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A propósito del infausto circo generado alrededor del guarura incómodo de la actriz Lucero Hogaza y el visceral deslengüe de propios, ajenos y colados que, en un protagonismo vergonzante, se rasgan las vestiduras para arrebatarse el monopolio de la verdad, sólo queda añorar los tiempos en que los hombres aspiraban a ser caballeros y las mujeres, damas.
Los efectos secundarios de la democracia no estaban impresos en la cajita y, si bien esta “medicina de la modernidad” ha sanado dolorosas injusticias, también es cierto que a ella se debe el triunfo globalizado de la vulgaridad sobre las buenas costumbres. Al mañoso amparo de la libertad de expresión y los derechos individuales, esta turba intolerante decapita impiadosa términos tales como: Respeto, mesura, prudencia, gratitud, elegancia y pudor.
Por si su ángel de la guarda lo libró de esta tragedia surrealista, permítame compartir con usted algunos apuntes personales: Regina, la obra teatral más terrible que he padecido en esta vida, llegaba a la mayoría de edad, una placa de 100 representaciones, padrinos de súper lujo, la anunciada salida de la actriz protagónica (Lucero) y una invitación expresa, eran motivo para que la prensa abarrotara el teatro. Terminado este maratónico y engolado tormento, los reporteros presencian cómo “la novia de América” intenta escabullírseles, el compromiso profesional con los medios que representan y el derecho al libre tránsito que les garantiza la Constitución, los arroja en brazos de la sorpresa más amarga: Una valla de primates empistolados, los repele como si fueran leprosos mendicantes en tiempos de epidemia. Todas las variantes de la violencia incubada por el resentimiento afloran con impudicia; el empujón “gandalla”, los manotazos, patadas y ofensas, sólo eran el aperitivo...
En red nacional, “despertando” las incrédulas retinas de los seguidores de Chispita, un video muestra a uno de sus escoltas arrojando a una reportera al piso, en cámara lenta se observa como este “caballero” cae sobre un grupo de periodistas y cómo, segundos después, sudoroso, desquiciado por una sobredosis de testosterona prehistórica, empuña su pistola contra quien le salga al paso, contra la razón de un mundo que se sueña civilizado, contra la dignidad de un conjunto teatral que se construyó a golpe de sacrificios y verdadero amor al teatro, deshonrando sin miramientos las trayectorias de unos militantes del arte cuyo nombres omitiré para no continuar el abominable insulto que sufrieron.
Segundo acto: Lucero cita a una conferencia de prensa donde defiende a este mutante rabioso argumentando las medias verdades que conoce hasta ese momento, su inmadurez y soberbia sellan sus párpados al video que sin edición, ni efectos especiales, la contradice puntualmente. Acorralada por sus vísceras y una prensa con más preguntas que elogios, la actriz se transforma en un borbotón de insultos y necedades: Demanda su “divorcio” con los medios informativos, que ella no necesita promoción alguna ni promover nada de lo que hace ya que sólo se contrata como actriz y que, incluso esa noche especial donde ella era el centro natural de atención, no estaba ni está obligada a dar entrevistas ya que nadie le paga por ellas, ni ha firmado en lugar alguno la obligatoriedad de cumplirlas. La profanación del recinto teatral, el insulto a las artes y a quienes de ella participan o disfrutan, se extiende por varios minutos más... ¿Es la actuación un arte o un arma, vocación o ansia de poder? Lucero llevó a sus terrenos una culpa que no le correspondía; su falta de humildad le endosó un pecado ajeno, poseída del espíritu redentor de su bizarro personaje en Regina, emprendió una cruzada equívoca contra quienes, generalmente, lo único que le han prodigado son atenciones y cariño. La actriz tiene derecho a ignorar a esos caníbales disfrazados de reporteros que violentan la dignidad humana de los artistas y denigran la profesión con sus reportajes obscenos, pero no debió satanizar a todo un gremio que la elevó hasta la nube donde mal viaja. Con ese indiscriminado desprecio hacia quienes, como su guarura, sólo cumplen con su trabajo, también insultó a otros que demandan información sobre ella; a esas personas que compran sus discos, ven sus telenovelas y la admiran lo suficiente como para recetarse sin anestesia su nefanda obra.
Sus desplantes de diva del tercer mundo, sus pornográficas ingratitud y hostilidad, tanto como su caciquesca soberbia son una vergüenza para el teatro mexicano. La lucha de los actores, directores, dramaturgos y demás teatreros por mantener vivo un arte debilitado por los reallity shows, talk shows y la feria de encueres, se hace más ardua al encontrar enemigos entre sus filas.
La quema de brujas y crucifixión que le propinan algunos medios, es una sopa que ella misma solicitó y sazonó al abdicar al uso de sus neuronas. Ojalá que el sentido de objetividad se reestablezca para evitar la crueldad hacia quien ha sido ya derrotada por si misma. La naciente disputa entre actores y periodistas, resultante de este desaguisado, se ve cargada de cizaña y malas intenciones, anunciando la agonía de la decencia que -junto a otros valores humanos- es triturada por las fauces del populacho infiltrado en los teatros, cuerpos de seguridad y medios informativos, entre otros escenarios. |
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