par de décadas- las fórmulas chacoteras y vulgares que la mercadotecnia ha heredado al “moderno” teatro mexicano se transforman en penosa anacronía.

Tras ser elegida por el gobierno de Tamaulipas para representar a nuestro país en el reciente
Congreso Mundial de Teatro de la UNESCO, donde fue celebrada unánimemente, Falsa crónica... vuelve a la escena y nos arrebata el aliento en el Teatro de los Insurgentes. Rescatado el montaje original, sin embargo, esta puesta se antoja una lozana reinvención ya que Alma Muriel ha conseguido algo casi increíble; superarse a sí misma en aquella memorable interpretación de Juana. Alma Muriel, fundida con el texto, dueña de las palabras y emociones de aquella trágica reina, mereció y recibió la noche del reestreno, un aplauso en pie del público por casi nueve minutos.

Monárquicos y demócratas, conocedores e inexpertos, enamorados o abandonados; todos los espectadores que asistan a esta obra accederán a una dimensión emotiva a la que contados dramaturgos nos han conducido; a la de la verdad atemporal. Siglos después, el infortunio de Juana nos recuerda que el valle maldito del desencanto no se ha extinguido y que, sin importar la época o condición social, son muy pocos los amantes que consiguen evadir ese paraje impiadoso y pocos también los que logran preservar la razón tras el involuntario viaje.

Las lecturas de esta pieza dramática son tan diversas como relevantes; ningún elemento opera por azar; la exhaustiva documentación de las casas reales y momento histórico de Juana llegan al público con una simpleza narrativa que los maestros de historia envidiarían; los conflictos familiares e intereses políticos que marcaron el destino trágico de esta reina erradican de ella el lustroso polvo de “personaje histórico” y nos dejan la desnuda humanidad de una mujer victimizada por el machismo, el hambre de poder y la incomprensión.

El texto teatral de
Miguel Sabido es una provocación tanto en la forma como en el fondo; a través de su Juana, Sabido eleva una vigorosa protesta contra las injusticias que las mujeres han sufrido durante siglos y aún experimentan para despecho de estos tiempos modernos.

Dentro del equipo de creativos de esta obra resulta imperioso destacar la participación de
Arturo Nava en la luminotecnia, la del propio Miguel en la escenografía y dirección escénica, tanto como el exquisito trabajo de Ignacio Medrano en la composición e interpretación de la música.

La soberbia actuación de
Alma Muriel -un lienzo pincelado de luces- se sostiene en la experiencia y grandes dotes de Martha Zabaleta, la aguzada frescura de Joanna Brito y una nutrida cohorte de talentosos histriones. Con este montaje magistral se vuelve presente que las glorias del teatro mexicano no son materia del pasado, que a ese orgullo nuestro aún le quedan muchas crónicas por enunciar. ¡Enhorabuena!
Ciudad de México, julio 20 de 2004